Moby-Dick

Moby-Dick Resumen y Análisis Capítulos 121-135, Epílogo

Resumen

Capítulo 121: Medianoche. Las amuradas del castillo de proa

Stubb y Flask conversan montados sobre las amuradas y pasan amarras extra para sostener las anclas. Charlan sobre los peligros que implica viajar en un barco capitaneado por Ahab.

Capítulo 122: Medianoche en la arboladura. Truenos y relámpagos

Este capítulo solo tiene un pequeño párrafo, en el que se cuenta que Tashtego pasa trincas alrededor de la verga de gavia. Bebe ron y se queja del sonido de los truenos.

Capítulo 123: El mosquete

El tifón continúa azotando al Pequod, que sufre varios sacudones. No es posible controlar el barco. Muchas horas después de la medianoche, la tormenta se apacigua. Cuando todo se ha calmado, Starbuck se dirige a la cabina de Ahab para reportarle el estado de la embarcación. Al llegar a la puerta, ve unos mosquetes cargados, listos para disparar, que brillan en la oscuridad. Si bien es un hombre correcto y honesto, recuerda que el capitán le ha apuntado y agarra uno de esos mosquetes. Está convencido de que Ahab mataría a su propia tripulación con tal de perseguir a Moby Dick, y matar al capitán puede ser un modo de prevenir esa desgracia. Sin embargo, entra a la cabina y ve a Ahab durmiendo. El viejo llora entre sueños y dice: “Moby Dick, por fin será mío tu corazón”. Esto conmueve a Starbuck, que decide no matarlo y se retira.

Capítulo 124: La aguja

A la mañana siguiente, el mar todavía está inquieto tras el tifón. Ahab se mantiene sobre la cubierta, separado de la tripulación y envuelto en un silencio encantado. Se ha roto la brújula por los rayos de la noche anterior y todos se preocupan, pero el capitán la repara con destreza y rapidez usando un trozo de acero. La tripulación admira este arreglo y el capitán se muestra arrogante y orgulloso de sí mismo.

Capítulo 135: La corredera y el cordel

Tras arreglar la brújula, Ahab desvía su atención hacia la corredera y el cordel para asegurarse de que esa parte del barco, ignorada por mucho tiempo, esté funcionando correctamente. Dos marineros se ponen en acción: un hombre de Tahití y uno de la isla de Man. Luego aparece Pip. Ahab toma conocimiento de que el joven se ha vuelto loco y se siente identificado con él. Lo trata con ternura y le ofrece reparo en su cabina.

Capítulo 126: La boya de salvamento

El Pequod avanza hacia el Ecuador y llega a unas isletas rocosas. El hombre de la isla de Man, que es el marinero más viejo del barco, dice que escucha los lamentos de hombres que acaban de ahogarse en el mar. Luego, pasan cerca de una gran cantidad de focas, que para la mayoría de los tripulantes indican malos augurios. Temprano por la mañana, un marinero se sube al mástil, se cae al mar y se ahoga. Los demás lo ven caer como si fuera un fantasma. Lanzan un salvavidas al agua, pero no aparece ninguna mano para agarrarse de él. Algunos hombres creen que no se trata de un mal augurio de lo que vendrá, sino que se está cumpliendo un mal ya profetizado. Queequeg ofrece su ataúd para reemplazar la boya de salvamento. El carpintero se queja, pues la fabricación del ataúd ha implicado mucho esfuerzo. Sin embargo, afirma que su trabajo no es cuestionar sino actuar.

Capítulo 127: La cubierta

Ahab observa al carpintero mientras trabaja para adaptar el ataúd de Queequeg; el capitán dice que este hombre no tiene principios, ya que un día fabrica piernas, otro día ataúdes y otro día salvavidas. Le pregunta si alguna vez ha cargado un ataúd con un cuerpo adentro y ha oído el ruido que hace al chocar con las rejas del cementerio. El carpintero responde hablando de la fe, lo cual sorprende al capitán. Ahab ve el ataúd como un salvavidas en el sentido de que preserva la inmortalidad, pero se lamenta porque él mismo se ha adentrado demasiado en el lado oscuro de la tierra.

