Poemas de Francisco de Quevedo

Poemas de Francisco de Quevedo Resumen y Análisis Poemas sobre la muerte

Resumen

En esta sección, partiendo de 4 sonetos representativos, analizaremos la producción poética de Quevedo en relación con la muerte. La muerte es un tema que atraviesa toda la obra del autor y que está presente, incluso, en sus otras temáticas (como ya hemos visto en la sección de Resumen y Análisis de sus “Poemas de amor”). De todas formas, aquí nos concentraremos en los poemas en donde esta es el tema fundamental. Un soneto es una composición poética de 14 versos endecasílabos (de 11 sílabas), distribuidos en 2 estrofas de 4 versos cada una, y en otras 2 estrofas de 3 versos cada una. Su rima es consonante.

“Enseña a morir antes, y que la mayor parte de la muerte es la vida, y ésta no se siente; y la menor, que es el último suspiro, es la que da pena”: el yo lírico describe a un señor muy anciano llamado Don Juan, y tras describirlo lo invita a que acepte la muerte. La voz del yo lírico, en tercera persona del singular, es la única que aparece en el poema.

“Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió”: el yo lírico se lamenta porque, sin darse cuenta, han pasado sus años jóvenes, y ahora está tan viejo que es como si estuviera vivo y muerto a la vez. Este poema es narrado solamente por el yo lírico, en primera persona del singular.

“Arrepentimiento y lágrimas debido al engaño de la vida”: el yo lírico afirma que la vida se le escapa día a día sin percibirla, mientras se acerca la muerte. Se lamenta y se arrepiente por haber vivido entregado al deseo, y no puede creer que realmente la muerte esté por suceder. Este poema es narrado solamente por el yo lírico, en primera persona del singular.

“Contiene una elegante enseñanza de que todo lo criado tiene su muerte de la enfermedad del tiempo”: el yo lírico comienza afirmando que falleció César (modo de llamar a los emperadores romanos), pese a tener fortuna y ser fuerte, y que incluso su tumba ha quedado en el olvido, porque incluso las tumbas mueren. A partir de allí, el yo lírico reflexiona acerca de cómo todo lo que tiene vida, necesariamente ha de morir. En el último verso se dirige a Licas para afirmar que las horas son sepultureras. Licas es un nombre que Quevedo utiliza frecuentemente para referirse a aquel que ruega favores a Dios en vano. Este poema es narrado solamente por el yo lírico, en primera persona del singular, excepto en el último verso en donde se dirige a Licas en segunda persona del singular.

Análisis

La concepción que tiene Quevedo acerca de la muerte es que esta no se opone a la vida, sino que es un sinónimo de ella: la muerte comienza cuando comienza la vida. Es decir, en el día 2 de vida, el ser humano está más cerca de la muerte que en el día 1, apenas nacido. Por lo tanto, para abordar este tema, Quevedo parte de una supuesta contradicción “vivir es morir constantemente”. Este tipo de contradicciones lógicas son recurrentes y fundamentales en el conceptismo quevediano (ver “Acerca de” en esta misma guía).

Ahora bien, esta unión contradictoria entre vida y muerte, lejos de ser un inconveniente para la poesía de Quevedo, es su mayor herramienta para desarrollar versos sobre la muerte con la originalidad que lo caracteriza, y encontrar una gran profundidad y comprensión del dolor de estar cerca de morir.

Veamos algunas citas en donde Quevedo trabaja la contradicción entre vida y muerte como sinónimos:

· “Salid a recibir la sepultura/acariciad la tumba y monumento/que morir vivo es última cordura” (“Enseña a morir antes…”, p. 30).

· “En el hoy y mañana y ayer, junto/pañales y mortajas, y he quedado/presentes sucesiones de difunto” (“Represéntase la brevedad de lo que se vive…”, p. 31).

· “Mi penitencia deba a mi deseo/pues me deben la Vida mis engaños/y espero el mal que paso y no le creo” (“Arrepentimiento y lágrimas…”, p. 32).

· “Risueña enfermedad son las auroras/lima de la salud es su alegría/Licas, sepultureros son las horas” (“Contiene una elegante enseñanza…”, p. 35).

En la primera cita, la contradicción aparece claramente en el oxímoron “morir vivo” y Quevedo la aprovecha para postular su idea de que la muerte nos acompaña desde el comienzo de la vida y que, por lo tanto, el mejor modo de morir es aceptando la muerte como una parte más de la vida. Por eso, el yo lírico le aconseja a Don Juan que no huya de la muerte, sino que salga a su encuentro, que tenga cariño por ella (que acaricie su tumba), que la muerte sea un acto de la vida, el último acto cuerdo.

En la segunda cita, la contradicción aparece en dos momentos: la unión antitética (es decir, de elementos opuestos) entre pañales y mortajas (que simbolizan el nacimiento y la muerte respectivamente); y en la presencia sucesiva del difunto. Podría afirmarse que aquí Quevedo lleva al extremo lo que postula en la primera cita: la muerte y la vida están tan unidas que aquel que llega al final de sus días (el que junta el hoy con el ayer y el mañana) percibe a ambas como lo mismo. Los pañales y las mortajas se unen; y, el difunto está presente (otra contradicción lógica quevediana, un difunto, por esencia, no puede estar presente), sucesivamente, todo el tiempo, en esa vida que continúa aun cuando haya muerto.

