Arráncame la vida

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El machismo y la desigualdad de género

Tanto el círculo íntimo de la protagonista como el contexto social en que se desenvuelve el relato colocan constantemente en primer plano el machismo reinante en la sociedad representada. Desde el primer capítulo, la narradora pone en escena las desigualdades que rigen a los roles de género en una sociedad machista y misógina, en la cual los varones se encuentran en una posición jerárquica por encima de las mujeres. El hecho de que la historia esté narrada desde la primera persona de un personaje femenino permite al relato detenerse en esa clase de injusticia desde la mirada de la oprimida. Así, la narración pone el foco, por ejemplo, en aquellas cuestiones sistematizadas que producen y mantienen a las mujeres en la ignorancia, y reserva la esfera del saber y el poder a los varones.

Entre otras cuestiones, Catalina da cuenta de su falta de educación escolar: “Ya no iba a la escuela, casi ninguna mujer iba a la escuela después de la primaria" (p. 17). La protagonista ingresa al matrimonio como una niña a la cual le han privado la educación que la hubiera vuelto capaz de elegir por sí misma su futuro. En cambio, el destino predestinado para una mujer en esa sociedad se presenta limitado e inevitable: “mi madre puso su empeño en que fuera una excelente ama de casa” (p. 17). Y en la medida en que aparezcan otros personajes femeninos en la novela se pondrá en evidencia la condena a la ignorancia y el acondicionamiento social como una constante del rol de la mujer en la sociedad. Catalina ve a "Mónica llorando porque Pepa le había asegurado que si alguien le daba un beso de lengua le hacía un hijo” (p. 30), imagen que condensa la falta de educación sexual y el modo en que esta perjudica la libertad y vida personal de, en especial, las mujeres, preparadas solo para ser amas de casa, complacer a los hombres y educar a sus hijos.

El despotismo

La novela realiza una clara crítica al carácter autoritario, despótico y violento del poder político mexicano durante las décadas representadas. Los rasgos a denunciar se encarnan en el personaje de Andrés Ascencio, quien parece personificar en sí al uso despótico del poder. En este sentido, puede verse representado fundamentalmente en el retrato que Catalina realiza del personaje de Andrés.

El carácter autoritario y déspota del personaje se construye por vía de muchos elementos. Uno de ellos es la actitud mafiosa que este tiene en relación con la prensa: Catalina oye como Andrés jura la muerte a Juan Soriano, director del único periódico opositor a su gobierno y quien aparece muerto días después, lo cual deja en evidencia la conducta despótica de quien se propone liquidar a quienes manifiesten y proclamen una visión de los hechos que atenten contra su poder. Esta conducta de Andrés también se evidencia en relación con su esposa, cuando esta intenta criticar en público los movimientos mafiosos del gobierno en lo que respecta a la compra de tierras, y su marido le ordena guardar silencio. Por su parte, los crímenes evidentemente instrumentados por Andrés no dejan de hacerse presentes, como es el caso de la aparición del cadáver de Maynes, un señor que se resistió a negociar sus tierras con el gobierno días antes de su muerte, o los veinte trabajadores asesinados en una huelga.

Al mismo tiempo, la mayoría de los episodios dejan ver los movimientos ilícitos y antidemocráticos empleados por personajes como Rodolfo Campos para llegar al poder. La presencia inagotable de este tipo de elementos en la novela construye progresivamente el retrato que se hace de la práctica de estos dirigentes: no pareciera consistir sino en un ejercicio despiadado, compuesto por actitudes criminales, despóticas, manipulaciones tenebrosas y oratorias demagógicas.

El matrimonio y la maternidad como instituciones opresivas

El matrimonio como una institución opresiva se manifiesta desde el comienzo de la unión, y así se mantiene, para la protagonista, hasta la muerte de Ascencio al final de la novela. Catalina no elige casarse con Andrés, es demasiado joven cuando eso sucede y el acto es impulsado unilateralmente por el hombre. Ella vive el principio de su vida de casada como si se hubiese convertido en un soldado al servicio de su superior: “Andrés se levantaba con la luz, dando órdenes como si fuera yo su regimiento” (p. 28), lamenta la narradora. Muy distante de una relación entre iguales, el contrato matrimonial parece haber dado el permiso a Andrés para tratar a su esposa como a un ser inferior o un objeto de su pertenencia. Esta desigualdad abismal al interior del vínculo se trasluce perfectamente en las expresiones que utiliza la narradora para referirse al modo en que vive su matrimonio: “Oía sus instrucciones como las de un dios” (p. 28), dice con relación a su marido.

El matrimonio configurado por la pareja protagonista no es el único en la novela en presentar estas características. La mayoría de las mujeres casadas en el relato están sometidas a las órdenes y voluntad de sus maridos. Por otra parte, varios episodios muestran como la joven Lilia es casada contra su voluntad, por arreglo, con el hijo de un hombre con el cual su padre quiere hacer negocios.

También la maternidad se presenta como un destino aparentemente inevitable para una mujer, sin importar su deseo. En el personaje de Catalina, el propio embarazo se presenta como algo tortuoso y pesadillesco, sobre todo porque la muchacha tiene diecisiete años: “Después de Verania nació Sergio. Cuando empezó a llorar y sentí que me deshacía de la piedra que cargaba en la barriga, juré que ésa sería la última vez” (p. 62). Sin embargo, a pesar de que Catalina decide no volver a dar a luz, la maternidad le sigue siendo impuesta: Andrés se presenta a la casa con cinco niños más, algunos de la edad de Catalina, a quien le entrega a su vez su crianza.

