Arráncame la vida

Arráncame la vida Resumen y Análisis Capítulos 17-20

Resumen

Capítulo 17

Catalina, desde que está con Vives, teme por su vida y la de él. Una vez Raquel, la masajista, le cuenta que se rumorea que Andrés mató a una de sus amantes, en Morelos, cuando esta quiso dejarlo. Catalina no lo cree, sostiene que Andrés mata por negocios, pero que no mata mujeres, y Raquel le insiste en que averigüe mejor quién es su marido. Catalina se asusta.

Capítulo 18

Andrés anuncia a Catalina que pasarán cuatro días en la casa de Puebla, recibiendo invitados de la política. Ella se pone de mal humor por el hecho de separarse tanto tiempo de Carlos para pasársela organizando menúes para gente que no le interesa. Más tarde la sorprende la visita de Carlos, listo para viajar con la familia a Puebla, invitado por Andrés. Este ordena que Catalina y algunos de los niños vayan con Carlos en un auto.

Por otro lado Catalina ruega a Andrés que no case a Lilia con Emilio, el hijo de los Alatriste. Él se justifica diciendo que de esa manera le está asegurando un futuro. En el auto, Catalina dice a Lilia que se deshaga de Emilito al día siguiente, que es demasiado joven para comprometerse, más aún con un joven al que no quiere, y que ella se encargará de Andrés.

Llegan a la casa de Puebla a la noche, cenan y Andrés se va a dormir. Desde esa vez, todas las noches Catalina escapa de su cuarto apenas su marido se duerme y pasa la velada en la habitación de Carlos.

Un día Carlos le presenta a Catalina a Medina, líder de la CTM en Puebla y amigo de Cordera. Medina les cuenta a ambos que Andrés, apenas llegó a Puebla, mató a varios trabajadores de la fábrica La Guadalupe que estaban en huelga hacía un mes, exigiendo mejoras salariales. Así logró asustar al resto, y los que quedaron vivos volvieron a trabajar sin recibir ningún aumento. Algo similar sucedió en otra fábrica, La Candelaria, donde resultaron muertos veinte trabajadores.

Días después Catalina va junto a Carlos a Tonantzintla, donde todo está sembrado de flores. Allí hay una iglesia y Catalina simula que es una novia y se está casando con Carlos. Entre risas, se prometen amor eterno el uno al otro, hasta que Catalina comienza a llorar. Están abrazados cuando una anciana les grita, acusándolos de indecentes, tirándoles agua bendita. Entonces ellos salen, se recuestan y ruedan sobre las flores, desvistiéndose. Carlos dice que le gustaría que lo enterraran allí cuando muera. Cuando emprenden el regreso, Catalina corta y carga varias flores que luego pone como centro de mesa en la cena, hasta que Andrés le ordena quitarlas.

En la mesa, Andrés pregunta a Carlos si visitó al comunista Medina ese día. Este responde que no, pero que es su amigo y tiene problemas. Y frente a las críticas de Andrés, Carlos acaba diciéndole que deje en paz a Medina y a Cordera, y que deje también que los trabajadores elijan a quien quieren como referente. Andrés le exige que no se meta en temas políticos que no le incumben, y haga lo suyo, que es la música. Luego se molesta también con Catalina, acusándola de creerse todo lo que le dicen. Dice lamentar que Catalina haya cambiado para mal, que quiera estar en contra de su marido y que no esté en la cama con él a la madrugada.

Terminado el almuerzo, Catalina está por salir con Carlos cuando Andrés la detiene, diciéndole que la necesita para unos asuntos. En la recámara, Andrés le pregunta a Catalina adónde fueron con Carlos, puesto que Benito, a quien mandó a espiar, los perdió de vista cuando salieron de la iglesia, y le pregunta también qué información secreta, qué recado de Medina les pasó la señora en la iglesia. Catalina ríe, pero Andrés insiste con seriedad. Luego le ordena que se quede con él en la habitación, puesto que es su esposa. Entonces Catalina le pregunta por una de sus amantes. Andrés la acusa de haberse convertido en una mujer vulgar. Tras un interrogatorio, Catalina responde con calma que no tiene relaciones sexuales con Carlos. A Andrés le agrada saberlo, la besa y empieza a desvestirla. Ella se deja hacer, pensando en el campo donde estuvo horas antes.

Después Catalina dice que a veces teme que la mate, a ella o a Carlos, pero Andrés se sorprende y le jura que nunca haría tal cosa. Después de un rato, cuando Andrés se durmió, Catalina sale de la habitación para buscar a Carlos y a los niños, pero no encuentra a nadie. Solo encuentra a Lilia en su habitación, vistiéndose para salir a cenar con Emilio. Luego Catalina se dirige a la habitación de Carlos, donde encuentra escondida una nota dirigida a ella, anunciando que debió irse porque recibió un recado de Medina pidiendo verlo a las seis en la puerta de San Francisco, y que se llevó a los niños.

