Arráncame la vida

Arráncame la vida Resumen y Análisis Capítulos 1-5

Resumen

Capítulo 1

Cuando se conocen, Catalina tiene quince años y Andrés, el general Ascencio, más de treinta. Al comienzo a ella le divierte, le gusta, y a su familia también. Andrés pasa tardes hablando con el padre de Catalina, a quien ella aprecia mucho, sobre su plan de ganar la gobernación de Puebla. En un momento Catalina acepta ir de vacaciones con Andrés para conocer el mar. Allí se deja tocar por Andrés y, algo pasmada, tiene sus primeras relaciones sexuales. Terminada la semana de vacaciones, Andrés deja a Catalina en la casa y desaparece por un mes. Hay rumores de que tiene muchas mujeres y hasta hijos. Los padres de Catalina no tienen el carácter ni la situación económica necesaria para negarse a la relación.

En un momento la muchacha acude a ver a una gitana para que le enseñe cómo “sentir” en una relación sexual.

Un día Andrés va a buscar a Catalina y su familia para que se casen, y así lo hacen. De testigos están los padres de Catalina y Rodolfo Campos, compadre de Andrés. Andrés le explica a Catalina, cuando esta debe firmar, que desde entonces es suya, y que vaya sabiendo que la vida con un militar no es fácil.

Capítulo 2

Ya casada, Catalina casi nunca está sola. Va con Andrés a todas partes, aunque las reuniones sean sólo de hombres. Se mueven en sus caballos, Pesadilla y Al Capone. Catalina toma clases de cocina, en donde ella es la única casada del curso. Un día encuentra a una de sus compañeras llorando porque cree que está embarazada a raíz de que un chico la besó. Catalina las lleva donde la gitana. La mujer, luego de explicar algo de sexualidad a las muchachas, lee en la mano de Catalina que esta tendrá muchos hombres y muchas penas.

Un día llegan soldados con una orden de arresto contra Andrés por homicidio, firmada por el gobernador. Catalina se desespera, pero Andrés la calma. Catalina se dedica a rezar por días. Los periódicos publican fotos de Andrés preso. En la clase de cocina, solo pocas muchachas le siguen hablando a Catalina, entre ellas Mónica, Pepa y Lucía.

Andrés es liberado pronto y declarado inocente.

Capítulo 3

Los cuatro años siguientes Catalina se los pasa en una extraña espera. Andrés es el jefe de operaciones militares en el estado de Puebla, y a veces se dirige a Catalina como si ella fuera una cosa y otras como si fuera el amor de su vida. Ella se da cuenta de que Andrés se convirtió en una suerte de peligro público y que junto con sus asociados y protegidos ganan mucho dinero. Uno de ellos, Heiss, es un gringo que pasó de pobre a rico por vía de negocios corruptos. Andrés no le cuenta nada a Catalina, aunque ella le pregunte.

Pepa se casa con un español feo que resulta un celoso violento. Catalina queda embarazada y piensa en lo terrible que será ser madre.

Capítulo 4

Catalina padece los nueve meses de embarazo: no puede montar a caballo, ni vestirse entallada, se siente atontada y adormecida. Andrés no tiene sexo con ella y, Catalina sabe, sí lo tiene con sus numerosas amantes. En una ocasión Catalina se reencuentra con Pablo, compañero del colegio. Él es muy cariñoso y tienen una breve aventura.

Catalina tiene diecisiete años cuando da a luz a Verania. Un mes después, Andrés le presenta a dos hijos de su primer matrimonio. Catalina no sabía que existían. Virginia es más grande que Catalina, Octavio tiene unos meses menos. Desde entonces viven con ellos. Octavio se acerca a Catalina amistosamente, Virginia no.

Andrés le cuenta a Catalina sobre la madre de esos niños. La conoció en 1914 en Ciudad de México, cuando fue acompañando al general Macías, quien fuera gobernador de Puebla tras la renuncia del gobernador constitucional, después de que Victoriano Huerta mató a Madero. Cuando Macías murió poco después, Andrés quedó solo en la ciudad y conoció a Eulalia, hija de un soldado que llegó con las tropas de Madero. Supuestamente, gracias a ella Andrés se hizo maderista, y con el padre de ella conversaban sobre Zapata, los revolucionarios y el traidor Huerta. Andrés se inclina por Álvaro Obregón y por Venustiano Carranza. Y mientras Eulalia se contentaba con ver pasar a Zapata y su padre se sostenía en la esperanza de que la Revolución volviera para sacarlos de la pobreza, Andrés quería ser rico y jefe. Un día Andrés vio a Rodolfo, su amigo de la infancia en Zacatlán, en una oficina del estado. Era sargento pero trabajaba como cobrador. Recobraron la amistad. Al poco tiempo, Eulalia murió de tifo.