En todos estos aspectos pareciera fundarse la frase que Josefita Rojas dice a Catalina en el velorio de Ascencio: "la viudez es el estado ideal de la mujer" (p. 311). Efectivamente, en una sociedad machista y conservadora en la cual el matrimonio suele estar dado por una cuestión que poco tiene que ver con el amor, y que se manifiesta para la mujer como una institución opresiva que la condena a un lugar de sumisión e inferioridad en el vínculo, la muerte del marido no tendría por qué ser recibida por ella como una desgracia. Ya que el divorcio es ilegal, la muerte se presenta como la única puerta hacia la libertad.

La corrupción

La novela exhibe los pormenores del entramado corrupto y criminal del poder. Por su lógico vínculo con la situación, Catalina puede ver de cerca las cadenas de asociaciones ilícitas, criminales, sobre las cuales se cimienta el poder político de Andrés Ascencio y su cuadro. Urnas secuestradas, tierras expropiadas por la mitad de su valor, periodistas y opositores asesinados, inocentes acusados por crímenes propios, cárceles clandestinas para presos políticos, existentes gracias a la complicidad del jefe de policía y el gobernador. Por el relato desfilan las evidencias de la corrupción de un líder político y sus asociados, el modo en que estos controlan incluso a las instituciones de justicia para no sufrir consecuencias por sus actos.

El relato también deja ver cómo la corrupción configura un sistema que no termina con la muerte de un líder político. En el episodio final, Catalina se encuentra en la situación de tener que repartir, entre las numerosas amantes e hijos de Andrés, la herencia de su marido fallecido. Entonces se expone una extensa lista que acaba por poner sobre la mesa las propiedades, tierras expropiadas, fábricas, negocios ilícitos, acciones en casas de apuestas ilegales, prostitución, por nombrar algunos de los ítems que evidencian el nivel de corrupción y enriquecimiento ilícito del cual se benefició Ascencio durante su mandato (y que conservó, gracias a contactos y negociados, en su posterior puesto como asesor del presidente).

La hipocresía en el discurso político

Una particularidad que permite el hecho de que la novela esté narrada desde el punto de vista de Catalina es que puede poner en evidencia el contraste entre lo que el político muestra o dice públicamente y el modo en que se comporta en privado. En la casa, Andrés no trata a Catalina más que como un objeto para su placer, cuya opinión en voz alta está prácticamente vedada. Esto contrasta abismalmente con, por ejemplo, el discurso que Andrés da en medio de su gira de candidatura a raíz de la institucionalización del voto femenino, donde proclama acerca de la importancia “de la participación femenina en las luchas políticas” y de “la igualdad dentro de las relaciones conyugales” (p. 63).

La protagonista no cree un solo discurso de los pronunciados por Andrés, dado que conoce lo que él piensa y hace realmente. La hipocresía de este personaje llega incluso a puntos de sadismo, como cuando por ejemplo habla en el entierro de Carlos Vives, a quien él mismo ordenó asesinar, y proclama justicia para los culpables de tan terrible asesinato.

El amor

El amor es un tema que aparece en la novela muy ligado al riesgo. Catalina vive con Carlos Vives la historia de amor más importante del relato, y el fervoroso enamoramiento que ella siente la empuja una y otra vez a los brazos del célebre artista. Este amor pone en riesgo la vida de ambos, en tanto Catalina está casada con Andrés Ascencio, poderoso líder político que no duda en conducirse con violencia criminal si de eso depende su poder.

Al mismo tiempo, el amor aparece en la novela como contracara de la opresión y el autoritarismo. Es, en cambio, un espacio de libertad, desligado de obligaciones y jerarquías. En relación con esto, es preciso remarcar que los hombres con los cuales Catalina vive historias de amor son artistas. Esto se contrapone al universo militar y político que encarna su marido, lo cual permite leer una asociación en la novela entre el amor, la libertad y el arte, por un lado, y la institución matrimonial, la opresión y lo político-militar, por el otro.

El arte y el poder político

Si Andrés Ascencio personifica en la novela al poder político, los hombres de los que se enamora Catalina, como el director de orquesta Carlos Vives y el director de cine Alonso Quijano, personifican al mundo del arte. La oposición entre ambos universos se establece desde el primer momento en que Catalina presencia el ensayo de la orquesta a cargo de Vives y experimenta así una sensación hasta entonces desconocida, completamente opuesta a la opresiva y terrorífica atmósfera de lo político-militar al que estaba acostumbrada por su marido.

Sin embargo la oposición entre el arte y el poder político se debate también al interior de la figura de Vives. Desde un comienzo Ascencio cuestiona que el músico no se dedique a la política, cosa que Vives acaba haciendo, aunque en el cuadro opuesto al que le gustaría a Ascencio. La participación del músico en la política se da a partir de su amistad y afinidad con los líderes de izquierda como Cordera y Medina, defensores de los derechos de los trabajadores y opuestos, así, al régimen autoritario de Ascencio.