Del amor y otros demonios

Del amor y otros demonios Resumen y Análisis Capítulo 4

Resumen

Un lunes del mes de marzo tiene lugar el eclipse anticipado por Sagunta. Cayetano y el obispo lo observan juntos. Cuando empieza a oscurecer, los animales se ponen revoltosos y el obispo asegura que es debido a la fuerza de Dios. El hombre utiliza un pedazo de cristal para proteger su vista, mientras que el bibliotecario mira directamente el eclipse y se lastima los ojos, que le quedan "fosforescentes" (118). Mientras tanto, conversan sobre la posibilidad de que la gente relacione el eclipse con la posesión de Sierva María. Sin embargo, Delaura cree que no está poseída, sino que simplemente siente miedo, y que sus comportamientos disruptivos son en realidad propios de las culturas africanas o afrodescendientes. Pero, a pesar de sus dudas, le garantiza al obispo que obedecerá todas sus órdenes.

Luego Cayetano va a visitar a Sierva María. Ella le cuenta que ha visto el eclipse desde la terraza del convento junto a Martina Laborde. Él usa un parche sobre el ojo lastimado y la protagonista se sorprende porque ella ha mirado el eclipse directamente y no se ha lastimado. Delaura siente que algo ha cambiado en ella, que está triste. Tras decirle que sabe que va a morir y que tiene miedo, la niña se larga a llorar en la cama. Él intenta consolarla y es recién entonces cuando ella se entera de que él es su exorcista; antes creía que era su médico. Entonces Cayetano le dice que la quiere mucho y ella no responde nada. Al salir de la celda, el hombre se cruza con Martina y juntos se dan cuenta de que Sierva María no le ha dicho la verdad a Cayetano. En esta época, Josefa Miranda escribe una carta en la que denuncia a Cayetano por faltarle el respeto y entrar al convento con comidas para la niña, lo cual está prohibido. Él, por su parte, cree que es la abadesa quien está poseída por los demonios; la mujer le parece detestable.

A fines de abril, llega a Cartagena el nuevo Virrey de Nueva Granada, Don Rodrigo del Buen Lozano. Su esposa, la Virreina, es pariente de la abadesa y pide ser alojada en el convento, por lo que hacen obras de refacción en el edificio y se olvidan de Sierva María por un tiempo. El virrey es simpático y relajado, permite festejos prohibidos por el obispo y se muestra alegre en la ciudad. La Virreina tiene veintidós años menos que él, es casi una adolescente, y cuando se entera de que Sierva María está poseída, siente muchísima intriga por ella. La visita, y con solo verla decide ayudarla a salir de ahí. La abadesa ofrece una cena en su comedor privado y la Virreina pide que inviten a la chica. Para asistir, la visten y peinan especialmente, y, por consejo de Martina Laborde, nadie toca sus collares. Hasta la abadesa se sorprende por lo bien que se comporta durante la reunión y lo bella que se ve.

Mientras tanto, Delaura se la pasa encerrado en la biblioteca escribiendo versos para canalizar su pasión. Intenta purificarse para poder ejecutar los exorcismos como corresponde, pero sufre delirios e insomnio. En eso, recuerda el episodio de su llegada al seminario en Salamanca. Apenas arriba, debe pasar por una prueba y lo hace con tanto talento que todos quedan admirados. Entonces lo recibe el padre rector, quien lo felicita, pero también le quita un libro porque se trata de un texto prohibido por la iglesia. Por ese motivo nunca puede terminar de leerlo. Como su ejemplar no tiene carátulas, tampoco sabe el nombre. En la biblioteca del obispado, veintiséis años más tarde, se da cuenta de que, a pesar de tener acceso a los libros prohibidos, nunca ha terminado aquella obra.

