Del amor y otros demonios

Del amor y otros demonios Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

El capítulo comienza con una descripción del Convento de Santa Clara. Allí hay monjas españolas y criollas de las grandes familias del virreinato. Afuera, en el patio, viven los esclavos, por un lado, y los animales, por el otro. Al fondo del edificio, en el punto más alejado, se encuentra un pabellón que ha funcionado como cárcel de la Inquisición, y que ahora se usa para encerrar a las monjas rebeldes. Es el pabellón de las enterradas vivas, donde internan a Sierva María apenas llega al convento, noventa y tres días después de haber sido mordida por el perro y sin síntomas de rabia. Las monjas que la ven al llegar se sienten interesadas por ella porque es muy extraña; le hacen preguntas que la niña no responde, le tocan y miden la cabellera, sorprendidas por su extensión. Cuando intentan sacarle los collares, ella las ataca. Luego la encuentran unas esclavas negras que reconocen sus collares y conversan con ella en lengua yoruba. Entonces la llevan a la cocina; allí, Sierva María se siente en casa y se presenta como María Mandinga.

Josefa Miranda, la abadesa, es una mujer muy estricta y controladora: se ocupa de todo en el convento y no acepta delegar nada en sus ayudantes. Guarda mucho rencor por el obispo y los religiosos varones porque hay un conflicto que lleva muchas décadas entre las clarisas y el episcopado. Por esa rabia histórica, está dispuesta de antemano a recibir de mal modo a Sierva María; la considera como un castigo enviado por el obispo. Esa tarde, cuando la abadesa se despierta de la siesta, escucha el canto de una voz muy hermosa y se siente muy conmovida. Pero cuando se entera de que es la voz de la protagonista, la busca y blande un crucifijo en su rostro. Cree que esa bella voz solo puede ser producto del diablo. Entonces la llevan a la fuerza hasta la última celda del pabellón de las enterradas vivas. La encierran en aislamiento y la dejan al cuidado de una monja guardiana "instruida para ganar la guerra milenaria contra el demonio" (91).

Desde ese momento, cada vez que ocurre algo problemático en el convento, le echan la culpa a Sierva María. De todos modos, las monjas sienten gran fascinación por esta niña endemoniada. Para entretenerse, ella finge hacer voces de demonios y engaña a las clarisas, que creen que realmente está poseída. Una noche, unas monjas le roban sus collares sagrados, pero al huir una se cae y se rompe el cráneo; las demás, asustadísimas, devuelven los collares.

Mientras tanto, el marqués visita a Abrenuncio y este se muestra muy en desacuerdo con la internación en el convento. Le asegura que la niña será exorcizada sin motivo, y que la iglesia disfruta violentando el cuerpo de inocentes y asegurando que están poseídos. El médico opina que Cayetano Delaura es un verdugo y afirma "Creo que matarla hubiera sido más cristiano que enterrarla viva" (96). Después de esta conversación, el marqués intenta sacar a Sierva María del convento. Le envía una carta al obispo; este la recibe, pero no le presta atención. Por el contrario, se reúne con Cayetano Delaura, sacerdote bibliotecario que le lee en voz alta de manera teatral para entretenerlo. Ambos tienen una estrecha relación personal. Delaura vive en el mismo palacio que el obispo, un viejo edificio en ruinas. Allí también tienen sus oficinas algunos funcionarios de la diócesis, y las monjas que hacen el servicio doméstico.

Durante la lectura de esa tarde, Cayetano está distraído y se confunde. Esto le llama la atención al obispo, y el sacerdote le cuenta que está pensando en la niña, a pesar de que aún no la conoce. Ha soñado con ella sin haberla visto jamás. En el sueño, Sierva María está sentada ante una ventana por donde se ve un campo nevado. La niña come uvas de un racimo mágico; cada uva que arranca vuelve a crecer. Cuando termine de comer todo el racimo, morirá. Cayetano identifica exactamente esa ventana: es la del monasterio de Salamanca donde ha estudiado. El obispo cree que este sueño guarda un enigma importante y le pide a Delaura que se haga cargo del caso de la niña. El bibliotecario no quiere hacerlo porque no es exorcista y no se siente preparado, pero el obispo insiste y lo convence, ya que cree que este caso puede ayudarlo a conseguir un puesto en la Biblioteca del Vaticano, que es el sueño de toda la vida de Delaura.