Capítulo 128: El Pequod encuentra al Rachel

El barco se encuentra con el Rachel, una embarcación grande y llena de hombres. Su capitán, Gardiner, le dice al hombre de la isla de Man que han visto a Moby Dick el día anterior y le pregunta si desde el Pequod han visto un bote perdido. Ahab reconoce rápidamente a este otro hombre; es de Nantucket. Gardiner le pide unir esfuerzos para buscar a su hijo, que puede estar perdido por la zona. Le ofrece dinero y le suplica a Ahab, mencionando que él también tiene un hijo, pero el capitán del Pequod se niega, porque solo le interesa encontrar a Moby Dick.

Capítulo 129: La cabina

Ahab sale de su cabina y se encuentra a Pip, que lo sigue hacia la cubierta. El capitán lo detiene y le dice que no lo siga, porque llegará la hora en que pueda dañarlo, aunque no quiera hacerlo. Le dice que son semejantes debido a la locura, aunque él mismo es blanco y el joven es negro. Como son iguales, pueden sanarse mutuamente. Pip se siente desconsolado porque Ahab lo deja solo y sube a cubierta.

Capítulo 130: El sombrero

Ahora en la mirada de Ahab late una fuerza poderosa: ya ha recorrido el mundo buscando a Moby Dick. Sus ojos infunden temor en la tripulación. Por un momento, se desvanece todo el buen humor de la embarcación. Ahab puede sentir que la legendaria ballena está cerca y su extrañeza afecta incluso a Fedallah. A partir de ese momento, se dedica exclusivamente a vigilar el mar, casi sin dormir, inmóvil durante horas. Quiere ser el primero en avistarla, por lo que decide que él mismo se quedará con el doblón de oro. Se encuentra tan sumido en un estado de contemplación que casi no nota que un salvaje halcón marino lo revuela y le quita el sombrero. Ismael recuerda entonces la historia de un águila que vuela tres veces alrededor de la cabeza de Tarquino, legendario rey de Roma, le quita el gorro y luego se lo devuelve. En el relato, la presencia del ave es un buen augurio.

Capítulo 131: El Pequod encuentra al Delight

El Pequod se encuentra con el Delight, una embarcación en un estado deplorable. Ahab pregunta a su tripulación si han visto a Moby Dick, y su capitán le responde señalando su propio barco, destrozado. El hombre asegura que no se ha forjado un arpón que pueda matar a Moby Dick. Ahab responde blandiendo el arpón que ha fabricado Perth y gritando que ha sido templado en rayos y en sangre.

Capítulo 132: La sinfonía

Starbuck observa cómo Ahab vigila el mar, y el capitán recuerda la primera vez que ha capturado una ballena, unos cuarenta años atrás, cuando tenía apenas dieciocho años. Se lamenta por la vida solitaria que ha llevado durante tanto tiempo; solo ha pasado tres años en tierra firme. Menciona haberse casado con una mujer muy joven, con quien tuvo un hijo, pero dice que la ha dejado viuda casi de inmediato, porque siempre vuelve al mar. Ha perseguido de manera obsesiva a su presa más como un demonio que como un hombre. Se pregunta cuál es el sentido de la caza. Starbuck aprovecha esa oportunidad y trata de convencerlo de volver a casa seguros, de abandonar la cacería de Moby Dick, pero no lo logra. Ahab dispone a vigilar el mar nuevamente y se sobresalta al encontrar a Fedallah.

