Jane Eyre

Jane Eyre Resumen y Análisis Capítulos 11-15

Resumen

Capítulo 11

Jane llega a Millcote y se siente abrumada por la ansiedad; no hay nadie en la estación para recibirla, y teme que esta Sra. Fairfax sea una segunda Sra. Reed. Cuando llega el sirviente para llevarla a Thornfield, es de noche y Jane no puede ver nada del exterior de la casa ni de sus terrenos. La protagonista se alivia cuando la llevan a una habitación acogedora donde la anciana Sra. Fairfax la está esperando. Al principio, Jane asume que la Sra. Fairfax es la dueña de la mansión, pero pronto se entera de que es la ama de llaves. Según esta le explica, el señor Rochester, dueño de la casa, es un hombre particular que viaja con frecuencia por negocios, por lo que la Sra. Fairfax administra el hogar y la propiedad. La pupila del señor Rochester, Adèle Varens, será la alumna de Jane en Thornfield.

Después de la presentación inicial, la Sra. Fairfax lleva a Jane a su habitación y Jane duerme tranquilamente. Al día siguiente, conoce a la joven Adèle, una niña francesa, dulce y locuaz. Mientras explora la casa con la Sra. Fairfax, Jane escucha una risa fuerte y extraña. La Sra. Fairfax se la adjudica a una de las sirvientas, Grace Poole, a quien reprende por hacer demasiado ruido, pidiéndole que recuerde las instrucciones.

Capítulo 12

La vida en Thornfield resulta agradable, y Jane está encantada con Adèle. Aún así, Jane desearía experimentar una porción más grande del mundo: en Thornfield goza de estabilidad, pero su naturaleza apasionada anhela aventuras y pasión. Por otra parte, la protagonista continúa escuchando con frecuencia la extraña risa que la señora Fairfax adjudica a Grace, y observa otros comportamientos extraños.

Un día, Jane camina hacia la ciudad y casi choca con un caballero que monta a caballo con su perro acompañándolo. El caballero se cae de su corcel y se tuerce el tobillo, y Jane lo ayuda a volver a subir a su caballo. Ella se da cuenta de que puede comportarse con tranquilidad porque el jinete no es un joven apuesto.

El hombre le hace varias preguntas a Jane sobre el dueño de la casa donde trabaja y luego se va. Cuando Jane regresa a Thornfield, reconoce al mismo perro, Pilot, acostado en la alfombra. Efectivamente, el hombre al que conoció más temprano es el señor Rochester.

Capítulo 13

El señor Rochester invita a Jane y a Adèle a tomar el té con él y la Sra. Fairfax. Adèle inmediatamente le pregunta si tiene un regalo para Jane; esta afirma que el mejor regalo que él puede hacerle es elogiar el progreso de Adèle. El Sr. Rochester la interroga con frialdad sobre sus antecedentes, pero demuestra más calidez cuando mira los bocetos en acuarela de Jane.

Después de la comida, Jane y la Sra. Fairfax hablan sobre Rochester. Su hermano mayor murió nueve años atrás, por lo que Rochester heredó la propiedad, aunque evita el lugar tanto como puede. La justificación de la Sra. Fairfax, de que Rochester encuentra el lugar "sombrío", no satisface a Jane, pero la Sra. Fairfax se muestra evasiva sobre el tema.

Capítulo 14

Los estados de ánimo del señor Rochester cambian rápidamente, pero Jane no puede averiguar su origen. Una noche, el Sr. Rochester le da a Adèle un regalo y se muestra más cordial con Jane. Jane escudriña su rostro cuando él le pregunta si lo encuentra guapo, a lo que la muchacha responde, honestamente, que no. Al Sr. Rochester parece divertirle la respuesta de Jane, y ella concluye que debe de estar un poco borracho.

Capítulo 15

Una tarde, el Sr. Rochester le explica a Jane su relación con Adèle. Años atrás él se enamoró de su madre, una bella bailarina francesa llamada Céline Varens, que parecía corresponder a su pasión. El señor Rochester gastó una fortuna en darle a la mujer una vida lujosa en París, hasta que descubrió que ella le era infiel de una manera bastante humillante. El Sr. Rochester le disparó al otro hombre en el brazo y terminó su relación con Céline. Entonces, Céline afirmó que Adèle, de seis meses, era su hija, y unos años después la abandonó para fugarse con un músico italiano. El Sr. Rochester estaba seguro de que la niña no era su hija, pero asumió la responsabilidad de Adèle de todos modos y la llevó a vivir como su pupila en Thornfield.

El Sr. Rochester espera que Jane se horrorice ante la perspectiva de ser tutora de un hijo ilegítimo, pero ella en realidad siente más simpatía y afecto por Adèle después de oír la historia. En cuanto al Sr. Rochester, estas revelaciones, así como su confianza en Jane, lo hacen parecer más guapo y amable ante sus ojos. La mujer comienza a preocuparse por que él se vaya de Thornfield, como dice la Sra. Fairfax que siempre hace.

Esa noche, Jane escucha un movimiento afuera de su puerta, seguido por una risa "demoníaca". Cuando sale de su habitación, encuentra una vela encendida en el pasillo, ve que la puerta del Sr. Rochester está abierta y encuentra las cortinas de su cuarto en llamas. Él está dormido por el aire lleno de humo, así que ella lo despierta al mismo tiempo que apaga las llamas.