Al día siguiente, Cayetano va al convento de Santa Clara. Lo recibe Josefa Miranda y mantienen una breve conversación muy poco cordial. Sus ideas sobre Dios y la religión son muy diferentes. El sacerdote desafía la inteligencia y la autoridad de la abadesa. Luego, se dirigen a la celda de Sierva María. Antes de llegar, pasan por la de Martina Laborde, una monja acusada de haber asesinado a dos compañeras y condenada a cadena perpetua, que ha intentado fugarse del convento varias veces. Cuando entran en la celda de la protagonista, se siente un fuerte olor a podrido. Está muy sucia y desordenada. La niña está atada de pies y manos a una cama de piedra sin colchón; parece muerta. Delaura la ve e identica a la figura de su sueño. Cuando la abadesa se retira, la revisa como si fuera un médico: tiene moretones, rasguños y la piel en carne viva por las correas con que la atan. La herida de su tobillo está infectada y muy enrojecida. Mientras la revisa, le explica que puede estar endemoniada, pero ella no le presta nada de atención. Luego, él limpia su herida y se sorprende por la resistencia de la niña ante el dolor.

Tras esa primera visita, Delaura vuelve a la biblioteca. Como tiene acceso a los libros prohibidos, los estudia obsesivamente; quiere aprender los mejores métodos para exorcisar a Sierva María. Cinco días más tarde vuelve a Santa Clara. Una vez más, en el piso de la celda hay comida podrida y excrementos; casi no se puede respirar. El sacerdote intenta acercarse a la niña, pero ella lo ignora. Él le suelta las correas, creyendo que así ganará su simpatía. Sin embargo, ella estira un poco su cuerpo y luego lo ataca, mordiéndole la mano. Para poder huir, el hombre necesita la ayuda de la monja guardiana. Antes de irse, de todos modos, logra colgar en el cuello de la niña un rosario, que se superpone a sus collares yoruba.

Por su parte, Martina Laborde comienza a entablar una buena relación con Sierva Maria. La niña no la ataca en ningún momento, sino que se siente cómoda con ella. Es una de las pocas personas blancas a las que les dice la verdad. Martina le enseña a bordar, le suelta las amarras y la niña se porta bien. El domingo siguiente, Cayetano vuelve a visitarla con unos dulces. Ella sigue con el rosario al cuello y empieza a tener una actitud más dócil ante él, que sale del convento entusiasmado. Por la noche reza pensando en Sierva María y se siente ansioso. Mientras ora repite sonetos de Garcilaso de la Vega. En medio de la noche, entre sueños, se despierta y ve la imagen de la niña "con la bata de reclusa y la cabellera a fuego vivo" (115). Ella pone unas gardenias en el florero, él cierra los ojos y, cuando los vuelve a abrir, la imagen se ha desvanecido. Parece ser un sueño, pero, curiosamente, un aroma de gardenias inunda la biblioteca.

Análisis

Este capítulo, ubicado en el centro de la novela, recupera las líneas presentadas anteriormente e introduce una nueva etapa de la vida de Sierva María: su reclusión en el Convento de Santa Clara. En primer lugar, es fundamental señalar los diferentes tipos de relaciones que la chica entabla con sus habitantes. Las monjas, todas mujeres blancas -nacidas en Europa o en América-, le temen o sienten una fascinación por ella, es decir, la ven como alguien exótico, extraño, y, por momentos, incluso, como un objeto. Por eso la tocan sin su permiso y le faltan el respeto. Además, ella las engaña sistemáticamente y pretende estar realmente poseída por el demonio, lo cual aporta humor al relato. La niña se ríe de la interpretación cristiana de su padecimiento, pues la idea de la posesión se presenta como ridícula. Esta actitud coincide con una de sus características: en general, Sierva María no les dice la verdad a las personas blancas (Martina Laborde es una extraña excepción). Por el contrario, el día de su llegada al convento, cuando las esclavas la llevan a la cocina, ella se siente cómoda, y conversa y canta libremente. Como afirma la novela, en la cocina "Recuperó su mundo al instante" (86). No podemos perder de vista que la protagonista se identifica con las culturas africanas y las personas negras de su ciudad.

