Poemas de Francisco de Quevedo

Biografía

Quevedo nació en Madrid, en el seno de una familia de hidalgos provenientes de la aldea de Vejorís (Santiurde de Toranzo), en las montañas de Cantabria.[5]​[6]​ Fue bautizado en la parroquia de San Ginés el 26 de septiembre de 1580. Nació cojo, con ambos pies deformes y una severa miopía; quizá por ello pasó una infancia solitaria y triste (origen del "desgarrón afectivo" del que habló a su respecto el crítico Dámaso Alonso)[7]​ en la Villa y Corte, rodeado de nobles y potentados, ya que sus padres (y algunos otros familiares) desempeñaban altos cargos en Palacio, soportando las pullas de otros niños y entregándose compulsivamente a la lectura. Su madre, María de Santibáñez, era dama de la reina, y su padre, Pedro Gómez de Quevedo, era el secretario de la hermana del rey Felipe II, María de Austria, y más tarde lo fue de la reina Ana de Austria, cuarta esposa del rey Felipe II. Pero Quevedo tuvo que superar muy pronto una amargura mayor al quedarse huérfano de padre a los seis años (1586), de forma que le nombraron por tutor a un pariente lejano, Agustín de Villanueva, del consejo de Aragón; en 1591, además, cuando contaba once años, falleció su hermano Pedro.

De precoz inteligencia,[8]​ lo llevaron al que desde 1609 sería rebautizado por su ampliación Colegio Imperial y en 1625 Reales Estudios de San Isidro, como seminario de nobles, pero entonces llamado Colegio de San Pedro y San Pablo, y allí, entre 1596 y 1600, estudió con los jesuitas lenguas clásicas, francés, italiano, filosofía, física y matemáticas, así como teología en la Universidad de Alcalá, sin llegar a ordenarse.[9]​ El 4 de octubre de 1599 no se presentó a recoger su título de bachiller, tal vez porque viajó a Sevilla y a Osuna en compañía de don Pedro Téllez Girón, futuro duque de Osuna; no lo hizo sino hasta el 1 de junio de 1600.

Entre 1601 y 1605 estudia en la Universidad de Valladolid. Es un lugar común que durante la estancia de la Corte en Valladolid circularon los primeros poemas de Quevedo que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora bajo seudónimo (Miguel de Musa) o no, y el poeta cordobés detectó con rapidez al joven que minaba su reputación y ganaba fama a su costa, de forma que decidió atacarlo con una serie de poemas; Quevedo, o alguien que se hacía pasar por él, le contestó, y ese fue el comienzo de una enemistad que no terminó hasta la muerte del cisne cordobés, quien dejó en estos versos constancia de la deuda que Quevedo le tenía contraída.[10]​

Francisco de Quevedo retratado después de ingresar en la Orden de Santiago en 1618 por Francisco Pacheco en su Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones.
Musa que sopla y no inspira / y sabe que es lo traidor / poner los dedos mejor / en mi bolsa que en su lira, / no es de Apolo, que es mentira.

Sí parece que en 1603, habiendo difundido el cisne cordobés sus sátiras sobre los contaminados y malolientes brazos del río Esgueva que apestaban Valladolid, Quevedo hizo circular una sátira en que las descalificaba por su mal gusto, grosería y vocablos deleznables.[11]​

Ya que coplas componéis, / ved que dicen los poetas / que, siendo para secretas [id est, letrinas], / muy públicas las hacéis. / Cólica diz que tenéis, / pues por la boca purgáis. / Satírico diz que estáis. / A todos nos dais matraca [id est, broma sin gracia]: / descubierto habéis la ca ca / con las ca cas que cantáis...

No obstante, Antonio Carreira o Amelia de Paz dudan de que dicha enemistad durase demasiado y sostienen que esas controversias eran ejercicios habituales en la poesía barroca; Góngora nunca nombra a Quevedo y las atribuciones de las sátiras a uno y otro son bastante dudosas; a la muerte de Góngora, Quevedo era un escritor casi inédito (pese a lo cual circulaban algo más que muchas copias manuscritas) y, por lo tanto, según el profesor Antonio Carreira, tal enemistad nunca pudo prolongarse demasiado tiempo más allá del desacuerdo entre el estilo conceptista que asumía Quevedo y el culterano que difundía Góngora, verdadera fuente de la mayor parte de estas sátiras y de su extensión en el tiempo,[12]​ cuya pieza más representativa, Aguja de navegar cultos. Con la receta para hacer "Soledades" en un día (1625), apenas se entretiene en ataques personales.

