La ciudad y los perros

La ciudad y los perros Resumen y Análisis Segunda parte, Capítulos III-V

Resumen

Capítulo III

Cuatro días después del entierro de Arana, Boa cuenta que Malpapeada está definitivamente lisiada y que todo cambió en la sección desde que expulsaron a Cava y el Esclavo murió. Sobre todo el poeta, que ya ni habla ni se junta con nadie. Boa observa que no hay muchos “blanquiñosos” en el colegio, que en ese sentido Alberto es el “más pasable”. Boa piensa que Alberto debe vivir en Miraflores y que, si fuera él, nunca hubiera entrado al Colegio Militar. Por último, piensa que los blanquiñosos tienen cara de hombre y alma de mujer.

Teresa piensa si Alberto irá a visitarla ese sábado. Piensa en que antes de casarse con él tendría que esperarlo cinco años hasta que se recibiera de ingeniero. Aunque quizás cuando vuelva de su viaje no quiera casarse con ella, y entonces será vieja, y nadie quiere casarse con las viejas. Los sábados del pasado eran mucho menos amables: su madre se quejaba todo el día porque su padre volvía mucho más tarde que de costumbre, pasado de alcohol y de ira, blasfemando hasta quedar desmayado. Entonces ella y su madre lo desvestían y arropaban. Pero otras veces venía acompañado. Al principio, la madre de Teresa intentaba echar a esas mujeres de su casa, hasta que una de ellas le rompió la ceja de un botellazo. Desde entonces, cada vez que el padre llegaba con una mujer, ella salía de la casa con Teresa e iban a Bellavista, donde su tía. Al volver, encontraban la casa cubierta de botellas vacías, al padre durmiendo entre vómito, hablando en sueños contra la injusticia de la vida, contra los ricos. Teresa piensa que su padre era bueno. Trabajaba toda la semana y luego bebía para olvidar que era pobre. Su madre también era buena, piensa, solo que sufrió mucho. Cuando su padre murió, su madre la llevó a lo de su tía y la dejó a su cuidado. Le dijo que necesitaba vivir para ella misma.

Teresa encuentra a Alberto en la esquina de su casa, tiene la mirada irreconocible. Teresa le pregunta qué le pasa y lo invita a almorzar. Alberto le cuenta a Teresa que Arana murió. Ella intenta recordar quién es, luego se entristece pero pronto pregunta a Alberto si no le sucede algo más, si está tan triste solo por la muerte de un compañero. Alberto se enoja, preguntándole si le parece poco. Luego le pide perdón, le dice que la quiere.

El narrador anónimo cuenta cuando fue, muy nervioso y asustado, con el flaco Higueras a La Perla. En el camino se sumó a ellos uno de los hombres que estaba en el bar el día anterior. Higueras les explicó el plan; el rol del narrador sería meterse en la casa y abrirles una ventana para que ellos pudieran pasar. El plan se ejecutó exitosamente, Higueras repartió el dinero y el narrador, que nunca había tenido tanta plata, estuvo mucho tiempo pensando qué regalo comprarle a Teresa con ese dinero. Finalmente le compró historietas, la fue a buscar al colegio y le dio el regalo con felicidad.

Después de salir de la casa de Teresa, Alberto entra a un bar y llama por teléfono a Gamboa. Le dice que a Arana lo mataron y le pregunta si puede ir a su casa. Gamboa le da su dirección y le dice que vaya de inmediato.

Boa cuenta que todos están distintos desde lo que pasó, especialmente el Jaguar. Anda furioso y no se le puede hablar, matonea sin motivo. Boa cree que lo transformó la expulsión de Cava.

