La ciudad y los perros

La ciudad y los perros Temas

La virilidad y el machismo

El tema principal de esta novela, cuyos personajes son varones adolescentes enviados por sus padres como pupilos a un colegio militar, es la virilidad. Y es que tanto en los episodios que suceden dentro del colegio como en aquellos que forman parte del pasado familiar de los personajes principales, se observa la presión, inculcada a estos varones desde niños, de "ser hombres".

Este mandato apunta al cumplimiento de un conjunto de concepciones adjudicadas a lo viril: la fuerza física, el poder sexual, la capacidad de dominar y no ser dominado, la autoridad y el respeto impuestos por el miedo. Dice el Jaguar en una ocasión: “en el colegio todos friegan a todos, el que se deja se arruina. No es mi culpa. Si a mí no me joden es porque soy más hombre” (p.328). Este personaje se define precisamente por su falta de temor y su habilidad para la pelea, no así otros, como por ejemplo el Esclavo, incapaz de alcanzar la "hombría" que su padre le exige desde niño (“te han criado como mujerzuela. Pero yo te haré un hombre” (p.167)).

La rigidez de la meta de virilidad impuesta a los varones, propia de una sociedad machista, se corresponde con los valores de un pensamiento binario que comprende a los géneros sexuales en términos de opuestos y absolutos. Así, los varones de esta historia se terminan catalogando en dos bandos: aquellos que demuestran ser "hombres" y aquellos que no, y que por lo tanto son señalados como inferiores en la pirámide de poder y dominación, es decir, como mujeres. El Esclavo recibe este tipo de críticas y exigencias por parte de su padre, quien en más de una ocasión se expresa en términos femeninos -y negativos- sobre su hijo: "Lo has educado mal (...) tú tienes la culpa de que sea así. Parece una mujer” (p.81). Así, revela una jerarquía de valores donde lo femenino, en un varón, es motivo de vergüenza, una falta a corregir, a enderezar por medio de la disciplina militar: "Ahí te harán un hombre. Todavía estás a tiempo de corregirte” (p.208). La idea de enviar a los adolescentes a la escuela militar para "corregirlos" en términos de comportamiento y volverlos más viriles es confirmada por una de las autoridades, que afirma que la mitad de los alumnos son inscritos en el colegio "para que no sean maricas” (p.176).

Tanto padres como autoridades militares exigen "hombría" o virilidad, entonces, a los cadetes del Leoncio Prado, y la presión de esa meta obligada parece gobernar desde las sombras los comportamientos, pensamientos, culpas y frustraciones de los alumnos del colegio. En bromas, peleas, y prácticamente todo intercambio, los cadetes se agreden entre sí desafiándose según los mismos valores y exigencias de virilidad que internalizaron en su educación. Así, varios llaman al Esclavo "hembrita” (p.119) o se refieren a él como una suerte de "acompañante" femenina de Alberto: "Te has traído tu putita -dijo-. ¿Qué vas a hacer si la violamos?" (p.119). Alberto le explica al Esclavo: “aquí eres militar aunque no quieras. Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes? O comes o te comen, no hay más remedio” (p.27).

“Comer”, así como “fregar”, son verbos usados con cierta ambivalencia en la novela, en tanto refieren tanto al ejercicio sexual como a la idea de golpiza. Esta asociación entre la fuerza física y el poder sexual se da constantemente en la novela, en tanto supuestas virtudes de la virilidad, y quien posee ambos atributos (un "macho") se establece como dominador sobre dominado: aparentemente, los únicos dos roles que se pueden ejercer dentro de ese universo. En este marco, lo que define a Alberto Fernández como uno de los protagonistas es la particularidad de su “rol”: “yo me hago el loco, quiero decir el pendejo. Eso también sirve, para que no te dominen. Si no te defiendes con uñas y dientes, ahí mismo se te montan encima” (p.28).

