Drácula

Drácula El mito del vampiro más allá de Drácula

Aunque es fácil ubicar los orígenes del vampiro en el siglo XIX, y Drácula es el mayor antecedente para todas las producciones culturales sobre vampiros de los últimos 120 años, la noción del vampiro es mucho más antigua y compleja.

La creencia en vampiros, o en criaturas con características muy similares a los vampiros, está documentada a lo largo de la historia de la humanidad y puede remontarse a las antiguas civilizaciones, desde Grecia, Roma y Egipto hasta los pueblos nórdicos, algunos pueblos del sur de África, de la India, de Babilonia o de la península ibérica. En algunos textos de Apolonio de Tiana (circa. 40-120 AD) ya se menciona a una criatura vampírica, llamada lamia o hobgoblin, que es devota de los placeres de Afrodita, pero lo es mucho más de la carne de seres humanos. Las empusas, demonios que pueden poseer el cuerpo de una persona, son otras criaturas de la mitología griega que a veces se emparentan o se confunden con las lamias; son las sirvientas de Hécate, diosa de la hechicería, y en algunos textos aparecen como guardianas del Hades (En Las ranas, de Aristófanes, por ejemplo).

Las strigas romanas (y, de allí, las brujas romanas, strigoi) y los mormos griegos, por otra parte, eran espíritus que se alzaban entre los muertos y que bebían la sangre de los niños, o los devoraban. Incluso el famoso poeta romano, Ovidio, menciona a estas criaturas y su predilección por la sangre de los niños. La idea de la sangre como dadora de vida es común a muchas culturas, y la sangre de niños, particularmente, se consideraba más pura y cargada de energía, mientras que la de los adultos perdía paulatinamente sus propiedades.

Son interesantes las similitudes que existen entre los mitos de diferentes pueblos alrededor de estos espíritus o demonios que se alimentan de la sangre humana. En los pueblos de los Balcanes, como Serbia, Croacia, Rumania y Macedonia, parece existir una explicación moralizante para la creación de los vampiros: se creía que estas criaturas se generaban a partir del incesto, de la concepción fuera del matrimonio o, durante el cristianismo, de los niños no bautizados. En Rusia y en Portugal el vampirismo también está asociado a las transgresiones de carácter religioso, mientras que en otros países, como en Polonia, los vampiros no se asocian a un trasfondo religioso.

Sin embargo, el término vampire recién fue acuñado en lengua inglesa (y de allí su traducción al español, "vampiro") en 1732, y proviene de una traducción del alemán de la historia de Arnold Paole, un hajduk (término que designa a un soldado o un asaltante de caminos) serbio que supuestamente se convirtió en vampiro tras su muerte, iniciando una epidemia de vampirismo que afectó a dieciséis de sus conciudadanos de Medveja, y que las autoridades de Austria registraron. La etimología de esta palabra puede considerarse como una transición de significados entre varias lenguas; muy probablemente provenga del upir o upyr eslavo, que a su vez deriva de un término anterior, quizás del turco uber, que significa "bruja". Esto tiene sentido si se considera el vínculo que existe en los países de Europa del Este entre las brujas y los vampiros: en Drácula, por ejemplo, los transilvanos dicen que el castillo al que Jonathan se dirige está lleno de strigoi, término que designa tanto a las brujas como al vampiro. Sin embargo, la palabra "vampiro" no es más que una variante de una gran cantidad de términos que designan variantes de esta criatura mitológica: en Rumania existen los términos moroi, pricolici y strigoi; en Macedonia y en algunas partes de Grecia se utilizaba el vocablo vrykolakas; en Serbia, dhampir y en Croacia, pijavica.

A pesar de que el concepto del vampiro (con todas las variantes señaladas) puede ser rastreado en el tiempo, no es sino hasta el siglo XIX en que estas criaturas cobran popularidad y llegan incluso a convertirse en una obsesión. Toda la literatura de terror inglesa de la época victoriana abunda en historias de vampiros. Unas publicaciones económicas y de tirada relativamente masiva, los Penny dreadful, invadieron Inglaterra y construyeron todo un imaginario en torno a la figura macabra del vampiro, pero no es sino hasta el gran éxito de Bram Stoker y su Drácula que la figura termina de consolidarse en el imaginario popular. Stoker construye una imagen del vampiro como un noble poderoso y seductor -que remeda a los villanos del terror gótico-, con una amplia variedad de poderes, como convertirse en lobo o en murciélago o crear tormentas, pero también con muchas limitaciones: su debilidad por el ajo o por los amuletos cristianos, su incapacidad de ingresar a una casa sin ser invitado, etc. Desde allí en adelante, las culturas literarias y audiovisuales del siglo XX han explotado el mito del vampiro hasta límites increíbles y fascinantes. La gran cantidad de libros, películas y programas de televisión que incorporaron la figura del vampiro es imposible de enumerar, pero sí podemos destacar algunos productos de la cultura especialmente famosos, como la saga de libros de Anne Rice, entre los que se encuentran Lestat, el vampiro o Entrevista con el Vampiro; las películas protagonizadas por Christopher Lee y Bela Lugosi; las series y películas de los años 90, como Buffy, la cazavampiros y Blade (ambas convertidas en consumo de culto), o la más reciente saga, Crepúsculo, de Stephanie Meyer.

En la actualidad, el mito del vampiro no ha perdido vigencia; el 1 de enero de 2020 Netflix estrenó una miniserie producida por la BBC sobre Drácula y, sin lugar a dudas, en el futuro seguiremos encontrándonos con nuevas adaptaciones e interpretaciones del vampiro.