La ciudad y los perros

La ciudad y los perros Resumen y Análisis Primera parte, Capítulos I-II

Resumen

Capítulo 1

A la medianoche, en uno de los baños del Colegio Militar Leoncio Prado, el Jaguar coordina el robo de las preguntas del examen de química. El serrano Cava es quien lleva a cabo el hecho, copiando las preguntas que se encontraban en un armario en los dormitorios de los oficiales. Al salir rompe el vidrio de la ventana y el Jaguar se enfada al enterarse.

Ricardo Arana ya no recuerda la casa de su padre en Lima, a la que se mudó junto a su madre a partir de que ella le contó que su padre en realidad estaba vivo. El día en que llegaron, su madre besó y abrazó a un hombre desconocido y luego se lo presentó a Ricardo: era su papá. Esa primera noche Ricardo lloró en la cama hasta dormirse.

Caminando en la noche por el colegio, Alberto piensa en cómo conseguir dinero para comprarle al Jaguar las preguntas del examen de química, o bien para pagarle a Pies Dorados. Podría pedirle a su padre, pero eso significaría perdonarlo por engañar a su madre. Desde que lo echó de la casa, ella no acepta ni un cheque de él, por lo que no tienen dinero. Podría venderle a sus compañeros novelas eróticas o cartas, pero recuerda que ya todos se gastaron el efectivo en La Perlita y en las timbas. Piensa en revisar los roperos de tercer año hasta encontrar veinte soles. El teniente Huarina se cruza en su camino y Alberto le cuenta que tiene pesadillas. Huarina le grita que él no es un cura para estar atendiendo esas consultas, luego se da cuenta de que Alberto está de imaginaria y le grita que el servicio no se abandona y se va. Alberto sigue caminando, con sus botines sin cordones desde hace ya una semana. Piensa en a quién robarle cordones. Quizás a uno del Círculo, como el Rulos o Boa. Al Esclavo, no. Decide robarle a Vallano.

Alberto no encuentra al Jaguar, quien supuestamente debía ser imaginaria en el mismo turno que él. Asume que hay una timba por algún lado, y efectivamente encuentra en un baño a un grupo que juega al póker. Al salir, Alberto encuentra al Esclavo y se da cuenta de que el muchacho está de imaginaria porque el Jaguar lo ha obligado a reemplazarlo. Le dice que siente pena por él y le pregunta por qué tiene tanto miedo. El Esclavo responde que a él no le tiene miedo, y luego dice que no le gusta pelear y que no piensa ser militar. Alberto responde que él tampoco será militar, pero que en ese colegio lo son aunque no quieran. En el Ejército, dice, lo importante es ser macho, comer para no ser comido. El Esclavo pregunta a Alberto si será poeta, y este responde que no, que será ingeniero, su padre lo enviará a estudiar a Estados Unidos, y que las novelitas y las cartas solo las escribe para poder comprarse cigarrillos. Luego el Esclavo llora y explica que le robaron el sacón y que ahora quedará consignado y no podrá salir el sábado; ya hace dos semanas que no sale. Alberto propone que roben un sacón. El Esclavo se resiste, pero acaba siguiendo a Alberto a la galería de quinto año, donde abren un ropero y toman un sacón y unos cordones. Luego Alberto pregunta al Esclavo si tiene las preguntas de química, y este dice que no, pero que el Círculo seguro las tiene, porque vio a Cava ir hacia las aulas. Alberto dice que está fregado, porque no tiene plata, y el Esclavo se ofrece a prestarle. Alberto le agradece, diciendo que puede pagarle con novelitas. El Esclavo dice que no, pero con cartas sí, porque quizás tenga una enamorada pronto. Alberto luego va a la litera de Vallano y le saca el cordón que le falta. Luego lo despierta, avisándole que ya es su turno. Vallano, al ver que le falta un cordón, amenaza entre bostezos al poeta.

Mudado de San Isidro a su nueva casa en la calle Diego Ferré, Alberto se hizo amigo de Tico y Pluto. El día de la mudanza, la madre de Alberto regañaba a la sirvienta mientras el padre partía, diciendo que debía ocuparse de un trabajo con urgencia. La madre de Alberto le echaba en cara que la estaba engañando, le preguntaba cómo podía mirarla a los ojos.