En este sentido, pareciera ser una estrategia de supervivencia más que una fe lo que impulsa a los cadetes a comportarse según las reglas exigidas por el régimen militar al que son sometidos durante los tres años de escolarización en el Leoncio Prado. Y, para algunos, dicha supervivencia se presenta como imposible de conseguir. Dice el narrador focalizando en el Esclavo:

Ya no tenía esperanza; nunca sería como el Jaguar, que se imponía por la violencia, ni siquiera como Alberto, que podía desdoblarse y disimular para que los otros no hicieran de él una víctima. A él lo conocían de inmediato, tal como era, sin defensas, débil, un esclavo" (p.131).

Y es en este personaje, más que nada, que la novela acaba evidenciando las consecuencias trágicas que puede tener la doctrina de virilidad.

La violencia

Ligada a las nociones de virilidad y machismo, la violencia tiene presencia constante en la novela, tanto en su acepción física como simbólica. Se da también en distintos espacios y entre personajes con relaciones muy diferentes entre sí: al interior del colegio, por parte de autoridades a sus subordinados, de oficiales a alumnos y entre alumnos; en las casas familiares de los alumnos, de padres a madres. Por esta amplitud es que no podemos decir que la novela constituye una crítica solamente a la violencia del Ejército y el colegio militar, sino también a la violencia instalada en una sociedad machista.

Lo que sí podemos observar como una apreciación general sobre el modo en que se presenta la violencia en la novela es su condición cíclica. Porque mediante su particular estilo narrativo consistente en relatar de modo fragmentario, Vargas Llosa logra evidenciar, en un mismo plano, momentos muy diversos o aislados en el tiempo de la historia de un mismo personaje, facilitando así la asociación entre episodios de vida que podrían, de otra manera, considerarse aislados. De este modo se presentan escenas donde Arana presencia cómo su padre violenta física y psicológicamente a su madre (y, luego, también a él), en paralelo a otras escenas en las cuales se ve a ese mismo niño, ya adolescente, no pudiendo ni intentar defenderse de los ataques de sus compañeros que, al igual que su propio padre, lo tratan de mujer a modo de insulto. Algo equiparable sucede con el Jaguar, cuya infancia está signada por la pobreza y la necesidad de sobreponerse a la hostilidad del mundo, y al que al mismo tiempo vemos, de adolescente, erigido como líder por su superioridad en la lucha y su falta de temor.

Sin embargo, donde más puede evidenciarse la violencia en su funcionamiento cíclico es en el rito del "bautizo" que sucede cada año en el colegio, y según el cual los ingresantes de tercer año son sometidos a torturas y humillaciones por los de cuarto. En este aspecto, más que nada, la novela configura un universo de violencia, al mismo tiempo que deja al descubierto un entramado militar pleno de fisuras, fracasos, efectos corrosivos. El episodio del “bautizo” funciona particularmente como evidencia de las peligrosas consecuencias de una educación militar opresiva.

La estructura cíclica de esta violencia consiste en la repetición del mismo ritual: adolescentes de trece y catorce años ingresan al Colegio y son violentados no solo por las autoridades oficiales sino también por jóvenes que, durante un año, fueron ejercitados en el odio y la violencia. La frustración por la obediencia ciega y el disciplinamiento que coarta toda libertad decanta en un nuevo ejercicio de la autoridad, por parte de los alumnos de cuarto año, a los únicos individuos que se ubican, dentro de la jerarquía militar, en un rango aún menor al propio: los ingresantes, los de tercero. Criterio jerárquico y violencia son internalizados y heredados y, luego, reproducidos: los que fueron torturados, sin haberse podido defender de quienes eran más fuertes, esperan a poder torturar a otros más débiles. Este es el ciclo interminable de violencia que se presenta en la novela.

La sexualidad

Los personajes principales de la novela son varones adolescentes, y por lo tanto el despertar sexual aparece como algo que, de por sí, atraviesa varios de los conflictos y vicisitudes de los mismos a lo largo de la trama. Pero lo que especifica y particulariza a dichos personajes, en términos de la vivencia de su sexualidad, es su condición de pupilos en un colegio militar, puesto que su experiencia se encuentra por lo tanto moldeada dentro de un clima de fuerte represión. En un relativo confinamiento y bajo una estricta disciplina militar, los placeres de los alumnos del Leoncio Prado, tales como la sexualidad, surgen entre los cadetes a la manera de una proliferación de excesos.