En 1605 se publicó en Valladolid la antología poética de Pedro Espinosa Flores de poetas ilustres, entre las que aparecen dieciocho composiciones de Quevedo; también figuran algunas como poeta anónimo en la Segunda parte del Romancero general y Flor de diversa poesía (Valladolid, 1605) compilada por Miguel de Madrigal, un estudiante de la universidad; con esto ya es reconocido como un poeta de primera fila.[13]​

Durante su vida estudiantil, escribió en castellano y bajo anonimato algunos opúsculos burlescos, desvergonzados y de mal gusto, de los que luego renegaría, pero que entonces lo hicieron muy popular a través de copias manuscritas que terminaron por abrumar y difamar a su autor, quien se vio obligado a denunciarlas a la Inquisición, no ya para impedir que se difundieran, sino por evitar también que se hicieran ricos a su costa los impresores que empezaron a difundirlas; probablemente fueron estos cortos escritos los que transformaron a su autor, andando el tiempo, en un personajillo proverbial de chistes obscenos o de mal gusto; algo que se potenció sin duda por su amor de intelectual a los bons mots para épater le courtisan. El opúsculo más ingenioso y menos procaz es, sin duda, las Epístolas del caballero de la Tenaza, donde se hallan muchos saludables consejos para guardar la mosca y gastar la prosa (h. 1606), en que un hidalgo tacaño ofrece todo tipo de excusas por escrito para no dar dinero o regalos a su amante.

Estando pensando qué respondería a las cosas que vuesa merced me pide, se me vinieron a la memoria aquellas, inefables palabras, que a los pobres se dicen con lástima y a las mujeres con razón: «No hay qué dar». Señora mía, yo bien entendía que había órdenes mendicantes, pero no niñas mendicantes sin orden. Quien me quisiere hacer casto, pídame algo. Y, si el diablo es tan interesado como su carne, no dude vuesamerced que me procuraré salvar, de puro miserable. ¿Es posible que no se persuadirán a creer que, si no es dando, y no pidiendo, no pueden ser bienquistas? Miren qué cara les hace un pobre hombre cuando oye: «Dame, traeme, cómprame, envía, muestra». Deja palabras mayores y que en el duelo de la bolsa afrentan hasta el ánimo. Estese quedo el pedir, y anden los billetes por alto: que yo ofrezco escribir más que el Tostado. Nuestro Señor la guarde a vuesamerced, aunque temo que es tan enemiga de guardosos, que aun Dios no querrá que la guarde.

También se aproximó a la prosa escribiendo como juego cortesano, en el que lo más importante era exhibir ingenio, la primera versión manuscrita de una novela picaresca, La vida del Buscón, algunos de cuyos pasajes llegan al expresionismo y han pasado a la historia del humor negro; se degrada en esta obra, escrita bajo el punto de vista de un aristócrata, a un pobre desclasado que termina su carrera de intentos de ascender de condición social matando a una persona y teniendo que emigrar a América para evitar la persecución. Igualmente por esas fechas sostiene un muy erudito intercambio epistolar en latín con el humanista Justo Lipsio sobre cuestiones filológicas y deplorando las guerras que estremecen Europa, según puede verse en el Epistolario reunido por Luis Astrana Marín. En 1601 fallece su madre, María Santibáñez. Hacia 1604 intenta explorar nuevos caminos métricos creando un libro de silvas que no terminó, a imitación de las de Publio Papinio Estacio, combinando versos de siete y once sílabas libremente. En 1605 fallece su hermana María.[14]​

