El cuento de la criada

El cuento de la criada Resumen y Análisis III: La noche - IV: La sala de espera

Resumen

III: La noche

Defred yace en su cama, pensando en la limitada libertad que la noche le permite. Ociosamente piensa en la diferencia entre "tumbarse" y "acostarse", y las ramificaciones de estas diferencias. Transportada por la memoria, Defred recuerda una noche durante sus años universitarios cuando estaba tratando de terminar un artículo, con libros esparcidos por su habitación y Moira intentando que saliera a tomar una cerveza. Luego, recuerda haber ido a un parque con su madre para descubrir que realmente estaban allí porque su madre quería unirse a unas amigas suyas que estaban haciendo una quema de revistas pornográficas. De repente, sin querer, Defred recuerda haberse despertado para encontrar a su hija desaparecida, ver una foto de ella con otra mujer y saber que no se la devolverían. Defred piensa en lo fácil que sería su vida si fuera solo una historia. No es una historia, pero al mismo tiempo lo es: una historia que cuenta en su cabeza, porque no se le permite escribir. Ella decide que contará su historia solo a "querido", sin nombre, porque "querido" es seguro, "querido" puede significar cualquier persona ... incluso aunque ella sabe que "querido" realmente significa "nadie".

IV: La sala de espera

El clima es hermoso; en el pasado, piensa Defred, se hubiera puesto un vestido playero y habría tomado un helado. Abruptamente cambia de tema y nos cuenta que ese día solo hay tres cuerpos en el Muro: un sacerdote y dos homosexuales. Defred le sugiere a Deglen que se vayan, preguntándose por qué Deglen nunca es la primera en querer irse. Deglen comenta que "es un hermoso día de mayo", y Defred comienza a pensar en cómo "Mayday" solía ser una señal de socorro, del francés m'aidez ("ayúdame"). Pasan una procesión fúnebre de varias Econoesposas, una de ellas con una vasija que contiene un bebé que solo pasó pocos meses en el útero, demasiado poco para saber si hubiera sido un "No bebé". Las Econoesposas las fulminan con la mirada; no les gustan las Criadas. Cuando Defred entra al patio, Nick la saluda, aunque no se supone que hable con ella. Defred pasa junto a Serena Joy, pensando en su nombre y en cómo, en su programa, solía predicar que el lugar apropiado para la mujer era el hogar. Defred no cree que le guste necesariamente el resultado de tales discursos, y considera cuánto Serena Joy la odia. La Tía Lydia les había advertido sobre las esposas, formulando esta advertencia en recordatorios piadosos de que deberían tener lástima de estas mujeres, porque ellas han fallado; no pueden producir hijos.

En el interior, Defred huele pan horneado y el aroma le recuerda la maternidad, aunque ni ella ni su madre horneaban. Le dice a Rita, la Martha principal de la casa, que hay naranjas en venta. Rita simplemente gruñe, y luego comenta que es el día del baño. Cora, la otra Martha, entra y discuten quién estará a cargo del baño de Defred como si ella no estuviera allí. Defred sube las escaleras a su habitación. De repente, ve a alguien en el pasillo: es un hombre que mira hacia la habitación donde ella se queda. Se da cuenta de que es el Comandante, pero se supone que él no debe estar allí; está rompiendo las reglas. Se da vuelta y camina hacia ella, asintiendo con la cabeza, y luego se va. Ella se pregunta qué significa esto. ¿Estaba él en su habitación? Se da cuenta, con angustia, de que siente que la habitación es suya. Es su sala de espera.

Cuando llegó por primera vez, exploró la habitación muy lentamente, sobre todo porque tenía muy poco que hacer. Después de solo unos días, se dio cuenta de que alguien había estado allí antes que ella. Le recordó una habitación de hotel, y le hizo pensar en las habitaciones donde ella y Luke solía encontrarse antes de que él dejara a su esposa. Miró por todas partes, incluso debajo del colchón, con cuidado de no ser sorprendida husmeando. Miró lo suficiente como para asegurarse de que sería difícil suicidarse allí. Habían tenido cuidado de no dejarle nada que pudiera ser útil a esos efectos. Al tercer día, sin embargo, encontró algo escrito en el piso del armario: nolite te bastardes carborundorum. Pensó que podría ser latín, pero no estaba segura. Se imagina a la mujer que escribió esto, y eso la hace feliz. Una vez le preguntó a Rita cómo era ella, y su franqueza la sorprendió sinceramente. Rita simplemente le dijo que "no funcionó" (p.106).