Capítulo 5

Catalina cree la historia del pasado de Andrés hasta que, cuando este consigue la candidatura al gobierno de Puebla, la oposición hace llegar a la casa un documento que lo acusa de haber estado a las órdenes de Victoriano Huerta cuando desconoció el gobierno de Madero. De todos modos, le gusta que Andrés vaya a ser gobernador, así ella puede ocuparse de otras tareas que no sean la cocina. Los últimos cinco años los pasó aburrida: después de Verania nació Sergio, y cuando salió de su cuerpo se juró que sería la última vez.

Andrés, jefe de operaciones militares, odia al gobernador y se asocia a Heiss. Además va a Ciudad de México con frecuencia a visitar a Rodolfo, ahora subsecretario del general Aguirre, candidato a presidencia. Andrés va con él de gira por todo el país. Virginia desaparece y a los días Andrés la supone muerta. Cuando se vuelve candidato, Andrés decide ser un “buen padre” y le presenta a Catalina cuatro hijos más: Marta, de quince años; Marcela, de trece; Lilia y Adriana, de doce.

Un día llegan a la casa doscientos obreros de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) para manifestar su apoyo. También llegan campesinos, mariachis, españoles textiles, Heiss. Catalina se ocupa de los banquetes, de dirigir a cuarenta sirvientes y administrar dinero para recibir a diario entre cincuenta y trescientas personas.

La legislatura ese año permite el voto femenino, y Andrés habla en cada discurso sobre la importancia de las mujeres en la revolución, de la igualdad en las relaciones conyugales. Desde ese día Catalina no le cree nada de lo que pronuncia en los discursos.

Catalina, Andrés, niños y sirvientas recorren el estado, de pueblo en pueblo, oyendo a los campesinos. Octavio se comporta con Marcela como su novio. En Zacatlán, patria del pasado de Andrés, se organizan grandes festejos. Andrés allí le compra a su madre, Herminia, una gran casa.

Andrés es el primer candidato en recorrer cada pueblo del estado, como Aguirre había recorrido todo el país. Una vez intenta copiar de Aguirre la acción de oír a los campesinos durante horas, pero sólo lo tolera un día.

Se celebran finalmente las elecciones, y Andrés se convierte en gobernador. Al principio Catalina se divierte. En una ocasión lo acompaña a inaugurar un manicomio de mujeres. Andrés baila con una de las internadas, y luego presenta a Catalina como la presidenta de la Beneficencia Pública. Ella luego le ruega que le quite esa titularidad pero él se niega. Catalina visita los lugares a su cargo, hospicios, hospitales, internados, y al ver las condiciones inhóspitas pide a Andrés que las mejoren, pero este no quiere invertir en eso.

Catalina organiza con las niñas bailes y fiestas para juntar dinero de rifas para la Beneficencia. Va a entregar camas nuevas al manicomio y habla con dos internadas, la que bailó con Andrés y otra que le cuenta que su hermano la encerró para robarle su herencia. Catalina sale del establecimiento con ambas, dejándolas en libertad. Luego, las lleva a una fiesta y las contacta con hombres que pueden darles trabajo y con un miembro del Departamento de Justicia. Días después recibe una carta de agradecimiento y un bello regalo de parte de “la desheredada”.

Una vez un señor visita a Catalina para contarle preocupado que el gobierno está por vender los archivos de la ciudad a una fábrica de cartón. Ella trata el tema con Andrés, pero este no cede, diciendo que no se necesita tanto recuerdo, sino futuro. Le dice también que el dinero se lo dará a ella para la sociedad de Beneficencia, pero luego Catalina ve cómo el sobre termina como donación a la Asociación de Charros. Catalina también se entera que Andrés compra propiedades por la mitad de lo que valen, amenazando de muerte a los dueños que se resistan.