Alberto camina y piensa en el Esclavo, en Teresa, en su tía, en su propia madre y padre, en decirle a Teresa que Arana quiso ir a verla y el padre no lo dejó y por eso ahora está muerto. Piensa que Teresa también tiene la culpa y que no lloró cuando se enteró de su muerte. Cuando se encuentra con Gamboa, le dice que a Arana lo mataron por venganza y porque no le gustaban las bromas ni las peleas. Gamboa le pide claridad, la acusación es grave. Alberto afirma que a Arana lo mató el Jaguar para vengar a Cava. Comienza a hablar de la consigna por el examen de química, de las vejaciones que sufría el Esclavo, pero su discurso es desordenado. Gamboa le pide que se centre y Alberto le pregunta si recuerda la vez que consignó a Arana por pasarle la respuesta del examen. Le cuenta que ese día el Esclavo lo mandó a explicarle la situación a su enamorada. Confiesa que se portó mal con Arana. Le dice que Arana denunció a Cava porque la consigna por el vidrio roto podía durar meses, y él solo quería ver a su chica. Alberto asegura que el Círculo se enteró. Cuando Gamboa pregunta por el Círculo, Alberto le cuenta todas las actividades del grupo; Gamboa no puede creer lo que oye. Alberto dice que mataron al Esclavo cuando se enteraron de que era el soplón. Y que solo lo puede haber matado el Jaguar, porque Rulos y Boa son demasiado brutos. Gamboa pide los nombres completos.

Capítulo IV

Boa cuenta que al Jaguar lo llamaron a que se presentara en la Prevención y que llevara su cepillo de dientes y toalla. “Todo el mundo está fregado si me friegan” (p.276), amenazó antes de irse.

La madre del narrador anónimo no se sorprendió cuando le contó que estaba trabajando con Higueras, solo le importaba que llevara dinero a la casa. El narrador anónimo recuerda como sus mejores días aquellos en que él y Teresa estaban a final del curso y estudiaban juntos para los exámenes, y como tenía plata él siempre le llevaba alguna sorpresa.

Alberto, por recomendación de Gamboa, pasa la noche en un calabozo. Al amanecer es llamado a presentarse ante el capitán Garrido, quien le pide explayarse sobre la acusación que hizo ante Gamboa. Alberto repite toda la información, pero Garrido desestima su denuncia argumentando que Alberto no vio al Jaguar dispararle al Esclavo. Alberto dice que el Jaguar estaba ubicado detrás de Arana en la campaña. El capitán trastabilla pero le ordena no hablar más del asunto. Gamboa entonces interrumpe: según el reglamento el cadete Fernández tiene derecho a presentar la denuncia y a que se haga una investigación, y dice al capitán que si él no quiere intervenir será él mismo quien pase parte al mayor.

Poco después del último examen, el narrador anónimo vio a Teresa caminando con unas muchachas hacia la playa, las siguió y vio que se encontraban con unos muchachos. El narrador esperó escondido a que ellas se fueran y entonces tiró piedras a los muchachos, luego los corrió y les pegó, especialmente a uno, mientras lo amenazaba: “si te vuelves a acercar a Teresa te pegaré más fuerte” (p.288). Después sintió cólera y tristeza pensando lo que pasaría si Teresa se enteraba. Al día siguiente le contó a Higueras toda la historia con Teresa. El flaco le dijo que el amor era lo peor y prometió curarlo. Lo emborrachó y lo llevó a un bulín.

Gamboa ordena reunir a la sección y hacerlos formar imitando las posiciones que tenían en la campaña. Se encuentra a Garrido, quien le advierte las consecuencias que puede traerle lo que está haciendo. Gamboa responde que sin disciplina todo se corrompe, y que si al chico lo mataron él se siente responsable y cree su obligación descubrir la verdad. Garrido trata a Gamboa de exagerado. Le dice que hay cosas para castigar, como lo de los exámenes y el licor, pero los cadetes aprenden allí también a ser audaces para que no los pesquen. La osadía y el ingenio también son el Ejército, no solo la disciplina. Termina diciéndole que haga lo que quiera, pero que seguro saldrá mal parado y que no cuente con su apoyo. Gamboa luego increpa al soldado que limpia la cuadra todos los días: por qué no pasó parte de los licores, los dados y otras propiedades ilícitas de los cadetes. El soldado jura no haber visto nada y Gamboa acaba decidiendo entrar él mismo en servicio esa tarde.