A veces, para pasar el tiempo, Defred canta canciones para sus adentros. Estas canciones están todas prohibidas ahora. Ocasionalmente hay música en la televisión, que Defred puede escuchar desde otra habitación, pero no con frecuencia. Hace mucho calor y los vestidos de verano han sido desempacados. Tía Lydia les dijo cuán mejores eran estos vestidos: más apropiados, más saludables. Defred recuerda a Moira entrando a su habitación y diciéndole que estaba organizando una "fiesta de subvestidos": se suponía que todos debían llevar ropa interior seductora o batas, para intercambiar con los demás. Moira pensaba que sería gracioso. Defred piensa en cómo entonces esas cosas eran normales. Recuerda cómo gradualmente las cosas cambiaron; estos no la afectaron al principio directamente, por lo que era casi como si no estuvieran sucediendo.

De vuelta en el presente, Defred oye un auto y se sienta en la repisa. Contempla la almohada que hay allí, bordada con la palabra "Fe". Es lo único que tiene para leer en este lugar: la lectura es desalentada. Mira por la ventana y ve a Nick y al Comandante saliendo del auto. Su cabello es gris plateado. Piensa en cómo le gustaría escupirle o arrojarle algo. Esto le recuerda a Moira de nuevo; cómo solía arrojar bolsas de papel llenas de agua a los niños que caminaban debajo de su ventana. El auto se aleja. Defred intenta descubrir qué siente por este hombre, pero es demasiado complicado. No es odio ni es amor.

Una vez al mes, Defred es llevada al médico para ser examinada. Estas son las mismas pruebas que solían hacerse antes, pero "ahora es obligatorio" (p.97). Esta vez, Defred entra a la sala de examen como siempre, se quita toda la ropa y se acuesta detrás de la pantalla para que el médico nunca le vea la cara. Él entra y comienza a examinarla. De repente, susurra que podría ayudarla, que nadie lo sabría y que probablemente funcionaría. Ella se da cuenta de que él se está ofreciendo a embarazarla. Él levanta la pantalla y ella ve su rostro. Tiene miedo, porque la pena por tal transgresión es la muerte. Pero tendría que haber dos testigos, ya que las mujeres no pueden testificar solas, y la puerta está cerrada. Defred se niega, pero amablemente, con la esperanza de mantener abierta la posibilidad.

El baño al lado de la habitación es agradable. Es como los de antes, excepto que no tiene espejo y, por supuesto, no tiene maquinillas de afeitar. Cora se sienta afuera, por seguridad, aunque Defred no está segura de la seguridad de quién. Aunque le resulta maravilloso estar desnuda, ahora no está acostumbrada a su propio cuerpo. No puede imaginarse vistiendo un traje de baño. Tan pronto como se mete en la bañera, Defred recuerda cómo era bañar a su hija. Rememora un incidente cuando su hija tenía once meses. Estaban en el supermercado y una mujer intentó llevársela. La mujer, claramente loca, sollozaba y afirmaba que era su bebé, que "el Señor se la había dado" (p.103). Ahora, Defred descubre que es cada vez más difícil recordar a su hija; es como si hubiera muerto. Defred se pregunta ella la recuerda. Debería tener ocho años ahora; han pasado tres años desde su separación.

Cora le dice que se apure. Se lava rápidamente, pero no puede evitar ver el tatuaje en su tobillo, la marca de su posición social. La Martha le trae su cena. La comida siempre es relativamente buena, saludable y abundante. Si ella no lo come, se supone que Cora debe denunciarla. Se fuerza a tragar su comida, mientras se pregunta cómo actúa Serena Joy en la cena con su esposo. Toma el trozo de mantequilla y lo envuelve en una servilleta, deslizándolo en su par extra de zapatos.

Análisis

Como todas las novelas escritas en primera persona, El cuento de la criada ofrece al lector la entrada a una sola conciencia. Esta elección siempre sugiere un cierto grado de soledad, pero en el caso de Defred esta soledad es aún más profunda de lo habitual. Los intercambios de Defred con otros son extremadamente limitados, aún más por la sensación de que Defred está recordando todo desde algún punto en el futuro. Ella nunca está en medius rei, en medio de las cosas. También pasa una cantidad asombrosa de su tiempo sola, y sus intentos de pasar ese tiempo constituyen una gran parte de la novela. Si bien la soledad de Defred es una realidad, también es una expresión simbólica de su posición en esta sociedad.

