Cuentos de Edgar Allan Poe

Cuentos de Edgar Allan Poe Imágenes

La oscuridad y el mal

Es común que Poe acompañe sus narraciones con imágenes típicamente asociadas al mal y a la oscuridad. Las escenas y ambientes de sus relatos son los trasfondos perfectos para apariciones sobrenaturales y finales funestos, y acentúan el sentimiento de aprehensión y horror que sufren sus protagonistas. Cabe destacar que la recurrencia de estas imágenes debe su origen a la influencia que recibió el autor del movimiento romántico y las novelas de horror gótico, muy difundidas durante fines del siglo XVIII y principios del XIX. Tanto la literatura de los románticos como las novelas góticas presentaban una estética mórbida caracterizada por antiguos y abandonados castillos medievales, ambientes oscuros, sombrías construcciones, mazmorras, calabozos y cementerios: espacios propicios para el terror, la violencia, lo inexplicable y lo sobrenatural.

Por lo general, el lector de Poe accede a la contemplación de estos escenarios e imágenes mediante la descripción pormenorizada, en primera persona, de los narradores. Esto es importante ya que dicha descripción no está exenta de las apreciaciones subjetivas de los propios protagonistas, que muchas veces padecen desórdenes psicológicos, o que parecen profundamente afectados por la atmósfera mórbida del espacio en que se encuentran. Para más información sobre la influencia de la tradición de la novela gótica en Poe, visitar “Lo sobrenatural” en la sección Temas.

Iconografía religiosa y creencias populares

Es común, en los cuentos de Poe, la presencia de imágenes, referencias y figuras vinculadas a distintas iconografías religiosas, es decir, a aquellas representaciones que utilizan distintas doctrinas o cultos para expresar su fe y sus creencias.

En “La máscara de la Muerte Roja”, por ejemplo, la Muerte es alta, delgada y se presenta “ataviada de la cabeza a los pies con las vestiduras del sepulcro” (620); la similitud con las tradicionales imágenes de la Parca es evidente. Lo mismo sucede con la pintura que sostiene la guadaña que pende sobre el pecho del narrador en “El pozo y el péndulo”. Ambos cuentos tienen en común, además, una presencia constante del número siete. Son siete las habitaciones que tiene la fiesta de Próspero y, también, las velas que rodean al narrador en el juicio de los inquisidores. Este número representa la totalidad para la tradición judeocristiana: hay siete pecados capitales, siete sacramentos, siete días de la semana. La crítica, de hecho, tiende a asociar el juicio de “El pozo y el péndulo” al juicio del Apocalipsis, donde se ve a Dios rodeado de siete candelabros de oro.

Tanto en “Morella” como en “Ligeia” abundan las imágenes referidas a la religión judeocristiana y a la musulmana. En “Ligeia”, por ejemplo, cuando la primera esposa del narrador está por morir, este inicia “una lucha desesperada con el siniestro Azrael” (271), el Ángel de la Muerte. En “Morella”, la esposa del narrador le dice que no volverá a ser feliz y que vivirá como un muerto, arrastrando “la mortaja sobre la tierra, como los musulmanes en la Meca” (136), haciendo referencia a los peregrinos musulmanes.

Las imágenes supersticiosas también aparecen en los relatos: el gato negro -presente en el cuento homónimo- es la forma favorita que asumía Satanás. Por eso las brujas lo utilizaban como ayuda para sus maleficios; también, por eso, la creencia de que traen mala suerte. En “El corazón revelador”, el narrador oye “insectos que auguraban una muerte inminente” (686). La referencia se dirige a los escarabajos que, según las creencias, anuncian la muerte cuando hacen ruido dentro de la casa. Esta relación aparece también en “El escarabajo de oro”: en este caso, el animal tiene un dibujo de calavera en el caparazón.

La violencia y la muerte

Edgar Allan Poe no escatima en el uso de detalles para dar a sus narraciones las más siniestras representaciones de la violencia y de la muerte: sangre, cuerpos mutilados y cadáveres magullados abundan en los relatos y colaboran, en gran parte, con el efecto de horror que Poe busca generar en sus lectores.

En “El gato negro”, la caída en la perversidad del narrador viene aparejada de múltiples e intensas representaciones de la violencia. La primera sucede cuando, al enojarse con su gato Plutón, “toma del pescuezo a la pobre bestia” y con el cortaplumas le saca “un ojo de la órbita” (759). A partir de entonces la escalada de su maldad no para de representarse mediante imágenes similares: el estrangulamiento del animal, la violencia ejercida hacia su esposa y a los otros animales y, finalmente, el momento en que asesina a su esposa de un hachazo. Cuando los policías descubren el femicidio, buscan en el sótano hasta que “El cadáver, putrefacto y cubierto de sangre ya coagulada, apareció, erguido, ante los ojos de los espectadores” (767).

