Jane Eyre

Jane Eyre Resumen y Análisis Capítulos 21-27

Resumen

Capítulo 21

Robert Leaven, el cochero de Gateshead que ahora está casado con Bessie, visita a Jane. Le dice que el primo de Jane, John, se suicidó, y que la Sra. Reed sufrió un colapso nervioso y enfermó. Está cerca de la muerte y pregunta por Jane. El Sr. Rochester le da permiso a Jane para salir de Thornfield por una semana y le da algo de dinero.

Jane llega a Gateshead esa noche y se reúne con Bessie, quien le dice que la Sra. Reed vivirá solo una o dos semanas más. Jane también habla con Eliza y Georgiana, quienes la miran con el desprecio de antaño, aunque su rudeza ya no hiere a Jane.

La Sra. Reed no reconoce a Jane y habla sobre ella. Revela que siempre le disgustó la madre de Jane, la hermana de su esposo, porque el Sr. Reed siempre la favoreció a ella y, posteriormente, a la huérfana Jane.

Durante los días siguientes, Jane dibuja. Realiza un retrato de Rochester y luego de Georgiana y Eliza, a pedido de estas. Ambas le toman cariño a Jane, aunque no entre ellas. Eliza mantiene su distancia con todos; una noche arremete contra Georgiana por su inmadurez y pereza, y jura que no tendrán nada que ver después de la muerte de su madre.

Jane visita a la Sra. Reed una tarde mientras no hay nadie alrededor y revela su identidad. La Sra. Reed se disculpa por no haberla criado como a una de los suyos, pero todavía está muy resentida con ella debido a la preferencia del difunto Sr. Reed. La Sra. Reed también le da a Jane una carta de su tío, John Eyre, recibida tres años atrás. El Sr. Eyre había querido adoptar a Jane y llevarla a Madeira con él, pero la Sra. Reed ocultó la carta. Jane asegura que la perdona, y la Sra. Reed muere más tarde esa noche.

Capítulo 22

Jane se queda en Gateshead durante un mes para ayudar a Georgiana y Eliza. Después de la partida de Jane, Georgiana regresa a Londres y se casa con un hombre rico, mientras que Eliza ingresa en un convento en Francia y finalmente se convierte en madre superiora. Jane regresa a Thornfield y se sorprende al ver al Sr. Rochester recién llegado de Londres, donde compró un carruaje nuevo, probablemente para su boda. Sin embargo, la boda nunca se menciona ni se hacen preparativos, y Jane espera que se haya cancelado.

Capítulo 23

Una noche de verano, Jane se encuentra con el Sr. Rochester en los jardines. Él revela que se casará un mes después y que Jane debe irse de Thornfield; él ya tiene otro puesto de institutriz preparado para ella en Irlanda. Jane está devastada ante la perspectiva de estar tan lejos del Sr. Rochester, pero admite que la presencia de la Srta. Ingram hará necesaria esa separación.

El Sr. Rochester y Jane se sientan en un banco debajo de un castaño de Indias del jardín, y el Sr. Rochester cambia repentinamente de actitud. Confiesa que siente como si estuvieran conectados por un cordón atado al corazón, y le pide que se quede en Thornfield. Jane se niega, sacando a relucir el tema de su prometida. Luego, admite que le sorprende que se vaya a casar con alguien como la señorita Ingram. Finalmente, confiesa que lo ama. Para su sorpresa, el Sr. Rochester le pide que se case con él. Al principio ella cree que él solo se está burlando de ella, pero él la convence de que no ama a la señorita Ingram y que nunca podría casarse con alguien que solo estuviera interesado en su dinero.

Finalmente, Jane acepta la propuesta. Una tormenta se desata y los felices enamorados se besan antes de retirarse cada uno a su habitación. Jane llega a ver que la Sra. Fairfax presencia el beso, pero decide hablar con ella en otro momento.

Esa noche, un rayo cae sobre el castaño bajo el cual estaban sentados Jane y el Sr. Rochester y lo parte por la mitad.

Capítulo 24

A la mañana siguiente, Jane está radiante. El señor Rochester planifica que se casen un mes después, y, mientras, hace traer joyas londinenses. Jane no quiere tal ostentación y le ruega cancelar la orden. El Sr. Rochester accede, pero luego promete llevarla de viaje con él por Europa. En un momento, el Sr. Rochester confiesa que fingió interés en la señorita Ingram solo para darle celos a Jane.

