Jane Eyre

Jane Eyre Resumen y Análisis Capítulos 28-38

Resumen

Capítulo 28

Jane se traslada hasta donde le permite su pequeña provisión de dinero; finalmente se ve obligada a bajarse del carruaje en el desolado cruce de caminos de Whitecross, a diez millas del pueblo más cercano. Se adentra en el páramo y busca protección debajo de un peñasco. Entre el frío y su perturbación, no puede dormir. Finalmente, encuentra consuelo en la oración y ve la presencia de Dios en la majestuosidad de la naturaleza. Al día siguiente, Jane se pone en camino para encontrar un pueblo. Padece hambre hasta el punto de la desesperación. Busca trabajo, pero no hay ninguno disponible, y se ve reducida, entre lágrimas y mareos, a mendigar comida.

Luego de tres días, una noche Jane llega hasta una casa iluminada en los pantanos. A través de las ventanas ve a dos señoritas, Diana y Mary, y a su anciana sirvienta, Hannah. Las mujeres esperan a su hermano, llamado St. John. Jane llega a oír, también, que el padre de los hermanos falleció recientemente.

Jane llama a la puerta y le ruega a Hannah que la deje pasar la noche, pero la mujer se niega, porque la ve como una mendiga. Jane se larga a llorar en la puerta hasta que St. John, que la escuchó, se presenta y la deja entrar en la casa. Después de ser revivida con un poco de pan y leche, Jane les da un nombre falso (Jane Elliott). Está demasiado cansada para dar más detalles. Los miembros de la familia discuten el asunto en privado y luego acuestan a Jane en una de las habitaciones.

Capítulo 29

Jane pasa los siguientes tres días en cama, atendida por Hannah y viendo ocasionalmente a Diana y a Mary. El cuarto día, baja a la cocina. Le asegura a Hannah que no es una mendiga y descubre que la casa se llama Moor House, y que el hermano de las damas, el párroco St. John Rivers, vive en su parroquia en las cercanías de Morton. Jane reprende a Hannah por juzgarla por su pobreza y Hannah se disculpa. Luego le cuenta a Jane la historia de Moor House, que ha estado en la familia Rivers durante generaciones. Aunque la familia solía ser rica, el difunto Sr. Rivers perdió la fortuna familiar en un negocio, y Diana y Mary se vieron obligadas a trabajar como institutrices. Debido a la reciente muerte del Sr. Rivers, las damas regresaron a Moor House por algunas semanas.

Diana, Mary y St. John regresan pronto. Jane examina el rostro de St. John, clásicamente hermoso. Luego, les cuenta a todos que no tiene hogar ni amigos y se niega a revelar su última residencia. En cambio, proporciona una historia básica de su vida, admitiendo que "Jane Elliott" no es su nombre real. Finalmente, les pide quedarse con ellos hasta que encuentre trabajo, y St. John promete ayudarla en la tarea.

Capítulo 30

Durante los días siguientes, Jane se acerca más a Diana y Mary. St. John, sin embargo, sigue siendo una figura distante, reservada. Un día, Jane lo escucha predicar en su iglesia, y su severo discurso sobre la predestinación tiene un efecto profundo en ella, aunque la deja triste. Siente que él, a pesar de su elocuencia, no ha encontrado la completa paz.

Después de un mes, Diana y Mary se preparan para regresar a sus puestos como institutrices en otras partes de Inglaterra. St. John le ofrece a Jane el puesto de directora de una escuela para niñas que está estableciendo en Morton. Jane acepta con gusto, pero St. John sospecha que Jane se aburrirá del trabajo y pronto se irá.

Antes de que Mary y Diana se vayan, St. John les dice que su tío John está muerto. Diana le explica a Jane que su padre y su tío se pelearon, y el Sr. Rivers perdió la mayor parte de su fortuna, mientras que su tío se benefició mucho. El tío ha dejado casi la totalidad de sus 20.000 libras a un pariente desconocido, mientras les da una miseria a los hermanos Rivers.

Capítulo 31

Jane se instala en una cabaña en Morton e inmediatamente comienza a enseñar como directora de la escuela. La mayoría de sus estudiantes son analfabetas, pero muchas son aprendices entusiastas, y Jane trabaja duro para ayudarlas. Ella sostiene que su decisión fue correcta: era mejor ser libre y estar en condiciones un tanto difíciles que quedarse con el Sr. Rochester como una amante esclava en el lujo.

