Poemas de Francisco de Quevedo

Poemas de Francisco de Quevedo Texto del Poema

Poemas de amor

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Amor impreso en el Alma, que dura después de las Cenizas

Si hija de mi amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi amor contra la vida mía!
¡Qué gloria, que el morir de amar naciese!

Llevara yo en el alma, adonde fuese
el fuego en que me abraso; y guardaría
su llama fiel con la ceniza fría,
en el mismo sepulcro en que durmiese.

De esotra parte de la muerte dura,
vivirán en mi sombra mis cuidados,
y más allá del Lete mi memoria.

Triunfará del olvido tu hermosura,
mi pura fe y ardiente de los hados,
y el no ser por amar será mi gloria.

Amor de una sola vista nace, crece y se perpetúa

Diez años de mi vida se ha llevado
En veloz fuga y sorda el Sol ardiente,
Después que en tus dos ojos vi el Oriente,
Lísida, en hermosura duplicado.

Diez años en mis venas he guardado
El dulce fuego que alimento ausente
De mi sangre. Diez años en mi mente
Con imperio tus luces han reinado.

Basta ver una vez grande Hermosura,
Que una vez vista eternamente enciende,
Y en l’alma impresa eternamente dura.

Llama que a la inmortal vida trasciende,
Ni teme con el cuerpo sepultura,
Ni el Tiempo la marchita ni la ofende.

Lamentación amorosa y postrero sentimiento de amante

No me aflige morir; no he rehusado
acabar de vivir, ni he pretendido
alargar esta muerte que ha nacido
a un tiempo con la vida y el cuidado.

Siento haber de dejar deshabitado
cuerpo que amante espíritu ha ceñido;
desierto un corazón siempre encendido,
donde todo el Amor reinó hospedado.

Señas me da mi ardor de fuego eterno,
y de tan larga y congojosa historia
sólo será escritor mi llanto tierno.

Lisi, estáme diciendo la memoria
que, pues tu gloria la padezco infierno,
que llame al padecer tormentos, gloria.

Poemas sobre la muerte

Enseña a morir antes, y que la mayor parte de la muerte es la vida, y ésta no se siente; y la menor, que es el último suspiro, es la que da pena

Señor don Juan, pues con la fiebre apenas
Se calienta la sangre desmayada,
Y por la mucha edad, desabrigada
Tiembla, no pulsa entre la arteria y venas;

Pues que de nieve están las cumbres llenas
La boca de los años saqueada,
La vista enferma en noche sepultada,
Y las potencias de ejercicio ajenas:

Salid a recibir la sepultura,
Acariciad la tumba y monumento,
Que morir vivo es última cordura.

La mayor parte de la Muerte, siento
Que se pasa en contentos y locura;
Y a la menor se guarda el sentimiento.

Represéntase la brevedad de lo que se vive, y cuán nada parece lo que se vivió

«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
Las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
La Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
Y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
Soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el Hoy y Mañana y Ayer, junto
Pañales y mortaja, y he quedado
Presentes sucesiones de difunto.

Arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño de la vida

Huye sin percibirse lento el día,
Y la hora secreta y recatada
Con silencio se acerca, y despreciada,
Lleva tras sí la edad lozana mía.

La Vida nueva que en niñez ardía,
La juventud robusta y engañada,
En el postrer invierno sepultada
Yace entre negra sombra y nieve fría.

No sentí resbalar mudos los años;
Hoy los lloro pasados, y los veo
Riendo de mis lágrimas y daños.

Mi penitencia deba a mi deseo,
Pues me deben la Vida mis engaños,
Y espero el mal que paso y no le creo.

Contiene una elegante enseñanza de que todo lo criado tiene su muerte de la enfermedad del tiempo

Falleció César, fortunado y fuerte;
ignoran la piedad y el escarmiento
señas de su glorioso monumento:
porque también para el sepulcro hay muerte.

Muere la vida, y de la misma suerte
muere el entierro rico y opulento;
la hora, con oculto movimiento,
aun calla el grito que la fama vierte.

Devanan sol y luna, noche y día,
del mundo la robusta vida, ¡y lloras
las advertencias que la edad te envía!

Risueña enfermedad son las auroras;
lima de la salud es su alegría:
Licas, sepultureros son las horas.

Poemas satírico-burlescos

A un hombre de gran nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,
Érase una nariz superlativa,
Érase una alquitara medio viva,
Érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.
Érase un elefante boca arriba,
Érase una nariz sayón y escriba,
Un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egito,
Los doce tribus de narices era;

Érase un naricísimo infinito,
Frisón archinariz, caratulera,
Sabañón garrafal morado y frito.

Hastío de un casado al tercero día

Antiyer nos casamos, hoy querría
Doña Pérez, saber ciertas verdades:
Decidme ¿cuánto número de edades
Enfunda el Matrimonio en sólo un día?

Un antiyer soltero ser solía,
Y hoy casado, un sinfín de Navidades
Han puesto dos marchitas voluntades
Y más de mil antaños en la mía.

Esto de ser marido un año arreo,
Aun a los azacanes empalaga,
Todo lo cotidiano es mucho y feo.

Mujer que dura un mes se vuelve plaga,
Aun con los diablos fue dichoso Orfeo,
Pues perdió la mujer que tuvo en paga.

Felicidad barata y artificiosa del pobre

Con testa gacha toda charla escucho;
dejo la chanza y sigo mi provecho;
para vivir, escóndome y acecho,
y visto de paloma lo avechucho.

