El cuento de la criada

El cuento de la criada Resumen y Análisis I: La noche - II: La compra

Resumen

I: La noche

La narradora, aún sin nombre, describe dormir en un antiguo gimnasio de escuela secundaria que todavía huele a los hombres y mujeres que solían habitarlo. Piensa en los juegos que solían jugarse allí, y los bailes que se celebraban dentro de sus paredes. Recuerda cómo era ser una adolescente en una escuela como esta, y lo asocia con encuentros sexuales que nunca eran como uno hubiera imaginado que serían. Ahora duerme aquí junto a otras mujeres, en catres del ejército. Por la noche, Tia Elizabeth y Tía Sara patrullan con aguijadas eléctricas que usarán si alguien se porta mal. No tienen otras armas, porque solo los guardias de afuera pueden portarlas. Esos guardias son objetos de miedo, pero también parecen ser el único medio posible de escape. Aunque está prohibido, las mujeres aprenden a comunicarse susurrando imperceptiblemente cualquier cosa que se les ocurra decir a altas horas de la noche, e intercambian sus nombres.

II: La compra

El tiempo pasa y la narradora está en una habitación diferente. Repasa su contenido en la cabeza: una silla, una mesa, una lámpara, una ventana que no puede más que entornarse, una alfombra irregular en el suelo. Se pregunta si todas las habitaciones son exactamente iguales. Tía Lydia le decía "imagínate que estás en el ejército" (p.30). Hay una cama, que es solo para dormir. La narradora trata de no pensar demasiado. Quiere durar. Debe apreciar lo que tiene. Está viva. Suena una campana y se pone los guantes que completan su vestido rojo sangre, que se asemeja al hábito de una monja salvo por el color. Todo lo que usa es rojo, a excepción de la toca blanca con alas alrededor de su rostro, que limitan su rango de visión lo más posible. Sale de la habitación, baja las escaleras y se dirige a la cocina. Rita, su "Martha", que viste su correspondiente vestido verde, está en la cocina haciendo pan. Le da a la narradora tres fichas, con imágenes de las cosas por las que deben intercambiarse; de ese modo se ahorra la lectura.

La narradora piensa en lo mucho que desea que Rita o Cora, la otra Martha, le hablen. Las ha escuchado hablar de ella; Cora es más comprensiva, pero escuchó a Rita decir que "ella no se rebajaría de ese modo" (p.33). Desearía poder quedarse y hablar banalidades con ellas, a pesar de que solía odiar ese tipo de charlas. Incluso desea escuchar los chismes que sabe que pasan de casa en casa; chismes de bebés muertos y suicidios, principalmente. Pero eso no está permitido y ellas no se arriesgarían. Entonces toma las fichas y sale, caminando por el jardín de la Esposa del Comandante. Muchas de las Esposas de Comandantes tienen jardines; la jardinería les da algo que hacer. Cuando la Esposa del Comandante no está trabajando en el jardín, a menudo está tejiendo algo, supuestamente para las tropas, pero el patrón parece incorrecto. La narradora envidia a esta mujer por poder tener pasatiempos y se pregunta por qué la Esposa parece envidiarla a ella a su vez.

Recuerda haberse reunido con la Esposa por primera vez cinco semanas atrás, cuando llegó tras su último destacamento. Su Guardián anterior la llevó a la puerta, y ella se sorprendió cuando fue la Esposa quien abrió la puerta, en lugar de la Martha. El Guardian dejó su bolso y se fue. La Esposa le dijo que entrara y luego se alejó. Siguió a la Esposa, como se le indicó, hasta la sala de estar. No se sentó y esperó a que la Esposa encendiera un cigarrillo. Entonces se dio cuenta de que debía de haber un mercado negro de algún tipo, ya que técnicamente los cigarrillos no estaban permitidos. La Esposa le preguntó por su último destacamento y la narradora le dijo que no funcionó, y que este era su tercer intento. La esposa le permitió sentarse, aunque solo por esta vez.

