República

República Resumen y Análisis Libro I

Resumen

El primer libro de la República presenta a sus interlocutores principales en la casa de Céfalo en el Pireo, donde se celebran los cultos a la diosa Bendis. Sócrates llega al lugar junto a Glaucón, y allí Polemarco los invita a la casa de su padre, Céfalo, donde están reunidos varios hombres ansiosos por conversar con el célebre filósofo, muy reconocido por sus talentos retóricos. Entre todos, comparten un banquete mientras dialogan con entusiasmo. Lo primero que observa Sócrates, narrador y protagonista de toda la obra, es que Céfalo ha envejecido mucho, y le hace preguntas sobre la vida de los hombres cuando se van haciendo ancianos.

El filósofo cree que los pensamientos de Céfalo sobre este tema son admirables, ya que el anciano critica a los hombres de su edad que se la pasan lamentando la pérdida de la juventud y la fuerza y, por el contrario, afirma que la desaparición de las pasiones a medida que se envejece es algo tranquilizante y liberador. Sórates siente curiosidad y se pregunta si la actitud de este hombre no está relacionada con sus riquezas. El anciano se ve forzado a admitir que las riquezas permiten disfrutar de muchas comodidades, pero solo aportan verdadera tranquilidad a aquellos que tienen un carácter realmente bueno.

Desde las riquezas y los méritos, Sócrates desvía la conversación hacia un tema nuevo, que le interesa particularmente: la justicia. Este será el tópico central de toda la obra. Sin embargo, Céfalo no está dispuesto a encararlo y se retira de la escena de manera abrupta, dejando a su hijo, Polemarco, como su "heredero" para que continúe dialogando con el protagonista. Ante las preguntas de Sócrates, Polemarco postula una posible definición de justicia: darle a cada hombre lo que le corresponde, lo que merece. Mediante una serie de cuestionamientos astutos, el filósofo refuta esta definición sosteniendo que, según esa idea de justicia, el hombre justo es un ladrón.

Otro de los presentes, Trasímaco, irrumpe repentinamente en el diálogo. Está enojado con Polemarco por haberse dado por vencido tan rápido, y se muestra muy molesto con Sócrates por sus ironías y su método, que consiste en hacer preguntas para luego refutar a sus interlocutores y ridiculizarlos. Entonces, Trasímaco ofrece su propia definición de justicia: es la defensa de los intereses del más fuerte. Sócrates problematiza con detenimiento esta nueva definición, mientras Trasímaco, muy irritado, despliega un extenso discurso sobre los beneficios que la injusticia aporta a los gobernantes. El filósofo, con la serenidad que lo caracteriza, lo refuta y asegura que el verdadero gobierno es justo, ya que debe conducir hacia la armonía, la moderación, la unidad y la fuerza.

Para terminar este segmento del diálogo, Sócrates evalúa las ventajas de la justicia y de la injusticia, comparándolas. Al final, Trasímaco y todos los otros hombres están satisfechos con la afirmación de que los hombres justos son felices, mientas que los injustos no lo son. De todos modos, en un giro brillante, Sócrates admite, acongojado, que, a pesar de todo lo conversado, él aún no sabe nada sobre la verdadera naturaleza de la justicia. Simplemente han mencionado que es útil, y esto se relaciona directamente con la virtud, la felicidad y la sabiduría, oponiéndose a los vicios, la ignorancia y la injusticia.

Análisis

Al inicio del Libro I conocemos al narrador y protagonista de la obra, Sócrates, y a sus interlocutores y audiencia, que se presentan como pares, conocedores de la filosofía. Sin embargo, Sócrates es caracterizado como un hombre especialmente atractivo, que tiene talentos intelectuales singulares. Esto puede verse en las ansias que Polemarco y los demás hombres tienen por invitarlo al banquete y conversar con él. El tono del diálogo es casual, y el lenguaje y los modos de expresión son bastante simples, como suele suceder en los diálogos platónicos. Este estilo desafectado de Platón tiene al menos dos funciones. En primer lugar, permite comunicar de manera práctica las ideas complejas y elevadas que la obra defiende. En ese sentido, Sócrates con frecuencia recurre a las ironías, haciéndose el tonto y fingiendo ignorancia, para analizar los temas en la máxima profundidad y hacer preguntas y repreguntas a sus interlocutores. En segundo lugar, la simpleza del lenguaje acompaña los conceptos de verdad y sabiduría de este pensamiento filosófico. Los planteos de Platón son aforísticos, es decir que reúnen y condensan grandes ideas en frases breves que funcionan como máximas o principios de su pensamiento ético y científico.