El narrador de “El corazón revelador”, con similar tratamiento de la locura que el de “El gato negro”, presenta, al igual que este, los efectos de su violencia con imágenes impactantes y morbosas. Luego de asesinar al anciano, por ejemplo, el narrador describe el modo en que oculta el cadáver: “Primero descuarticé el cuerpo. Le corté la cabeza, los brazos y las piernas” (689).

En “La caída de la casa de Usher”, Lady Madeline se aparece en la habitación del narrador -luego de haber sido sepultada viva- cubierta de sangre y con “evidencias de una encarnizada lucha en cada porción de su cadavérico cuerpo” (381). En “La máscara de la Muerte Roja”, la enfermedad deja espantosas “manchas escarlata en el cuerpo y sobre todo en la cara de la víctima” (614). Todas las formas de muerte que le esperan al narrador de “El pozo y el péndulo” implican una violencia desmedida y cruel sobre su cuerpo. William Wilson, apuñala violentamente a su doble y luego se espanta ante el reflejo de esa violencia en el espejo.

Por último, la escena del delito en “Los crímenes de la Rue Morgue” también da cuenta de una expresión de la violencia sobre la que Poe no repara en dar detalles: el cuerpo de Mademoiselle L’Espanaye se encuentra muy golpeado y magullado por haber sido introducida a la fuerza en la chimenea: su “cara estaba terriblemente pálida, y los globos de los ojos salidos de las órbitas” (487). El cadáver de su madre aparece “horriblemente mutilado”, con varios huesos “destrozados”, el cuerpo entero “espantosamente magullado y descolorido” y “la cabeza separada por entero del cuerpo y también muy golpeada” (487). A tal punto es violento el asesinato que, al ingresar los vecinos a la habitación, “se presentó ante sus ojos un espectáculo que llenó a todos de horror y pasmo” (480).

El espacio onírico

En muchos de los relatos fantásticos de Poe, los momentos de mayor clímax narrativo encuentran un correlato en la construcción de los espacios que presentan modificaciones que lindan con lo sobrenatural: los paisajes empiezan a sufrir cambios extraños; las habitaciones, a asumir formas maravillosas, y las luces parecen comportarse de forma poco habitual. Estas modificaciones en los escenarios los hacen parecer sacados de sueños o pesadillas y, en estos momentos, los personajes tienden a perder la capacidad de identificar si lo que ven es real o no.

En “La caída de la casa de Usher”, por ejemplo, antes de que Lady Madeline despierte en su tumba y se aparezca en la habitación del narrador, este observa por la ventana y advierte que la noche está “ferozmente singular en su terror y hermosura” (377): un torbellino arremete violentamente con la vegetación que circunda la casa y “todos los objetos terrestres que los rodeaban, refulgen en la luz antinatural de una exhalación gaseosa” (377). Finalmente, al escapar de la mansión que se derrumba, observa un torbellino en las aguas del lago, que reflejan la luna color sangre, y ve en la imagen espejada cómo “el orbe entero del satélite” explota ante sus ojos. Las mismas modificaciones del paisaje presenta “Morella” cuando está por morir la protagonista.

En “La máscara de la Muerte Roja”, por su parte, la decoración exótica de Próspero -quien “Tenía buen ojo para los colores y los efectos” (618)- hace que el salón donde se realiza la fiesta parezca salido de un cuento maravilloso. Allí, los juerguistas, cubiertos “del color de los ventanales multicolores”, son semejantes a “sueños” (618). En esta extraña escena, la presencia de la Muerte Roja se vuelve imperceptible hasta que sucede el funesto fin del relato. Algo similar sucede en “William Wilson” cuando la mascarada a la que asiste el protagonista -antes de enfrentar a su doble y matarlo- se transforma en algo parecido a un “laberinto de invitados” (408) en el que se confunde y ofusca.

En “Ligeia”, el narrador se muda, al morir su primera esposa, a una vieja abadía de Inglaterra. Allí dedica obsesivamente su tiempo a restaurarla según extravagantes criterios: “Me había convertido en un esclavo, presa de las garras del opio, mis esfuerzos y tareas adquirían el colorido de mis sueños” (276). Aquí, se ha diluido la línea que divide la fantasía de la realidad; el mundo de ensueño inducido por el opio del mundo de la cotidianeidad. De las paredes de su cámara cuelgan unos tapices inmensos decorados con “figuras horribles pertenecientes a supersticiones normandas”; el contacto con el viento da “una horrenda e inquietante animación al conjunto” (278). Cuando Rowena enferma de muerte, la influencia de la habitación la hace ver alucinaciones y seres deformes que la acosan. Algo similar sucede, en este sentido, con las decoraciones monstruosas que decoran la prisión en la que torturan al narrador de “El pozo y el péndulo”.