En los primeros capítulos de la novela se dan dos claros ejemplos de esa situación: por un lado, las actividades que tienen lugar los fines de semana en La Perlita; por el otro, las novelas eróticas escritas por Alberto y que encuentran en el apetito sexual de los adolescentes una fuerte y desesperada demanda. La particularidad que estas situaciones guardan en común es la condición comunitaria, compartida, del ejercicio sexual.

En un ambiente donde lo militar rige con su jerarquía de valores en la que priman la virilidad, el poder, la dominación y, en la cual la heterosexualidad se erige como una condición incuestionable, se da una situación paradójica: los alumnos del Leoncio Prado vivencian su placer sexual, a falta de mujeres en la institución, en situaciones que por compartidas lindan con lo homoerótico. Todos juntos escuchan en silencio las narraciones eróticas escritas por Alberto, de un modo similar al que comparten sus experiencias con la misma prostituta a la que todos visitan, Pies Dorados. De un modo aún más explícito, los jóvenes se reúnen cada sábado en La Perlita, donde, alcoholizados, se desnudan unos frente a otros para masturbarse o incluso, en varios casos, ofrecerse para que Paulino les practique sexo oral: “Algunos se bajaban los pantalones, otros los abrían solamente; Paulino daba vueltas en torno al abanico de cuerpos, con los labios húmedos (p.121). La paradoja se completa en tanto la homofobia está siempre presente en las agresiones entre los alumnos, que se provocan unos a otros tratándose de "hembrita", "putita", etc., insultos en los que se da por sentado que el rol supuestamente sumiso o dominado de la mujer en la relación sexual es digno de desprecio si es ejercido por un varón.

Es en este último punto, más que nada, en donde la sexualidad aparece en la novela como un tema muy ligado al de la violencia y la virilidad. Porque los cadetes, víctimas de la violencia por parte de autoridades y de los alumnos mayores con su "bautizo", desahogan su violencia acumulada en seres que no pueden defenderse, como por ejemplo las gallinas o la perra Malpapeada. En ambos casos lo que se ve es que la violencia aparece asociada a lo sexual: las gallinas son torturadas a la vez que penetradas por los jóvenes, hasta que estas quedan permanentemente heridas o bien muertas y se convierten en la cena; Boa tiene para con la Malpapeada una relación violenta y sexual al mismo tiempo.

Esta asociación se da a lo largo de toda la novela y tiene que ver, más que nada, con la idea de virilidad que los personajes internalizaron a través de la experiencia: numerosas veces las voces de autoridad del Colegio hablar de que los alumnos están allí para “hacerse hombres”, y las cualidades que pareciera deber reunir dicha hombría son la autoridad física, la fuerza y el poder sexual.

Las clases sociales

En la historia narrada en la novela, jóvenes de procedencias geográficas y socioeconómicas muy disímiles son reunidos y uniformados en una misma institución. La diferencia de orígenes se hace presente tanto en los pasajes que muestran imágenes del pasado de algunos personajes como en aquellos que narran la convivencia de los jóvenes al interior del colegio.

En cuanto a lo primero, se puede observar una distancia abismal entre el contexto social en que se crio Alberto, uno de los protagonistas, de tez blanca y nacido en Miraflores (uno de los barrios de mayor status socioeconómico en Lima), y aquel en que creció el Jaguar, oriundo del distrito de Bellavista, que debió luchar contra la pobreza en que se hallaba sumergida su madre y se vio empujado a entrar en la delincuencia, a una edad muy temprana, por no hallar otra forma de conseguir dinero. Estas diferencias se hacen visibles a su vez luego de que los jóvenes egresan del Leoncio Prado y se reencuentran con destinos y oportunidades de futuro muy disímiles. Por ejemplo, Alberto, que durante su estadía en el colegio se había enamorado de Teresa, una muchacha de Lince de bajo estrato social, al salir de la institución abandona esa relación y entabla una nueva con Marcela, una joven de su mismo círculo social.