La conversación entre Sócrates y Céfalo, que da inicio a este extenso diálogo, trata sobre los modos adecuados de envejecer y los estados de los hombres ancianos. Otros hombres más vulgares se quejan por haber perdido la fuerza y las pasiones de la juventud y afirman que "ahora ni siquiera están vivos", pero Céfalo cree que eso no se debe a la vejez, sino al mal carácter. Para defender su postura, retoma una frase de Sófocles, uno de los mayores dramaturgos de la tragedia griega, y concluye que los valores necesarios para afrontar bien la edad anciana son la moderación y el buen humor. Si bien Sócrates concuerda en que el carácter y la predisposición interna de los hombres es fundamental para ver cómo se posicionan en la vida, también resalta el hecho de que las riquezas son un factor muy importante para gozar de ese bienestar. Así, este diálogo presenta de manera sutil dos cuestiones muy exploradas en la República: los estados internos del alma y la importancia del dinero.

De inmediato, Sócrates vira la conversación hacia el tema de la justicia, lo que más le interesa. Estos pasajes iniciales ya demuestran la destreza intelectual y el escepticismo tenaz del protagonista. Muchas veces se expresa con tonos burlones y humorísticos y lleva la conversación hacia conclusiones absurdas (como si fueran inevitables) para demostrar que las ideas de sus interlocutores son erradas. Por ejemplo, eso es lo que ocurre en su diálogo con Polemarco. A partir de la definición de justicia como darle a cada uno lo que merece, llegan a concluir que los hombres justos son ladrones: "En consecuencia, parece que la justicia (según tú, Homero y Simónides) es una especie de arte de robar, sin duda para beneficio de los amigos y daño de los enemigos" (Sócrates, 334b, p. 186). En estas situaciones, los demás se ven obligados a descartar sus propias ideas y escuchan con atención los postulados de Sócrates, que al final siempre tiene la razón.

Esta dinámica de reflexión, por otra parte, permite que los lectores tengan sus propias reflexiones sobre cada uno de los asuntos que se van presentando. A veces, incluso, los personajes parecen ponerse de acuerdo sobre alguna cuestión que resulta ridícula para los lectores, y así estos se ven obligados a producir sus propios argumentos para refutarla. Es un tipo de discurso muy didáctico, que estimula el pensamiento no solo de los interlocutores de Sócrates al interior de la obra, sino también de los lectores del texto de Platón.

De todas maneras, el método de Sócrates también recibe críticas, como las expresadas por Trasímaco, que se muestra enojado porque el filósofo hace preguntas en lugar de dar respuestas, pero siempre rechaza los postulados de los demás. Sócrates, por su parte, se defiende planteando una nueva pregunta y, con ironía, se hace el tonto para que Trasímaco exponga primero sus ideas y así poder contrariarlo. El protagonista afirma que no está en condiciones de proporcionar una definición de justicia; no tiene ese conocimiento. Esto nos permite observar cómo su filosofía no es tanto la presentación de una teoría ya armada, sino más bien el proceso de indagacion, deducción y reflexión que permite andar por el camino del conocimiento.

La definición de justicia defendida por Trasímaco es una justificación velada de la tiranía y, de hecho, este personaje representa los valores tiránicos, asociados a la injusticia, a lo largo de toda la obra. Él sostiene que lo justo es aquello que le conviene al más fuerte y, por lo tanto, se figura como contracara de Sócrates, quien asegura que el más fuerte no necesariamente conoce que le conviene ni qué es lo mejor y más justo. Es por ello que, en determinadas circunstancias, los débiles deben desobedecer para actuar de manera justa. Para terminar de refutar la definición de Trasímaco, se establecen comparaciones entre los gobernantes, los médicos y los capitanes de navíos, autoridades que muchas veces saben mejor que nadie qué es lo mejor para sus súbditos, pacientes o tripulantes.

El debate sigue sin resolverse y se mueve hacia la comparación de la tiranía o injusticia perfecta con la justicia perfecta. Sócrates reitera varias veces la necesidad de seguir profundizando el análisis, a pesar de que sus interlocutores muchas veces queden satisfechos con conclusiones intermedias; él sabe que es necesario llegar a una verdad absoluta y no se contenta con evaluaciones preliminares. Así, el protagonista lleva el debate hacia una nueva instancia para demostrar que la vida de cada hombre tiene como horizonte la búsqueda de la justicia y no de la injusticia. Para ello se concentra en los valores del alma humana que, de acuerdo con este pensamiento, tiende hacia la justicia y la excelencia, porque es así que un hombre logra la felicidad en vida. Sin embargo, al final del Libro I, el filósofo vuelve a resaltar que aún no sabe nada sobre la justicia en sí, lo cual puede parecer un tanto irónico o un gesto de falsa humildad, pero en realidad denota su búsqueda del conocimiento puro: no alcanza con analizar algunos aspectos del tema, sino que es necesario alcanzar y comprender el concepto abstracto de justicia. Por ello, es necesario dar continuidad al diálogo.