Jane Eyre

Jane Eyre Temas

Independencia vs. sumisión

Si hay algo que preocupa a Jane y que ella intenta perseguir toda su vida es la independencia. Esto implica un deseo de autonomía para tomar decisiones sobre la propia vida, pero también una independencia económica que permita lo anterior. Para una mujer en la época, el destino más típico para la subsistencia era el matrimonio, por lo que si esta no quería casarse debía educarse (privilegio del cual no gozaban todas las mujeres) y luego trabajar muy duro para lograr mantenerse económicamente.

La protagonista de la novela aprende desde muy temprana edad que, si no consigue la independencia, siempre vivirá en la sumisión, debido a su condición de mujer de clase baja en la sociedad. Desde niña desprecia la situación de dependencia respecto de su familia adoptiva, y ya de adulta, cuando el amor de Rochester toca a su puerta, no podrá contentarse con la relación desigual que implica ese vínculo amoroso con un hombre de clase alta. Así, luchará siempre por su independencia financiera, para poder gozar de la autonomía y la libertad que le permitirían estar en una pareja entre iguales, y recién se reunirá con su amado cuando estén dadas las condiciones para un encuentro en la igualdad.

Por este tipo de cuestiones es que Jane Eyre es una novela rescatada por la crítica feminista. El protagónico de esta trama pone, de una forma atípica y muy adelantada a su época, a la mujer no como alguien deseoso de ser el complemento de un varón, sino como una persona con anhelos propios, entre los cuales la autonomía y la libertad encabezan la lista.

Razón vs. pasión

Jane Eyre incorpora en su trama esta dicotomía tan propia del siglo XIX. En la novela hay personajes que se identifican plenamente con la pasión (como Bertha o Rochester) y otros que se identifican con la pureza de la razón (como St. John o Helen), pero la disyuntiva entre razón y pasión es una temática que aparece también, con fervor, al interior de la protagonista.

Ya de niña, Jane es de temperamento fuerte: las falsas acusaciones que sufre en Gateshead y los consecuentes injustos castigos a los que es sometida encienden su ira de un modo desenfrenado. Este tipo de manifestaciones se irán edulcorando con el paso de los años, a medida que Jane se vuelva una muchacha más bien racional, pero la capacidad de sentir y comprender las pasiones humanas nunca se extinguirá de su personalidad. En relación con la ira, Jane nunca perderá la voluntad de hacer frente a la injusticia. En relación con lo pasional, encontrará problemática la dimensión que la llama de la pasión puede encender dentro de sí, sobre todo cuando Rochester aparezca en su camino.

El debate entre razón y pasión se presenta en la novela, con más fuerza que nunca, cuando Jane debe decidir si quedarse junto a Rochester, aunque este ya esté casado (es decir, gozar de su pasión amorosa y de la riqueza, pero en calidad de amante, lo cual le resulta indigno moralmente) o bien huir, renunciando a la pasión en favor de la razón, que le recuerda que lo primordial es vivir con independencia, autonomía, dignidad y rectitud. Hacia el final de la novela, todo se acomodará como para que la protagonista pueda vivir su historia de amor sin por eso actuar de un modo irracional ni perjudicial para sí.

Las diferencias de clase

La diferencia de clases es un tema que atraviesa la historia de la protagonista desde el primer capítulo hasta el último. Siendo una niña huérfana al cuidado de su tía política, Jane padece una situación particular desde el inicio de la novela: es pobre pero está rodeada de ricos. Esta situación es sufrida por la protagonista, en tanto le presenta muchas injusticias, ya que las personas de clase alta parecen gozar de todo tipo de privilegios frente a ella: cuando sus primos la maltratan, es ella quien sufre los injustos castigos, solo por el hecho de ser de una clase social inferior. Esta vivencia se repetirá de un modo similar cuando Jane oficie como institutriz en la mansión Thornfield, donde el dueño de casa (del cual ella está enamorada) hará fiestas con gente de clase alta que constantemente la mira con desprecio.

Este tipo de vivencias harán que Jane ansíe contar con independencia financiera, ya sea ganándose su dinero o bien buscando lo que le corresponde de una herencia que la coloque en una situación de igualdad frente a su amado. Lo que la protagonista nunca soportará es ser "mantenida", por lo que rechazará todo tipo de regalos de su pretendiente, sintiéndose incómoda con el lugar de inferioridad en que la coloca la desigualdad económica.

Desde su muy temprana juventud, Jane se diferenciará, al mismo tiempo, de quienes evalúan a las personas según el dinero que estas aparentan tener. Muy por el contrario, ella se sentirá atraída por las personas según la altura de su espíritu, no de su clase social.

La moral

Vinculado al tema Espíritu vs. materia, encontramos el tema de la moral, en tanto en la novela aparecería una pugna entre el bien y el mal en términos morales, pero también religiosos (vinculables, así, a los conceptos de espíritu -bien- y materia -mal-).