La narradora pensaba que había algo familiar en el rostro de la Esposa, con su cabello rubio, sus cejas depiladas y su nariz pequeña. La Esposa le dijo que quería verla lo menos posible. Una vez más, la narradora se descepcionó, porque había esperado tontamente que esta vez la Esposa fuera amable con ella, que sintiera algo de empatía por su situación. La Esposa le recordó a la narradora que su Esposo le pertenecía "hasta que la muerte nos separe" (p.41). La narradora asintió, dándose cuenta de que sonaba como una muñeca preprogramada. Pensó en que se les permitía a las Esposas golpear a las mujeres de su clase, aunque solo con sus manos, porque había un precedente bíblico para hacerlo. Recordó dónde la había visto antes: cuando era una niña, a veces veía La hora del Evangelio para las almas inocentes y una de las cantantes era una mujer llamada Serena Joy, que podía "sonreír y llorar al mismo tiempo" (p.41).

Ahora, la narradora camina por el jardín y ve a uno de los Guardianes, Nick, que está lavando el auto. Ella sabe que él tiene un estatus bajo porque no le han asignado ni una mujer. Él le guiña un ojo y ella se pregunta por qué, ya que es muy peligroso coquetear con ella. Él podría, piensa, ser un Ojo. En la esquina, se detiene a esperar. Solía ​​ser mala esperando, pero Tía Lydia le enseñó cómo. Ve a una mujer que se acerca vestida igual que ella y que lleva una canasta. Cuando se encuentran, se miran hasta que están seguras de que se identificaron correctamente. Se saludan con las frases apropiadas: "Bendito sea el fruto", "Que el Señor permita que madure" (p.45), y caminan hacia las tiendas. Las Criadas siempre deben moverse de dos en dos, supuestamente por protección, pero realmente es para espiarse mutuamente.

Esta mujer, cuyo nombre es Deglen, solo ha sido compañera de la narradora durante dos semanas. No sabe lo que le pasó a su compañera anterior, pero esa no es una pregunta que pueda hacer. Hasta ahora, la narradora no sabe decir si ella es una "verdadera creyente" o no. Hablan sobre los pocos temas que no son tabú: comentan el clima y los éxitos en la guerra. Deglen siempre parece saber cosas que ella no sabe, y la narradora se pregunta de dónde obtiene su información. Alcanzan la primera barrera, y la narradora sabe que encima de ellos hay reflectores y hombres con ametralladoras. Muestran sus pases a dos hombres con los uniformes verdes de Guardianes de la Fe. Estos dos guardianes, señala la narradora, son muy jóvenes. La narradora recuerda haber escuchado que la semana anterior dos Guardianes dispararon accidentalmente a una Martha que estaba buscando su pase porque tenían miedo de que tuviera una bomba.

Cuando uno de los Guardianes le devuelve el pase, trata de mirarla a la cara y ella se lo permite. Son estos pequeños actos de desafío los que la ayudan a sobrevivir cada día. Por un momento, ella se imagina ir a por él por la noche, quitándose la ropa. Sabe que ellos también deben imaginarse esas cosas, ya que nunca ven más que a los Comandantes, sus Esposas vestidas de azul, sus Hijas vestidas de blanco y, aunque ocasionalmente conducen Nacimóviles o una furgoneta pintada de negro con un ojo alado en el costado, no tienen la autoridad para mirar dentro. Estos hombres probablemente tienen demasiado miedo de imaginar tales cosas. Deben enfocarse en ser promovidos y eventualmente, tal vez, que se les permita casarse y tener una Criada propia. Mientras atraviesa la puerta para peatones y pasa a los hombres, la narradora balancea un poco sus faldas. Se avergüenza por un momento de este uso de su poder, pero luego se da cuenta de que, de todos modos, está orgullosa de esta pequeña victoria.