Jane se prepara para ir a Millcote con el Sr. Rochester. La Sra. Fairfax felicita a Jane, pero le advierte que esté en guardia, ya que los hombres ricos rara vez se casan con institutrices. Adèle quiere ir a Millcote con ellos y Jane convence a Rochester para que la lleve.

En Millcote, el señor Rochester le otorga sin parar ropa y joyas a Jane, que siente vergüenza, y le asegura al Sr. Rochester que seguirá trabajando como institutriz de Adèle y mantendrá su independencia financiera. Ella también rechaza su invitación a cenar, aunque pasa tiempo con él por la noche mientras él canta y toca el piano. Ante los avances del hombre, Jane retrocede; se niega a someterse a sus encantos. Jane también decide escribirle a su tío en Madeira, con la esperanza de que ser la heredera de John Eyre la haga sentir más igual al Sr. Rochester.

Capítulo 25

Falta un día para la boda. Jane está inquieta por un incidente que ocurrió durante la noche. Mientras yacía en la cama, le pareció escuchar un extraño aullido. Luego, tuvo una serie de sueños que giraban en torno a un niño pequeño que lloraba en sus brazos. Jane despertó de su pesadilla y vio a una mujer extraña en su habitación revisando su armario, y luego rasgando por la mitad el velo de novia de Jane. La mujer luego miró a Jane, quien se desmayó.

Cuando escucha el relato, Rochester intenta convencer a Jane de que el episodio no fue más que un sueño, pero ella le muestra su velo de novia, efectivamente rasgado en dos. El Sr. Rochester se horroriza y luego agradece al cielo que Jane esté a salvo. Dice que debe haber sido Grace Poole, y promete que le explicará por qué la mantiene en la casa, pero que lo hará recién cuando se hayan casado. Jane acepta la promesa del Sr. Rochester, aunque no está satisfecha con su explicación.

Capítulo 26

A la mañana siguiente, Jane se prepara para la ceremonia de matrimonio. En lugar de usar el velo elegante, destruido por la extraña mujer, Jane usa un velo sencillo que ella misma hizo.

Mientras se dirigen a la iglesia, Jane nota que Rochester se ve más sombrío que feliz. Luego, ve que dos extraños entran en la iglesia antes que ellos. El sacerdote comienza la ceremonia, pero cuando le pregunta a Rochester si tomará a Jane como su esposa, uno de los extraños interrumpe. Es el señor Briggs, un abogado de Londres que afirma que el Sr. Rochester no puede casarse porque ya tiene una esposa, viva, de un matrimonio celebrado quince años atrás. Briggs declara tener un testigo para dar fe de que la esposa está viva: Richard Mason. Mason da un paso adelante y revela que la esposa del Sr. Rochester vivía en Thornfield cuando la visitó tres meses antes, y que él es su hermano.

El Sr. Rochester confiesa que la acusación es cierta y que su loca esposa, Bertha Antoinette Mason, vive en su ático bajo la vigilancia de Grace Poole. Luego, pide que todos se encaminen a la casa: él mostrará el estado de Bertha y así todos podrán juzgar si él está habilitado, o no, para volver a casarse.

El grupo va a Thornfield y sube al ático del tercer piso. En la habitación donde apuñalaron y mordieron a Mason, Grace cocina la comida mientras Bertha, enloquecida, corre como un animal. Bertha se abalanza sobre el Sr. Rochester y casi lo estrangula, hasta que él la ata a una silla. Todos salen de la habitación.

Briggs le informa a Jane que su tío, John Eyre, quien está muy enfermo en Madeira, fue quien se enteró que se celebraría el matrimonio entre ella y Rochester (por la carta de ella y por Mason) y lo envió a él a evitarlo. El señor Briggs sugiere que Jane se quede en Inglaterra hasta que sepa más de su tío. Luego, Briggs y Mason se van, y Jane entra sola a su habitación, reflexionando sobre su repentino cambio de fortuna. Intenta rezar a Dios por ayuda, pero está demasiado devastada para pronunciar las palabras en voz alta.

Capítulo 27

Jane se debate entre si debe irse o no de Thornfield. Cuando sale de su habitación, el Sr. Rochester le ruega que lo perdone. Jane permanece en silencio y rechaza sus besos, alegando que es un hombre casado. Luego, comienza a sentirse mareada y el Sr. Rochester la lleva a la biblioteca para que se recupere. Allí, él propone que se muden al sur de Francia y vivan juntos como marido y mujer. Adèle será enviada a la escuela y Grace permanecerá en Thornfield para cuidar de Bertha. Jane se niega y comienza a llorar, diciendo que, aunque lo ama, nunca será más que una amante mientras Bertha esté viva.