En una ocasión, St. John admite ante Jane que hasta el año anterior no era feliz como sacerdote y buscaba un estilo de vida más emocionante. Estaba por elegir una nueva carrera hasta que escuchó un llamado de Dios que lo hizo convertirse en misionero. El discurso de St. John se interrumpe por la entrada de una joven hermosa y angelical, Rosamond Oliver. Es la hija del hombre con cuyo dinero se sostiene la escuela, y quiere saber cómo fue el primer día. También invita a St. John a visitar a su padre, pero él se niega. Al verlos interactuar, Jane llega a la conclusión de que St. John y la señorita Oliver están enamorados.

Capítulo 32

Jane se convierte en una persona muy querida en la comunidad, sobre todo entre sus alumnas, quienes logran grandes progresos, y finalmente siente que ha encontrado un lugar para prosperar. Aún así, algunas noches, Jane todavía sueña con Rochester. La señorita Oliver la visita con frecuencia y Jane puede ver el efecto de su presencia en St. John, quien hace todo lo posible por ocultar sus sentimientos. Jane luego se entera de que el Sr. Oliver quiere que su hija se case con St. John.

Un día, St. John visita a Jane mientras ella pinta un retrato de la señorita Oliver, encargado por la misma. Él queda paralizado ante el retrato, y Jane le acaba sugiriendo que se case con la muchacha. St. John confiesa que ama a la señorita Oliver pero que no puede renunciar al llamado de Dios: la señorita Oliver nunca sería buena misionera y, por lo tanto, St. John nunca podrá considerarla su esposa. De repente, St. John nota algo en el borde del lienzo del retrato (Jane no está segura de qué es), lo arranca y se va.

Capítulo 33

Una noche, St. John le cuenta a Jane la historia de un cura pobre que, veinte años atrás, se enamoró de la hija de un hombre rico y se casó con ella, quien a causa de ello fue repudiada por su familia y amigos. Ambos murieron dos años después, dejando una hija, que fue criada por su tía política, la Sra. Reed de Gateshead. St. John relata el resto de la vida de esta persona, que es claramente Jane, hasta su partida de Thornfield. Agrega que, luego de ese episodio, todos la buscaron en vano. Finalmente, St. John le informa a Jane, cuya identidad obviamente ya conoce, que acaba de recibir una carta del Sr. Briggs donde declara que es urgente encontrar a la desaparecida Jane Eyre, puesto que el tío de esta, el Sr. John Eyre de Madeira, murió y le dejó su gran fortuna de 20,000 libras. Luego, St. John revela que su nombre completo es St. John Eyre Rivers, y que el hermano de su madre es el tío de Jane. St. John también admite que arrancó el trozo de lienzo del retrato de la señorita Rosamond porque allí Jane firmaba con su verdadero nombre.

Jane está tan encantada por lo de su fortuna como por descubrir que tiene primos. La muchacha decide entonces dividir la fortuna en cuatro partes entre los primos, pero St. John la insta a que lo reconsidere; no debe sentirse obligada a compartir el dinero. Jane afirma que tener relaciones cercanas es más importante para ella que el dinero, sobre todo cuando piensa que no se casará. St. John se compromete a tratarla como a su hermana, y Jane promete seguir siendo la directora hasta que encuentre un reemplazo en la escuela Morton. Finalmente, Jane convence a sus primos para que acepten, cada uno, 5000 libras de su parte de la herencia.

Capítulo 34

Jane termina su labor en la escuela antes de Navidad y regresa a Moor House para pasar el tiempo con su nueva familia. Diana y Mary están encantadas con tener a Jane como prima, pero St. John parece estar cada vez más distante. Todos pronto se enteran de que la señorita Oliver se casará con el rico Sr. Granby. St. John afirma que está contento, ya que pronto comenzará su misión en la India. Luego, le pide a Jane que estudie indostaní, necesario para el trabajo misionero en la India. Días más tarde, le pide a Jane que lo acompañe a la India como misionera en calidad de esposa. Jane se resiste: irá a la India como misionera, pero no puede casarse con él. St. John insiste en que Jane tiene todas las cualidades adecuadas para ser una esposa misionera, pero Jane desprecia la concepción del matrimonio de su primo, ya que está desprovista de amor, y St. John, a su vez, acusa a Jane de rechazar el cristianismo al negarse a casarse con él.