Al interior del colegio, las diferentes procedencias sociales de los alumnos se traducen, en muchos casos, en expresiones racistas y clasistas. Así, se da un contraste entre los “cholos” y los “blanquiñosos” ("No me gusta que me tutees, cholo de porquería" dice Alberto en tono jocoso pero violento al Negro Vallano, que contraataca: "¿Qué te pasa, blanquiñoso? -dijo-. ¿Estás queriendo que te suene o qué?* (p.119)), y también entre los “serranos” y los “costeños” ("Casi todos los militares son serranos. No creo que a un costeño se le ocurra ser militar" (p.164) dice Boa), produciendo una suerte de segmentación a causa de los orígenes geográficos y, por supuesto, socioeconómicos: en Perú, los habitantes de las sierras suelen pertenecer a estratos socioeconómicos inferiores que los habitantes de la zona costera, donde se encuentra por ejemplo la ciudad de Lima.

La traición

Dentro de un sistema de convivencia entre pupilos que pareciera depender del respeto a ciertos códigos de fidelidad y complicidad entre iguales, la traición se presenta como un acto indigno, repudiable y motivo del peor de los castigos.

En la novela, dos casos de traición se presentan en primer plano. Por un lado, la de Alberto al Esclavo, al ponerse en pareja con Teresa, la muchacha de la cual Arana está enamorado. Esta traición instala en Alberto un sentimiento de culpa que se intensifica en gran medida luego de la muerte del Esclavo, resultando en la imposibilidad de Alberto de seguir viendo a la muchacha, en cuyo rostro ya no puede evitar leer el signo de su culpa.

Por el otro lado, la acción de delatar un acto realizado por un compañero ante las autoridades (lo que el Esclavo hace denunciando a Cava por robar el examen, lo que Alberto hace al acusar a Jaguar de asesinato y a toda la sección por sus negociados ilícitos) es tomado por los alumnos del Leoncio Prado como lo más bajo que puede hacer un compañero. Los "soplones" son castigados, así, con golpizas y con la más atroz de las indiferencias.

La corrupción

Un tema que atraviesa la trama de la novela es la corrupción. Este aparece con más protagonismo, fundamentalmente, una vez iniciada la segunda parte del relato: con Ricardo Arana internado e inconsciente producto de un disparo recibido en la campaña militar, la reacción de las autoridades máximas del Leoncio Prado devela lo corrompido de la institución. Primero el capitán Garrido y luego el coronel y el mayor del Colegio Militar dejan al descubierto lo que se esconde detrás del discurso institucional, así como la verdadera naturaleza de quienes se erigen como supuestos héroes de los valores y la moral.

A excepción del teniente Gamboa, las autoridades del colegio no muestran ningún tipo de lamento acerca del fallecimiento del alumno, así como tampoco demasiado interés en las causas que lo originaron. En el discurso inquisitorio del coronel ante los oficiales solo se trasluce su preocupación por las consecuencias que esa muerte puede traerle a la institución:

-Todo esto puede ser terriblemente perjudicial -añadió-. El colegio tiene enemigos. Es su gran oportunidad. Pueden aprovechar una estupidez como ésta para lanzar mil calumnias contra el establecimiento y, por supuesto, contra mí. Es preciso tomar precauciones. Para eso los he reunido(p.236).

Las preocupaciones burocráticas sobre la imagen de la institución son, en gran parte, lo que obstaculiza la investigación sobre el hecho que dio muerte a Arana. La verdad no llega a vislumbrarse en tanto el hecho se recubre constantemente de falsedades más convenientes. Cuando uno de los oficiales dice, repitiendo la información que se dio al padre del joven fallecido, que la hipótesis principal radica en un accidente del propio cadete, el coronel deja ver que nada hay de verdad en la afirmación que eligieron divulgar como cierta:

-No -dijo el coronel-. Acabo de hablar con el médico. No hay ninguna duda, la bala vino de atrás. Ha recibido el balazo en la nuca. Usted ya está viejo, sabe de sobra que los fusiles no se disparan solos. Eso está bien para decírselo a los familiares y evitar complicaciones (p.239).