El Sr. Rochester le explica a Jane cómo se dio su matrimonio con Bertha, para que entienda por qué él no lo considera válido. Su padre le dejó todo su patrimonio al hermano mayor del Sr. Rochester, Rowland, pero no quería dejar a su segundo hijo completamente sin dinero, por lo que procuró casarlo con una mujer de fortuna. Envió al Sr. Rochester a Jamaica para que se casara con Bertha Mason, la hija de un viejo conocido, y así ganar su herencia de 30.000 libras. Bertha era hermosa y deseable, y aunque pasaba poco tiempo a solas con ella, el Sr. Rochester quedó abrumado por su belleza y accedió rápidamente al matrimonio.

Poco después de la boda, el Sr. Rochester descubrió que la madre de Bertha estaba en un manicomio, mientras que su hermano menor era un idiota mudo. También se dio cuenta de que su padre y su hermano sabían de la locura hereditaria en la familia Mason, pero la ocultaron por el bien de la gran fortuna de Bertha Mason.

Durante los cuatro años siguientes, el Sr. Rochester vivió con Bertha en Jamaica y la vio volverse cada vez más loca, perversa y violenta. Mientras tanto, el padre y el hermano del Sr. Rochester murieron, dejándole su fortuna. Desesperado, el Sr. Rochester pensó en suicidarse, pero decidió regresar a Inglaterra y encerrar a Bertha en la celda del ático de Thornfield. Luego, se dedicó a viajar por el mundo en busca de una mujer a quien amar, decepcionándose una y otra vez, hasta que conoció a Jane, e instantáneamente supo que ella era la indicada.

Jane no sabe qué hacer. No quiere aumentar la infelicidad del Sr. Rochester, y además duda que alguna vez encuentre a alguien que la ame tanto como él. Sin embargo, sabe que siempre estará descontenta consigo misma si decide quedarse en Thornfield. Esa noche, Jane sueña que su madre la insta a resistir la tentación. Cuando se despierta, empaca rápidamente sus cosas y sale de Thornfield.

Análisis

Los progresos en el desarrollo de Jane a lo largo de la novela se evidencian cuando la muchacha regresa al escenario de su infancia, Gateshead. Por primera vez, vuelve a recorrer el espacio en el que dio sus primeros pasos, y del cual huyó con tanto entusiasmo varios años atrás, cuando la opción de instalarse en Lowood apareció en su camino. Junto a Bessie en la escalera, al interior de Jane se conjugan la escena de su salida de Gateshead con de su entrada en el presente: “también fui acompañada por ella como bajara yo, nueve años atrás, la escalera que ahora subía, en aquella oscura y brumosa mañana de enero en que abandoné una mansión hostil con el corazón amargado y desesperado” (p.251). Sin embargo, aunque el escenario y los personajes se repiten, el carácter de Jane aparece completamente transformado, así como sus sentimientos: "El mismo techo hostil me acogía de nuevo y también ahora me parecía ser un ser errante sobre la tierra, pero me sentía más segura de mí misma y me asustaban menos las injusticias que pudieran cometer conmigo los demás. La herida de los agravios recibidos hacía tiempo estaba curada y la llama de los rencores, extinguida" (Ídem).

Efectivamente, Jane fue capaz de dejar los resentimientos del pasado atrás y ahora puede mirar a quienes fueran sus enemigos con la paciencia y la comprensión de quien encontró la paz en su alma. Al parecer, la experiencia en Lowood, sus años junto a Helen o a la señorita Temple hicieron mecha en el corazón de Jane; la protagonista logró encontrar en su interior, aparentemente, una luz capaz de guiarla hacia el bien, propio y ajeno.

Y, en efecto, Jane pareciera la única persona criada en Gateshead que demuestra visibles progresos. Mientras que John Reed se convirtió en un adicto al juego y al libertinaje; Georgiana, en una muchacha caprichosa, y Eliza, en una mujer fría y distante, Jane se ha transformado en una mujer paciente y compasiva, elevada espiritualmente, capaz de ayudar a los demás con cariño y humildad.

La fría recepción inicial de las chicas Reed, entonces, no perturba a Jane como podría haberlo hecho alguna vez, ni tampoco lo hace el odio implacable de la Sra. Reed en su lecho de muerte. De hecho, Jane perdona abiertamente a su tía: "El tiempo tiene la virtud de disipar los afanes de venganza y extinguir los impulsos de aversión. Yo me había separado de aquella mujer odiándola y ahora no experimentaba, sin embargo, más que conmiseración hacia sus grandes sufrimientos y un vivo deseo de perdonar y olvidar sus injurias y reconciliarme con ella" (p. 253).