Capítulo 35

St. John insiste en que Jane se case con él y viaje a la India como su esposa. Jane no acepta su propuesta y St. John, a su vez, rechaza la posibilidad de llevarla con él como amiga y compañera de misión. A la mañana siguiente se va a Cambridge y, en tono cálido y comprensivo, le ruega a Jane que reconsidere su decisión mientras él no está. Ella está tan conmovida que está por ceder a sus deseos. Pero justo en ese momento tiene una visión mística y escucha la voz del Sr. Rochester desde una gran distancia, llamando: "¡Jane! ¡Jane! ¡Jane!". La influencia de St. John sobre ella se rompe y Jane anuncia que va a buscar al Sr. Rochester. A solas en su habitación, reza y se siente rejuvenecida.

Capítulo 36

A la mañana siguiente, Jane se pregunta si realmente escuchó la voz de Rochester llamándola o si fue su imaginación. Encuentra una nota de St. John solicitando su decisión final. Jane se va esa misma tarde a Thornfield.

Después de dos días de viaje, y pasado un año desde que abandonó el lugar, Jane encuentra Thornfield en ruinas, destruido por un incendio. En una posada cercana, se entera de lo que sucedió: una noche, Bertha Mason prendió fuego la cama que fuera de la institutriz. Rochester pudo sacar a todos los sirvientes de la casa en llamas e intentó salvar a su esposa, pero Bertha saltó desde el techo y murió. El Sr. Rochester perdió la vista y una mano durante el incendio, y desde entonces reside en una casa cercana, atendida por los sirvientes John y Mary.

Capítulo 37

Jane llega a la casa donde reside Rochester y observa al hombre desde la distancia. Cuando él entiende de quién se trata (por un rato cree que es Mary, la sirvienta), se manifiesta encantado con su regreso, y Jane le informa que ahora es rica y que se ofrece a quedarse con él como su enfermera. Rochester le pregunta con ansiedad si su ceguera y la pérdida de una de sus manos le repugnan, pero ella le asegura que no y promete no dejarlo nunca.

Al día siguiente, Jane le cuenta a Rochester todo lo sucedido el último año, incluida la propuesta de matrimonio de St. John. Rochester se pone celoso, pero Jane le asegura que no ama a nadie más que a él. Entonces, Rochester le propone casamiento y ella acepta. Poco después, Rochester revela que cuatro noches antes le rogó a Dios que le permitiera reunirse con Jane, e involuntariamente recitó el nombre de la muchacha tres veces.

Capítulo 38

Jane y Rochester tienen un matrimonio tranquilo. Ella escribe a Moor House y Cambridge para contarles la noticia a sus primos; Diana y Mary envían sus alegres felicitaciones, pero St. John nunca menciona el asunto.

Al encontrar a Adèle infeliz en su estricto internado, Jane la inscribe en una mejor escuela, más cerca de su casa, y esta se convierte en una hermosa joven.

La narradora dice estar relatando estos hechos diez años después de ocurridos. En el presente del relato, sigue siendo feliz junto al señor Rochester, con quien mantiene un matrimonio alegre e igualitario.

Dos años después de casarse con Jane, el Sr. Rochester recuperó algo de vista y pudo ver a su hijo recién nacido. Diana y María también se casaron felizmente, mientras que St. John siguió siendo un “siervo fiel” de Dios. En su última carta a Jane, St. John escribe estando enfermo, próximo a su muerte, aunque dice no tener miedo: ha cumplido con su deber hacia Dios y espera que el Señor Jesús venga pronto por él.