Catalina baja corriendo y Andrés le propone jugar al dominó. Ella le dice que Carlos y los niños están en San Francisco y que irá a buscarlos. Andrés grita preguntando quién le dio permiso a Carlos para llevarse a los niños.

Catalina se dirige a San Francisco a toda velocidad, sin encontrar a los niños en los juegos de siempre y lamentando que Carlos se metiera en política. En la puerta de la iglesia cerrada encuentra a los niños, solos, sentados en el suelo. Checo cuenta que Carlos se fue con amigos y pidió que lo esperaran allí. Pero Verania cuenta que Carlos en verdad no quería ir, y que esos hombres que lo llamaban "amigo" tenían pistolas. Catalina comienza a golpear la puerta de la iglesia desesperada, reclamando a los curas que hayan cerrado tan temprano ese día, preguntando dónde está Carlos, pero estos dicen que no saben nada.

Capítulo 19

Catalina entra corriendo a su casa y cuenta a Andrés lo sucedido. Este reacciona con cierta calma, lamentando que Carlos se haya metido en política. Luego ordena a Catalina que haga acostar a los niños. Ella lo hace y, sola, se larga a llorar. Pide que Carlos no sufra, que lo maten de un tiro. Entra Lucina, diciéndole que su marido la espera para cenar, y la consuela lamentando lo sucedido. Cuando Catalina le pregunta qué sabe, Lucina le cuenta que esa tarde, cuando Andrés dio la orden de buscar a Carlos, Juan se hizo el enfermo, y que la tarea la terminó cumpliendo Benito. Y que le quisieron avisar, pero ella estaba encerrada con el general en la habitación.

Catalina se viste para irse con Juan, pero Andrés la espera con Pellico, el jefe de policía; Tirso, el procurador de Justicia; Benítez, el ahora gobernador de Puebla, y otras personas a las que él llamó para ocuparse del caso de Carlos. Andrés anuncia que seguro la desaparición está ligada a la de Medina, asesinado esa mañana, según él a manos de miembros de la CTM. Catalina no lo cree así. Luego Lucina se acerca a Catalina para informarle que, según Juan, a Carlos lo tienen en la casa de la noventa, una cárcel para enemigos políticos que existe desde que Andrés es gobernador. Ella aprovecha un momento en que Andrés no escucha para informárselo al procurador de Justicia y rogarle que investigue. Tirso, el procurador, inventa una excusa para despedirse de Andrés y es llevado por Benito a la casa de la noventa. Tiempo después, Tirso vuelve. Anuncia que encontró a Carlos muerto en una cárcel clandestina, donde la gente recibe órdenes de Pellico, y que presenta su renuncia. Andrés y Benítez se escandalizan y ordenan la renuncia a Pellico. Catalina sale y pide a Juan y a Lucina que le ayuden a sacar el cuerpo de Carlos del auto de Tirso y llevarlo al cuarto. Cuando Andrés irrumpe en el cuarto, ella le anuncia que enterrarán a Carlos en Tonantzintla.

En el entierro, rodeados de flores naranjas, Catalina camina junto a Cordera. Luego Andrés brinda un discurso sobre el castigo que merecen quienes le quitaron la vida a Carlos. Cordera dice unas palabras sobre que quienes mataron a Carlos fueron los poderosos, los que poseen cárceles. Al final, Catalina arroja su ramo de flores a la tumba y se da vuelta para que no la vean llorar.

Tirso denuncia lo de la casa de la noventa, el gobernador echa a Pellico, y este, por su parte, va en busca de Andrés. Días después Pellico queda preso. Al mes, pocos hombres escapan de la cárcel, entre ellos Pellico. Su tarjeta de Navidad desde Los Ángeles sigue llegando por años a la casa de los Ascencio.

Capítulo 20

Catalina tiene miedo de volver a la Ciudad de México. Se queda en Puebla y a veces pasa días en una casita que compró frente al panteón de Tonantzintla, a donde va a llorar y gritar en soledad.

Lilia desconfía de su padre y pasa el tiempo con Catalina. Se enamora de Uriarte, un muchacho que la pasea en moto. Emilio Alatriste vuelve con su novia Georgina. Catalina y Lilia se los encuentran caminando felices, tomados de la mano.

