Del amor y otros demonios

Del amor y otros demonios Resumen y Análisis Capítulo 2

Resumen

Este apartado comienza recapitulando la vida del padre de la protagonista. Heredero de una gran fortuna, Ygnacio de Alfaro y Dueñas crece con signos de retraso mental y demora mucho en aprender a leer y escribir. A los veinte años se enamora de Dulce María, una joven reclusa en el manicomio de la Divina Pastora, ubicado al lado de su casa. Su padre, el primer marqués de Casalduero, prohibe que se casen y lo envía a una hacienda aislada. Más tarde, siguiendo los mandatos paternos y para mantener la herencia, Ygnacio se casa con Doña Olalla de Mendoza, hija de un hombre español poderoso. Nunca tienen relaciones sexuales porque el marqués no quiere darle un hijo. No se aman pero entablan una amistad. Olalla es una música talentosa y le enseña a tocar la tiorba.

Una tarde, están tocando a dúo bajo los naranjos del jardín y un rayo cae sobre la mujer y la mata. Tiempo después, el marqués se muda a la casa principal de su padre, ya muerto, y le entrega a Dominga de Adviento el comando del hogar. Como es el único blanco, siente miedo de que los esclavos lo maten mientras duerme. Por eso, los va expulsando hacia el patio y llena la casa de mastines amaestrados. Dulce Olivia se escapa del manicomio y pasan muchas noches conversando. Él promete que no volverá a casarse, y asegura que ha perdido la fe en Dios

Sin embargo, en menos de un año, se casa con Bernarda Cabrera. Bernarda es hija de una mujer blanca de Castilla y un hombre indígena comerciante. Comienza a frecuentar la casa del marqués para entregar productos del negocio de su padre. Una tarde, lo encuentra en la hamaca y le lee la palma de la mano; él se sorprende por los aciertos de la joven y empiezan a pasar juntos las tardes, a la hora de la siesta. Tras dos meses, Bernarda toma la iniciativa y tienen relaciones sexuales. Él es virgen y tiene 52 años; ella tiene 23. A partir de ese momento, tienen sexo todos los días a la hora de la siesta, hasta que un día Bernarda le cuenta que está embarazada y que deben casarse para mantener su honra.

Una mañana de lluvia nace Sierva María de Todos los Ángeles. Es sietemesina y tiene el cordón umbilical enroscado en el cuello, por lo que parece que no va a vivir. Dominga de Adviento les promete a sus santos que, si la niña vive, no se cortará el cabello hasta el día de su casamiento. Apenas termina la promesa, la beba llora y Dominga se llena de alegría. Como los padres la odian desde su nacimiento, la mandan a vivir con los esclavos, donde Dominga la cría como si fuera su propia hija: la amamanta, la bautiza en el cristianismo y la consagra a los dioses yorua. Allí, Sierva María aprende a bailar antes de hablar, habla tres lenguas africanas, bebe sangre de gallina en ayunas y se mueve entre los blancos sin ser vista, como un fantasma (características que el narrador presenta como propias de las personas negras). A su vez, Dominga la rodea de una corte de esclavas jóvenes que la cuidan como a una reina.

En los primeros años de vida de la protagonista, Bernarda toma las riendas del negocio familiar. Se da cuenta de que se gana más dinero en el comercio de harina que en el de esclavos y se dedica al contrabando. Cuando muere Dominga de Adviento, Sierva María pasa un tiempo en la casa principal, pero Bernarda se siente muy amenazada por ella y vuelve a enviarla al patio de los esclavos. Durante su relación con Judas Iscariote, la mujer se hace adicta a la miel fermentada y al cacao, y mastica tabaco y hojas de coca. Así, pierde el rumbo de los negocios y de la vida. Un día, Judas es asesinado en una pelea en el puerto. Bernarda se deprime profundamente y se muda al trapiche de la familia, donde cae en el delirio. Vuelve a la casa de Cartagena poco antes de que el perro muerda a Sierva María.

Tres meses después de la mordida, a mediados de marzo, parece que la rabia no afectará a la niña. El marqués intenta hacerla feliz rodeándola de objetos y actividades típicos para una niña blanca, pero nunca le pregunta qué quiere ella realmente. Por consejo de Abrenuncio, la lleva a ver el mar. Ella siente curiosidad, se muestra más dócil y ya no ofrece resistencias. Una tarde, Caridad del Cobre avisa que Sierva María tiene fiebre. Aunque Abrenuncio aclara que esto no necesariamente indica rabia, el marqués llama a todos los médicos, boticarios y curanderos de la ciudad. Estos le aplican tratamientos tan excesivos e invasivos que terminan por reabrir la herida e infectarla. La chica está agonizante. No logran sanarla de ningún modo, y entonces asumen que está loca o poseída por demonios.

Corren por la ciudad rumores sobre la situación de la chica. Entonces el obispo, Don Toribio de Cáceres y Virtudes, llama al marqués para convencerlo de que es necesario internar a Sierva María en el Convento de Santa Clara. Asegura que su cuerpo ya es irrecuperable, pero que es posible salvar su alma. En medio de la reunión, llega Cayetano Delaura, un sacerdote muy cercano al obispo. Ambos le hablan mal de Abrenuncio, enfatizando su origen judío y culpándolo de ser pederasta, practicar la magia negra y vivir sin Dios. El marqués vuelve a la casa y, en medio de la noche, decide que, en efecto, llevará a la niña al convento. La despierta y la viste con unas antiguas ropas de su abuela, que le dan un aspecto ridículo. Ella no sabe adónde la llevan; el padre le pregunta si sabe quién es Dios, y ella responde que no.

