Jane Eyre

Jane Eyre Símbolos, Alegoría y Motivos

La estrella solitaria (Símbolo)

Cuando la señorita Temple se casa y abandona Lowood, Jane se siente perdida y sola en esa escuela donde pasó los últimos siete años de su vida. Está en su cuarto cuando mira por la ventana y se queda observando la única “solitaria estrella” (p.111) que se ve en la inmensidad del cielo. Esa estrella funciona como un símbolo de la soledad que Jane siente en ese pensionado una vez que la profesora que le sirvió de faro durante su estadía en el lugar abandona la escuela.

La flor francesa (Símbolo)

En el discurso de Rochester aparece la flor como símbolo de Adèle Varens. El dueño de Thornfield refiere a la niña como una "florecilla de Francia"(p.176) que se vio en la necesidad de expatriar una vez que su madre, la bailarina francesa, la abandonó. "Ahora ya no me importa la raíz de que procede" (p.176), asegura ante Jane, refiriéndose con esa raíz no solo a la tierra francesa en la cual nació Adèle, sino también al vientre que la trajo al mundo. Después de años, admite Rochester: "empieza a gustarme la flor" (p.176).

La asociación simbólica entre Adèle y la flor se repite en varios momentos del relato. Uno de ellos es cuando Rochester le explica a Jane su decisión de llevarse a la niña a Inglaterra. “Yo no pensaba tener ninguna obligación con la niña, que quedó abandonada, tampoco me consideraba su padre", admite el hombre, "pero, al oír decir que vivía en la indigencia, la saqué del lodo de París y la trasplanté a estas tierras, donde podrá crecer y educarse limpiamente en las verdes praderas de un jardín inglés” (p.182). Efectivamente, en el discurso de Rochester es Adèle quien aparece como esta flor que, abandonada, hubiera crecido en las zonas bajas de Francia (el lodo de París). El hombre refiere al viaje por el cual trasladó a Adèle hasta su casa como un "trasplante" a mejores tierras: las verdes praderas inglesas que se ofrecen como un buen territorio para el florecer de las plantas también son un campo fructífero para la educación de una niña.

El castaño de Indias del jardín de Thornfield (Símbolo)

En el capítulo 23, una importante situación tiene lugar bajo el castaño de Indias, un árbol destacado en el jardín de Thornfield. Mientras pasean por el jardín, el señor Rochester le anuncia a Jane que debe irse, puesto que pronto él se casará con la señorita Ingram. Pero inmediatamente después, cuando ambos se sientan bajo el castaño, el hombre cambia completamente su actitud: le confiesa a Jane que no quiere que se vaya, que siente que sus corazones están unidos; Jane admite entonces que lo ama y él acaba proponiéndole matrimonio. Así, el árbol funciona como un símbolo del amor entre Jane y Rochester.

Lo más significativo en términos simbólicos es, sin embargo, lo que sucede inmediatamente después. Cuando ambos personajes se retiran, cada uno a su habitación, una tormenta se desata y un rayo parte en dos el castaño de Indias. El hecho es por lo tanto simbólico, pues ese árbol que se parte en dos era el símbolo del amor de ambos personajes. Efectivamente, el compromiso de boda sellado bajo su sombra se romperá, al menos por un tiempo.

El águila (Símbolo)

Los espíritus de Rochester y Jane se encuentran, al fin, una vez que aquél ha purgado su ser de su tendencia a la materialidad y al pecado. En su encuentro final, la narradora refiere a su amado como “un águila enjaulada cuyos ojos hubiesen sido cruelmente cegados” (p.437), un hombre cuyo “cabello recuerda el plumaje de un águila” (p.442). En la simbología vigente en la época, el águila constituye un símbolo de la altura, del espíritu identificado con el sol. Es decir, la figura del águila con la cual la narradora refiere a Rochester simboliza el espíritu elevado que este habría alcanzado.

Hielo y fuego (Símbolos)

A lo largo de la novela se presenta una dicotomía entre las representaciones de fuego y hielo. El fuego funciona frecuentemente como símbolo de la pasión y la rebelión, mientras que el hielo, o la frialdad, se asocian simbólicamente al aislamiento y la desolación. Una de las primeras apariciones de esta dicotomía se da cuando Jane es encerrada, de niña, en el cuarto rojo: la protagonista, experimentando soledad y desolación, observa cómo la habitación está fría, puesto que nunca se enciende allí la chimenea. El fuego aparecerá desde entonces, en muchos casos, para ilustrar la rabia de la heroína a causa del maltrato. Cuando la señorita Scatcherd escribe sobre un cartón la palabra “descuidada” (p.95) y la pega sobre la frente de Helen, Jane vive en carne propia toda la "cólera que ella era incapaz de sentir" (p.95), y precisa no solo arrancar el cartel de la frente de su amiga sino además incinerarlo, en un acto donde el fuego aparece como un símbolo de ira, pero también de destrucción liberadora, de manifestación de la pasión. Cuando Jane se entera de que Rochester ya está casado, el abatido estado de ánimo de la heroína se representa exteriormente a través del simbolismo invernal: Jane observa por la ventana cómo la nieve congela un manzano. Cuando, en otra ocasión, rechaza la propuesta del matrimonio sin pasión de St. John, lo hace en parte porque "apagar el fuego de mi naturaleza me sería insoportable" (p. 412).

El sector de la crítica que considera a Bertha como una manifestación física de la rabia psicológica de Jane, observa que la violencia descontrolada de Bertha se expresa literalmente con fuego, tanto cuando intenta prender fuego la cama de Rochester como cuando incendia Thornfield. A medida que se desarrolla la narración, se hace evidente una yuxtaposición de pasión y razón, que a su vez se identifica con las imágenes del fuego y del hielo. Basta observar a los dos pretendientes de Jane: mientras Rochester está estrechamente alineado con el fuego, con su naturaleza apasionada e imprudente, St. John se compara con el hielo, con su disposición de razonamiento sereno y desapego emocional.