Obras de don Francisco de Quevedo Villegas, 1699

Vuelta la Corte a Madrid, arriba a ella Quevedo en 1606 y reside allí hasta 1611 entregado a las letras; escribe cuatro de sus Sueños, empezando por el "Sueño del Juicio final", que no llegarán a imprimirse sino en 1627, y diversas sátiras breves en prosa; obras de erudición bíblica como su comentario Lágrimas de Jeremías castellanas; una defensa de los estudios humanísticos en España, la España defendida y una obra política, el Discurso de las privanzas, así como lírica amorosa y satírica. En 1610, año en que el duque de Osuna es nombrado virrey de Sicilia, el dominico Antolín Montojo deniega a Quevedo la autorización para imprimir el Sueño del Juicio final. En 1611 debe trasladarse a Toledo a causa del pleito que sostiene contra la Torre de Juan Abad, y allí conoce al padre Juan de Mariana. Se gana la amistad de Félix Lope de Vega (hay numerosos elogios a Quevedo en los libros de Rimas del Fénix y Quevedo aprobó las Rimas humanas y divinas, de Tomé de Burguillos, heterónimo del Fénix), así como de Miguel de Cervantes (se le alaba en el Viaje del Parnaso, del alcalaíno, y Quevedo corresponde en la Perinola), con quienes estaba en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento; por el contrario, atacó sin piedad a los dramaturgos Juan Ruiz de Alarcón, cuyos defectos físicos le hacían gracia (era pelirrojo y jorobado), siendo él mismo deforme, así como Juan Pérez de Montalbán, hijo de un librero con el que Quevedo tuvo ciertas disputas. Contra este último escribió La Perinola, cruel sátira de su libro misceláneo Para todos. Sin embargo, el más atacado sin duda fue Luis de Góngora, al que dirigió una serie de terribles sátiras acusándole de ser un sacerdote indigno, homosexual, escritor sucio y oscuro, entregado a la baraja e indecente. Quevedo, descaradamente, violentaba la relación metiéndose hasta con su aspecto (como en su sátira A una nariz, en la que se ensaña con el apéndice nasal de Góngora, pues en la época se creía que el rasgo físico más acusado de los judíos era ser narigudos). En su descargo, cabe decir que Góngora le correspondió casi con la misma violencia, tachándole de cojo, borracho ("Francisco de Quebebo"), contrahecho y mal helenista:

Anacreonte español, no hay quien os tope, / que no os diga (con mucha cortesía) / que ya que vuestros pies son de elegía, / que vuestras suavidades son de arrope.

Los pies de elegía (o "de lejía", por lo caústicos) son desiguales en la poesía latina, pero también nota Góngora la desigualdad pendular de su inspiración entre la amargura satírica y la dulzura amorosa: ya su discípulo, Juan de Tassis y Peralta, II conde de Villamediana, también él temible satírico, hizo notar hacia 1620 la mucha distancia que separaba la soez poesía burlesca de Quevedo y su excelsa poesía amorosa: "El Quevedo: desigualísima bestia: golpes en las nubes y porrazos en los sótanos".[15]​ Por entonces estrecha una gran amistad con el grande Pedro Téllez-Girón, III.er duque de Osuna, al que acompañará como secretario a Italia en 1613, desempeñando diversas comisiones para él que le llevaron a Niza y Génova, aunque no al parecer a Venecia (J. O. Crosby y Carlos Seco han demostrado que no intervino directamente en la Conjuración de Venecia) y finalmente de vuelta a Madrid, donde se integrará en el entorno del duque de Lerma, siempre con el propósito de conseguir a su amigo el III.er duque de Osuna el nombramiento de virrey de Nápoles; con ese propósito soborna a distintos personajes; consigue en efecto la aprobación del Duque de Uceda y del confesor del piadoso rey Felipe III, el dominico Luis de Aliaga, y al fin logra para él ese cargo el 16 de abril de 1616. Embarca en Cartagena y llega a Nápoles el 12 de septiembre.[16]​

Quevedo y los esqueletos de Juan de la Encina y el rey Perico, Leonaert Bramer, 1659, dibujo a tinta y aguada gris, Múnich, Staatliche Graphische Sammlung.

Una vez en Italia, Osuna le encomienda dirigir y organizar la Hacienda del Virreinato. Fue muy bien recibido por la Academia de los Ociosos, fundada cuatro años antes por el entonces virrey de la ciudad, el conde de Lemos, y cuyo patrocinio y protección, si bien con menor prestigio, mantuvo el duque de Osuna asistiendo, acompañado de una numerosa cohorte de aristócratas y literatos, a las reuniones de la misma en el claustro de San Domenico. A ella se incorporó Quevedo como un miembro más, entablando una especial amistad con el poeta neolatino Giulio Cesare Stella (1564-1624)[17]​ y además con el cardenal Doria, Filippo Paruta, Martín Lafarina, Ercole Branchiforte y Mariano Valguarnera, el cual, a instancias de don Francisco, tradujo al italiano al poeta griego Anacreonte. Asimismo, en Nápoles, según su biógrafo Pablo Antonio de Tarsia:

Fue tan asistido de los hombres de letras, que no parecía merecer nombre de entendido quien no se calificaba con la amistad y aprobación de don Francisco, en quien todos fijaban los ojos admirando su prodigioso ingenio.