Fuera del recinto de los Comandantes, la narradora y Deglen continúan caminando. Pasan hermosas casas antiguas donde solían vivir médicos, abogados y profesores. Recuerda cuando ella y Luke caminaban por estas mismas calles, fantaseando con comprar una de estas casas. A medida que continúan caminando, las calles se vuelven un poco más concurridas: ven Marthas, otras Criadas y Econoesposas. Las Esposas de los Comandantes no son vistas porque siempre son transportadas de un lugar a otro en automóviles. Recuerda cómo solían ser las cosas, cuando las mujeres pensaban en cosas como no correr solas por la noche y nunca abrirle la puerta a un hombre, incluso a alguien que decía ser policía, sin antes comprobarlo. Recuerda cuando tenía su propio dinero, su propio trabajo. Entonces, como dijo Tía Lydia, podía "gozar de ciertas libertades"; ahora podía “librarse de ciertas cosas” (p.53).

Pasan por la tienda donde encargan sus vestidos. Se llama "Azucenas Silvestres", pero el letrero no lo dice; solo tiene la forma de una azucena. El gobierno ha decidido que incluso las palabras en los carteles de las tiendas eran demasiado tentadoras. Recuerda que en ese lugar antes solía haber una sala de cine. Van a otra tienda, Leche y Miel, cuyo cartel también consiste en pictogramas. Esperan en la fila y se da cuenta de que la tienda tiene naranjas, que son difíciles de encontrar desde que perdieron América Central ante los Libertos. Las clientas que se encuentran en el mostrador entregan sus fichas a cambio de sus bienes. Nadie habla, pero las mujeres en la tienda se miran mutuamente, esperando ver a alguien conocido. La narradora siempre busca a Moira, aunque no puede imaginar volver a tener una amiga.

Entran dos mujeres, una visiblemente embarazada. El aire se llena de envidia. Esta mujer no necesita estar fuera de casa; simplemente está haciendo alarde de su buena suerte. La narradora se da cuenta de que la mujer es Janine, del centro de reeducación, pero su nombre asignado ahora es "Dewarren". Luego, la narradora y Deglen entran en Todo Carne. Mientras toma el pollo envuelto en papel, piensa en cómo todo solía venir en una bolsa de plástico. No le gustaba tirar las bolsas, así que las guardaba debajo del fregadero de la cocina a pesar de que Luke temía que su beba se ahogara con ellas. Cuando salen de la tienda, ven a un grupo de turistas japoneses, tal vez una delegación comercial. La narradora no puede evitar mirarlos. Las faldas de las mujeres solo llegan hasta las rodillas, y ellas usan tacones altos y maquillaje. Recuerda que solía disfrutar de tales libertades. Un intérprete se acerca a la narradora y a Deglen y les pregunta si pueden tomarse una foto. Ella mira hacia abajo y niega con la cabeza. Escucha al intérprete hablando con el grupo y sabe que él les está diciendo que las mujeres en este país se sienten violadas si se les toma una foto. El intérprete les pregunta si son felices y la narradora dice que son "muy felices" (p.59). No hay nada más que puedan decir.

De camino a casa, Deglen sugiere que pasen por la iglesia y la narradora, cuyo nombre asignado ahora sabemos que es Defred, está de acuerdo. Defred piensa en las hermosas vistas que yacen más allá de los lugares que le está permitido recorrer actualmente, y en el hecho de que el pasado le parece completamente hermoso ahora, aunque sabe que eso no puede ser cierto. Pasan por el estadio de fútbol, ​​donde se llevan a cabo los Salvamentos de los hombres, e incluso algunos partidos. Finalmente llegan a la iglesia, así como lo que realmente vinieron a ver: el Muro. El Muro ha estado allí durante cientos de años, pero ahora se han clavado ganchos en él, y hoy hay seis cuerpos colgando: los restos del Salvamento de hombres. Sus cabezas están cubiertas con telas blancas, pero se pueden ver los contornos de los rostros debajo. Sus batas blancas y los dibujos de fetos que los adornan significan que son médicos que han practicado abortos. Defred los mira fijamente, tratando de no sentir nada, y siente alivio de que Luke no era médico, por lo que no puede ser uno de los hombres ahorcados. Ve el rojo de la sangre y piensa en los tulipanes en el jardín de Serena Joy, aferrándose al hecho de que no hay relación entre las dos cosas, ni relación entre los colores. Recuerda que la Tía Lydia les dijo que esto también se volvería normal algún día.