Una vez, Cava aseguró que detrás del galpón de los soldados había gallinas. Llevó a los demás, se las mostró, y propuso utilizarlas para su placer sexual. Así lo hicieron. El Jaguar recomendó atarles los picos y las patas. Mientras, uno dijo que el Boa últimamente tenía sexo con una perra, llamada Malpapeada. Otro opinó que las gallinas son más limpias que las perras. Luego, entre varios, terminaron matando a una gallina. Rulos, chupando un hueso, lamentó que la carne quedara chamuscada y con pelos.

Capítulo 2

Cada madrugada un soldado se dirige a las cuadras de los cadetes. Al llegar a tercer año, toca su corneta, para luego oír las injurias de los jóvenes. Los de cuarto año a veces le tiran piedras. Los de quinto no hacen nada: tienen calculados los minutos que les quedan desde la primera corneta y los usan para seguir en la cama. Salvo los sábados, que son de campaña, y los alumnos tienen pocos minutos para lavarse, vestirse, hacer las camas y formar. Pero este sábado es excepcional: la campaña fue suprimida para quinto año por el examen de química.

Alberto abre los ojos con el sonido de la corneta, ve al Esclavo acercarse. Alberto intuye que el Esclavo quiere ser su amigo. Mientras se preparan para salir, los demás bromean, hacen cantar al Esclavo, lo acusan de haber robado los cordones. Alberto encuentra al Jaguar en el baño, le dice que necesita cincuenta puntos en química y le pregunta cuánto pide por las respuestas. El Jaguar le responde que no tienen el examen, que ni siquiera intentaron buscarlo. Ante el silbatazo de Gamboa, Alberto se apura para salir a formar.

Gamboa dirige la formación, los hace desfilar por secciones, y también ordena que algunos suboficiales castiguen a los últimos alumnos en formar, sometiéndolos a pruebas físicas. En un momento, Alberto vuelve a preguntar a Jaguar por el examen. El Jaguar le dice que, por su bien, no vuelva a preguntar por el asunto.

La formación se disuelve a medida que va ingresando al comedor. El Esclavo llena las tazas de toda la sección, perseguido por un coro de amenazas y bromas físicas. Alberto luego se inclina hacia el Esclavo y le pregunta si está seguro de haber visto a Cava la noche anterior. El Esclavo lo confirma, y entonces Alberto le dice que es mejor que no le diga a nadie que lo vio, puesto que aparentemente hubo algún problema. Luego, Alberto pide a Vallano que lo ayude en el examen, a cambio de escribirle cuatro cartas.

Aparece en la puerta del aula el teniente Gamboa y el profesor de química. Reparten los exámenes. Vallano indica a Alberto, con un gesto, que no sabe resolverlo. Los cadetes empiezan a resolver el examen bajo la mirada amenazante de Gamboa: su mirada abarca al conjunto, al igual que en las campañas, cuando dirige a su compañía mejor que todos los otros oficiales. A él los cadetes lo miran dóciles, implorantes, como esa noche en que el teniente acabó con el Círculo.

El Círculo se había formado cuarenta y ocho horas después de que sus integrantes ingresaran al colegio. El capitán Garrido los recibió con un discurso en que anunciaba que su vida civil había terminado por tres años, que desde ese momento se convertirían en hombres. El Círculo se formó después del primer almuerzo del colegio, cuando ya libres de la tutela de oficiales salieron al comedor y se mezclaron con los cadetes de cuarto y quinto.

Al Esclavo lo agarraron diciéndole “Venga con nosotros, perro” (p.52). A su alrededor, compañeros de su sección también eran llevados hacia las cuadras de cuarto año. Los "perros" estuvieron, ese día, ocho horas en manos de los de cuarto. Apenas entró a la sección, el Esclavo cayó al piso de un golpe. Diez cadetes de cuarto lo torturaron, le hicieron cantar cien veces “soy un perro” en distintos ritmos mientras le escupían. Luego, lo hicieron pararse y le pegaron hasta que perdió la noción del cuerpo. Entonces lo obligaron a caminar en cuatro patas, como un perro, y se encontró con que otro de su año había sido obligado a caminar de esa manera también. Los de cuarto les ordenaron entonces pelearse y morderse entre sí, y luego los obligaron a lamerse entre ellos. Después lo desnudaron y lo hicieron nadar de espaldas sobre la pista de atletismo. Luego lo entraron a una cuadra del cuarto, donde tendió camas, cantó, bailó, lustró botines, bebió orines, barrió con la lengua. Cuando por fin apareció en su sección juró escapar al día siguiente. Todos los de tercero se miraban entre sí, habían sido igual de ultrajados. Esa misma noche se formó el Círculo.