Defred es más y menos que otras mujeres: es una vasija. Es "más" porque tiene el potencial de tener un hijo, pero también es "menos" porque no tiene una función individual. Esta dualidad se expresa en la forma en que es tratada. Por un lado, las Criadas deben ser honradas, y Tía Lydia enfatiza esta visión de su papel. Ella les dice que está luchando para que entren por la puerta principal, porque no son sirvientes. Por supuesto, este comentario solo las hace conscientes de que otros, presumiblemente las Esposas, están luchando para que entren por la puerta de atrás. Defred es cuidada como un objeto precioso: es vigilada mientras se baña, se la mantiene cubierta, inspeccionada y examinada mensualmente. Al mismo tiempo, Esposas, Marthas y Econoesposas la miran con disgusto. Sabe que Rita la considera vulgar, incluso depravada, y seguramente la opinión de Cora no sea muy diferente. No se puede confiar las Criadas, y su función es simplemente obedecer órdenes y evitar causar problemas.

Esta sección de la novela también presenta la idea de romper las reglas. Al comienzo de la novela, Defred está intrigada al darse cuenta de que debe haber un mercado negro y que la casa a la que es asignada participa en él. Ahora comienzan a romperse aún más reglas: el Comandante está de pie junto a la puerta de su habitación, Nick le habla y el Doctor le ofrece cometer un acto gravemente peligroso para ayudarla a concebir. La situación de Defred comienza a parecer muy diferente. Comienzan a salir a la luz las grietas y trampas de un sistema que, a primera vista, es perfectamente rígido y moralmente estricto, así como la hipocresía de quienes defienden el sistema a la vez que lo pervierten. Se evidencia que, en realidad, la adscripción al régimen de personas como el Comandante está más relacionada con preservar su lugar de poder que con una convicción real. El lector no obtiene ninguna información real sobre lo que piensan el Comandante o Nick, pero en este momento existe la posibilidad de que quieran algo. En este punto de la novela, la función de Defred, y la del lector, es simplemente esperar y ver.

De hecho, el título de la cuarta parte, "La sala de espera", alude a esto, y está claro que algo va a suceder. El componente esencial del papel de Defred se cierne sobre el capítulo, esperando ser abordado directamente, o al menos comentado. Defred nunca aborda directamente el tema del sexo; solo hace alusiones. Nos cuenta que el médico le dice "podría ayudarte" ya que ella está "a punto" (p.99), pero no se explicita que el médico efectivamente le está ofreciendo tener relaciones sexuales con ella en ese mismo momento. De alguna manera, Defred ha sido entrenada por esta cultura para pensar sobre el sexo, este tipo de sexo, de manera diferente. Se ha ritualizado en una especie de tarea, un calvario al que debe someterse. Defred está preparada, pero esta preparación es pasiva. Se aliena de la experiencia, porque pensar en ella sería reconocer que no tiene elección en el asunto. No hay necesidad de pensarlo. Además de la mera sumisión, no se requiere su participación.

Oportunamente, este capítulo también se centra en la idea de la maternidad, tanto en el estatus real de Defred como madre, como en el hecho de que espera convertirse en madre una vez más. Mientras Defred se prepara para un encuentro sexual con el Comandante, su mente vuelve repetidamente a su propia hija. El dolor de Defred y el amor por su hija contrastan con la posibilidad de concebir una vez más. Defred reconoce que ella quiere un bebé, pero este bebé no tiene comparación con su hija actual. Ella quiere a este bebé de la misma manera que "quería" ser una Criada: lo quiere porque quiere vivir. Así como Defred ha permitido que su cuerpo se convierta en un recipiente, cree que está preparada para dar un bebé como pago por seguir con vida. Una vez más, la novela fluctúa entre lo casi normal y lo extraordinariamente extraño: en un momento, Defred parece una mujer completamente ordinaria atrapada en circunstancias extrañas y terribles y, al momento siguiente, se ha transformado en algo menos que una mujer, algo degradado por su entorno y sus temores.