Cuentos de Edgar Allan Poe

Cuentos de Edgar Allan Poe Ironía

La fiesta de la Muerte (“La máscara de la Muerte Roja”)

Al finalizar “La máscara de la Muerte Roja”, una multitud de cortesanos disfruta de la fiesta de Próspero aislada en una abadía mientras se piensan a salvo de la peste que arrasa con la comarca. Sin embargo, cuando el inmenso reloj de ébano toca las doce campanadas que señalan la medianoche, una figura disfrazada como los afectados por la peste de la Muerte Roja ingresa en el lugar como “un ladrón en la noche” (621), sin que ningún juerguista advierta su presencia. Una vez allí, el intruso -que es en realidad la propia Muerte- introduce la sangrienta enfermedad en la fiesta y provoca la muerte de todos.

En este sentido, podemos afirmar que el final “La máscara de la Muerte Roja” tiene un desenlace irónico: es la propia mascarada del príncipe Próspero la que hace posible que la Muerte acuda a la fiesta disfrazada como el resto de los personajes y nadie se dé cuenta de ello sino hasta quitarle las mortajas. Además, si se contempla la afición de Poe por los juegos de palabras, la ironía se presenta ya desde el título original del cuento: “The Masque of the Red Death”. Tanto mask (máscara) como masque (mascarada, baile de disfraces), se pronuncian del mismo modo en inglés; por lo que podría considerarse que la verdadera anfitriona de la fiesta es la propia Muerte.

El bautismo de la muerta ("Morella")

En “Morella”, la obsesión que le produce al narrador comprobar que su hija es un doble de la difunta esposa lo empuja a darle a la joven el nombre de su madre, lo que provoca el desenlace irónico del relato.

Mientras la enfermedad consume el cuerpo de Morella, el narrador empieza a experimentar una gradual disminución de su afecto hacia ella. Luego, el fallecimiento se demora y esta disminución del afecto se transforma en una “furia por la tardanza” y en un “intenso y devorador” (135) deseo de que la muerte llegue. Finalmente, Morella lo convoca a su lecho y, antes de morir, confiesa estar embarazada y le recrimina su falta de amor: “A quien en la vida aborreciste, en la muerte adorarás” (136), le anuncia.

Morella da a luz, muere y el viudo comienza a cuidar a su hija, a quien ama “con un amor más ferviente del que había creído sentir por ningún otro habitante de la tierra” (137). Sin embargo, la niña empieza a parecerse a la difunta Morella y el narrador descubre, día tras día, “nuevos puntos de semejanza con la madre” (137). Como estos parecidos lo perturban al punto de la obsesión, decide bautizar a la joven con el objeto de diferenciarla, a través del nombre, de la madre. Sin embargo, en el momento en que debe nombrar, junto al párroco, a la niña, para consumar el bautismo, un “espíritu malévolo” (139) lo lleva a pronunciar “Morella”. La joven se reconoce en el nombre, mira hacia el cielo y muere. En este sentido, es una ironía que el narrador haya bautizado a la hija para diferenciarla de la madre y, en lugar de eso, la haya nombrado igual que ella, provocando su muerte.

La sensatez del loco (“El corazón revelador”)

Es posible afirmar que la construcción narrativa de “El corazón revelador” presenta un gran componente irónico, producto del contraste que se genera entre las acciones del narrador y la percepción que tiene de sí como un hombre psicológicamente confiable. Esto se verifica desde el primer párrafo, cuando nos invita a observar “con cuánta cordura, con cuánta calma, puedo relatar toda la historia” (684). Sin embargo, todas las acciones que narra luego de esta introducción evidencian ser discordantes con sus palabras: aunque el protagonista exprese mediante el discurso ser un hombre tranquilo, cuerdo y tener sentidos demasiado agudos como para estar loco, sus acciones y percepciones inusuales confirman constantemente lo contrario, al punto de llevarlo primero al crimen y luego a la confesión frente a los policías. En otras palabras, resulta irónico que el narrador se autoperciba constantemente como un sujeto razonable, cuando en realidad presenta todas las características de una persona psicópata y demente.

La carta sustraída causará la perdición del ladrón (“La carta sustraída”)

En “La carta sustraída”, una carta, propiedad de una dama muy importante de la esfera política, es robada por un hombre -el Ministro- en la casa de la propietaria. Pese a ver el delito con sus propios ojos, la mujer no puede manifestar nada en el momento porque el documento contiene información valiosa que la compromete con una tercera persona que se encuentra allí en ese momento. El principal conflicto del relato, entonces, se produce porque el ladrón es consciente de que ella sabe que fue él quien perpetró el robo, y utiliza esa certeza para extorsionarla “con propósitos políticos” (952). Al finalizar el relato, el detective Dupin recupera la carta. Sin embargo, deja otra en su lugar, para que el propio Ministro continúe con sus extorsiones y cause “su propia ruina política” de una forma “tanto súbita como embarazosa” (970).

En este sentido, podemos afirmar que “La carta sustraída” tiene un desenlace irónico, sostenido en el hecho de que es la misma carta que el propio Ministro utiliza para conseguir poder político la que lo arrastra a su embarazosa ruina. Esta ironía se potencia, además, en el hecho de que el ladrón termine siendo, a su vez, víctima de un robo. El detective Dupin remata esta ironía al escribir en el manuscrito intercambiado una frase en la que básicamente dice que, aunque Ministro fue bueno en su jugada, podría haber sido mejor (en este caso, que el propio Dupin). La frase pertenece al Atreé et Thyeste de Prosper Jolyot de Crébillon.