Capítulo V

Boa cuenta que los revisaron a todos, los hicieron abrir los armarios, y lo único que podían pensar era que el Jaguar los había denunciado. Gamboa escribía en una libreta todo lo que iba encontrando. También cuenta que antes los hicieron formar como en la campaña, en la fila quedó un espacio grande donde estaría Arana y, detrás de este, estaría el Jaguar. Boa luego cuenta que Arróspide empezó a protestar contra el Círculo, a decir que no era coincidencia que al Jaguar lo llamaran a Prevención y de pronto las autoridades supieran lo de los armarios. Se le sumaron los demás, incluso Rulos, sosteniendo que Jaguar era un traidor, un soplón.

Gamboa entra al calabozo donde está el Jaguar, le hace algunas preguntas y luego le explica los cargos por los que está encerrado. Lo amenaza también con enviarlo a un reformatorio. En cuanto a los negocios ilícitos el Jaguar dice que él no es un delincuente, que hacía lo mismo que todos. Gamboa luego le pregunta por qué mató a Arana y el Jaguar lo acusa de loco, diciendo que no hizo nada, y lo desafía a pelear.

El narrador anónimo apareció nuevamente en la playa un día en que Teresa y sus amigas estaban con los muchachos. Uno de ellos lo reconoció y pelearon hasta que apareció un policía. Teresa miró al narrador, furiosa, y le dijo que era malo y bruto. El narrador le respondió que era su culpa por ser una puta. El policía llevó al narrador a la comisaría, donde lo golpearon hasta el cansancio y luego lo dejaron libre. El narrador ya no volvió a su casa: se fue a vivir a lo del flaco Higueras.

El mayor lee el parte que le lleva el capitán y dice no entender cómo permitieron que fuera escrito en esos términos. Increpa a Gamboa: él no puede permitir que un comunicado de esa calaña llegue al Ministerio, la acusación de asesinato es absurda. Lo del alcohol y los robos de exámenes debe ser castigado, pero el muchacho se pegó un tiro por error y eso es un asunto liquidado. Gamboa insiste, ya que por la disposición de los cadetes en la formación la denuncia es aceptable. El mayor dice que su opinión no le interesa y que las órdenes no se discuten: Gamboa debe hacer un nuevo informe omitiendo todo lo relativo a la muerte de Arana. El teniente se niega a rehacer el parte y el mayor palidece y lo amenaza, elevará un informe sobre la manera del teniente de comportarse con sus superiores.

Análisis

Lo que se narra en estos tres capítulos consiste, en su mayoría, en las secuelas que deja la muerte de Arana. Por un lado, varios episodios reponen el dolor de Alberto por la pérdida y otros sentimientos adosados a la muerte de Ricardo que lo acomplejan; por el otro, se ofrecen ciertos sucesos que tienen que ver con la postura de la institución sobre el fallecimiento del cadete y que nacen como respuesta a la denuncia de Alberto que señala al Jaguar como autor del crimen.

El estado anímico de Alberto a raíz de la muerte de su compañero es presentado, en principio, por la voz de Boa:

‘El poeta está malogrado de pena’, le contó Vallano a Mendoza, ‘deja más de la mitad de su comida y no la vende, le importa un pito que la coja cualquiera, y se la pasa sin hablar’. Lo ha demolido la muerte de su yunta. Los blanquiñosos son pura pinta, cara de hombre y alma de mujer, les falta temple; este se ha quedado enfermo, es el que más ha sentido la muerte del, de Arana (p.255).

La lectura que Boa hace del comportamiento de Alberto se corresponde con su perspectiva en tanto alumno del Leoncio Prado que ha internalizado las nociones machistas de virilidad que propone constantemente la institución militar. Así, Alberto, al no disimular cierto estado de vulnerabilidad en que lo colocó la pérdida de su amigo, es catalogado por Boa como falto de “temple” y, por lo tanto, afeminado: el “alma de mujer” al que el narrador refiere obedece a la asociación permanente que algunos criterios militares plantean entre la debilidad de carácter, la vulnerabilidad, la ausencia de fuerza violenta, y lo femenino.