Capítulo 133: La caza. Primer día

Esa noche, Ahab repentinamente comenta que la ballena debe estar cerca y le ordena a su tripulación prepararse para la persecución, a pesar de que nadie ha visto aun a Moby Dick. Finalmente, Tashtego confirma el presentimiento del capitán, ya que ve los chorros que sopla y vislumbra su joroba. Pronto todos los botes, menos el de Starbuck, bajan al agua, y el de Ahab los guía para aproximarse al monstruoso animal. Fedallah tiene un resplandor mortal en los ojos. La ballena, por su parte, va rodeada de una resplandeciente sombra blanca y parece tener una alegría mansa, una calma poderosa. Se deja ver, pero de pronto desaparece. Una bandada de pájaros blancos vuela cerca del lugar que Moby Dick deja vacío. Los marineros esperan el regreso de la ballena. Vuelven a ver a estas aves blancas, y de inmediato encuentran al cachalote con la boca abierta. Ahab se acerca y pelea con el monstruo, que parece predecir cada movimiento del capitán. La ballena hunde el bote de Ahab, que se salva subiendo al de Stubb y pregunta si han podido recuperar su arpón antes de preocuparse por los otros hombres. Los botes vuelven de prisa hacia el Pequod; allí, Ahab mantiene su vigilia en la cubierta. Starbuck le dice que la derrota debe tomarse como un signo, que deben abandonar la misión, pero Ahab responde que continuarán la caza la mañana siguiente.

Capítulo 134: La caza. Segundo día

Los hombres del Pequod vuelven a salir en busca de Moby Dick y trabajan como si fueran un solo hombre. Ahab y su equipo bajan al agua en los botes y se acercan a la ballena, que se abalanza sobre ellos. Esta vez, la ballena ataca y rompe la pierna de marfil del capitán. Rápidamente, Stubb y Ahab se dan cuenta de que Fedallah ha muerto: se ha enganchado en una estacha y se ha ahogado. Starbuck reprende al capitán, le dice que nunca podrá capturar a Moby Dick y que seguir intentándolo es falta de piedad y blasfemia. De todos modos, Ahab sostiene que la persecución está declarada y eso no cambiará, pues ese es el destino.

Capítulo 135: La caza. Tercer día

El tercer día, Starbuck siente pánico por estar ayudando a Ahab, y se pregunta si al obedecerle no está desobedeciendo a su dios. La tripulación está tensa, hasta que Ahab avista a la ballena nuevamente. Antes de comenzar la tercera lucha, el capitán le dice a Starbuck que algunos barcos nunca regresan a su puerto, y quedan perdidos para siempre. El capitán y el primer oficial se dan la mano. Starbuck intenta advertirle que hay muchos tiburones, pero Ahab no lo escucha. Cuando alcanzan a Moby Dick, la ballena parece más poderosa que nunca. El capitán logra ver el cuerpo de Fedallah todavía colgando, enganchado a la ballena gracias a la estacha, y consigue lastimar al monstruo con su arpón. Pero al sentir el dolor, Moby Dick se retuerce y golpea el barco de Ahab. El capitán ordena que todos regresen al barco principal, pero el cachalote destroza el Pequod, que comienza a hundirse. En un acto que parece suicida, Ahab lanza su arpón por última vez, se enreda en su estacha y cae al mar. Mientras el Pequod se hunde, Tashtego intenta clavar una bandera en el barco, pero un halcón se lo impide. En las últimas líneas, se compara al Pequod con Satanás, porque ambos descienden al infierno y matan a otros en el camino. Cuando el barco termina de hundirse, el mar vuelve a estar tan sereno como hace cinco mil años.

Epílogo

Este breve apartado final (que no aparece en la primera edición de la obra) es narrado por Ismael, que se salva de la tragedia porque, tras la muerte de Fedallah, debe tomar su lugar como remero de Ahab. Durante el tercer día de lucha contra Moby Dick cae al agua y observa toda la escena flotando al margen. Si bien debe luchar para no hundirse, el ataúd-salvavidas de Queequeg sale a flote cerca de él y luego el Rachel, que sigue buscando al hijo perdido del capitán, lo rescata.

Análisis

Estos apartados finales de la novela dan cuenta del encuentro de Ahab con su destino fatal y presentan el clímax de la narración: finalmente encuentran a Moby Dick y luchan contra ella. Es cada vez más nítida la fatalidad que espera a la tripulación del Pequod, pero ya no hay escapatoria. Así, por ejemplo, mientras colocan amarras adicionales en medio del tifón, Stubb y Flask conversan preocupados porque estar en un barco capitaneado por Ahab es un gran peligro. El segundo oficial le dice al tercero: "Parecería que estuviéramos amarrando estas anclas como si nunca fueran a usarse otra vez" (723), frase que funciona como indicio del hundimiento final del Pequod.