Análisis

La primera sección de la novela ubica al lector en el mundo de Gilead sin darle un contexto previo ni explicaciones. El lector experimenta la misma sensación de dislocación, la misma dicotomía entre lo familiar y lo completamente extraño, que se puede imaginar que Defred debe sentir en este nuevo mundo. El lector está inmerso en las extrañas imágenes y objetos de este mundo: vestidos, guantes y zapatos de un intenso color rojo, interrumpido solo por los tocados de alas blancas; fichas para ir de compras; cuerpos ahorcados producto de “Salvamentos". El lector también debe ajustarse a una nueva jerga que incluye palabras extrañas como "Compudoc", "Nacimóviles", "Marthas" y "Econoesposas". Las explicaciones son breves y el lector debe rellenar la falta de datos en base a conjeturas y suposiciones. Por otra parte, para el lector, así como para Defred, las nuevas reglas y relaciones sociales no son tan difíciles de comprender. Aunque este mundo es extraño, sus componentes son desconcertantemente familiares: la narrativa de la novela se basa en esta estrecha convergencia entre lo familiar y lo ajeno.

En este sentido, Defred compara el gimnasio de la escuela secundaria con un palimpsesto (un manuscrito en el que se ven rastros de una escritura anterior ya borrada), en tanto detrás de la cruda realidad del Centro de Reeducación aún se perciben las huellas que han dejado en el lugar los sentimientos y experiencias de los adolescentes. Esta comparación también es válida para Gilead: dondequiera que Defred mira, ve el pasado en capas conviviendo con el presente. Mientras camina por la calle, recuerda mirar las mismas casas con Luke, imaginando que algún día comprarían una juntos. Cuando mira una tienda, recuerda lo que solía estar en su lugar. Azucenas Silvestres, donde ahora compran sus vestidos, solía ser, por ejemplo, una sala de cine, algo que ya no está permitido bajo el nuevo régimen. Aunque los recuerdos desarticulados de Defred contrastan el presente y el pasado, también los acercan. Este mundo no tiene miles de años en el futuro: las ciudades no han sido borradas del mapa y reemplazadas por estructuras modernistas y futuristas. Todo es diferente, pero todo también es instantáneamente reconocible; esta no es una sociedad distante, ajena, sin relación con la nuestra.

De hecho, es gracias a las similitudes con nuestra sociedad que este mundo distópico se vuelve verosímil. En la Introducción, Atwood revela que muchos de los elementos de la República de Gilead están basados en hechos históricos: "El cuento de la criada se nutrió de muchas facetas distintas: ejecuciones grupales, leyes suntiarias, quema de libros, el programa Lebensborn de la SS y el robo de niños en Argentina por parte de los generales, la historia de la esclavitud, la historia de la poligamia en Estados Unidos... La lista es larga" (p.18).

Asimismo, la problemática que desencadena la posibilidad de un régimen totalitario en los Estados Unidos es una crisis medioambiental, un tema que también nos afecta en el presente y que, si no es solucionado a tiempo, puede desencadenar problemas similares de disminución de la natalidad e inhabitabilidad. Es de detacar que el abordaje que hace Atwood de esta distopía se aleja del imaginario clásico de la ciencia ficción: en vez de mostrarnos un futuro con avances tecnológicos, muestra cierto retroceso; una sociedad que tuvo que deshacerse de privilegios y avances tecnológicos debido al estado del planeta.

El hecho de que al menos Canadá y Japón se evidencien como países que funcionan más o menos como conocemos , además de traer el tema del relativismo cultural, acerca la distopía aún más al presente y le suma verosimilitud, poniendo énfasis en la advertencia de cuán fácilmente se puede llegar a un Estado totalitario. Podés sumar algo de eso.