Análisis

Después de buscar la autonomía a lo largo de toda la novela, Jane se encuentra sin nadie con quien contar, finalmente, cuando se va de Thornfield. Por lo que se plantea en la narración y los padecimientos a los que se ve sometida la protagonista, parecería quedar en claro que una vida verdaderamente independiente significa no tener a nadie a quien recurrir cuando se necesita ayuda, ni siquiera cuando la única opción es dormir a la intemperie, con hambre, frío y miedo. En este punto de la historia, la novela hace énfasis en la cuestión religiosa: Jane confía más en Dios cuando se encuentra a la intemperie, solo abrazada por la naturaleza, y es un párroco, St. John, quien resulta su salvador. Luego de esta secuencia de extrema vulnerabilidad, Jane deposita toda su fe en el hombre que la salvó de morir de inanición.

En el comienzo de la estadía de Jane en Moor House, la protagonista está una vez más en una posición económicamente difícil en comparación con quienes la rodean. Ya en Gateshead y en Thornfield, Jane es una persona de clase baja en una casa de gente con dinero. Si bien los Rivers no poseen gran fortuna, el contraste genera el mismo efecto, en tanto Jane ingresa en la casa prácticamente como una mendiga. Por un buen tiempo, Jane sigue siendo inferior a ellos en términos de estabilidad económica.

La novela construye un claro contraste entre los altruistas y bondadosos Rivers (Diana, Mary y St. John) y los mimados y crueles Reed (Eliza, Georgiana y John). Aunque el relato demora en revelar la verdadera relación de Jane con los hermanos Rivers, desde un inicio los habitantes de Moor House se instalan como un modelo de familia al que aspira Jane. De hecho, la protagonista establece una relación bastante estrecha con ellos, especialmente con las dos hermanas. A lo largo de su joven vida, Jane tuvo muy pocas amigas: solo Helen Burns y la señorita Temple entrarían en esa categoría. A esta altura, Jane ha ganado suficiente seguridad en sí misma como para vincularse con otras mujeres autosuficientes.

Frente a St. John y sus ideas religiosas, Jane vuelve a discernir: el cristianismo del varón de los Rivers no resulta ideal para la protagonista, que encuentra en él una extraña amargura; una ausencia de dulzura consoladora. Mientras que la doctrina de tolerancia y perdón de Helen Burns era demasiado sumisa para Jane, y la del señor Brocklehurst era dogmática e hipócrita, el caso de St. John's le resulta demasiado inflexible y carente de cariño.

El hecho de que Jane sea directora de una escuela traza el cierre de un círculo, un recorrido que se inicia con la protagonista siendo una alumna huérfana y maltratada en Lowood. Siguiendo el modelo de la amable señorita Temple, Jane decide ayudar a sus estudiantes, que, aunque no son huérfanas, son pobres y en gran parte sin educación. De todos modos, al corazón apasionado de Jane no le basta con su labor educativa en este contexto. Ella admite que no está del todo contenta con su situación, pero durante un buen tiempo la mantiene en pie el pensamiento de que, en esta tarea, está más cerca de la independencia y la dignidad que siendo amante de Rochester.

La señorita Oliver sirve como el primer ejemplo en la novela de alguien que es rico, bello y bondadoso (todos los demás tienen solo una o dos de las cualidades). Y por más que esté enamorado de la señorita Oliver, St. John es similar a Jane en que no está dispuesto a renunciar a su independiente búsqueda personal por amor. Aunque la señorita Oliver lo ama, su belleza y su estatus social más alto obstaculizarían su misión religiosa; preferiría buscar su propia vocación en la vida que depender de otra persona, incluso de alguien a quien podría amar apasionadamente. Sin embargo, cuando descubre el amor de St. John por la señorita Oliver, el primer impulso de Jane no es apoyar la decisión de St. John de rechazar el amor, sino más bien instarlo a que se case con ella. Al menos viéndolo de afuera, Jane cree que dos personas que se aman apasionadamente deberían estar juntas, no renunciar a ese amor. En este consejo de Jane a St. John parecería filtrarse una porción de los sentimientos que yacen en el interior de la protagonista en relación a Rochester.

Gran parte del final feliz en la historia de la protagonista se da cuando Jane finalmente descubre que los Rivers son su familia, al mismo tiempo en que se revela heredera de una fortuna que colaborará con su anhelada independencia financiera. En este giro, la novela parecería plantear a Jane como merecedora de una recompensa por ser desinteresada, humilde y rechazar la fortuna de Rochester de la que hubiera gozado en el pecado.