Starbuck, por su parte, hace algunos últimos intentos por aportar sensatez al razonamiento de Ahab, que no abandona jamás su persecusión obsesiva. El primer oficial se encuentra en un dilema: no sabe si obedecer a su capitán o a su propia sensatez. Así, cuando el tifón ha pasado, se dirige a la cabina del Ahab para reportar la situación, y en la puerta encuentra unos mosquetes brillantes que resaltan ante sus ojos. Considera tomar uno para matar al capitán: "Starbuck era un hombre recto y honesto, pero en ese instante, al ver los mosquetes, se formó en su mente un pensamiento maligno, aunque tan mezclado con sentimientos buenos o neutrales que durante un momento no pudo reconocerlo como tal" (726).

La complejidad de la situación lo deja confundido y no logra distinguir con nitidez el bien del mal. Se pregunta: "¿Es posible que se permita mansamente que este viejo demente arrastre consigo a la condenación a todos los tripulantes? Sí, eso lo haría el obstinado asesino de treinta hombres, y más, si este barco llega a sufrir un daño mortal, y juro por mi alma que este barco sufrirá un daño mortal si Ahab se sale con la suya" (726). Aunque no sabe cómo actuar, de algo está seguro: la obsesión de Ahab es absoluta y, por lo tanto, la fatalidad es inevitable. Sin embargo, Starbuck entra a la cabina y encuentra a Ahab durmiendo, se conmueve al escucharlo llorar entre sueños y decide no matarlo.

A medida que se aproxima el combate final, vemos al capitán como una figura compleja: es un marinero excelente, brillante y talentoso, pero también está lleno de tinieblas y dolores; es un personaje tan heroico como destrozado. Así, por ejemplo, sus grandes talentos como hombre del mar se expresan en la agilidad con la que arregla la brújula rota durante el tifón, episodio en el que asombra a toda la tripulación por sus conocimientos y habilidades, y se muestra sumamente orgulloso de sí mismo. Pero más tarde también sufre por haber llevado la vida solitaria de alta mar. Hacia el final del libro, justo antes de encontrar a Moby Dick, se lamenta en una conversación con Starbuck: "En un día así, muy parecido en su dulzura, cacé mi primera ballena. ¡Era un muchacho arponero de dieciocho años! ¡Cuarenta, hace cuarenta años! ¡Cuarenta años persiguendo ballenas sin cesar! ¡Cuarenta años de privaciones y peligros y tormentas! ¡Cuarenta años en el despiadado mar! ¡Durante cuarenta años Ahab ha abandonado la pacífica tierra, durante cuarenta años ha hecho la guerra contra los horrores de las profundidades!" (759).

Por otra parte, la identificación entre Ahab y Pip refuerza la complejidad de su figura. En el capítulo "La corredera y el cordel", el capitán se entera de que Pip está loco, lo cual despierta una gran compasión en él y le dice con ternura: "Ven, muchacho. La cabina de Ahab será el hogar de Pip de ahora en adelante, mientras Ahab viva. Tú me tocas en mi más recóndito centro, muchacho. Estás unido a mí por cuerdas trenzadas con las fibras de mi corazón" (735). El capitán se ve espejado en este muchacho que ha perdido la cordura porque, a pesar de todas sus diferencias (Pip es negro, joven y temeroso; Ahab es blanco, viejo y arriesgado), son iguales por estar locos.