Estaban acostados pero ninguno dormía. En un momento, el negro Vallano fue hasta al baño y vomitó. Todos los demás lo siguieron y entonces comenzaron, agitados, a maldecir a los cadetes de cuarto año. No podían quedarse de brazos cruzados. Cava propuso llamar al Jaguar: él era distinto, los de cuarto no habían podido bautizarlo porque él se les reía en la cara y los desafiaba diciendo “Me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro” (p.57) hasta que sin poder agarrarlo lo dejaron irse. Efectivamente se sumó a la reunión el Jaguar y entre todos formaron un círculo en el baño, pasándose cigarrillos. Según se decía, el bautizo duraba un mes. No podían someterse a eso. Juraron vengarse de los de cuarto. El Jaguar propuso que el grupo se llamara el “Círculo”.

A partir de entonces el Círculo se reunió todas las noches para examinar posibles planes de venganza. El Jaguar elegía uno, lo perfeccionaba y daba instrucciones. Así, por ejemplo, los alumnos de cuarto año fueron apedreados hasta que uno rodó por el suelo, otro fue atacado por enmascarados a mitad de la noche y amarrado a un poste donde fue golpeado.

Una vez, el teniente Gamboa los encontró a todos reunidos y fumando en el baño. Los contó: treinta y dos alumnos, la sección completa. Pidió explicaciones. Entonces ellos contaron lo sufrido, la necesidad de organizarse para defenderse de los de cuarto. El teniente Gamboa comenzó a recitar el reglamento, a decir que debería expulsarlos a todos, pero que el Ejército era tolerante y comprendía a los “cachorros” (p.60) que aún ignoraban la vida militar. Dijo que no pasaría parte, pero que se trataría de la primera y única vez.

El Círculo no volvió a reunirse, aunque más tarde el Jaguar puso ese mismo nombre a otro grupo, más reducido. La tarde siguiente se dio la primera pelea dentro de la sección. Estaban en las escaleras y en medio de una confusión algunos cayeron a las hierbas. Inmediatamente el Jaguar golpeó a otro, sin previo aviso, y sin poder parar, y cuando este le rogó por perdón el Jaguar le dijo que le daba asco, que no tenía dignidad, que era un esclavo.

El teniente Gamboa anuncia que quedan diez minutos para terminar el examen. Alberto siente que una bolita de papel cae a su lado. Está por agarrarla cuando se cruza con la sonrisa de Gamboa. El teniente lee el papel, donde están inscritas las fórmulas del examen. Gamboa exige que quien lanzó la bolita se confiese. El Esclavo, Ricardo Arana, se levanta y dice que fue él. El teniente lo consigna por el fin de semana.

Análisis

La novela se inicia in media res, es decir, se nos presenta una acción iniciada en un momento previo al comienzo del relato. Esta acción es el robo de las respuestas de un examen en el medio de la noche, a escondidas de las autoridades. El robo es ejecutado por Cava, y el Jaguar lo ordena y monitorea; ambos son alumnos de quinto año del Colegio Militar Leoncio Prado. Más adelante, sabremos que dicha acción es parte de una suerte de rutina: Cava y Jaguar conforman, junto a dos cadetes más, el Círculo, una agrupación de alumnos de quinto año que suele lucrar con este tipo de actividades. Entre otras cosas, venden a precios altos, a los otros cadetes, respuestas de exámenes robados, como también pisco o cigarrillos que ingresan ilícitamente a la institución.

El movimiento narrativo consistente en presentar una imagen o situación in media res (como en este caso el robo del examen) para recién después virar el foco a momentos previos de la historia que permitan explicar y contextualizar dicha situación es propio del estilo que distingue a Vargas Llosa y que lo posiciona, desde La ciudad y los perros, como a un autor inaugural del llamado boom latinoamericano. Este estilo se basó, entre otras cuestiones, en la experimentación en términos narrativos.

El robo del examen de química no solo funciona para presentar personajes que tendrán relevancia en la trama, como el Jaguar y Cava, sino también para delinear las particulares dinámicas que caracterizarán al espacio en que se desarrollará la mayor parte de la novela, el Colegio Militar Leoncio Prado. De esta manera, una institución que se supondría signada por los valores de los que hace alarde -”La voz del capitán Garrido les anunciaba que (...) el espíritu militar se compone de tres elementos simples: obediencia, trabajo y valor” (p.52)- se presenta desde el inicio, muy por el contrario, completamente corrompida.