Para tener, doy poco y pido mucho;
si tengo pleito, arrímome al cohecho;
ni sorbo angosto ni me calzo estrecho:
y cátame que soy hombre machucho.

Niego el antaño, píntome el mostacho;
pago a Silvia el pecado, no el capricho;
prometo y niego: y cátame muchacho.

Vivo pajizo, no visito nicho;
en lo que ahorro está mi buen despacho:
y cátame dichoso, hecho y dicho.

Vieja verde compuesta y afeitada

Vida fiambre, cuerpo de anascote,
¿cuándo dirás al apetito «Tate»,
si cuando el Parce mihi te da mate
empiezas a mira por el virote?

Tú juntas, en tu frente y tu cogote,
moño y mortaja sobre seso orate;
pues, siendo ya viviendo disparate,
untas la calavera en almodrote.

Vieja roñosa, pues te llevan, vete;
no vistas el gusano de confite,
pues eres ya varilla de cohete.

Y pues hueles a cisco y alcrebite,
y la podre te sirve de pebete,
juega con tu pellejo al escondite.

Poemas religiosos

Salmo II

¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.

Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.

Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.

Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.

Advierte que aunque se tarde la venganza del cielo, contra el pecado, en efeto, llega

Porque el azufre sacro no te queme,
y toque el robre, sin haber pecado,
¿será razón que digas, obstinado,
cuando Jove te sufre, que te teme?

¿Qué tu boca sacrílega blasfeme
porque no eres bidéntal evitado?
¿Qué en lugar de enmendarte, perdonado,
tu obstinación contra el perdón se extreme?

¿Por eso Jove te dará algún día
la barba tonta y las dormidas cejas,
para que las repele tu osadía?

A dios, ¿con qué le compras las orejas?
Que parece asquerosa mercancía
intestinos de toros y de ovejas.

Muestra lo que se indigna Dios de las peticiones execrables de los hombres, y que sus obligaciones para alcanzarlas son graves ofensas

Con mudo incienso y grande ofrenda, ¡Oh, Licas!,
cogiendo a Dios a solas, entre dientes,
los ruegos que recatas de las gentes,
sin voz, a sus orejas comunicas.

Las horas pides prósperas y ricas,
y que para heredar a tus parientes,
fiebres reparta el cielo pestilentes,
y de ruinas fraternas te fabricas.

(¡Oh grande error! Pues cuando de ejemplares
rayos a Dios armó la culpa, el vicio,
víctimas le temblaron los pesares.

Y hoy le ofenden así, no ya propicio,
que, vueltos sacrílegos los altares,
arma su diestra el mismo sacrificio.)

Refiere cuán diferentes fueron las acciones de Cristo Nuestro Señor y de Adán

Adán en Paraíso, Vos en huerto;
él puesto en honra, Vos en agonía;
él duerme, y vela mal su compañía;
la vuestra duerme, Vos oráis despierto.

Él cometió el primero desconcierto,
Vos concertastes nuestro primer día;
cáliz bebéis, que vuestro Padre envía;
él come inobediencia, y vive muerto.

El sudor de su rostro le sustenta;
el del vuestro mantiene nuestra gloria:
suya la culpa fue, vuestra la afrenta.

Él dejó horror, y Vos dejáis memoria;
aquél fue engaño ciego, y ésta venta.
¡Cuán diferente nos dejáis la historia!

Poemas filosóficos y morales

Muestra el error de lo que se desea y el acierto en no alcanzar felicidades

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡mirad el ciego error en que he vivido!

Con mis aumentos proprios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

Muestra con ilustres ejemplos cuán ciegamente desean los hombres

Próvida dio Campania al gran Pompeo
piadosas, si molestas, calenturas;
la salud le abundó de desventuras
y le usurpó a sus glorias el trofeo.

¿Quién podrá disculpar nuestro deseo
si en el cerco del sol camina a oscuras?
Sobráranle en Campania sepulturas;
fáltanle de su muerte en el rodeo.

Si Mario la alma espléndida exhalara,
opima con los triunfos de la guerra,
lagos, destierro y cárcel ignorara.

Mucha tiniebla y grande noche cierra
cuanto destina el hombre, y todo para
en pretendida muerte y poca tierra.

Enseña cómo no es rico el que tiene mucho caudal

Quitar codicia, no añadir dinero,
Hace ricos los hombres, Casimiro:
Puedes arder en púrpúra de Tiro,
Y no alcanzar descanso verdadero.

Señor te llamas; yo te considero,
Cuando el hombre interior que vives miro,
Esclavo de las ansias y el suspiro,
Y de tus propias culpas prisionero.

Al asiento de l'alma suba el oro,
No al sepulcro del oro l'alma baje,
Ni le compita a Dios su precio el lodo.

Descifra las mentiras del tesoro,
Pues falta (y es del Cielo este lenguaje)
Al pobre, mucho, y al avaro todo.

Por más poderoso que sea el que agravia, deja armas para la venganza

Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado
en no injuriar al mísero y al fuerte;
cuando les quites oro y plata, advierte
que les dejas el hierro acicalado.

Dejas espada y lanza al desdichado,
y poder y razón para vencerte;
no sabe pueblo ayuno temer muerte;
armas quedan al pueblo despojado.

Quien ve su perdición cierta, aborrece,
más que su perdición, la causa della;
y ésta, no aquélla, es más quien le enfurece.

Arma su desnudez y su querella
con desesperación, cuando le ofrece
venganza del rigor quien le atropella.