El capote

El capote Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

En una oportunidad, un directivo quiere premiar a Akaky por su buen desempeño y le encarga una actividad diferente. Debe cambiar el título y reemplazar algunos verbos de un informe destinado a otro departamento. La actividad sobrepasa a Akaky y la abandona. Pide que le den algo para copiar. A partir de entonces se mantiene para siempre en su puesto de copista.

A Akaky solo le importa su trabajo. No presta atención a nada alrededor suyo ni le interesa su vestimenta. Su ropa está desgastada por el paso del tiempo y suele llevarla sucia, incluso con restos de comida que accidentalmente caen sobre él cuando camina por la calle. Al llegar a su casa, después de la jornada laboral, come sin prestar atención a la comida ni, incluso, a las moscas que pueden estar adheridas a su plato. Luego continúa haciendo copias, como trabajo extra o por diversión, hasta la hora de acostarse. A diferencia de otros funcionarios, no tiene vida social: no se reúne con sus colegas fuera del horario laboral ni realiza actividades recreativas. Él está conforme con su sueldo, que es de cuatrocientos rublos al año, lo que le permite llevar una vida pacífica en una humilde habitación alquilada.

Akaky sufre mucho el frío de Petersburgo. Su capote está viejo y muy gastado. Esto también es motivo de burla de sus compañeros, quienes llaman a su abrigo “capota”. Akaky decide llevar su capote a un sastre llamado Petrovich para que lo remiende. El narrador aclara que este sastre no merece una descripción detallada, “pero como es norma describir detalladamente el carácter de cada personaje del relato, no queda otro remedio que presentar al tal Petrovich” (p.266). Dice de él que es un buen sastre, aunque se emborracha con frecuencia. En este estado es conveniente negociar el precio de sus trabajos, ya que suele ser más generoso y cobrar menos. Esta situación enoja a su mujer. El narrador describe a este personaje sucintamente, porque dado que la ha mencionado, se ve obligado a decir algo también de ella. Dice que en la cabeza lleva cofia, en lugar de la usual pañoleta, que no se destaca por su belleza y que su marido, cuando se enoja, la llama “impía y alemana” (p.266). Ella muchas veces interviene, si las negociaciones de su marido son demasiado generosas, pidiendo un poco más de dinero.

En el momento en que Akaky lleva su capote, Petrovich está trabajando malhumorado y sobrio. Le dice que el capote no tiene arreglo, que no sirve más. Le propone confeccionar uno nuevo por ciento cincuenta rublos. Este precio excede el presupuesto de Akaky, quien casi se descompensa al escuchar la suma pretendida.

El narrador advierte que a Akaky le cuesta expresar con claridad sus ideas, utiliza muchas preposiciones y adverbios. Además, cuando trata algún asunto complicado, suele dejar sus frases inconclusas.

Akaky decide volver a visitar a Petrovich un domingo por la mañana, especulando con que va a encontrarlo despertando de una borrachera. Así sucede, pero cuando Akaky intenta volver a conversar sobre el arreglo del viejo capote, Petrovich se niega a escucharlo e insiste en que le va a confeccionar uno nuevo de excelente calidad. Akaky se retira pensando que podría convencer al sastre de pagarle ochenta rublos. Tiene ahorrados cuarenta, pero igualmente le resultará muy difícil juntar el dinero restante.

Akaky comienza a eliminar algunos gastos, cómo el del té de la tarde. También deja de encender una vela a la noche. Más adelante, incluso deja de cenar. Desde este momento, con el objetivo claro de tener su nuevo capote, Akaky se vuelve más alegre y enérgico. Piensa tanto en su capote que, a causa de esta distracción, casi comete errores en su trabajo de copiado.

Finalmente, logra reunir el dinero acordado (ochenta rublos) más rápido de lo que pensaba, ya que el director del ministerio le da de aguinaldo una suma mayor de la esperada, con veinte rublos adicionales. Con este dinero extra termina de comprar los materiales para la confección del capote y, dos semanas después, Petrovich se lo entrega.

Análisis

En esta sección se presentan algunos aspectos en torno al mundo laboral y a la vida social petersburgueses. Lo único que distingue a Akaky es su absoluta dedicación a su profesión. El narrador usa imágenes vívidas para sugerir el grado en que el protagonista está consumido por su trabajo. Él prioriza su actividad de copiar sobre todas las cosas, lo cual lo encierra en un mundo propio y ajeno a todo su entorno social.

El narrador describe al resto de los empleados como personas con el ojo agudizado para percibir detalles en las vestimentas de los demás, y predispuestas a la risa maliciosa: “(…) tenían un ojo tan especial y penetrante, que no se les escapaba nada, ni siquiera el espectáculo de una persona con la trabilla del pantalón rota, en la vereda de enfrente, hecho que, como tantos otros, despertaba sus sonrisas maliciosas” (p. 263). Esta actitud está en consonancia con la cultura que el narrador describe en el entorno social de Akaky, obsesionado por el rango y el estatus. Akaky es diferente en ese sentido: a él no le interesa ascender en su puesto laboral. Cuando se le ofrece, como recompensa por su desempeño, realizar un trabajo distinto, lo rechaza, y pide continuar con su tarea habitual.