Jane parece haber encontrado una fe, una forma de habitar la religión que se distancia de la postura dogmática y tiránica del Sr. Brocklehurst, y también de la extrema tolerancia autodestructiva y sacrificial de Helen Burns. Jane perdona los males infligidos en el pasado por la señora Reed porque en su interior ya no hay espacio para el odio. Con la adultez, llegó a Jane un crecimiento espiritual. En su modo de vivir la fe, a diferencia del que se imponía Helen, la religión no está para infligir sufrimientos ni a sí ni a los demás, sino para conducir a la felicidad, la comunión y la paz.

En medio de la situación emotiva de Jane en Gateshead, la narración filtra una información que será de utilidad poco después. La carta de John Eyre da a entender que un familiar directo de Jane acumuló una fortuna en Madeira, por lo que el status económico de Jane podría alterarse pronto, acercándola más a la independencia financiera.

El tiempo de Jane en Gateshead funciona también para poner en perspectiva el presente de Jane en Thornfield, para que la protagonista se dé cuenta de lo importantes que se han vuelto esa casa y todos sus habitantes (particularmente el señor Rochester) en su vida. Si bien Gateshead era su casa original, Jane solo puede sentir a Thornfield como su hogar. Las interacciones de Jane con Eliza y Georgiana también le recuerdan cuánto ha crecido en los últimos nueve años; ya no es una niña enojada, resentida con sus crueles parientes. Jane es claramente un ser superior, adulto, en la casa de los Reed, y la única capaz de ejercer como mediadora y aseguradora de la paz entre sus infelices primos.

Las idas y venidas, malentendidos y sugerencias, entre Jane y Rochester culminan con la propuesta matrimonial del hombre. Esto suscita una serie de emociones en Jane, no todas positivas, ya que, aunque entiende al amor como una fuerza impulsora capaz de conducirla a la felicidad, también tiene firme en su ser la necesidad de autonomía e independencia personal. Así, la muchacha rechaza todas las ofertas de regalos de Rochester, principalmente porque estas reflejarían una jerarquía desigual desde varios puntos de vista: desde el económico y de clase, se trata de una persona pobre siendo vestida y mantenida por un rico; desde una perspectiva de género, Jane teme convertirse en una suerte de propiedad de Rochester, en una muñeca vestida y transportada según el placer de su dueño. Dice Jane, sobre su prometido: “le vi sonreír y me pareció que aquella sonrisa era la de un sultán en el agradable momento de cubrir de joyas y oro a una de sus esclavas” (p.289). Al mismo tiempo, por otra parte, el rechazo de Jane a los bienes materiales que le ofrece Rochester opone al personaje protagónico con el de la señorita Ingram, una mujer claramente interesada en la riqueza, no así en el espíritu, de su pretendiente. Como veremos en este mismo análisis, Jane es el personaje que, en la novela, encarna la fuerza del espíritu que se opone a la fuerza materialista.

En el mes previo a la boda, Jane siente una mezcla de felicidad ansiosa y miedo a perder su autonomía, su individualidad, su dignidad. Siempre que puede, la mujer busca sobreponerse, demostrar su autodeterminación, su capacidad de decidir. Al rechazar sus avances pasionales, Jane puede mantener una apariencia de control, al mismo tiempo que garantiza que no se convertirá en una amante sumisa. Tal como sostiene en una ocasión, lo más importante para Jane es ser “una persona racional con un alma independiente” (p.275). En efecto, el relato resalta la inquietud que sorprende a Jane cuando Rochester la llama “señora Rochester”. Esto tiene que ver con la pérdida de individualidad que supondría la unión matrimonial, donde la mujer, sobre todo en la época, pasa a ser un complemento del marido (recordemos que la señorita Temple abandonó su identidad de profesora al casarse). Bien podemos unir esta cuestión con el hecho de que el título de la novela sea Jane Eyre, nombre de soltera de una protagonista que, sin embargo, se casa al final de esta: lo que define a Jane es su identidad como mujer independiente.

En relación con lo anterior, las pesadillas de Jane sobre el niño que llora en sus brazos funcionarían, quizás, como expresión de su ansiedad por dejar su identidad infantil de Jane Eyre y ascender a la edad adulta como Jane Rochester. Pero el sueño también podría leerse como un mal presagio: Jane recuerda a Bessie diciéndole que una pesadilla sobre niños era una señal de problemas para el soñador.