Quevedo intentó atraer con fortuna dispar a la Academia a otros autores como Gian Andrea De Cunzi, Carlos de Eybersbach, Vicente Mariner, Justo Lipsio y Michaël Kelker, entre otros, manteniendo correspondencia con ellos, y durante su estancia napolitana desempeñó además otras misiones, algunas relacionadas con el espionaje a la República de Venecia, aunque no directamente como se ha creído hasta hace poco. En recompensa por estos servicios, y por recomendación del duque de Osuna, virrey de Nápoles y Sicilia, Quevedo obtuvo en el hábito de Santiago en 1618,[2]​[3]​ lo que celebró su amigo Stella en su poema del mismo año Ad Don Franciscum Quevedum / comitis Julii Caesaris Stellae ode.

Pero en ese mismo año cae el grande Osuna; Quevedo lo defiende ante el Consejo de Estado en junio de complicidad en la Conjuración de Venecia, pero es arrastrado también como uno de sus hombres de confianza y se le destierra (1619-1621, salvo una breve prisión en Uclés)[16]​ a la Torre de Juan Abad (Ciudad Real), cuyo señorío había comprado su madre con todos sus ahorros para él antes de fallecer. Los vecinos del lugar, sin embargo, no reconocieron esa compra y Quevedo pleiteará interminablemente con el concejo, si bien el pleito recién se resolverá a su favor tras su muerte, en la persona de su heredero y sobrino Pedro Alderete. Llegado allí a lomos de su jaca «Scoto», llamada así por lo sutil que era, como cuenta en un romance, y aislado ya de las tormentosas intrigas cortesanas, a solas con su conciencia, escribirá Quevedo algunas de sus mejores poesías, como el soneto «Retirado a la paz de estos desiertos...» o «Son las torres de Joray...» y hallará consuelo a sus ambiciones cortesanas y su desgarrón afectivo en la doctrina estoica de Séneca, cuyas obras estudia y comenta, convirtiéndose en uno de los principales exponentes del neoestoicismo español. En ese sentido obra también su lectura, traducción y asimilación del estoico Manual de Epicteto, que venía a consolar su espíritu vehemente:

«No son las cosas mismas / las que al hombre alborotan y le espantan, / sino las opiniones engañosas / que tiene el hombre de las mismas cosas; / como se ve en la muerte, / que, si con luz de la verdad se advierte, / no es molesta por sí […] / Son en la muerte duras, / cuando necios tememos padecella, / las opiniones que tenemos della; / y, siendo esto en la muerte verdad clara / (que es la más formidable y espantosa) / lo propio has de juzgar de cualquier cosa».[18]​

Completa el número de sus Sueños y redacta tratados políticos como Política de Dios, morales como Virtud militante y dos sátiras extensas: Discurso de todos los diablos y La hora de todos. Por entonces se publica Venganza de la lengua española contra el autor de Cuento de cuentos (Huesca, 1626) de un tal Juan Alonso Laureles, probablemente pseudónimo, que ataca al escritor; ni este ni su entorno responderán, sin embargo.[19]​ Sí tomó parte muy activa en la controversia sobre el patronato de España con dos obras: Memorial por el patronato de Santiago y Su espada por Santiago, 1628. La cuestión se había suscitado cuando una reforma del Breviario Romano en el siglo XVII no citó la predicación y enterramiento de Santiago en España, lo que provocó un cruce de cartas y presiones que duró treinta y dos años hasta conseguir su revocación; el asunto se reavivó cuando se pretendió otorgar el patronazgo de España a santa Teresa de Jesús, lo que acabó por convertirse en una auténtica batalla de intelectuales en pro de una u otro, y Quevedo, siempre misógino,[20]​ se inclinó por el patronato del santo guerrero Santiago que se apareció en la batalla de Clavijo.