Análisis

La trama de Arráncame la vida tiene lugar en México y se centra en las décadas de 1930 y 1940. La narradora y protagonista, Catalina, relata en tiempo pasado lo sucedido durante un amplio período de su vida que se inicia cuando a sus quince años conoce al general Ascencio, con el cual se casa muy poco después. En tanto Andrés Ascencio se convertirá en esta ficción en un personaje importante en la historia política mexicana, la novela narrada por su esposa intercala el plano íntimo con el político. La primera línea de la narración deja ya constancia de la intersección entre dichos planos: “Ese año pasaron muchas cosas en este país. Entre otras, Andrés y yo nos casamos.” (p. 13). A partir de entonces, el relato presentará el entramado histórico-social posrevolucionario en México, desde la percepción de una mujer casada desde muy joven con un hombre de injerencia en la esfera político-militar: cuando se celebra el matrimonio, Andrés es jefe de operaciones en Puebla, luego gobernador de esa ciudad y, con el sucederse de los capítulos, acabará siendo jefe de asesores del presidente de la nación.

La coexistencia del plano político y el plano íntimo no se presentan, a lo largo de la novela, como asuntos excluyentes. Por un lado, personajes que representan a relevantes figuras políticas tienen implicancia en la vida privada de la protagonista desde el principio de su matrimonio. Es el caso, por ejemplo, de Rodolfo Campos, compadre de Andrés, que oficia como testigo en la ceremonia de casamiento, y que más tarde se convertirá en el presidente de la nación. Por otro lado, la crítica que la novela hace al carácter autoritario, despótico y violento del poder político mexicano durante esos años puede verse representado fundamentalmente en el retrato que la protagonista realiza del personaje de Andrés. El modo machista y autoritario con que el hombre se dirige a Catalina aparece desde el primer capítulo.

Un día pasó en la mañana.

-¿Están tus papás?- preguntó.

Sí estaban, era domingo. ¿Dónde podrían estar sino metidos en la casa como todos los domingos?

-Diles que vengo por ustedes para que nos vayamos a casar.

-¿Quiénes?- pregunté.

-Yo y tú -dijo-. Pero hay que llevar a los demás.

-Ni siquiera me has preguntado si me quiero casar contigo -dije-. ¿Quién te crees?

-¿Cómo que quién me creo? Pues me creo yo, Andrés Ascencio. No proteste y súbase al coche.

(p. 21)

La conducta abusiva de Andrés se manifiesta en el plano íntimo tal como luego lo hará en el público y en el político. A sus treinta años toma por esposa a una adolescente de familia de bajo estrato social, incapaz de negarse a esa unión. Catalina se convierte en esposa de Ascencio casi sin darse cuenta, sin que se le consulte su voluntad y sin contar, siquiera, con firma propia:

Yo no tenía firma, nunca había tenido que firmar, por eso nada más puse mi nombre con la letra de piquitos que me enseñaron las monjas: Catalina Guzmán.

-De Ascencio, póngale ahí, señora -dijo Andrés que leía tras mi espalda.

Después él hizo un garabato breve que con el tiempo me acostumbré a reconocer y hasta hubiera podido imitar.

-¿Tú pusiste de Guzmán? -pregunté.

-No m’hija, porque así no es la cosa. Yo te protejo a ti, no tú a mí. Tú pasas a ser de mi familia, pasas a ser mía -dijo.

-¿Tuya?

(p. 21)

El matrimonio como una institución opresiva se manifiesta desde el inicio mismo de la unión, y así se mantendrá, para Catalina, hasta la muerte de Ascencio al final de la novela. La vida de casada se presenta para la protagonista como si se hubiese convertido en un soldado al servicio de su superior: “Andrés se levantaba con la luz, dando órdenes como si fuera yo su regimiento” (p. 28). Muy distante de una relación entre iguales, el contrato matrimonial parece haber dado el permiso a Andrés para tratar a su esposa como a un ser inferior o un objeto de su pertenencia: “-Órale güevoncita. ¿Qué haces ahí pensando como si pensaras?” (p. 28). Esta desigualdad abismal al interior del vínculo se trasluce perfectamente en las expresiones que utiliza la narradora para referirse al modo en que vive su matrimonio: “Oía sus instrucciones como las de un dios” (p. 28), dice en relación a su marido.