A lo largo de la novela, lejos de modificar esta imagen inicial, el autor configura el universo militar a partir de sus fisuras, sus fracasos, sus efectos corrosivos: el episodio que narra el “bautizo” al que son sometidos los ingresantes al colegio por parte de los alumnos un año mayores funciona como evidencia de las peligrosas consecuencias de una educación militar opresiva. Dicho episodio permite ilustrar una estructura cíclica: adolescentes de trece y catorce años ingresan al Colegio y son violentados no solo por las autoridades oficiales sino también por jóvenes que, durante un año, fueron ejercitados en el odio y la violencia. La frustración por la obediencia ciega y el disciplinamiento que coarta toda libertad decanta en un nuevo ejercicio de la autoridad, por parte de los alumnos de cuarto año, a los únicos individuos que se ubican, dentro de la jerarquía militar, en un rango aún menor al propio: los ingresantes de tercero. Criterio jerárquico y violencia son internalizadosados y heredados y, luego, reproducidos: los que fueron torturados, sin haberse podido defender de quienes eran más fuertes, esperan a poder torturar a otros más débiles. Este es el ciclo interminable de violencia que se presenta en la novela.

Siguiendo entonces lo dicho anteriormente acerca del estilo narrativo de Vargas Llosa, cuyos narradores suelen sortear toda línea cronológica y presentar, en cambio, fragmentos de situaciones a partir de los cuales el lector debe recomponer un todo, observamos que es recién en el segundo capítulo de la novela donde el narrador describe el ingreso al colegio, sucedido años antes de la acción presentada al inicio, en la que los alumnos están por terminar su ciclo en la institución:

El Círculo había nacido con su vida de cadetes, cuarenta y ocho horas después de dejar las ropas de civil y ser igualados por las máquinas de los peluqueros del colegio que los raparon, y de vestir los uniformes caquis, entonces flamantes, y formar por primera vez en el estadio al conjuro de los silbatos y las voces de plomo. Era el último día del verano y el cielo de Lima se encapotaba, después de arder tres meses como un ascua sobre las playas, para echar un largo sueño gris. Venían de todos los rincones del Perú; no se habían visto antes y ahora constituían una masa compacta, instalada frente a los bloques de cemento cuyo interior desconocían. La voz del capitán Garrido les anunciaba que la vida civil había terminado para ellos por tres años, que aquí se harían hombres, que el espíritu militar se compone de tres elementos simples: obediencia, trabajo y valor. (p.52)

El ingreso a la institución aparece ligado al inicio de un “largo sueño gris” (p.52). Más allá de que la expresión aparezca en contraposición a un cielo soleado que caracteriza al período de verano y que deja paso a un clima nublado, típico de Lima sobre todo durante el otoño y el invierno, lo gris se adjudica a los años en el Colegio Militar, también, por su acepción de falta de esplendor, de brillo, por su dureza. Dicha dureza aparece presentada también por la rigidez de las “voces de plomo” (p.52) y los “bloques de cemento” (p.52) y que evidentemente instalan lo grisáceo como rasgo típico de la vida en una institución que arrasa con las diferencias (la gama de colores, de personalidades) para convertir toda individualidad en un elemento indistinto de una “masa compacta” (p.52). Generalmente, cuando la narración se detiene a describir el Colegio, lo hace por medio de imágenes cuyo rasgo unificador es el color gris:

Se yerguen tres bloques de cemento: quinto año, luego cuarto; al final, tercero, las cuadras de los perros. Más allá languidece el estadio, la cancha de fútbol sumergida bajo la hierva brava, la pisa de atletismo cubierta de baches y huecos, las tribunas de madera averiadas por la humedad. Al otro lado del estadio, después de una construcción ruinosa -el galpón de los soldados- hay un muro grisáceo donde acaba el mundo del Colegio Militar Leoncio Prado y comienzan los grandes descampados de La Perla. (p.23)

El “mundo del Colegio Militar Leoncio Prado” es presentado por medio de imágenes que instalan lo gris como lo representativo del campo visual, y sus partes son descritas a su vez por medio de verbos que reproducen la sensación de falta de vida: los bloques de cemento se “yerguen”, mientras que el estadio “languidece” y la cancha de fútbol se encuentra “sumergida”. El Colegio Militar se construye entonces como un lugar capaz de aniquilar toda vida, color, no solo en las personas sino también en los objetos.