Una de esas tardes, el Virrey llega de imprevisto al palacio para reunirse con el obispo y con él. Motivado por su esposa y la abadesa, quiere tratar de sacar a Sierva María del convento. No lo logra, pero deciden que la chica puede salir de la celda. Al día siguiente, el obispo le ordena a Delaura que visite al marqués. Antes de hacerlo, pasa por el convento y encuentra a la protagonista vestida como una reina, llena de joyas y con la cabellera suelta por el piso, posando para un pintor del Virrey. Cayetano la mira desde un escondite sin que nadie lo vea a él, y se siente extasiado por la belleza de la niña. Cuando terminan el retrato, acompaña a Sierva María a su celda, que ahora está limpia y mejorada por pedido de los Virreyes. De pronto, ella le cuenta que ha conocido la nieve en sueños, y le relata el mismo sueño que ha tenido él justo antes de conocerla: se ve a sí misma comiendo uvas frente a una ventana. El sacerdote se espanta al oírlo.

En esa época, Bernarda se entera de que la niña ha sido enviada al convento. Su máxima preocupación es que todo el mundo se entere de los males de Sierva María; se siente humillada por la condición de su hija. Angustiada, se encierra en su cuarto por dos semanas, excediéndose con la melaza y el cacao. Luego se va de la casa para siempre. Entonces el marqués vuelve a sentir terror de que los esclavos lo maten mientras duerme, y les prohibe la entrada a la casa en todo momento. Cayetano lo visita, como ha ordenado el obispo, y le cuenta que está a cargo de la niña. Le confiesa que no cree que esté poseída. Por su parte, el marqués le cuenta que es difícil llegar a conocerla, porque su mayor vicio es mentir. Luego, le entrega al sacerdote algunas cosas del cuarto de Sierva María y le recomienda que converse con Abrenuncio. Con desconfianza, Cayetano se dirige a la casa del médico judío. Una vez adentro, se maravilla con la enorme cantidad de libros que hay allí. Entre ellos encuentra una copia del Amadís de Gaula, que resulta ser aquel libro prohibido que nunca ha podido terminar de leer. Conversan mucho sobre la rabia y la posesión humana desde perspectivas médicas y religosas. Abrenuncio se da cuenta de que el sacerdote está enamorado de la chica. Le asegura que el único riesgo que corre la niña es morir por la crueldad de los exorcismos. A Delaura, este planteo le parece exagerado y se retira.

Se dirige al convento y debe recurrir a una mentira para entrar, porque ya es de noche. Sierva María se despierta, asustada. Él le dice que el padre quiere verla y ella se enfurece. Delaura quiere soltarle las correas y ella le pide que no la toque. Sin embargo, él no le hace caso. La niña lo escupe y trata de defenderse, pero esto hace que él se sienta cada vez más excitado. Entonces, la cabellera de Sierva María cobra la forma de serpientes, como Medusa. El sacerdote se siente aterrado y huye. Martina Laborde logra calmar y reconfortar a la niña. Cuando llega al palacio, Delaura se encierra en la biblioteca, totalmente tomado por la imagen fantástica de la niña. Decide rezar, pero no logra calmarse. Por eso, usa una disciplina de hierro y se flagela con tanta fuerza que termina tirado en un charco de su propia sangre y lágrimas. Así lo encuentra el obispo, a quien le dice que la niña, en efecto, es el más terrible de todos los demonios.

Análisis

Este capítulo permite poner en crisis las perspectivas y explicaciones de la realidad propuestas por la iglesia católica en varios sentidos. Por ejemplo, en la primera escena, el obispo asegura que el eclipse es obra de Dios, y que hasta los animales logran sentir su grandeza, pero Cayetano argumenta que se trata de un proceso natural, calculado mucho tiempo antes -antes incluso de que existiera el cristianismo- por los astrónomos asirios. Este fenómeno astronómico, pues, pone en duda la autoridad de la iglesia. De hecho, de acuerdo con Arnold Penuel, el eclipse simboliza la permanencia inestable de valores medievales en la América colonial (1997: 46), encarnados por el propio obispo. Delaura, por su parte, a pesar ser un sacerdote jerárquico y muy bien valorado, tiene una perspectiva más moderna y crítica. De esta manera, se ponen en tensión esas dos fuerzas, representadas por el contraste entre luz y oscuridad típico de los eclipses solares.