Otra cuestión clave de este capítulo es la problemática relación entre el género y el poder religioso. Esto se ve con nitidez en el histórico conflicto entre los sacerdotes y las religiosas mujeres de la ciudad. La abadesa encarna mucho rencor por esa disputa de poder, que en el pasado ha sido una verdadera guerra. Y es por ese motivo que detesta y rechaza a la protagonista desde el inicio, sin conocerla aún. Esto la predispone a aceptar sin cuestionamientos que está poseída y permitir que se la maltrate sin cesar. La desigualdad de género al interior de la iglesia católica también puede observarse en el diálogo que Josefa Miranda entabla con Cayetano Delaura cuando este visita el convento por primera vez. La abadesa lo recibe como "el hombre de guerra del obispo" (105), y él la desautoriza intelectualmente durante toda la conversación. La ridiculiza y le explica con condescendencia cuestiones teológicas básicas. La abadesa se avergüenza y el narrador explica que "No solo las clarisas, sino todas las mujeres de su tiempo tenían vedada cualquier clase de formación académica" (108).

Por otra parte, aquí se vuelve central la dimensión onírica de esta novela gracias al relato de dos sueños de Cayetano Delaura. La crítica se refiere al primero de ellos como "el sueño de la ventana infinita" (Kerr 1996: 777), y es crucial, pues vuelve a aparecer más adelante en la narración. En esta primera mención tiene dos funciones principales. Por un lado, se destacan sus elementos mágicos: la niña come uvas que vuelven a crecer apenas las arranca del racimo. Además, Delaura ve la figura de la protagonista tal cual es sin haberla conocido antes. El obispo le pregunta cómo sabe que se trata de ella, y él responde que "Era una marquesita criolla de doce años, con una cabellera que le arrastraba como la capa de una reina" (99). Notamos, así, que la cabellera de Sierva María vuelve a ser señalada como uno de sus rasgos diferenciales. Por otro lado, el sueño sirve como anuncio o indicio de la muerte de la protagonista, quien, como se ha mencionado, es una especie de muerta-viva, condenada al rechazo, el sufrimiento, la enfermedad, el aislamiento y finalmente, la muerte propiamente dicha.

El episodio nocturno de las gardenias en la biblioteca también establece confusiones entre la realidad y lo onírico, lo mágico y lo fantástico, ya que no queda del todo claro si se trata de un sueño o no. La novela narra: "Sierva María sonrió sin mirarlo. Él cerró los ojos para estar seguro de que no era un engaño de las sombras. La visión se había desvanecido cuando los abrió, pero la biblioteca estaba saturada por el rastro de sus gardenias" (115). Esta cita nos permite identificar la importancia de las sensaciones y los sentimientos de Cayetano Delaura, que comienza a sentirse fuertemente atraído por la protagonista. De hecho, la escena que incluye el episodio de las gardenias comienza con el bibliotecario rezando y recitando versos de amor de Garcilaso de la Vega mientras piensa en Sierva María.

En esa línea, es muy importante notar que esta atracción no es correspondida por la niña. Por el contrario, durante las primeras visitas que él realiza a su celda, ella lo ignora, le dice mentiras y lo ataca. Es significativo que el comportamiento de la niña comience a ser más dócil justo después de que él le cuelgue al cuello un rosario. Este rosario se superpone a los collares yoruba y parece simbolizar el poder de la iglesia católica: desde que Sierva María lo tiene puesto, pierde poder para resistirse a los acercamientos de Cayetano Delaura, aunque en ningún momento se explicita con claridad que ella se sienta atraída por él. Esto se hará más complejo en los siguientes capítulos. Es preciso resaltar aquí que él es un hombre adulto con una posición de poder dentro de la iglesia, y ella es una niña de 12 años marginalizada y encerrada en un convento. Desde una perspectiva contemporánea, resulta inaceptable considerar que entre ambos pueda haber una historia de amor.