Convento de San Marcos en León

En 1622 había vuelto a ser desterrado brevemente a la Torre, pero la entronización de Felipe IV supuso para Quevedo el levantamiento de su castigo, la vuelta a la política y grandes esperanzas ante el nuevo valimiento del conde duque de Olivares, cuya amistad supo ganarse trabajando como libelista para él. Quevedo acompaña al joven rey en viajes a Andalucía (1624) y Aragón (1626), algunas de cuyas divertidas incidencias cuenta en interesantes cartas. El 24 de marzo de 1624 una nota de la Junta de reformación de costumbres señala que una mujer llamada Ledesma "estaba amancebada con don Francisco de Quevedo y tienen hijos".[16]​ El 25 de septiembre muere en prisión don Pedro Téllez-Girón, y Quevedo lo lamenta en unos célebres sonetos.[21]​ En 1627 Quevedo escribe en adulación al Conde-Duque su comedia Cómo ha de ser el privado. Pero su enfrentamiento con los carmelitas a causa de la cuestión del patronazgo se vuelve cada vez más virulento; a fines de febrero de 1628 escribe su Memorial por el patronato de Santiago y se imprime en Madrid con tanto éxito como el Buscón o los Sueños,[16]​ y es de nuevo desterrado a la Torre, aunque en diciembre le autorizan a volver de nuevo a la Corte; Quevedo intenta congraciarse con el Conde-Duque dedicándole el 21 de julio de 1629 su edición de las Obras poéticas de fray Luis de León.[16]​ En el prólogo se contiene un nuevo ataque contra los gongorinos patrocinados por el duque de Lerma:

En todas lenguas aquellos solos merecieron aclamación universal, que dieron luz a lo oscuro, y facilidad a lo dificultoso; que oscurecer lo claro, es borrar, y no escribir, y quien habla lo que otros no entienden, primero confiesa que no entiende lo que habla[22]​

Las reformas económicas del nuevo valido pronto suscitaron oposición, y Quevedo compuso en su defensa, bajo el nombre de "Licenciado Todosesabe", El chitón de las taravillas (Huesca, enero de 1630). Lope de Vega escribió escandalizado al Duque de Sessa:

Es lo más satírico y venenoso que se ha escrito desde el principio del mundo, y bastante para matar a la persona culpada, que lo debía ser mucho, pues dio tal ocasión.

En mayo el libelo fue delatado anónimamente a la Inquisición, aparte de por sedicioso, por "scandaloso, docmatizante, injurioso, burlador de cosas sagradas". La denuncia incluye también un juicio del anónimo autor, al que identifica a las claras con Quevedo:

No puede disimularse, porque el stilo del hablar, la indecencia del discurrir, la libertad del satyrizar, la impiedad del sentir, y la irreverencia del tratar las cosas soberanas y sagradas, dizen manifiestamente que es el mesmo auctor del Infierno enmendado, del Sueño del juicio, del Infierno del Marqués de Villena en la redoma, de El alguacil endemoniado y otros muchos.[23]​

La obra fue recogida en ese mismo y año. En 1631 el propio Quevedo denuncia sus obras a la Inquisición, ya que los libreros habían impreso sin su permiso muchas de sus piezas satíricas que corrían manuscritas haciéndose ricos a su costa. De esa manera quiso asustarlos y espantarlos y preparar el camino a una edición definitiva de sus obras que nunca llegó a aparecer. Por otro lado, lleva una vida privada algo desordenada de solterón: fuma mucho, frecuenta las tabernas (Góngora le achaca ser un borracho consumado y en un poema satírico se le llama don Francisco de Quebebo) y frecuenta los lupanares, pese a que vive amancebado con la tal Ledesma. Sin embargo, es nombrado incluso secretario del monarca, en 1632, lo que supuso la cumbre en su carrera cortesana. Era un puesto sujeto a todo tipo de presiones: su amigo, el duque de Medinaceli, es hostigado por su mujer para que lo obligue a casarse contra su voluntad con doña Esperanza de Mendoza,[24]​ señora de Cetina, viuda y con hijos, y el matrimonio, realizado en 1634, apenas dura tres meses. Lleva una activa vida cultural y amista con el militar y escritor hispanoportugués Francisco Manuel de Melo, con el que intercambia un intenso epistolario; Melo corresponderá de forma póstuma convirtiéndolo en un personaje de su diálogo Hospital de letras (1657). Se entrega a una febril actividad creativa y en 1634 publica La cuna y la sepultura y la traducción de La introducción a la vida devota de Francisco de Sales; de entre 1633 y 1635 datan obras como De los remedios de cualquier fortuna, el Epicteto, Virtud militante, Las cuatro fantasmas, la segunda parte de Política de Dios, la Visita y anatomía de la cabeza del cardenal Richelieu o la Carta a Luis XIII.