Su abstracción del mundo que lo rodea se representa con imágenes vívidas. Por ejemplo, se dice del personaje que “adondequiera que mirase, siempre veía sus pulcros renglones, escritos con letra minuciosa y pareja, y solo cuando de repente veía encima de sus hombros la cabeza de un caballo y sentía el viento huracanado que salía de sus fosas nasales, se daba cuenta de que no estaba en medio de un renglón, sino en medio de la calle” (p.263). La dedicación y satisfacción de Akaky con su trabajo convierte las líneas que copia en un espacio físico más real para él que "el medio de la calle”. Por eso, solo puede percibir su entorno cuando algo obstaculiza su trabajo, como cuando sus colegas empujan su brazo (ver 'Resumen y Análisis Parte 1'), o cuando algo inusual se le presenta repentinamente, como un caballo respirando en su cara. Como dice el crítico Karlinsky, “No tiene ningún interés en el mundo circundante, del cual solo se da cuenta de lo necesario para asegurar su mera supervivencia” (1976, p.137).

También acá podemos ver el contraste entre los compañeros de trabajo de Akaky, quienes perciben hasta la trabilla rota de la vestimenta de alguien que camina en la vereda opuesta, con la falta de percepción de este personaje, quien tiene la ropa llena de restos de comida que accidentalmente cae encima suyo mientras camina por la calle: “(…) siempre llevaba alguna porquería pegada a su uniforme: un poco de heno o algún hilito; tenía una especial habilidad para pasar debajo de las ventanas en el momento preciso en que de ellas arrojaban la basura, y es por eso que siempre llevaba sobre su sombrero alguna cáscara de melón o de sandía o cualquier otra inmundicia” (p.263).

El narrador además contrasta el ensimismamiento de Akaky con la vida social de sus colegas, “el pequeño mundillo de funcionarios” (p.264), detallando las diversiones a las que suelen recurrir después de la jornada laboral: algunos van al teatro, otros salen a la calle a mirar a las mujeres o van a bailes, pero la mayoría se reúne en departamentos de colegas a tomar té, jugar al whist y contar chismes. A Akaky, por lo contrario, “Nadie puede afirmar haberle visto en alguna reunión” (p.265). Incluso continúa copiando por diversión después de la cena y se va a la cama sonriendo, intrigado por lo que deberá copiar el próximo día. En este sentido, Akaky es completamente distinto a sus colegas, quienes, de manera más predecible, buscan entretenerse con actividades distintas a las de su trabajo. Sin embargo, dado que la mayoría de los funcionarios continúa pasando tiempo entre ellos después de la jornada laboral, ellos también siguen sumergidos en su mundo del trabajo después de hora. De manera que se podría argumentar que, aunque Akaky es una exageración grotesca, sus comportamientos no son tan distintos a los de sus colegas.

Luego de presentar la satisfacción de Akaky con su trabajo y su status, el narrador introduce el tema del capote. Pueden hacerse varias lecturas sobre el sentido de que tiene este abrigo en la historia. La adquisición del capote representa sobre todo una ruptura en el patrón de conducta de Akaky, puesto que a partir de ese momento el personaje cambia sustancialmente.

El narrador, por medio del personaje de Akaky y de otros funcionarios, satiriza sobre la banalidad de las ambiciones humanas. Esto puede verse en la descripción de cómo Akaky planifica la confección de su nuevo abrigo. El personaje muestra repentinamente un empeño y una ambición que nunca antes había tenido: “A ratos resplandecía una llama en su mirada e ideas más atrevidas y audaces surgían en su mente: «¿Y si se encargase un cuello de marta cibellina para su capote?»” (p.274). Este es un ejemplo de ironía satírica, porque las expresiones “llama en su mirada" e “ideas más atrevidas y audaces" nos hacen esperar algo más importante que el tipo de piel que usará Akaky para forrar el cuello del abrigo. De todas maneras, aunque se use al personaje Akaky como un objeto de sátira, no es un tipo de sátira cruel, y el lector de todas formas puede simpatizar con este personaje.

El capote representa un cambio en la vida de Akaky. El afán de ahorrar para conseguirlo y la perspectiva de tenerlo se convierten en aspectos centrales de su vida, desplazando el entusiasmo que sentía antes por su trabajo. Además, la aspiración por conseguir el capote saca al protagonista del aislamiento de su mundo interior.

Por otra parte, la relación de Akaky con el abrigo se describe con rasgos semejantes a los de una relación sentimental amorosa. Las expresiones que señalamos antes, “llama en su mirada" e “ideas más atrevidas y audaces” (p.274) tienen una connotación sexual y presagian la forma en la que más tarde Akaky parece fijarse en las mujeres por primera vez, luego de recibir el abrigo terminado de manos de Petrovich, cuando, por ejemplo, corre detrás de una mujer en la calle (Ver 'Resumen y Análisis Parte 3').

Por último, también en esta parte vemos cómo el narrador vuelve a aludir, en tono de burla, a lo que hacen otros escritores o de lo que supuestamente deben hacer, haciendo ostensible los procedimientos literarios que emplea: “Por supuesto, este sastre no merece una descripción detallada, pero como es norma describir detalladamente el carácter de cada personaje del relato, no queda otro remedio que presentar al tal Petrovich” (p.266). Este es otro ejemplo de autorreflexividad, porque vemos cómo el narrador pone en cuestión los procedimientos mismos de la literatura.