Cierto sector de la crítica establece que lo moral es el eje narrativo de la novela, a la vez que el punto alrededor del cual se construye la personalidad de Jane. En efecto, muchas de las decisiones de la protagonista a lo largo de la novela parecerían obedecer a un criterio de moralidad al interior de la misma. Este sector de la crítica vincula la moralidad al uso del aparato gótico en la novela: los fenómenos, los personajes y las situaciones más vinculadas a lo gótico se identificarían con el mal en términos morales, al menos según la moralidad que regía en la sociedad victoriana en que tiene lugar la trama. Así, al final de la novela, Rochester y Bertha Mason, como personajes, y Thornfield, como entorno, configurados en lo gótico y representantes de la amoralidad, acabarán cayendo o perdiendo sus cualidades más representativas en virtud de un triunfo del bien, de la moralidad, de la unión de la pareja protagonista en condiciones que no quiebran ninguna ley instituida.

La religión

A lo largo de su historia, Jane se enfrenta a distintos modelos de cristianismo para terminar encontrando su propio camino religioso. El primero de estos modelos está dado por el dogmatismo hipócrita del Sr. Brocklehurst, quien exige extrema sumisión y privaciones a sus alumnas de Lowood mientras le brinda una vida de lujos a su familia. El segundo modelo se encarna en Helen Burns, compañera y amiga de Jane, quien defiende un cristianismo basado en el perdón absoluto y la tolerancia extrema, sufriendo una y otra vez injusticias en silencio. El tercer y último de estos modelos está presentado por St. John, cuya religiosidad se caracteriza por la rectitud, la entrega absoluta a Dios y el rechazo de todo amor o pasión humanos.

Durante el proceso de aprendizaje de Jane trazado a lo largo de la trama, la protagonista busca su propio modelo de espiritualidad. Acaba incorporando la idea de perdón que promulgaba su amiga Helen, aunque sosteniendo un principio de amor y felicidad y no de sufrimientos. El cristianismo que acaba practicando Jane reúne en sí el amor espiritual y el amor interpersonal, aunque sin sacrificar la libertad ni la autonomía.

Espíritu vs. materia

Un fuerte sector de la crítica determina que Jane Eyre puede leerse como una metáfora del triunfo del espíritu sobre la materia, de la virtud sobre el pecado. Esta lectura identifica al personaje del héroe gótico, Rochester, con una tendencia arraigada a la materia, al pecado de la carne. Del lado opuesto tendríamos a Jane, cuyo apellido, "Eyre", suena igual que el sustantivo "aire" en el idioma original de la novela (air) y, por lo tanto, se identificaría con el aire, que en simbología bíblica es el Espíritu. En la relación amorosa entre ambos personajes, las idas y venidas tendrían que ver con esta pugna entre materia y espíritu: Rochester querría arrastrar a Jane con él hacia el pecado (relación extramatrimonial, bigamia), mientras que la muchacha intentará refrenar la pasión y aferrarse al espíritu, que le pide rehuir la tentación y conservar su pureza.

El final de la novela, siguiendo esta lectura, implicaría un triunfo del espíritu sobre la carne. Jane y Rochester finalmente se unen, pero cuando el hombre se despojó ya de su tendencia materialista y alcanzó una altura espiritual similar a la de su amada.

El feminismo

Jane Eyre es una novela rescatada por la crítica feminista como una de las primeras obras literarias capaz de reflejar la lucha histórica de las mujeres por una posición de igualdad en la sociedad. Desde un principio, el personaje protagónico tiene una personalidad fuerte, considerada excesiva en la época para una mujer: Jane es iracunda, enfrenta a quienes se comportan injustamente con ella y defiende su verdad hasta las últimas consecuencias, sin importar cuánto poder tenga quien le lleva la contra. Luego, en las relaciones amorosas, Jane siempre privilegiará su independencia y su autonomía por sobre el amor de un hombre. Cuando decida unirse amorosamente a su amado, lo hará en una situación de igualdad, y no sometiéndose a la superioridad de un varón por el lugar privilegiado que la sociedad le brinda a su género.

Por otro lado, Jane reflexionará acerca de su condición de mujer, catalogando de prejuicio social aquel que sostiene que las mujeres se contentan con la quietud y la estabilidad, como si en ellas no viviera la misma llama pasional que empuja a los varones a la aventura. En la acción y el pensamiento de Jane a lo largo de la trama, la novela realiza una crítica a los modelos instaurados en la época relativos al género, denunciando las limitaciones que se imponen a las mujeres -y no a los varones- que buscan seguir sus pasiones.

La crítica feminista analizó la novela en su contexto de publicación, teniendo en cuenta los estereotipos de personajes femeninos presentes en la literatura de la época, y observó que Charlotte Brontë parece haber trabajado a conciencia en relación con la existencia de estos estereotipos, transformándolos. El personaje de Jane, así, conserva la racionalidad y la piedad esperables en una dama en la época, sobre todo en una heroína, pero tampoco hace oídos sordos a lo que dicta su pasión cuando de amor se trata. Así, rechazará tanto relaciones pasionales pero desiguales como relaciones de mutuo respeto intelectual pero faltas de amor y pasión. En esta clase de atributos de la personalidad de Jane, la novela construye un ideal femenino casi inexistente en la época, en el que la libertad, la autonomía, el deseo y la razón se conjugan en un horizonte que conduce a la mujer a una posición de igualdad en la sociedad.