Es Domingo de Ramos y hay una gran tormenta. En la puerta del convento hay muchas personas indigentes esperando una limosna. Cuando logran entrar, la monja que los recibe se espanta por la cabellera extremadamente larga de la niña y dice que deben cortarla. El padre miente y explica que es una promesa a la Virgen María hasta el día del casamiento de la chica. La monja acepta esta explicación. Finalmente, el hombre se retira y llevan a Sierva María al pabellón de las enterradas vivas.

Análisis

En este segmento de la obra se profundiza una de sus técnicas narrativas más destacadas: la organización temporal no es cronológica, sino que se producen idas y vueltas en el tiempo. Así, la línea temporal de lo que le sucede a Sierva María desde que es mordida el día de su cumpleaños se entremezcla con la historia de sus primeros años de vida y con el relato de acontecimientos previos a su nacimiento, como las vidas de sus padres y la historia de la casa en la que viven. De esta manera, capítulo a capítulo, la novela nos va ofreciendo una caracterización más profunda y detallada de sus personajes, explicando sus relaciones históricas, sus orígenes y las transformaciones que sufren. Por ejemplo, en este capítulo comprendemos por qué el marqués es una persona triste, apagada, que pasa todo el día tendido en la hamaca sin hacer nada: su vida ha sido siempre improductiva y lo han separado de su verdadero amor, Dulce Olivia.

En ese sentido, se destaca también la presencia de la locura en varios personajes. En efecto, Dulce Olivia es interna del manicomio de la Divina Pastora. Este loquero está ubicado al lado de la casa del marqués, y él mismo decide que permanezca ahí: "cuando el gobierno le ofreció el favor de mudar el manicomio, se opuso por gratitud con ellas" (55). El marqués se siente protegido por las internas y les debe su agradecimiento. Así, este espacio marca su presencia constantemente, ya que las mujeres que viven allí observan todo lo que ocurre en la casa, y, con frecuencia, interactúan con sus habitantes. Por ejemplo, antes de que nazca Sierva María, cuando el marqués y Bernarda tienen relaciones sexuales a la hora de la siesta, "Las locas los alentaban con canciones procaces desde las terrazas, y celebraban sus triunfos con aplausos de estadio" (58). Por su parte, la propia Bernarda también enloquece a medida que pierde su talento para los negocios y se rodea de vicios durante su relación con Judas Iscariote. Finalmente, cuando Sierva María enferma y no logran curarla, también se contempla la posibilidad de que esté loca.

Por otra parte, se potencian elementos ya presentes en el capítulo anterior. En sintonía, conocemos más sobre la identidad africana de la protagonista: le debe la vida a los santos yoruba y a la promesa hecha por Dominga de Adviento, que la cría como si fuera su verdadera madre y hasta la amamanta. Como se ha mencionado, a su vez, su larga cabellera y sus collares son marcas de su pertenencia identitaria africana, que se manifiesta además en sus lenguas, sus prácticas religiosas y su alimentación. De todas maneras, es importante señalar que la niña mantiene en todo momento su posición híbrida, mezclada: si bien es culturalmente negra, no deja de tener un estatus especial por ser blanca. Vive entre los esclavos, pero no es una esclava más. De hecho, por orden de Dominga de Adviento, tiene una "corte jubilosa de esclavas negras, criadas mestizas, mandaderas indias, que la bañaban con aguas propicias, la purificaban con la verbena de Yemanyá y le cuidaban como un rosal la rauda cabellera que a los cinco años le daba a la cintura" (60). Esta mezcla de identidades de Sierva María es recordada sin cesar a lo largo de la narración. Por ejemplo, la madre asegura que "Lo único que esa criatura tiene de blanca es el color" (62), y la propia niña se inventa un nombre africano, con el cual se presenta ante los demás: María Mandinga.

Al mismo tiempo, se potencia su calidad de muerta-viva. Como se ha mencionado, apenas nace, parece que va a morir, y se salva de milagro. Además, se mueve por la casa de manera tan sigilosa que parece invisible, y la comparan con un fantasma. Tanto es así que Bernarda Cabrera le pone un sonajero en la muñeca para saber por dónde anda. Además, una madrugada, mientras la nena pasa un tiempo en la casa principal tras la muerte de Dominga de Adviento, Bernarda encuentra una muñeca de la niña y asegura que se trata de una muñeca muerta. Es por eso que la echa definitivamente al patio de los esclavos. Por último, resulta muy significativo que el espacio donde la encierran en el Convento de Santa Clara sea el pabellón de las enterradas vivas.

Otro tema fundamental de la novela que empieza a cobrar especial relevancia aquí es, justamente, el encierro, muy vinculado con el aislamiento y la soledad. Se trata de males que afectan a prácticamente todos los personajes: el marqués y Bernarda nunca forman una verdadera pareja, y viven separados, por momentos en casas diferentes de las que nunca salen, mientras Dulce Olivia vive internada en el manicomio. La propia Sierva María es encerrada en el convento al final de este capítulo. Significativamente, dos personajes que no parecen limitados al encierro, Dominga de Adviento y Olalla de Mendoza, encuentran la muerte rápidamente dentro de la narración.