En relación a esta suerte de aniquilamiento de la personalidad es que debe pensarse la “animalización” a la que son sometidos los cadetes de tercer año. Estos no solo son denominados “perros” sino que son también humillados, maltratados y forzados a deshumanizarse al punto que prácticamente pierden su condición de personas para adquirir la de animales. En el capítulo dos se narra justamente el modo en que prácticamente toda la sección de quinto año fue torturada, dos años atrás, cuando apenas ingresaban al colegio. El relato pone el foco en Ricardo Arana, quizás el más vulnerable o débil, en términos de fuerza física y poder de defensa: “se sintió golpeado en la espalda. Cayó al suelo, giró sobre sí mismo, quedó tendido boca arriba. Trató de levantarse, pero no pudo: un pie se había instalado sobre su estómago. Diez rostros indiferentes lo contemplaban como a un insecto” (p.52). El relato continúa en el siguiente diálogo:

-¿Usted es un perro o un ser humano? -preguntó la voz.

-Un perro, mi cadete.

-Entonces, ¿qué hace de pie? Los perros andan a cuatro patas.

Él se inclinó, al asentar las manos en el suelo, surgió el ardor en los brazos, muy intenso. Sus ojos descubrieron junto a él a otro muchacho, también a gatas.

-Bueno -dijo la voz-. Cuando dos perros se encuentran en la calle, ¿qué hacen? Responda, cadete. A usted le hablo.

El Esclavo recibió un puntapié en el trasero y al instante contestó:

-No sé, mi cadete.

-Pelean -dijo la voz-. Ladran y se lanzan uno encima del otro. Y se muerden.

El Esclavo no recuerda la cara del muchacho que fue bautizado con él. Debía ser una de las últimas secciones, porque era pequeño. Estaba con el rostro desfigurado por el miedo y, apenas calló la voz, se vino contra él, ladrando y echando espuma por la boca, y, de pronto, el Esclavo sintió en el hombro un mordisco de perro rabioso y entonces todo su cuerpo reaccionó, y mientras ladraba y mordía, tenía la certeza de que su piel se había cubierto de una pelambre dura, que su boca era un hocico puntiagudo y que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como un látigo. (p.54-55).

Lo que se ve en estos dos primeros capítulos es que estos cadetes, víctimas de la violencia por parte de autoridades y habiendo vivido la tortura del “bautizo” años atrás, desahogan su violencia acumulada en seres que no pueden defenderse, como por ejemplo las gallinas o la perra a la que apodan "Malpapeada" (es decir, "mal alimentada" o "desnutrida"). En ambos casos lo que se ve es que la violencia aparece asociada a lo sexual: las gallinas son torturadas a la vez que penetradas por los jóvenes, hasta que estas quedan permanentemente heridas o bien muertas y se convierten en la cena; Boa tiene para con la perra una relación violenta y sexual al mismo tiempo.

Esta asociación se da a lo largo de toda la novela y tiene que ver, más que nada, con la idea de virilidad que los personajes internalizaron a través de la experiencia: numerosas veces las voces de autoridad del Colegio hablar de que los alumnos están allí para “hacerse hombres”, y las cualidades que pareciera deber reunir dicha hombría son la autoridad física, la fuerza, el poder sexual. Alberto le explica a Arana: “aquí eres militar aunque no quieras. Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes? O comes o te comen, no hay más remedio” (p.27). “Comer”, así como “fregar”, son verbos usados con cierta ambivalencia en la novela, en tanto refieren al ejercicio sexual tanto como a la idea de golpiza. Se repite, por tanto, la asociación antes mencionada entre la fuerza física y el poder sexual, y quien posee ambos atributos se establece como dominador sobre dominado: aparentemente, los únicos dos roles que se pueden ejercer dentro de ese universo.

En este marco, lo que define a Alberto Fernández, "el poeta", como uno de los protagonistas es la particularidad de su rol. Alberto no cree particularmente en los valores supuestamente positivos asociados a la fuerza física, pero sí conoce las consecuencias de mostrarse desprovisto de toda fuerza en ese contexto: “yo me hago el loco, quiero decir el pendejo. Eso también sirve, para que no te dominen. Si no te defiendes con uñas y dientes, ahí mismo se te montan encima” (p.28). De modo que el joven desarrolla una suerte de personaje exacerbado, insultante por momentos, que le permite una cierta autoridad frente a los demás. No porque él quiera dominar, sino porque no quiere que lo dominen. En esa dinámica de roles, entonces, es que se presentan los personajes principales: es el episodio del “bautizo” el que erige al Jaguar como líder, en tanto es el único al que los de cuarto año no pueden vulnerar -”Me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro” (p.57), y es él quien justamente “bautiza” al Esclavo: “Me das asco (...) No tienes dignidad ni nada. Eres un esclavo” (p.62).