Con la historia que le confía a Jane sobre su pasado con Bertha, Rochester busca excusarse del engaño al que sometió a la muchacha, aunque no deja de ser cierto que el hombre se habría casado con Jane sometiéndola a una posición de amante (algo muy mal visto en la época) sin que ella lo supiera. La escena hunde a la protagonista en un debate interior, liderado por fuerzas contrapuestas: por un lado, ama a Rochester; por el otro, su noción del bien y el mal, de lo correcto e incorrecto, le exige abandonarlo. En este momento de desesperación, Jane se acerca a Dios. Si bien ella no tiene una fe ciega en Él (como lo demuestra su incapacidad para pronunciar la oración), Dios es su última salvación y su última oportunidad (así cree ella) de ser amada por otro.

La salida de Jane de Thornfield no es su primera partida (de hecho, es la tercera), pero sin dudas es el resultado de la decisión más difícil que debió tomar hasta el momento. De quedarse en la casa, disfrutaría del amor de un hombre al que ella corresponde en sentimiento, además del lujo y la comodidad que le brinda la riqueza. Sin embargo, también la convertiría en amante, lo cual, para Jane, implica una pérdida de respeto por sí misma. Como se vio a lo largo de la novela, Jane busca tanto el amor propio y la independencia como el amor de los demás.

Más allá de que la huida de Jane parece darse de la mano del descubrimiento del previo compromiso matrimonial de Rochester con Bertha, es cierto que la asociación entre matrimonio y pérdida de la independencia ya aparecían asociados al interior de Jane como un motivo de angustia. La protagonista ya parecía dudar sobre el matrimonio antes de enterarse de lo de Bertha. En este punto, es lícito mencionar que, para cierta parte de la crítica, el matrimonio del Sr. Rochester con Bertha funcionaría como un símbolo de las desigualdades al interior del matrimonio en una sociedad victoriana, particularmente, por supuesto, por la forma en que aprisiona (literalmente, en el caso de Bertha) a la mujer. Desde esta lectura, es posible pensar que Jane estaría preocupada por padecer un encierro o encarcelamiento similar, aunque, en su caso, simbólico: al concretar el matrimonio, siendo de una posición económica inferior, sumado al hecho de ser la mujer en la pareja, se convertiría en una propiedad del hombre, perdería su libertad y autonomía como la pierde un pájaro encerrado en una jaula, por más cariñoso que sea el dueño que lo metió entre las rejas.

Es de suma importancia traer al análisis otra lectura crítica que presta especial atención a la vinculación entre el estilo gótico de la novela y las temáticas más importantes de la misma, sobre todo las relacionadas con el ámbito moral, en el cual se debaten la mayoría de los conflictos internos de la protagonista. Porque según este sector de la crítica, en Jane Eyre la moralidad funciona como uno de los ejes fundamentales de la narración, y está estrictamente vinculada a los elementos góticos que aparecen en la novela. Son precisamente los hechos, situaciones y personajes más asociados a lo gótico los que constituyen el nodo central de las fuerzas del mal que nuestra protagonista debe vencer. Estas fuerzas del mal aparecerían unidas, tal como veremos, al satanismo y al pecado.

Es propio de la novela gótica el hecho de que los aspectos más propiamente góticos se relacionen identitariamente con lo moralmente negativo. Esto se corresponde, históricamente, con que este tipo de novelas configuraban, en la época, una clara denuncia desde una perspectiva protestante a lo que se consideraban las corrupciones de la Iglesia Católica. En estas narraciones, la Iglesia Católica aparece precisamente como la fuente y origen del mal; los conventos y monasterios como símbolos de terror y de inmoralidad (hemos visto ya al señor Brocklehurst como uno de los representantes, bastante negativos en términos morales, de estas instituciones).

En esta novela, muchos de los fenómenos propios del gótico asociables a lo moralmente negativo tienen que ver con la figura de Bertha, cuya existencia impide que Jane y Rochester mantengan una relación amorosa sin transgredir el código moral-religioso. Sin embargo, el personaje que mayormente aparece asociado a las ideas del mal, en los términos morales de la época, es, al mismo tiempo, el héroe romántico: Rochester. En el vocabulario frecuentemente utilizado por el personaje o en relación a él aparecen nociones como “maldito” (p.323), un “ogro que se come a los niños crudos” (p.290), un “aspecto hosco y salvaje” (p.312), a la vez que se insinúa en varios momentos una influencia poco positiva de este personaje sobre Jane en términos espirituales: “él se había interpuesto entre mis sentimientos religiosos y yo como un eclipse se interpone entre el Sol y la Tierra” (p.293), sentencia la protagonista.