Cuatro días después Emilio se presenta en casa de los Ascencio ofreciendo una serenata que ocupa toda la calle y con cantantes célebres. Lilia no sabe qué hacer. Andrés le ordena prender la luz en señal de agradecimiento. Catalina le aconseja lo contrario y ordena a Juan ir a avisarle a Uriarte lo de la serenata. A los quince minutos aparece el joven, con diez amigos, una guitarra y un rifle. Se arma un escándalo que culmina con Lilia separando a Emilio y a Uriarte, y abrazando a este último. Al instante Andrés ordena a Lilia entrar a la casa y la joven obedece, y llora frente a Catalina, diciendo que Andrés matará a Uriarte como mató a Carlos.

Durante unos meses Lilia recibe cartas de Uriarte y se niega a hablar con Emilio. Un día Uriarte aparece muerto en un barranco. Poco después Emilio se reúne con Andrés, y este luego ordena a Catalina que organice el casamiento entre el muchacho y Lilia.

Análisis

En estos capítulos se concentra el ápice de intensidad dramática de la novela. Fundamentalmente el capítulo 18, además del más extenso del libro, es el que reúne en sí mismo una gran cantidad de elementos sustanciales para la trama. No solo se da el momento de mayor plenitud en la relación amorosa entre Catalina y Carlos, sino también el brusco final de este y, con él, una de las pruebas más fatales del poder despótico de Andrés Ascencio.

La poderosa tiranía que se hace carne en Andrés se expone en estos capítulos como no lo había hecho antes. En principio, Catalina oye en boca de su masajista una alerta que antes no tenía en cuenta: su marido pareciera no encontrar ningún límite para su voluntad de asesinar a quien se le oponga, y aparentemente no sólo actúa de ese modo para los negocios y la política, sino también en relación a sus afectos y a sus aventuras amorosas. A este dato se suma, luego, el fuerte relato que ofrece Medina (líder de la CTM en Puebla) acerca del comportamiento de Andrés frente a las huelgas en las fábricas:

La Guadalupe había estado en huelga un mes. Los trabajadores querían aumento de salario y plazas para los eventuales. (…) Un mes estuvieron con sus banderas puestas. Hasta que llegó el gobernador.

-Échame a andar las máquinas -le dijo a uno que se negó-. Entonces camínale -ordenó. Sacó la pistola y le dio un tiro-. Tú échame las máquinas a caminar -le pidió a otro que también se negó-. Camínale -dijo y volvió a disparar-. ¿Van a seguir de necios? -les preguntó a los cien obreros que lo miraban en silencio-. A ver tú -le dijo a un muchacho-, ¿quieren morirse todos? No va a faltar quien los reemplace mañana mismo.

El muchacho echó a andar su máquina y con él los demás fueron acercándose a las suyas hasta que la fábrica volvió a rugir turno tras turno sin un centavo de aumento.

(pp. 220-221)

Hasta el momento, a Catalina habían llegado rumores de que Andrés mandaba a matar personas por negocios. El relato de Medina la impresiona de golpe porque sitúa a Andrés como ejecutor mismo de esos crímenes, además de que le atribuye un nivel de sadismo y crueldad que hasta entonces Catalina no había siquiera supuesto en Andrés. “Lo mismo había hecho con la huelga de La Candelaria: veinte muertos” (pp. 220-221), se entera también Catalina por boca de Medina. La imagen de corrupción, crimen, despotismo y crueldad que se concentra en el relato de lo sucedido en las huelgas propone un incremento de la sensación de peligro en la novela: es ese hombre, capaz de hacer esas cosas, el marido al que Catalina le es infiel con Carlos.

En paralelo, y quizás incluso intensificado por la sensación de temor, se presenta la escena que concentra el clímax de la historia de amor entre la protagonista y el músico. El escenario elegido para ese momento de intimidad -el último que compartirá la pareja- tiene un fuerte contenido simbólico: Catalina y Carlos se entrelazan amorosamente sobre las flores de un panteón, de un cementerio; su amor tiene estrecha relación con la muerte, puesto que su relación los acerca cada vez más a ese riesgo. “-Estás toda pintada de flor de muerto” dice Carlos, y sigue: ”Debe ser bonito que así huela la tumba de uno y que la pongan toda de anaranjado en Todos Santos. Cuando muera te encargas de que me entierren aquí” (p. 223). Y, efectivamente, la siguiente vez que la pareja vuelva a ese escenario será con Carlos muerto, en su entierro. La frase de este, acerca de que le gustaría ser enterrado bajo esas flores cuando muera, funciona como un indicio de una situación que se presenta más rápido de lo que el hombre, quizás, imaginaba.