La entrada del lector a este extraño entorno es tan abrupta, pero tan completa, que al principio duda en cuestionar sus fundamentos. La violencia, el control y la jerarquía del poder están tan firmemente establecidos que uno puede olvidar hacerse ciertas preguntas ("¿cómo?" "¿por qué?"). Defred está claramente indefensa, atrapada en una red de espías, soldados e informantes. Aunque su compañera de compras, Deglen, puede ser tan infeliz y estar tan desesperada por entender la situación como ella, parece probable que nunca descubran su posible complicidad. Los castigos por transgredir son demasiado severos, y la probabilidad de ser atrapado es demasiado alta como para correr el riesgo de una infracción grave. Así como la severidad de este paisaje comienza a parecer completamente inverosímil, un cambio de perspectiva permite al lector comprender cuán lógica es realmente la supervivencia y la fuerza de un sistema cultural de este tipo.

La tendencia de Defred a confundir y combinar imágenes se expresa de múltiples maneras. Cuando mira los cuerpos colgados en la pared, ve la sangre roja que se filtra a través de una capucha blanca y recuerda los tulipanes rojos que crecen en el jardín de Serena Joy. Debe luchar para recordar que "es el mismo rojo, pero no hay ninguna relación entre ambos. Los tulipanes no son de sangre y las sonrisas rojas no son flores, y ninguno de los dos hace referencia al otro" (p.64). Esta extraña confusión, los intentos de Defred de aferrarse a las definiciones y visiones del mundo, introduce la lucha que dominará la novela. El propósito de Defred es simplemente sobrevivir. No solo debe seguir las reglas de esta nueva sociedad, ceder a sus demandas y aceptar su función actual; ella también debe luchar para mantener su visión clara. Sus palabras y sus elecciones han sido despojadas de ella, y la única esperanza de supervivencia es retenerlas en su mente, aferrarse al lenguaje y los recuerdos que la vinculan al pasado, a pesar de que es ese apego lo que crea tanta confusión. En este punto de la novela, no se trata de escapar. Solo existe la posibilidad, la esperanza, de sobrevivir el tiempo suficiente para que el mundo a su alrededor cambie una vez más.

Cuando Defred y Deglen se enfrentan al grupo de turistas japoneses y su traductor, Atwood presenta el tema del relativismo moral y cultural, según el cual una cultura solo puede juzgarse dentro del paradigma de su propio sistema moral. Mientras los turistas japoneses miran fijamente a las Criadas, Defred mira su ropa: le parece extraña, un absurdo subrayado por su recuerdo de que tal atuendo solía llamarse "occidentalizado". Atwood parece estar criticando la idea del relativismo y argumentando la existencia de algún sistema ético universal. El problema con el relativismo, sugiere, es que no ofrece a los extraños un método mejor para juzgar la moralidad de un sistema que preguntarles a sus participantes si están contentos, que es la técnica utilizada por estos turistas. El problema, por supuesto, es que ni Defred ni Deglen tienen más remedio que responder afirmativamente: tienen demasiado miedo de las repercusiones de ser sinceros. Atrapadas por las reglas y normas de su nueva "cultura", no pueden pensar en otra respuesta posible.

El encuentro con los turistas japoneses también ayuda a definir la sordidez de esta distopía. El hecho de que el Japón de la novela parezca ser indistinguible del Japón contemporáneo permite situar los hechos de El cuento de la criada en un futuro no muy lejano. Así, se genera la sensación de que los cambios han sido realmente bruscos. Atwood busca advertirnos sobre la facilidad con la que puede afianzarse un régimen totalitario. La autora, quien pasó su infancia durante el período de la Segunda Guerra Mundial, "sabía que el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana" (pp.11-12).

Respecto a la estructura de El cuento de la criada, podemos decir que la dicotomía vuelve a hacerse presente. La novela se divide en dos grandes partes según el número de sección: las secciones impares, llamadas "La noche" -a excepción de V -"La siesta"-, constan de un solo capítulo y tratan únicamente de Defred; las pares se dividen en múltiples capítulos y son las historias que describen la posible vida de cada Criada en Gilead, aunque siempre desde la perspectiva de Defred. En muchas de estas secciones, Defred salta entre el pasado y el presente mientras relata los eventos que llevaron a la destrucción de los derechos de la mujer y los detalles de la vida que ahora vive. Hay una doble narración: la lucha personal de la protagonista y la difícil situación compartida de las Criadas.