Intriga contra don F.º de Quevedo en los jardines del Palacio del Buen Retiro (c. 1876) por Antonio Pérez Rubio. Óleo sobre lienzo, Museo del Prado

En 1635 aparece en Valencia el más importante de uno de los numerosos libelos destinados a difamarle, El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres, publicado bajo un pseudónimo que tal vez encubre a uno de sus numerosos enemigos, Luis Pacheco de Narváez. Además, el poeta Juan de Jáuregui escribe un Memorial a Felipe IV en ese mismo año en que ataca también a Quevedo e imprime también su comedia El retraído (Barcelona, Sebastián de Comellas, 1635) donde atacaba La cuna y la sepultura publicada un año antes. En esta comedia El retraído (esto es, el acogido a sagrado por ser buscado por la justicia civil) el personaje del Censor ataca cada uno de los puntos sostenidos por Quevedo en su obra, intentando demostrar que es hereje, la inspiración diabólica de la obra y su ataque contra los privados, a los que considera indignos, condenando su enriquecimiento ilícito; también le parece que su piedad cristiana es falsa, porque encubre sátira; es más, manipula los textos que cita; Jáuregui incluso desciende a mencionar sus pleitos con la Torre de Juan Abad (a quien hace personaje de la obra) y su participación en la conjura de Venecia y menciona su escaso conocimiento del griego; indudablemente, no parece casual que esta comedia se publicara al mismo tiempo que El tribunal de la justa venganza. Quevedo no se resignó a tanta infamia: los llamó "doctores sin luz, que dan humo con el pábilo muerto de sus censuras, muerden y no leen". En 1636 se separa de su mujer, que fallecerá en 1641 y, muy desengañado, escribe su fantasía moral La hora de todos y la Fortuna con seso.

El 7 de diciembre de 1639, con motivo de un memorial aparecido bajo la servilleta del rey Sacra, católica, real Majestad..., donde se denuncia la política del Conde-duque, por el procedimiento de orden reservada se le detuvo en casa del VII duque de Medinaceli, se confiscaron sus libros y, sin apenas vestirse, es llevado al frío convento de San Marcos en León hasta la caída del valido y su retirada a Loeches en 1643. Quevedo se quejó de que no se le abrió proceso ni tomó declaración alguna en la dedicatoria "A Juan Chumacero Carrillo" de su Vida de San Pablo (1644):

Nunca se me hizo cargo ni tomó confesión ni, después de mi soltura, se halló alguna cosa escrita jurídicamente...[16]​

Este tipo de detenciones se podían hacer mediante el procedimiento del absolutismo conocido como orden reservada. Quevedo mismo describió cuán dura fue su situación, enfermo como estaba de tuberculosis ósea:

«A 7 de diciembre, víspera de la Concepción de nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído en el rigor del invierno sin capa y sin una camisa, de sesenta y un años, a este convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera, en tierra donde todo el año es hibierno rigurosísimo, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad me las han visto cauterizar con mis manos; tan pobre, que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos».[25]​

En 1972 se demostró por una carta del conde-duque de Olivares al rey Felipe IV, encontrada por su biógrafo J. H. Elliot, que la acusación que pesaba sobre Quevedo fue hecha por su amigo el duque del Infantado: lo acusaba de ser confidente de los franceses. Saldría en junio de 1643 y poco después, en septiembre de 1645, murió. En el monasterio de San Marcos Quevedo se dedicó a la lectura, como cuenta en la Carta moral e instructiva, escrita a su amigo, Adán de la Parra, pintándole por horas su prisión y la vida que en ella hacía:

Desde las diez a las once rezo algunas devociones, y desde esta hora a la de las doce leo en buenos y malos autores; porque no hay ningún libro, por despreciable que sea, que no tenga alguna cosa buena, como ni algún lunar el de mejor nota. Catulo tiene sus errores, Marcus Fabius Quintilianus sus arrogancias, Cicerón algún absurdo, Séneca bastante confusión; y en fin, Homero sus cegueras, y el satírico Juvenal sus desbarros; sin que le falten a Egecias algunos conceptos, a Sidonio medianas sutilezas, a Ennodio acierto en algunas comparaciones, y a Aristarco, con ser tan insulsísimo, propiedad en bastantes ejemplos. De unos y de otros procuro aprovecharme de los malos para no seguirlos, y de los buenos para procurar imitarlos.

El sospechoso Memorial de la servilleta estaba compuesto de dodecasílabos en pareados. Un verso culto antiguo en una estrofa popular, de ritmo machacón y sentencioso, nunca usado por Quevedo. Hay, sin embargo, algunos elementos comunes con el estilo de Quevedo, si bien se renuncia a lo más característico. No se ataca directamente al Conde-duque de Olivares. El autor se identifica como un pechero y anónimo labrador viejo de Castilla, comido por los impuestos, el derroche de los nobles y la corrupción en todos los órdenes del gobierno, que pide al Rey que deje de oír la tóxica adulación y se fije en el pueblo:

Vuestro es el remedio: ponedlo, señor. / Así Dios os haga, de Grande, el Mayor. / Grande sois, Filipo, a manera de hoyo; / ved esto que digo, en razón lo apoyo: / quien más quita al hoyo, más grande lo hace; / mirad quién lo ordena, veréis a quien place. / Porque lo demás todo es cumplimiento / de gente civil que vive del viento.[26]​

Quevedo era un escritor satírico, pero él mismo también era objeto de su misma crítica a través de un severo autocastigo psíquico de raíz religiosa y existencial. Medita profundamente sobre el tiempo y busca el consuelo de la filosofía estoica leyendo a Zenón de Citio, Epicteto y Séneca; en sus Salmos se encuentra la expresión más acendrada de este anhelo de pureza espiritual:

Un nuevo corazón, un hombre nuevo / ha menester, señor, el alma mía: / ¡desnúdame de mí, que ser podría / que a tu piedad pagase lo que debo!...

Pero Quevedo había salido ya del encierro en junio de 1643, achacoso y muy enfermo; tiene a su sobrino Alderete muy preocupado por su salud; en 1644 publica, no obstante, la Primera parte de la vida de Marco Bruto y La caýda para levantarse, el ciego para dar la vista, el montante de la Iglesia en la vida de San Pablo Apóstol. Por fin renuncia a la Corte para retirarse definitivamente en noviembre de ese mismo año a la Torre de Juan Abad. Es en sus cercanías (y tras escribir en su última carta que «hay cosas que sólo son un nombre y una figura») cuando fallece en el convento de los padres dominicos de Villanueva de los Infantes, el 8 de septiembre de 1645.

Restos de Francisco de Quevedo

Se cuenta que su tumba fue profanada días después por un caballero que deseaba tener las espuelas de oro con que había sido enterrado y que dicho caballero murió al poco en justo castigo por tal atrevimiento.[27]​ En 2009, sus restos fueron identificados en la cripta de Santo Tomás de la iglesia de San Andrés Apóstol de la misma ciudad.[28]​

Sus obras fueron muy mal recogidas y editadas por el humanista José Antonio González de Salas, quien no tiene empacho en retocar los textos, en 1648: El Parnaso español, monte en dos cumbres, dividido con las nueve Musas castellanas, pero es la edición más fiable; peor es la edición del sobrino de Quevedo y destinatario de su herencia, Pedro Alderete, en 1670: Las tres Musas últimas castellanas; en el siglo XX José Manuel Blecua las ha editado con rigor.

En 1663 se imprimió la primera biografía de Francisco de Quevedo, del italiano Pablo Antonio de Tarsia, miembro como Quevedo de la napolitana Academia de los Ociosos. Toma su información, rica en anécdotas, de su sobrino Alderete, con quien se entrevistó personalmente en Torre de Juan Abad; posteriormente vendrán las de Aureliano Fernández Guerra en el siglo XIX, donde se le pinta como un hombre de estado, y la de Jauralde Pou (1998) en el siglo XX.


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