Esta última serie de capítulos prepara la atmósfera para el encuentro tan esperado con Moby Dick a través de una seguidilla de signos de la naturaleza. Después del azote del tifón, la tripulación del Pequod se encuentra con varios animales que los marineros interpretan como buenos o malos augurios. Así, por ejemplo, encuentran focas que gimen por sufrimiento y emiten un sonido que parece humano y es muy temido por los marineros, quienes ven confirmada su superstición al día siguiente: por accidente, un hombre del Pequod cae al mar y muere ahogado. Luego, un halcón negro sobrevuela la cabeza de Ahab y le roba el sombrero. Ismael compara la situación con un episodio histórico: en la Antigua Roma, un águila sobrevuela tres veces la cabeza de Tarquino, le quita el gorro y se lo devuelve, y esto es una señal de buen augurio. Por el contraro, "A Ahab nunca le devolvieron el sombrero. El halcón negro se alejó volando con él, muy por delante de la proa, hasta por fin desaparecer. Y a la distancia se distinguió apenas un punto negro que desde una inmensa altura caía al mar" (755). Así, la caída del sombrero anticipa el naufragio del barco y su tripulación.

Finalmente, una mañana de sol avistan el monstruoso cachalote. Ismael describe la exitación que esto genera en la tripulación y va describiendo la aparición imponente de la ballena: "a gran distancia sobre las aguas suaves que parecían una alfombra persa, iba la resplandeciente sombra blanca de su ancha frente lechosa, con el acompañamiento de un burbujeo musical, y detrás, las aguas azules fluían, incesantes, sobre el valle móvil de su firme estela. A ambos lados surgían brillantes burbujas que bailaban junto a ella" (765).

Durante el combate con Moby Dick, que dura tres días, se despliega significativamente el tema de la desmesura, tan propio de esta novela. Así como la locura del capitán es desmedida e ilimitada, la ballena es gigantesca y su poder de destrucción parece infinito. En esta oportunidad, parece poseída, y sus saltos letales azotan al Pequod y a toda su tripulación: "el bote de Ahab, aún intacto, parecía elevarse al cielo, guiado por cables invisibles, cuando, como una flecha, emergiendo perpendicularmente del mar, la Ballena Blanca estrelló su ancha frente contra el fondo y lo arrojó dando vueltas por el aire, hasta que volvió a caer, quilla arriba, y Ahab y sus hombres empezaron a luchar para salir por debajo, como focas en una cueva junto al mar" (780).

Es interesante cómo el acto final de Ahab termina de construirlo como una figura épica: sabe que morirá, pero aun así lanza de manera gloriosa, heroica, su arpón contra Moby Dick, en un gesto casi suicida, porque queda atrapado en la estacha y muere. Si bien no se trata de un héroe pleno, porque solo actúa de acuerdo con su propia sed de venganza y no a favor de algún fin noble, su entrega es total e implica valentía y talento. Por eso, es posible considerar esta misión como una épica. Mientras lanza su arpón contra Moby Dick, Ahab declara que luchará hasta el final, cuerpo a cuerpo, poniéndose de algún modo al mismo nivel que el monstruo. Y sus últimas palabras reflejan el mismo tono heroico: "Hacia ti navego, ballena inconquistable que todo lo destruyes; hasta lo último lucho contigo cuerpo a cuerpo; desde el corazón del infierno te atravieso; en el nombre del odio escupo mi último aliento sobre ti. ¡Hundes todos los féretros y todas las carrozas fúnebres a un charco común! Y como ninguno puede ser mío, que sea yo remolcado en pedazos mientras te sigo persiguiendo, aunque atado a ti, maldita ballena. ¡Así te entrego la lanza!" (798).

Tras el hundimiento del Pequod y de toda su tripulación, la novela finaliza con un epílogo en el que se presenta una paradoja: Ismael, el único principiante del barco, el único sin experiencia previa en balleneros, es quien se salva. Melville parece decir que sobrevive para poder narrar esta magnífica y trágica aventura en primera persona, con lujo de detalles. De acuerdo con el propio narrador, este ha sido su destino. Es interesante observar que se salva flotando sobre el ataúd-canoa de Queequeg, como si su amigo lo protegiera hasta el final, incluso después de muerto. En las últimas líneas, Ismael cuenta que es rescatado por el Rachel, el barco capitaneado por Gardiner que busca a sus hijos náufragos. Este final refuerza la idea de que cada tripulación es como una familia, ya que Ismael se reconoce como un huérfano, como un chico que ha perdido a su familia.