En la negativa de Jane a casarse con St. John, la autonomía vuelve a aparecer como el principal deseo de la protagonista. “Ser su mujer, permanecer siempre a su lado, vivir siempre sometida, constreñida, esforzándome en apagar el fuego de mi naturaleza, me sería insoportable” (p. 412), sentencia Jane. Aunque la idea de ser una misionera cristiana le atrae como forma de vida (una forma en la cual servir a los demás), no está dispuesta a ser encerrada en un matrimonio, menos en uno sin amor. Aunque la personalidad de Jane no está desligada de las nociones de moralidad y deber, la muchacha se niega a aceptar un cristianismo que requiera que las personas se despojen de todo amor entre humanos.

A la par de la negativa de Jane a casarse con St. John, su amor por Rochester parece profundizarse. Al mismo tiempo, Jane cuenta, hacia el final de la novela, con las herramientas necesarias para tener un matrimonio gozando de libertad e igualdad: autoestima, amor filial, independencia financiera y una identidad que ha forjado por sí misma. A esta altura, un matrimonio con Rochester ya no aplastaría estas conquistas.

Con seguridad, Jane ahora también puede volverse hacia la religión de una manera positiva y saludable, diferente de todos los otros modelos que ha observado: "Yo... oré a mi modo, muy diferente del de mi primo, pero no por ello menos efectivo. Me sentí muy cerca del Espíritu Santo, y agradecida, me postré a sus pies” (p. 425). La espiritualidad de Jane alcanza una trascendencia de amor y conexión de la que carecían los modelos de cristianismo que se cruzó en su vida.

Si bien el incendio en Thornfield destruyó tanto la propiedad de Rochester como su vista, el fuego actúa como una fuerza positiva incluso en la destrucción. Bertha Mason era el único obstáculo restante para el matrimonio entre Rochester y Jane. Con la muerte de su primera esposa, Rochester finalmente es un hombre libre y puede casarse con Jane sin obligarla a sacrificar su moralidad. Además, la ceguera y la mano perdida de Rochester lo colocan en una posición de vulnerabilidad que atenta contra un posible rol de dominador masculino en el matrimonio.

Los espíritus de Rochester y Jane se encuentran, al fin, una vez que aquel ha purgado sus faltas, perdiendo entonces su mano derecha y, sobre todo, la vista. Solo entonces queda libre su espíritu y puede llegar hasta lo más alto. En relación con esto, resulta significativo el símbolo del águila que utiliza Jane en este reencuentro definitivo para aludir a su amado. En sus palabras, Rochester aparece como “una fiera herida y encadenada” (p.433), “un águila enjaulada cuyos ojos hubiesen sido cruelmente cegados” (p.437), un hombre cuyo “cabello recuerda el plumaje de un águila” (p.442). En la simbología vigente en la época, el águila constituye un símbolo de la altura, del espíritu identificado con el sol. Es decir: un espíritu elevado.

Finalmente, entonces, el Rochester con el que Jane se reúne en la culminación de la historia, no es ya un ser inferior en términos espirituales, más identificado con la materia y la carne pecadora, sino alguien a la altura espiritual de la protagonista. Por la privación de su sentido corporal más poderoso, el héroe romántico de la novela es liberado de su dependencia del mundo de la materia, simbolizado moralmente por medio de la pasión sexual y representado literariamente por el estilo gótico que rodeaba al personaje y al espacio que habitaba (Thornfield, ahora también destruido). La fuerza interior que había en el personaje afIora en último término en toda su magnitud.

De esta manera, el final de la novela plantea una victoria de la virtud sobre el pecado, del bien sobre el mal. Es, a su vez, el triunfo romántico del espíritu sobre la materia, del cual la historia, y sus personajes, parecerían construir una gran metáfora.

El relato aprovecha el último capítulo como una oportunidad para reafirmar la independencia de Jane, demostrando que el matrimonio no necesita incorporar sus restricciones de voluntad individual. Este final también sirve como un recordatorio de la importancia del amor en una relación con Dios: St. John creía que el amor entre humanos no tenía importancia en una vida destinada a Dios, y finalmente muere solo. Jane, por otro lado, puede combinar su amor con su religión y lograr todos los deseos de su corazón.