República

República Resumen y Análisis Libro II

Resumen

Trasímaco, Polemarco y los demás van a los festivales, mientras que Sócrates, Glaucón y Adimanto se quedan en la casa y continúan el debate sobre la justicia. Glaucón desea escuchar a Sócrates demostrar que vale la pena procurar la justicia tanto por sí misma como por sus consecuencias positivas, sus ventajas. Por eso, se ofrece a hacer el papel del "abogado del diablo", es decir, a contrariarlo y oponerse a sus planteos para que el filósofo pueda desplegar toda su argumentación siguiendo el método dialéctico. Sócrates acepta la propuesta con entusiasmo.

La primera afirmación de Glaucón recupera una definición popular según la cual la justicia es un acuerdo impuesto por ley para evitar que cada individuo cometa injusticias o sufra injusticias cometidas por otros. El hombre relata la alegoría de Giges, en la que un pastor descubre un anillo mágico: quien use el anillo se vuelve invisible. Cuando el pastor reconoce este poder, lo usa para seducir a la reina y derrocar al rey del lugar. La conclusión que se desprende de la narración es que cualquiera cometería injusticias si estuviera totalmente seguro de que no sería castigado.

Después, Glaucón propone un experimento en el que dos hombres, uno perfectamente justo y otro perfectamente injusto, son vistos en público como antítesis, como opuestos. Luego, Adimanto habla por primera vez y sostiene que nadie se preocupa demasiado por la justicia en sí, sino que todos quieren tener fama de justos. En ese sentido, lo importante sería dedicarse a aparentar. Para explicar su idea recurre a los poetas, como Homero y Hesíodo. Aunque Adimanto no cree que esto sea cierto, no sabe cómo demostrar lo contrario.

Sócrates, como siempre, acepta el desafío. Para elaborar esta refutación sugiere un nuevo método: primero examinarán las funciones de la justicia en la ciudad y luego, en el individuo. El filósofo asegura que ambas tienen las mismas características y, dado que la ciudad es más grande que el individuo, será más fácil hallar la justicia en la primera para después evaluarla en el segundo. Antes que nada, sin embargo, será necesario construir esa polis, también llamada ciudad en la obra, es decir, la República.

La ciudad nace porque los hombres no son autosuficientes, sino que se necesitan los unos a los otros. Por eso, la primera tarea es identificar las necesidades básicas de los hombres –alimento, vivienda y vestimentas–, así como asegurarse de que la ciudad tendrá lo suficiente para todos sus ciudadanos. Luego, es necesario establecer una división del trabajo, es decir, una organización para garantizar que esas necesidades básicas sean cubiertas, y junto a ello es preciso establecer un sistema de intercambio comercial para proveer los bienes y servicios que la ciudad no pueda satisfacer directamente. Por último, Sócrates llega a la cuestión de la naturaleza de las relaciones entre los hombres.

En ese punto, Glaucón cuestiona la austeridad que Sócrates asigna a su ciudad, y esto produce una breve digresión. El filósofo contempla la posibilidad de crear una ciudad más lujosa, pero termina por rechazarla, ya que los excesos y la codicia llevan inevitablemente a los conflictos y la guerra. A partir de ese asunto, el diálogo trata sobre la seguridad de la ciudad y de sus guardianes. También se evalúa cuál será la educación adecuada para el funcionamiento de esta ciudad. Entonces, Sócrates establece la prohibición de la poesía, porque la literatura suele estimular comportamientos moralmente dudosos, relata mentiras e incluso presenta aspectos negativos de los dioses. Todo esto confunde a los niños y los desvía del camino correcto hacia la justicia. Por otra parte, afirma ciertos principios sobre la divinidad, a la que concibe de manera bastante única, como un solo Dios. En primer lugar, este Dios no es creador de todas las cosas, sino únicamente de las cosas buenas, por lo tanto, nada malo puede provenir de la divinidad. En segundo lugar, los dioses "no son magos que anden transformándose a sí mismos" (383a, p. 259); tienen una única imagen inmutable y no se presentan con diversas apariencias.

