Del amor y otros demonios

Del amor y otros demonios Imágenes

La cabellera de Sierva María

A lo largo de toda la obra, es posible encontrar numerosas y poderosas imágenes visuales para describir los cabellos de la protagonista. En el prólogo, por ejemplo, se la presenta por primera vez como "una cabellera viva de un color cobre intenso" (13) que, por medir más de veintidós metros, se derrama por fuera de su tumba. Más adelante se nos cuenta que Sierva María se destaca por tener la piel blanca, los ojos azules y "el cobre puro de la cabellera radiante" (21). Además de las repetidas menciones de su color y su brillo, en ocasiones vuelve a enfatizarse su extensión, como cuando llega al convento por primera vez: "La trenza mal prendida se desenrolló casi hasta el piso" (82).

Las imágenes relativas a la cabellera también se destacan en el episodio fantástico en que cobran la forma de Medusa: "La cabellera de Sierva María se encrespó con vida propia como las serpientes de la Medusa" (152). Hacia el final de la novela, encontramos otra cadena de imágenes en torno a los cabellos de la chica, que esta vez encadenan lo visual con lo olfativo y lo auditivo. Cuando la preparan para los exorcismos le cortan el pelo y lo arrojan al fuego. Entonces "Sierva María vio la deflagración dorada y oyó la crepitación de la leña virgen y sintió el tufo acre de cuerno quemado" (167).

La casa del marqués

La casa en ruinas del marqués simboliza la decadencia del poder colonial en América. Para expresar esto, la novela se vale de una descripción del espacio que integra imágenes visuales (con énfasis en la oscuridad), auditivas (enfocadas en los sonidos del viento a través de sus grietas) y táctiles (concentradas en la falta de frescura):

La casa había sido el orgullo de la ciudad hasta principios de siglo. Ahora estaba arruinada y lóbrega, y parecía en estado de mudanza por los grandes espacios vacíos y las muchas cosas fuera de lugar. En los salones se consevaban todavía los pisos de mármoles ajedrezados y algunas lámparas de lágrimas con colgajos de telarañas. Los aposentos que se mantenían vivos eran frescos en cualquier tiempo por el espesor de los muros de calicanto y los muchos años de encierro, y más aún por las brisas de diciembre que se filtraban silbando por las rendijas. Todo estaba saturado por el relente opresivo de la desidia y las tinieblas (19-20).

El eclipse

El eclipse que tiene lugar al inicio del Capítulo 4 es presentado a través de bellas imágenes visuales que juegan con los contrastes entre la luz y la sombra. Como se trata de un eclipse solar, se produce en el medio del día, ya que la luna cubre el sol. Por eso, toda la ciudad se va quedando en penumbras poco después de las dos de la tarde. Cayetano ve "el sol como una luna menguante" (118), y, como lo mira directamente, se lastima la visión. Unos minutos más tarde, el sol "parecía un disco negro, perfecto, y por un instante fue la media noche a pleno día" (118-119). Debido a su herida, "Cuando Delaura dejó de mirar, la medalla de fuego persistía en su retina" (119).

La celda de Sierva María

Desde que la protagonista es encerrada en la celda del Convento de Santa Clara, encontramos múltiples descripciones de este espacio de reclusión. En primer lugar, se la presenta en términos arquitectónicos, con un énfasis en su dimensión visual:

La celda era amplia, de paredes ásperas y el techo muy alto, con nervaduras de comején en el artesonado. Junto a la puerta única había una ventana de cuerpo entero con barrotes de madera torneada y los batientes atrancados con un travesaño de hierro. En la pared del fondo, que daba al mar, había otra ventana alta condenada con crucetas de madera. La cama era una base de argamasa con un colchón de lienzo relleno de paja y percudido por el uso. Había un poyo para sentarse y una mesa de obra que servía al mismo tiempo de altar y lavatorio, bajo un crucifijo solitario clavado en la pared (90-91).

Como está al fondo del pabellón de las enterradas vivas, muchas veces se menciona que es un espacio oscuro. Más adelante, encontramos referencias a la suciedad y la pestilencia de este espacio, ya que, para castigar a la niña, no lo limpian. Cuando Cayetano la visita por primera vez, "la celda de Sierva María exhaló un vaho de podredumbre" (107), y en la segunda visita, "era difícil respirar en la celda por los restos de comidas viejas y excrementos regados por el suelo" (111). En ambos fragmentos se destacan las imágenes olfativas.