En la misma línea, el discurso del coronel acaba evidenciando una cadena de complicidades que incluye al aparato médico: “Está en juego el prestigio del colegio, e incluso el del Ejército. Felizmente, los médicos han sido muy comprensivos. Harán un informe técnico, sin hipótesis. Lo más sensato es mantener la tesis de un error cometido por el propio cadete” (p.240). De esta manera, en este contexto militar, incluso la medicina parece resignar las obligaciones de perseguir una verdad científica y convertirse en cambio en un eslabón más de una maquinaria institucional cuyo único objetivo, aparentemente, es el conservar el prestigio del Colegio Militar y del Ejército, sin importar cuántas falacias e injusticias deban tener lugar para sostenerlo.

Pero la corrupción queda aún más en evidencia una vez que Alberto denuncia al Jaguar como responsable del asesinato. A excepción de Gamboa, las autoridades intentan acallar la investigación que iniciaría la denuncia del joven. El capitán Garrido, por ejemplo, amenaza a Alberto para que retire su denuncia, advirtiéndole que los datos que dio repercutiría en la expulsión de varios alumnos, incluido él: "Usted sería uno de los primeros, como es natural. Estoy dispuesto a olvidar todo, si me promete no volver a hablar una palabra más de esto" (p.286).

En otra oportunidad, es el coronel quien evidencia un comportamiento extorsivo, haciendo uso de unas copias de novelas eróticas escritas por Alberto. Los documentos son utilizados por el coronel como una suerte de prueba de la falta de legitimidad del alumno: el muchacho se presenta así como todo lo contrario a un alumno ejemplar, por un lado, y como alguien capaz de inventar e imaginar situaciones ficticias -y por ende capaz de haber inventado la historia del asesinato-, por el otro. Sin embargo, el gesto del coronel se corresponde más bien con la idea de extorsión: las novelas eróticas no parecieran escandalizar realmente a las autoridades, sino ofrecerse como un arma irrefutable para clausurar de una vez y para siempre el curso de la investigación y los rumores del asesinato. Alberto es, a partir de entonces, amenazado: si insiste con el asunto del crimen de Arana, será expulsado del colegio y sus padres serán informados acerca de sus escritos.

La conquista amorosa

Muchos de los episodios vividos por los protagonistas de la novela están atravesados por el tema de la conquista amorosa. En principio, las escenas de niñez y preadolescencia del Jaguar y de Alberto se centran mayoritariamente en los intentos de los jóvenes por conquistar a las muchachas de quienes están enamorados. Así, el Jaguar en primera persona narra sus encuentros diarios con Teresa, jovencita a la que admira y con la cual intenta constantemente tener algún acercamiento, ya sea yéndola a buscar a la puerta del colegio, esperándola en la puerta del cine o bien juntando, con mucho esfuerzo, algún dinero para poder comprarle regalos. Es Alberto, también, quien protagoniza este tipo de situación: el muchacho se desespera por conquistar el corazón de Helena, la única jovencita que parece resistirse a sus encantos, y es capaz incluso de tomar clases de baile para poder seducir a la joven y conseguir que se vuelva su enamorada.

Ya en el período que los jóvenes atraviesan en el Leoncio Prado, la conquista amorosa continúa siendo el eje de algunas situaciones. Tanto es así que Alberto utiliza sus dotes de escritor para obtener un beneficio económico, escribiendo cartas de amor por encargo para que sus compañeros puedan conquistar a sus enamoradas. Uno de esos compañeros es el Esclavo, cuyo deseo es conquistar a Teresa, muchacha de la cual Alberto se termina enamorando también.

En el Epílogo de la novela los episodios de conquista también son protagonistas: el Jaguar relata a su amigo Higueras cómo acabo por conquistar el corazón de Teresa y lograr finalmente que se case con él. Es también Alberto quien vence la inseguridad producto de sus años en el Leoncio Prado y, recobrando sus dotes seductoras, conquista a Marcela.