La novela de Mastretta denuncia los abusos de poder que se dan tanto en el plano político como en el plano social en lo que respecta a cuestiones de género. Desde el primer capítulo la narradora pone en escena las desigualdades que rigen a los roles de género en una sociedad machista y misógina, en la cual los varones se encuentran en una posición jerárquica superior a la de las mujeres. El que los hechos estén narrados desde la primera persona de un personaje femenino permite al relato detenerse en esa clase de injusticia desde la mirada de la oprimida. Así, la narración pone el foco, por ejemplo, en aquellas cuestiones sistematizadas que producen y mantienen a las mujeres en la ignorancia y reserva la esfera del saber y el poder a los varones. Catalina da cuenta de su falta de educación escolar: “Ya no iba a la escuela, casi ninguna mujer iba a la escuela después de la primaria, pero yo fui unos años más porque las monjas salesianas me dieron una beca en su colegio clandestino. Estaba prohibido que me enseñaran, así que ni título ni nada tuve” (p. 17). La protagonista ingresa al matrimonio como una niña a la cual le han privado la educación que la hubiera vuelto capaz de elegir por sí misma su futuro. En cambio, el destino predestinado para una mujer en esa sociedad se presenta limitado e inevitable: “mi madre puso su empeño en que fuera una excelente ama de casa” (p. 17), sentencia quien no sabía siquiera firmar al momento de casarse. Y en la medida en que aparezcan otros personajes femeninos en la novela se pondrá en evidencia la condena a la ignorancia y el acondicionamiento social como una constante del rol de la mujer en la sociedad. Catalina ve a "Mónica llorando porque Pepa le había asegurado que si alguien le daba un beso de lengua le hacía un hijo” (p. 30), imagen que condensa la falta de educación sexual y el modo en que esta perjudica la libertad y vida personal de, en especial, las mujeres. Porque así como las muchachas son privadas de la información necesaria para saber qué produce y qué no un embarazo, la maternidad se presenta como un destino aparentemente inevitable para una mujer, sin importar su deseo. En el personaje de Catalina, el propio embarazo se presenta como algo tortuoso y pesadillesco, sobre todo para una muchacha de diecisiete años: “Después de Verania nació Sergio. Cuando empezó a llorar y sentí que me deshacía de la piedra que cargaba en la barriga, juré que ésa sería la última vez” (p. 62). Sin embargo, a pesar de que Catalina decide no volver a dar a luz, la maternidad le sigue siendo impuesta: Andrés se presenta a la casa con cinco niños más, algunos de la edad de Catalina, a quien le entrega a su vez su crianza.

Otra particularidad que permite el hecho de que la novela esté narrada desde el punto de vista de Catalina es que puede poner en evidencia el contraste entre lo que el político muestra o dice públicamente y el modo en que se comporta en privado. En la casa, Andrés no trata a Catalina más que "como un juguete con el que platicaba de tonterías, al que se cogía tres veces a la semana y hacía feliz con rascarle la espalda y llevar al zócalo los domingos" (p. 40), y cuando ella empieza a preguntarle por sus negocios y su trabajo él "contestaba siempre que no vivía conmigo para hablar de negocios, que si necesitaba dinero que se lo pidiera.” (p. 40). Esto contrasta abismalmente con, por ejemplo, el discurso que Andrés da en medio de su gira de candidatura a raíz de la institucionalización del voto femenino, donde proclama acerca de la importancia “de la participación femenina en las luchas políticas” y de “la igualdad dentro de las relaciones conyugales” (p. 63). El discurso de Ascencio acerca de la igualdad de género y los derechos de la mujer resulta irónico si se tiene en cuenta el machismo y la desigualdad jerárquica que Andrés instala y sostiene en su propio matrimonio. Catalina, testigo de sus palabras, declara este momento como decisivo: “De ahí para adelante no le creí un sólo discurso” (p. 63).

La disonancia entre lo que Andrés dice o muestra y lo que realmente hace se manifiesta en muchos otros momentos de la novela, uno de ellos es el relato que él hace a Catalina sobre su pasado político. En el capítulo cuarto se da la narración de los comienzos de Andrés en su carrera, tal como él le cuenta a su esposa. En ese relato se integran personajes históricos, reales, de la época de la Revolución Mexicana (1910-1919) y el período inmediatamente posterior, como Francisco Ignacio Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Victoriano Huerta, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y otros. Catalina, de diecisiete años en 1930, no tiene recuerdos de aquella época -ni tampoco demasiada educación, puesto que se le ha privado de una completa escolarización por su condición de mujer- y cree la versión de los hechos que su marido le presenta. Sin embargo, no demora en informarse y, gracias a lo reportado en un diario opositor a su marido, se entera de que la participación de Andrés en la Revolución es distinta a lo que él planteaba: en verdad, él estuvo implicado en movimientos contrarrevolucionarios, y sólo después logró acomodarse entre los herederos de la Revolución para llegar al poder.