Análisis

La conversación presentada en el Libro II es un ejercicio más intelectual que el del libro anterior. Esto se debe a que Glaucón asume una postura contraria a la propia (de hecho, es más próxima a la figura de Trasímaco) para estimular el diálogo y permitir que llegue a conclusiones satisfactorias. Así, expone la alegoría del pastor de Giges y su anillo mágico, que sirve para sostener que todo hombre que por arte de magia se vea liberado de cualquier responsabilidad, inevitablemente se comportará de manera injusta y procurará ganar poder. Esta liberación es representada por la invisibilidad que ofrece el anillo mágico. Es necesario señalar que las condiciones presentadas en el episodio de Giges son "altamente artificiales" (Mas, 2020: 12). Es decir, ofrecen un ejemplo extremadamente alejado de la realidad.

A su vez, Sócrates presenta un cambio de actitud: ya no es el hombre "que no sabe nada" del Libro I, sino que se presenta –y los demás lo identifican plenamente– como un filósofo experimentado. Es una voz autorizada porque ha dedicado su vida a reflexionar sobre temas como la justicia. En sintonía con ello, a partir de este libro el diálogo funciona casi como un monólogo: de manera general, Sócrates expone sus ideas, elabora sus preguntas y ofrece respuestas, mientras que los otros personajes solo le dan la razón o se muestran sorprendidos ante su gran inteligencia.

La introducción de poesías de Esquilo, Hesíodo y Homero que efectúa Adimanto busca demostrar que la injusticia provee más recompensas que la justicia, y funciona como complemento del planteo legal de Glaucón. Ninguno de los dos hombres logra encontrar ejemplos convincentes de que la justicia puede ser un bien en sí mismo y no apenas un modo de conseguir fama o recompensas. El valor negativo de la poesía será desarrollado en profundidad más adelante, e incluso tomará una gran relevancia en el Libro X al redondear las conclusiones, pero ya leemos cuán peligrosa puede ser desde el punto de vista de Sócrates.

Dado que es necesario seguir explorando el tema de la justicia, Sócrates sugiere un nuevo método, y así logra lo que realmente se ha propuesto: comenzar a construir la ciudad ideal, con una fora de gobierno perfectamente justa. De este modo, será posible tanto evaluar la justicia en contraposición con la injusticia como examinar al hombre justo como individuo. De este modo, comienza a delinearse una relación metonímica muy productiva a lo largo de toda la obra: cada hombre tiene las características fundamentales de la ciudad en la que habita. En ese sentido, es importante resaltar que Sócrates defiende una organización política que busque el bien común y que, por lo tanto, es una necesidad de la humanidad.

Las bases fundamentales de esta república, así, están construidas a partir de las necesidades de los humanos, comenzando por la alimentación, la vivienda y la vestimenta. Para garantizar la producción y el abastecimiento de ellas, Sócrates propone una división del trabajo y sugiere que cada oficio debe ser realizado por el hombre que mejor lo desempeñe. Así, el zapatero será quien mejor haga zapatos, el guerrero quien se destaque en el arte de la guerra, etc. La estructura de Sócrates busca la eficiencia máxima de la ciudad: para evitar pérdidas de tiempo, cada cual debe concentrarse específicamente en una tarea y cada cosa debe ser realizada en el momento adecuado.

Además, esta ciudad se sostendrá gracias a un preciso sistema educativo. Sócrates dedica especial atención a la educación de los guardianes, es decir, de los gobernantes. Opina que deben formarse tanto en la educación física, que aporta fuerza, coraje, virilidad y otras virtudes, como en la música, que sobre todo aporta moderación, cualidad extremadamente necesaria ya que lo bueno, lo bello y lo justo deben ser equilibrados según esta visión filosófica. Esta concepción clásica de la educación refleja un motivo fundamental de la obra: la división entre el cuerpo y la mente.

Retomando la cuestión de la poesía, Sócrates decide que debe ser prohibida aquella literatura que trabaje con lo ficcional. De todos modos, acepta de manera provisoria la circulación de literatura con un componente moral claro y explícito. Cree que los guardianes no debe ser expuestos a relatos falsos, dañinos o confusos durante la infancia y la juventud porque no estarán en condiciones de evaluar críticamente esas falsedades y formarán opiniones no basadas en el conocimiento de la verdad. Si bien el filósofo logra argumentar de manera sólida esta prohibición, es un nudo sumamente complejo y polémico de esta teoría política, ya que se relaciona directamente con la censura. La oposición entre filosofía y literatura, y la concepción de la poesía como peligrosa son motivos muy retomados en el pensamiento occidental hasta el presente.