Sin embargo, la soledad de Alberto, dada por la incomprensión que parece encontrar en los demás, no se limita a la reacción de sus compañeros de colegio. El muchacho tampoco encuentra en Teresa la recepción buscada al comunicar la noticia de la muerte de Arana: "Yo lo conocía muy poco. Pero me da mucha pena. ¡Es horrible! -le puso una mano en el hombro-. ¿Estaba en tu misma sección, no? ¿Es por eso que estás triste?" (p.260) y luego “¿Por qué estás tan cambiado? ¿Qué otra cosa ha ocurrido?” (p.260). Está claro que, para ella, ese nombre no representa más que el vago recuerdo de un muchacho al que conoció una sola vez. Esto desconcierta a Alberto hasta el enfurecimiento y la pareja mantiene una breve discusión que signará, sin embargo, una suerte de declive y fin de la relación:

-¿Te parece poco?- dijo Alberto-. ¿Te parece poco que se muriera así? Y yo ni siquiera pude hablar con él. Creía que era su amigo y yo… ¿Te parece poco?

-¿Por qué me hablas en ese tono? -dijo Teresa-. Dime la verdad, Alberto. ¿Por qué estás enojado conmigo? ¿Te han dicho algo de mí?

-¿No te importa que se haya muerto Arana? -dijo él-. ¿No ves que estoy hablando del Esclavo? (p.261).

Lo que perturba a Alberto más que ninguna otra cosa es, claramente, un sentimiento de culpa. Según él, Arana fue asesinado cuando el Jaguar descubrió que el Esclavo había denunciado a Cava, con el único fin de sortear la injusta consignación a la que fue sometido y que le impedía realizar la actividad que anhelaba con desesperación: ver a la muchacha que amaba, esa misma que ahora es la enamorada de Alberto. Y si antes el enamoramiento y el deseo por Teresa habían tenido para Alberto más peso que su amistad con Arana, ahora la tristeza y la culpa por su muerte parecen invertir la situación: de algún modo, él ya no puede mirar a su enamorada sin pensar en su amigo traicionado y luego fallecido, y para colmo esa muchacha no parece sentirse culpable ni demasiado perturbada por la tragedia. Un conjunto de emociones asola entonces a Alberto y lo empuja a despedirse de Teresa y deambular sin rumbo hasta llamar al teniente Gamboa para compartirle su versión de los hechos.

La denuncia de Alberto surte efecto en el teniente Gamboa, que escucha con atención el relato del alumno y no titubea en trasladar el discurso -que incluye un crimen e interminables faltas, por parte de todo el alumnado, al reglamento de la institución- ante las autoridades. Cabe recordar en este punto la última escena sucedida entre Gamboa y el coronel, donde este último exigía dar por terminado el asunto de la muerte de Arana, para comprender así la reacción del capitán ante el discurso de Alberto:

La muerte de ese cadete lo ha afectado -prosiguió el capitán-. Lo comprendo, era su amigo. Pero aun cuando lo que usted me ha dicho fuera en parte cierto, jamás podría probarse. Jamás, porque todo se funda en hipótesis. A lo más, llegaríamos a comprobar ciertas violaciones del reglamento. Habría unas cuantas expulsiones. Usted sería uno de los primeros, como es natural. Estoy dispuesto a olvidar todo, si me promete no volver a hablar una palabra más de esto (p.286).

A partir de esta instancia, justamente, es que el episodio da comienzo a una suerte de grieta al interior de la institución, que divide a los que persiguen los valores que creen precisos defender a toda costa, sin importar que la imagen de la institución corra peligro, como Gamboa, de aquellos que apostarán por resolver de la manera más conveniente el asunto, como el coronel, el mayor y la mayoría de las autoridades. La relación conflictiva entre ambas corrientes comienza con una declaración del teniente Gamboa que el capitán recibe como una falta a la autoridad:

-El cadete Fernández tiene derecho a presentar esta denuncia, mi capitán. No digo que sea cierta. Pero tiene derecho a pedir una investigación. El reglamento es claro.

-¿Va usted a enseñarme el reglamento, Gamboa?

-No, claro que no, mi capitán. Pero si usted no quiere intervenir, yo mismo pasaré el parte al mayor. Es un asunto grave y creo que debe haber una investigación (p.286-287).

En los capítulos que siguen se verá cómo esta actitud del teniente Gamboa signa su destino: actuando en oposición a los intereses de sus superiores, él arriesgará el futuro profesional por el que tan arduamente trabajó toda su vida.