Ese es también el último momento de relativa paz en la novela, o al menos de aparente armonía en el universo íntimo, familiar, cercano a Catalina. Apenas los enamorados regresan a la casa, se da la escena de la discusión en la mesa que acercará a los personajes al trágico final. No es poco significativo un detalle que tiene lugar antes de esa discusión: Catalina intenta adornar la mesa con flores naranjas que recolectó en Tonantzintla, en un acto que puede leerse como símbolo de su deseo de esparcir su amor con Carlos en los otros momentos de su vida, voluntad que, sin embargo, es cancelada pronto por Andrés, que ordena quitar esas flores por ser de mal gusto.

La discusión mantenida en la mesa se conduce en dos ejes que coinciden con los dos planos siempre presentes y entrelazados en la novela: el íntimo y el político. “¿No estás de acuerdo, Catalina? ¿Ya te convenció el artista de que ‘la izquierda unida jamás será vencida’? Son un desastre las mujeres, uno se pasa la vida educándolas, explicándoles, y apenas pasa un loro junto a ellas le creen todo” (p. 225), dice Andrés en un intento por humillar a su esposa, reconfirmar frente a los demás su superioridad frente a ella, y a la vez ridiculizar el discurso político sostenido por Vives, Cordera y Medina. “Con tal de estar en contra de su marido. Porque ésa es su nueva moda”, prosigue Andrés: “La hubieran conocido ustedes a los dieciséis años, entonces sí era una cosa linda, una esponja que lo escuchaba todo con atención, era incapaz de juzgar mal a su marido y de no estar en su cama a las tres de la mañana.” (p. 226). Las palabras de Ascencio reconfirman su idiosincrasia machista y misógina, según la cual el estado “deseable” de una mujer es aquel en que se conserva como inocente, sumisa, sin opinión propia, a la espera de las órdenes de su marido. Al mismo tiempo, sus palabras funcionan como una suerte de advertencia, comunican a los presentes (sobre todo a Catalina y a Carlos) que él no ignora que su esposa se ausenta cada noche de la cama matrimonial. En esta escena, Andrés intenta recuperar una autoridad que considera burlada, subestimada por su esposa y el músico, una autoridad que no demorará en demostrar de la manera más cruenta.

El capítulo 19 exhibe los pormenores del entramado corrupto y criminal del poder. A partir de la narración de Catalina se desmantela la cadena de asociaciones criminales sobre las cuales se cimenta el terror con el cual el cuadro político de Andrés se mantiene en el poder. El jefe de policía y el gobernador mantienen una cárcel clandestina para presos políticos, en funcionamiento desde la gobernación de Andrés. El procurador de justicia, honesto profesional que ignoraba hasta el momento la existencia de ese centro clandestino, hace su denuncia, pero esto no es suficiente para que algo cambie y los culpables paguen las consecuencias. Tanto Andrés como Benítez actúan como sorprendidos e, indignados, exigen la renuncia a Pellico, a quien señalan como único responsable, pero sin embargo arreglan por detrás la pronta salida del jefe de policía de la cárcel.

Por otra parte, la situación que se da inmediatamente después, en el entierro del célebre músico, constituye una ironía, en tanto las palabras que Andrés Ascencio dedica públicamente al muerto procuran castigar a los culpables de tan lamentable pérdida. Catalina sabe que fue su marido quien ordenó secuestrar y asesinar a Vives, y sin embargo debe escuchar su discurso en el entierro, donde Andrés sentencia que "Carlos Vives murió víctima de los que no quieren que nuestra sociedad camine por los fructíferos senderos de la paz y la concordia" (p. 245) y que "No sabemos quiénes cortaron su vida, su hermosa vida que les pareció peligrosa, pero estamos seguros de que habrán de pagar su crimen" (p. 245). Una vez más, la novela encarna en el personaje de Andrés el carácter cínico, sádico e hipócrita propios del despotismo en el poder.

Catalina debe sufrir en silencio la pérdida de su amor. Durante un tiempo permanece en la languidez del dolor, un dolor que solo puede llorar a escondidas. Solo parece tener fuerzas para insistir en una misma línea: hacer lo posible para impedir que Lilia sea casada con Emilio por la fuerza, y para sola conveniencia de Andrés y el padre del muchacho. Es evidente que Catalina se ve reflejada en la joven Lilia, porque a su misma edad ella se casó con Andrés y condenó su vida para siempre. La protagonista no puede ya volver atrás su propia historia, pero sí puede intentar impedir que esta vuelva a repetirse, replicada en una joven a la que quiere como a una hija. Sin embargo, no lo logra: el joven Uriarte aparece muerto (como sucedió con Carlos y con tantos otros) y el casamiento entre Lilia y Emilio Alatriste se termina celebrando.