Cantar de mio Cid

Cantar de mio Cid Resumen y Análisis Cantar tercero, Tiradas 133-152

Resumen

El Cid envía a Muño Gustioz, junto a dos caballeros y varios escuderos, a Castilla para exigir justicia al rey Alfonso por la afrenta que cometieron los infantes de Carrión.

Muño Gustioz encuentra al rey en Sahagún, le besa los pies y las manos en nombre del Campeador, y se dirige para pedirle justicia por la deshonra que los infantes de Carrión le causaron al Cid, recordándole que fue él quien concertó las bodas con sus hijas. El rey permanece callado un momento y, luego, manifestando pesar por lo acontecido, determina convocar cortes en Toledo, en un plazo de siete semanas.

Los infantes, temerosos, toman el consejo de sus parientes y le ruegan al rey que los dispense de la obligación de asistir a las cortes, pero este se niega a hacerlo. Luego, cumplido el plazo, el rey acude a las cortes acompañado por el conde don Enrique y el conde don Ramón. También asisten el conde don Fruela, el conde don Beltrán y muchos entendidos en leyes de Castilla. El conde don García, Asur González y Gonzalo Anzúres acompañan al bando de los infantes, el cual procura maltratar al Cid.

El Cid acude a las cortes al quinto día. El rey lo recibe alegremente y, luego, él permanece durante la noche haciendo vigilia junto a sus mesnadas en San Serván. Allí ordena encender velas y ora. Al día siguiente, antes de la salida del sol, él y sus mesnadas celebran una misa y, a continuación, el Cid se dirige a la ciudad en compañía de cien de sus mejores vasallos. Todos ellos ocultan armas debajo de sus elegantes vestimentas.

Cuando el Campeador ingresa a la corte, el rey lo recibe con mucha honra y los infantes se avergüenzan ante su presencia. El rey comienza afirmando que solamente ha realizado dos cortes durante su reinado, siendo esta la tercera. Luego, señala que los jueces serán los condes don Enrique, don Ramón y otros condes imparciales. El Cid se pone de pie, agradece al rey y demanda a los infantes por la deshonra que le causaron. Además, les pide que le devuelvan sus espadas, Tizón y Colada, puesto que ellos ya no son sus yernos. Los jueces asienten, y los infantes, luego de discutirlo con sus parientes, acceden a la petición.

A continuación, el Cid otorga su espada Tizón a su sobrino don Pedro, y a Martín Antolínez, su espada Colada, y pronuncia una nueva queja contra los infantes, exigiendo que le devuelvan los tres mil marcos en oro y plata que les ofreció cuando partieron de Valencia. Los infantes se niegan a hacerlo, pero luego, por decisión del rey y de los jueces, se ven obligados acceder a la petición. Sin embargo, dado que ya han gastado el dinero, le pagan al Cid “en especie”, es decir, con bienes materiales de ellos y de sus parientes.

Por último, el Campeador pronuncia una nueva demanda, inculpando a los infantes por el daño que le causaron a sus hijas. Entonces, el conde García Ordoñez se pone de pie y, después de señalar que la barba del Cid tiene un aspecto atemorizante, manifiesta que el casamiento de sus hijas con los infantes de Carrión fue desigual, por pertenecer a linajes distintos, y que, por eso, ellos tenían derecho a abandonarlas. El Cid, tomándose de su barba, se jacta de que nadie lo tomó de ella, mientras que él tomó de la barba al conde García y le arrancó parte de ella en una oportunidad, en Cabra. Luego, Fernando González se pone de pie y exclama que él y su hermano no debían casarse con hijas de infanzones.

Inmediatamente, Pedro Bermúdez, impulsado por el Cid, toma la palabra y le recuerda a Fernando su cobardía en la batalla contra el rey Búcar, cuando retrocedió ante el avance del enemigo moro, y su cobardía cuando se escondió, atemorizado por la fuga del león en el palacio del Cid. Finalmente, lo reta a un duelo. A continuación, Diego González se defiende, y Martín Antolínez lo desafía a otro duelo.