En la tercera cita, la contradicción aparece con mucha sutileza en el último verso cuando el yo lírico afirma que espera el mal que pasa. Aquí el verbo “pasar” está utilizado como acontecer, suceder. Por lo tanto, el yo lírico está esperando un mal (la muerte) que está sucediendo. Por supuesto, eso no tiene un sentido lógico (no se puede esperar algo que ya está sucediendo), excepto si se parte de la idea quevediana de que vida y muerte son lo mismo. Entonces la muerte está sucediendo en vida y, sin embargo, se la sigue esperando porque sigue llegando constantemente, a cada minuto.

En la última cita, la contradicción aparece en presentar como muerte a las auroras y las horas. Por un lado, en el sentido literal, la aurora es el comienzo de cada día, y aquí funciona como símbolo del comienzo de la vida. Es decir, la muerte, que es el final, es una “risueña enfermedad” provocada por la aurora, el comienzo de la vida. Por otra parte, el paso del tiempo, representado metonímicamente por “las horas”, solamente existe en la vida. El tiempo deja de pasar al morir. Y, sin embargo, también es cierto que, con el paso de cada hora, el ser está más cerca de la muerte. Por eso son sepultureras: lentamente cavan nuestra tumba. De nuevo, vida y muerte están unidas.

Como vemos, la fatalidad de que la vida y la muerte sean lo mismo es el sentimiento desgarrador que domina en estos poemas. Poemas en los que esta unión genera algunas reflexiones filosóficas, pero sobre todo genera dolor. A diferencia de los poemas de amor, en donde lo carnal, lo físico, le deja paso a lo abstracto y conceptual para encontrar allí la tranquilidad (la idea del amor eterno); aquí, el sentimiento fatalista no desaparece: aunque el yo lírico reflexione sobre la muerte, igual no puede creer que está por morir. Es decir, en Quevedo hay amor inmortal, pero no hay vida inmortal.

Otro concepto fundamental que aparece en estos poemas, relacionado estrechamente con esa imposibilidad de percibir la llegada de la muerte, es el de la fugacidad. En todos los casos, la vida lleva hacia la muerte sin que el yo lírico se dé cuenta y, por eso, cuando lo advierte (de repente, ya al borde de morir) siente que esta fue fugaz. Veamos algunas citas:

· “La mayor parte de la muerte siento/que se pasa en contentos y locura/y a la menor se guarda el sentimiento” (“Enseña a morir antes…”, p. 30).

· “¡Qué sin poder saber cómo ni adónde/la salud y la edad se hayan huido!” (“Represéntase la brevedad de lo que se vive…”, p. 31).

· “Huye sin percibirse, lento, el día/y la hora secreta y recatada/con silencio se acerca y, despreciada/lleva tras sí la edad lozana mía” (“Arrepentimiento y lágrimas…”, p. 32).

· “No sentí resbalar, mudos, los años/hoy los lloro pasados, y los veo/riendo de mis lágrimas y daños” (“Arrepentimiento y lágrimas…”, p. 33).

En la primera cita, es fundamental la inversión que realiza Quevedo al postular que lo que “se pasa” es la muerte y no la vida. Como hemos dicho, vida y muerte son sinónimos en Quevedo y eso aquí implica que pasamos gran parte de nuestro tiempo divirtiéndonos vitalmente, como si la muerte no existiera. De repente, a la menor parte de la muerte (que es la menor parte de la vida porque ocupa una breve porción de tiempo en comparación con los años de “contentos y locura”) le corresponde el sentimiento. Es decir, recién sobre el final llega la conciencia de que vamos a morir y ese sentimiento, que no percibimos durante la mayor parte de nuestra existencia, se impone. La falta de conciencia sobre la existencia de la muerte y la fugacidad de la vida aparecen unidas como causa y consecuencia.

La segunda cita es mucho más directa y sencilla de comprender. Sin embargo, es interesante detenerse en el primer verso en donde el yo lírico se lamenta por no logar saber cómo se le pasó la vida. Aquí Quevedo pone todavía más énfasis en la fatalidad de que la vida suceda sin que nos demos cuenta. El yo lírico, ya incluso siendo viejo, no puede saber dónde se le fueron los años.

Esto último conecta a la perfección con lo que plantea la tercera cita: el día (que funciona como sinécdoque de la vida) es personificado (es decir, se le dan las características de un humano o un animal) como alguien que huye sin percibirse, lentamente. Por eso, el yo lírico no puede saber cómo se le fue la vida al final de sus días, porque esta huye como un animal sigiloso. De la misma manera, silenciosa, se acerca la hora de la muerte, y se lleva con desprecio su juventud.

Por su parte, en la última cita, el yo lírico personifica a los años como “mudos”, y nuevamente no los sintió “resbalar”. Además, aquí a esos años pasados se los personifica como si fueran jóvenes que se burlan del llanto de este viejo yo lírico.

En síntesis, la muerte en Quevedo se vive durante toda la vida y la consecuencia más terrible de esta gran contradicción (vivir la muerte toda la vida) es que el ser no puede diferenciarlas y, por lo tanto, mientras es joven no recuerda que está muriendo, y cuando está muriendo no puede recordar cómo vivió.