Cayetano Delaura parece comenzar a rebelarse contra los mandatos de la iglesia. Esto se puede ver también en el hecho de que visita a Abrenuncio de Sa Pereira Cao a pesar de que antes ha tenido una opinión extremadamente negativa del médico. Ver la enorme biblioteca de Abrenuncio, libre de censura y repleta de textos muy diversos, estimula los ánimos de transgresión del sacerdote. En la España de aquella época, tener algunos de esos ejemplares significaba directamente ir a prisión. Cayetano lo sabe pero no deja de mirar, tocar y hojear esos libros, "engolosinado" (146), fascinado. Curiosamente, allí encuentran el Amadís de Gaula, libro que Delaura no ha podido terminar de leer por estar prohibido. Como le han quitado su ejemplar al entrar al seminario, es posible interpretar que volver a entrar en contacto con esta obra es una forma de distanciarse de su formación católica, de su condición de sacerdote. No obstante, es importante señalar que, a pesar de estas inquietudes, rebeliones y revisiones críticas, Cayetano Delaura, en última instancia, siempre decide mantenerse obediente a la iglesia y sus autoridades. Tal como le promete al obispo: "«Debe entender que mantengo mis dudas, padre mío», dijo Delaura. «Pero obedezco con toda humildad»" (120).

En la misma línea, en varios diálogos de este capítulo, Cayetano Delaura problematiza la concepción negativa que los blancos cristianos tienen de las culturas negras y africanas. Por ejemplo, le dice al obispo: "creo que lo que nos parece demoníaco son las costumbres de los negros, que la niña ha aprendido por el abandono en que la tuvieron sus padres" (120). Además, cuando visita al marqués, este le explica que es muy difícil llegar a conocer a la niña porque tiene "el vicio de mentir por placer" (143), y el sacerdote cree que eso es típico de las personas negras. Sin embargo, el padre de la protagonista lo corrige: "Los negros nos mienten a nosotros, pero no entre ellos" (143). Estas mentiras, pues, no serían un "vicio" sino un mecanismo de defensa. En ambos casos se enfatiza la propia blanquitud de estos hombres y, al mismo tiempo, se reconoce la pertenencia cultural africana de Sierva María. La crítica Margaret Olsen analiza la presentación de la negritud como patología en esta novela: todos los elementos propios de los cuerpos y las culturas africanas son calificados por los blancos como enfermedad, locura o posesión demoníaca. Esto les permite a los blancos controlar y castigar a las personas negras. Sierva María, a pesar de ser físicamente blanca, sufre estas violencias porque se identifica con las culturas negras en las que ha sido criada.

En ese sentido, es interesante observar que la niña le miente a Cayetano y este cae en sus engaños; es Martina (una de las pocas personas blancas a las que la protagonista no les miente) quien le hace saber que la niña no le ha dicho la verdad. Es decir, que Sierva María se comporta como una persona negra delante de una persona blanca (Cayetano), marcando distancia entre ambos. Como se ha mencionado, él está enamorado de ella, pero ella no muestra señales de correspondencia. Por el contrario, en las visitas relatadas en este capítulo, ella se ve triste, llora, dice que tiene miedo y asegura que sabe que va a morir. La desigualdad entre ambos es obvia desde el inicio, ya que ella es una niña encerrada y él, un adulto poderoso. En esta sección, leemos que, además, él la espía sin ser visto mientras pintan su retrato, y que hasta este momento, ella creía que era su médico. En otras palabras, él actúa sin que ella tenga verdadero conocimiento de lo que ocurre.

El hecho de que Sierva María no corresponde -al menos hasta este momento- el amor ni a los acercamientos físicos de Cayetano Delaura queda sumamente evidenciado al final de este capítulo. Él quiere acariciarla y soltarle las correas, pero ella le dice que la deje y que no la toque. Sin embargo, él no le presta atención y, para defenderse, ella lo escupe, ante lo cual él sigue insistiendo, "embriagado por la vaharada de placer prohibido que le subió de las entrañas" (152). El enojo y la resistencia de la chica, en lugar de distanciarlo, lo estimulan. Cuando ella percibe que él no se detendrá, se produce un episodio mágico o fantástico: "La cabellera de Sierva María se encrespó con vida propia como las serpientes de la Medusa" (152). Sus cabellos la defienden, y la imagen horroriza tanto al sacerdote que debe huir, aterrado. Es fundamental recordar que, en la mitología griega, Medusa es un símbolo femenino que protege a las mujeres y a las diosas de la violación.