El aspecto físico de Rochester presenta también, en gran medida, las características propias del héroe satánico. Su rasgo fisionómico más representativo de esto se encuentra en los ojos del personaje, “unos ojos tan brillantes” (p.301) que son el centro de “aquellas miradas tan fieras y resueltas” (p.301). Por momentos, la narradora directamente refiere a los “ojos de asesino” (p.303) de Rochester, o a “ojos centelleantes” de donde “su furia brotó”(p.324), o alude a su “aspecto terrible, con los ojos inyectados en sangre” (p.233). Cuando Briggs irrumpe en la boda, Rochester procura obligar al clérigo a continuar con la celebración. “¡Con qué fiereza y maldad brillaban sus ojos!” (p.302), exclama entonces Jane, a quien el hombre sostiene “cogida por el brazo con firmeza y con una mano que abrasaba” (p.302). En la mano de Rochester también se concentra, por tanto, lo satánico. Y, efectivamente, lo que podría interpretarse como el castigo de Rochester se dará, hacia el final de la novela, sobre esas dos partes de su cuerpo. La ceguera y la pérdida de la mano terminarán con el héroe satánico, como veremos más adelante, y contribuirá a la concreción del amor en un marco moral.

Lo moralmente negativo del personaje de Rochester, desde la perspectiva de la narradora, radicaría, en primer lugar, en la vida disipada a la que se entregó tras la crisis de locura definitiva de su esposa. En segundo lugar, Jane ve como pecado la bigamia en que hubiese incurrido de haberse celebrado el matrimonio con ella. Por último, en la narración es fácil asociar con una suerte de fuerza inmoral la tentación que implica la presencia de este hombre para la protagonista. En efecto, sobre esto último, en los días previos a la ceremonia frustrada, Jane se ve en la obligación de sofocar cualquier tipo de arrebato pasional de su prometido (escapando de él constantemente, incluyendo a Adèle en las salidas que el hombre planeó para la pareja). “Rochester afirmaba que yo le estaba quemando la sangre y me amenazaba con fieras venganzas en lo futuro” (p. 293), dice Jane. Rochester representa en la novela el pecado de la carne, es el personaje más ligado a las fuerzas de la materia, y busca llevar a Jane con él. Esto aparece explicitado en varios pasajes. Por ejemplo, cuando están yendo hacia la parroquia para celebrar la boda, Rochester, con aire sombrío, toma del brazo a Jane, quien asegura que el hombre la “arrastró materialmente” (p.300) gran parte del camino, y el hombre mismo le confiesa a Jane su deseo: “hacerte arder en la propia pura llama que me devoraba a mí” (p.321). El atractivo que él ejerce sobre la protagonista, no obstante, supera los límites de la mera carnalidad, tal como se verá, en mayor profundidad, al final de la novela.

Cuando se descubre la existencia de Bertha, Rochester trata de convencer a Jane desesperadamente para que se quede con él, asegurándole que su relación será limpia, inmaculada. Pero, seguidamente, Jane tiene que huir de los brazos de su amante, que tratan de acogerla en una actitud en la que se dibuja de nuevo la figura del héroe romántico. En esta escena, previa a la partida de la protagonista de Thornfield, se da la última visión que tiene Jane del Rochester satánico. A esta altura de la relación entre ambos, el entendimiento y la unión no son posibles porque, a pesar de sus palabras, Rochester continúa atado a la tiranía de la carne, a la tiranía de la materia. Esa misma noche Jane tiene el sueño en el que se le aparece una figura humana que le dice: “Huye de la tentación, hija mía” (p.326); Jane afirma de ella: “le habló a mi espíritu” (p.326).

La equivalencia fonética entre el apellido de la protagonista y el sustantivo “air” (“aire” en inglés) ha sido relevada, también, por la crítica. La identidad de Jane se asociaría a la del aire, que en los arquetipos de la poesía romántica funciona como una metáfora del espíritu. Esta asociación tiene también una presencia muy importante en la tradición bíblica: la brisa se asocia al Espíritu Santo, y por ende a la divinidad. El personaje de Jane encarnaría, así, esa imagen emblemática del viento que se opone a una filosofía materialista y mecanicista, representada en la novela a través del pecado de la carne, simbolizado, a su vez, por la figura del Rochester satánico.