Luego, ingresa al palacio Asur González y, hablando arrebatadamente, acusa al Cid de casar a sus hijas con hombres que no eran de su linaje, por lo que Muño Gustioz se pone de pie y lo desafía también a un reto, acusándolo de alevoso y de traidor. Finalmente, después de que el rey dispone que se lleven a cabo los duelos, ingresan al palacio el infante de Navarra, Ojarra, y el infante de Aragón, Íñigo Jiménez, y le piden al Cid casarse con sus hijas, quienes se convertirán de este modo en reinas de Navarra y de Aragón. El Campeador, agradecido, le pide autorización al rey, y este se la concede. Finalmente, Minaya acusa nuevamente a Fernando y a Diego González por la infamia que cometieron y desafía a la familia de los infantes a un reto. Entonces se pone de pie Gómez Peláez en defensa de los de Carrión, pero el rey corta la discusión. Al terminar el juicio, se determina que los duelos se llevarán a cabo en Carrión tres semanas más tarde. El Cid les ofrece a los condes don Enrique y don Ramón, y al rey Alfonso que tomen de sus bienes cuanto deseen, y este último le pide al Cid que haga correr a su caballo Babieca. El Cid así lo hace y luego le ofrece al rey su caballo; sin embargo, este se niega a aceptarlo.

Finalmente, se llevan a cabo los duelos en Carrión. Los infantes le piden al rey que no se utilicen allí las espadas Tizón y Colada, pero él les niega la petición. Frente al rey y los jueces, los tres del bando del Cid, Pedro Bermúdez, Martín Antolínez y Muño Gustioz, vencen a sus rivales, Fernando, Diego y Asur González, respectivamente, y regresan a Valencia, donde se reúnen con el Campeador. Este agradece a Dios que la afrenta de los infantes haya sido vengada y celebra las nuevas bodas de sus hijas. Así, el Cid alcanza gran honra, convirtiéndose en pariente de reyes de España, y finalmente muere un día de Pentecostés.

Análisis

En la parte final del poema, todos los enemigos del héroe se aúnan en torno a los Infantes de Carrión (entre ellos, uno de los más destacados es el conde García Ordónez), e intentan vencerlo mediante la querella judicial en las cortes de Toledo. El componente jurídico se convierte en esta parte del poema en un el elemento central.

En este aspecto, el Poema de Mio Cid se aparta significativamente de otros cantares del género épico medieval. En ellos, era esperable que el héroe, tras haber sufrido una grave afrenta, se vengara de manera privada, reuniendo a sus caballeros y atacando sin clemencia a quienes le causaron la deshonra. Sin embargo, en este caso, vemos a un héroe que opta por resolver el conflicto por vía judicial, apelando a procedimientos regulados por leyes, como el reto, y evitando así el derramamiento de sangre. Esto se vincula estrechamente con las circunstancias históricas en las que se compuso el poema: el reto surge a mediados del siglo XII como forma de evitar guerras privadas entre facciones nobiliarias. Como explica Montaner Frutos, esta institución "obliga a que toda queja de un hidalgo respecto de otro adopte la forma de una acusación formal seguida de un desafío, que normalmente se ventilaba mediante un combate singular entre el retador y el retado o, en ocasiones, sus parientes o sus vasallos. Si vencía el retador, la acusación se consideraba probada y el retado quedaba infamado a perpetuidad y perdía parte de sus privilegios nobiliarios" (s.f., párr. 31).

En el poema podemos ver que se siguen escrupulosamente las formalidades previstas para el reto en la legislación de fines del siglo XII: se informa al rey sobre la afrenta de los infantes de Carrión; este convoca las cortes en Toledo; el Campeador se presenta allí y acusa a los infantes ante la corte; tres caballeros vasallos del Cid, Pedro Bermúdez, Martín Antolínez y Muño Gustioz, desafían a los infantes; y, finalmente, el rey acepta los desafíos y se llevan a cabo las lides judiciales. De esta manera, con la victoria de los caballeros del Cid, la afrenta queda reparada.

A propósito, también podemos observar que el héroe de este poema encarna un modelo de mesura, no solo porque mediante la vía del derecho evita una venganza sangrienta, como la masacre de sus enemigos, sino también por la forma comedida con la que se conduce en el proceso judicial. Además, como en el campo de batalla, también en la corte se destacan la sagacidad y la prudencia en la forma en que actúa el héroe.

Por último, con los segundos casamientos de sus hijas, aumenta el prestigio social del Cid, ya que los infantes de Navarra y Aragón con los que ellas se casan son de un rango nobiliario aún más alto que el de los infantes de Carrión. Además, por medio de estas bodas, el héroe se convierte en pariente de los reyes de España. Así vemos que el Cid, finalmente, no solo consigue sobreponerse a la deshonra inicial que supone su destierro, sino que, debido principalmente a su esfuerzo personal, logra aumentar su honra.

Después del verso final del poema, en el manuscrito se lee el éxplicit que añade el copista, Per Abbat, en el que data la realización de la copia en el año 1245 de la era hispánica, correspondiente al 1207 de la era cristiana.