El desierto de los tártaros

Interpretación

Buzzati dijo en una entrevista, que la obra nació durante los años en que trabajó en la redacción del Corriere de la Sera, de 1933 a 1939. Trabajaba todas las noches y era un trabajo bastante tedioso y monótono, pasaban los meses, pasaban los años y se preguntaba si siempre iba a ser así, si la esperanza, los sueños inevitables de cuando se es joven, se iban a atrofiar de esa manera. Muy a menudo tuvo la idea de que esa rutina tenía que continuar sin fin y que habría consumido su vida innecesariamente. Es un sentimiento común, cree, a la mayoría de los hombres, especialmente para aquellos que están encasillados en los horarios de la ciudad. La transposición de esta idea a un fantástico mundo militar fue casi instintiva para él. El ambiente militar le pareció más adecuado para enmarcar el tema de una vida que transcurre inútilmente y sin expectativas.[2]​

El cuento comparte con Ante la ley, de Kafka, el tema de la espera y la perpetua postergación. El tiempo se convierte en algo irreal: el pasado ya no existe y es inalcanzable, el presente transcurre carente de matices y variaciones, el futuro es nada más que la proyección de deseos cuya realización es improbable.

También la geografía tiene el carácter de lo indefinido: no se sabe nada sobre el país donde tiene lugar la trama, yermo y desolado, nada sobre el enemigo y sus intenciones, nada sobre el gobierno distante y su actitud hacia el puesto más lejano de su propio poder.[3]​ Los tártaros tienen una existencia mítica, el estado que defiende el protagonista no es definido y el reino del norte no se manifiesta. El protagonista se pierde en tres laberintos: el de la melancolía en la ciudad, el real de la Fortaleza y el interminable del desierto.

Bastiani no es solo un lugar desolado, de rituales vacíos, un lugar de renuncia y espera, de monotonía y aburrimiento, sino implica también esperanza y promesa. Si el enemigo llegara, adquiriría sentido la inútil rutina cotidiana. La lucha y el heroísmo serían la justificación de una vida desperdiciada.[4]​ La contrapartida de las esperadas hazañas militares la constituye la única muerte violenta, la del soldado que retorna a la fortaleza y es muerto por un camarada que se atiene a la rígida disciplina. A falta de enemigos se puede, por lo menos, estar orgulloso de mantener el orden. Se ha dicho al respecto que „no es que no haya heroísmo, sino que lo que se da es un heroísmo inverso, hueco, vaciado de sustancia, por omisión“[5]​


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