Cuando Jane le relata lo que vio y escuchó, el señor Rochester se dirige directamente al ático. Regresa unos minutos más tarde y dice que la causa del incendio fue Grace Poole, como sospechó Jane por la risa. El Sr. Rochester le dice que no hable del asunto con nadie, y luego le agradece sinceramente por salvarle la vida. Después, él intenta retenerla en su habitación, pero Jane decide irse.

Análisis

El hecho de que la protagonista sea también la narradora de la historia se refleja en el estilo y en el ritmo del relato. Así como, capítulos atrás, Jane decidía resumir ocho años de su vida en unos pocos párrafos, ahora establece disrupciones entre la historia relatada y una suerte de pausa en el argumento para presentar nuevos espacios donde ocurrirá la acción, apelando directamente, por momentos, a la entidad del lector. “Un nuevo capítulo que se abre en una novela es como un nuevo escenario teatral”, dice Jane al inicio del capítulo 11, “y al levantar la cortina de este, lector, nos encontramos en una habitación de la posada Goerge, en Millcote” (p. 120). La narradora interrumpe el relato explicitando que los hechos de los cuales ella es protagonista son parte configurativa de una historia. El carácter representativo de dicho relato se pone en primer plano al comparar al capítulo de la novela con un escenario teatral, espacio caro a la ficción, a la representación frente a un público. Jane sienta las bases de ese espacio para luego echar luz sobre sí misma, el lugar que la protagonista ocupa en este nuevo escenario: “Lector, aunque me veas sentada cómodamente, te aseguro que no me siento nada tranquila” (p.120). El tiempo de la disrupción es el presente del relato.

Pero el hecho de que la entidad narrativa coincida con el protagónico también permite a la voz que conduce la novela detenerse a reflexionar sobre sí misma con la distancia que le brinda el tiempo. La historia está narrada en pasado, lo cual nos permite asumir que la voz narrativa se ubica en un futuro distante. Así, al tiempo que narra las acciones que ella misma protagonizó, puede reflexionar sobre lo que su personaje sentía, pensaba, sufría entonces. “Para una joven inexperta”, dice Jane en referencia a sí misma en este escenario, “es una rara sensación, nada agradable por cierto, la de hallarse sola en el mundo, sin parientes de ninguna clase y lejos de todos sus amigos, sin saber si llegará al puerto en que ha de desembarcar, y a la que una infinidad de cosas impiden volver atrás, al lugar que dejó no ha mucho" (p.121). Esta disrupción viene a matizar esta presunción de invencibilidad que se generaba en torno a la figura de Jane, humanizándola: la muchacha, a pesar de ser más fuerte y estar más convencida de sí misma que la mayoría, padece el encontrarse sola en el mundo, sin poder contar con la ayuda de nadie, sin poder asumir la existencia de brazos que la sostendrían si ella cayera. “Esta sensación está endulzada, hasta cierto punto, por el encanto de la aventura; el orgullo, por otra parte, ayuda también a soportarlo, pero el temor lo echa todo a perder” (p.121), reconoce la narradora.

Con el ingreso de Jane a Thornfield se inauguran varias cuestiones que serán importantes en lo que resta de la novela. Una de ellas es que empieza a delinearse un carácter más definitivo en Jane, cuya entrada a la vida adulta coincidiría con su entrada en la casa donde se empleará como institutriz por primera vez. En oposición a la situación en Gateshead, donde la protagonista no gozaba sino de una condición de absoluta inferioridad, o en Lowood, donde la independencia no parecía posible, Thornfield le brinda a Jane la primera oportunidad real de comenzar su vida de nuevo, explorando su independencia, madurez, conocimientos, en una situación de relativa relevancia, como institutriz. En los sentimientos que crecen al interior de la protagonista se da cierto aprecio por la estabilidad que logra gracias a su nueva situación, pero este sentir se encuentra opacado, sin embargo, por las ansias de aventura y de acción, que son el centro de su fuerte personalidad. A raíz de sus propias emociones, Jane reflexiona sobre una cuestión social, humana: "Es inútil afirmar que los humanos deben conformarse con la rutina: necesitan acción y, si no la encuentran, la buscan. Millones de personas están condenadas como yo a esperar quietamente, y ellas, al igual que yo, se consumen en la espera, sintiéndose en rebeldía silenciosa contra su mala suerte; casi nadie sospecha la infinidad de gente descontenta de esta forma que hay en el mundo" (p.139).

Según el diagnóstico de Jane, las personas que padecen esta condena a la insatisfactoria quietud se agrupan, más que nada, dentro del género femenino: “Por lo general, piensan que las mujeres disfrutan una gran tranquilidad de espíritu, pero también las mujeres somos capaces de sentir todo lo que sienten los hombres, con la misma fuerza, sin llegar a confesarlo jamás” (p.139), asegura la protagonista, denunciando así una desigualdad de género que atravesaría de punta a punta el entramado social. En este estado normativo de desigualdad, las mujeres sufrirían las limitaciones que la sociedad impone a sus vidas, justificadas en una supuesta condición estrictamente femenina que vincularía a este género con una satisfacción en la quietud, la estabilidad. Jane desmantela este supuesto, dejando ver que no son más que prejuicios los que sostienen esta injusta distribución social que les permite a los varones experimentar toda suerte de aventuras mientras que encierra a las mujeres en el ámbito doméstico, como si no hubiera en ellas la misma sed que empuja a los varones a actuar. Este tipo de estatuto confirma un criterio feminista presuponible, ya, en muchas de las decisiones y acciones de la protagonista de una novela tan leída y vilipendiada por la crítica y los estudios literarios de género.

En esta nueva etapa de la vida de Jane que tiene lugar en Thornfield, el relato inaugura el escenario de las escenas más importantes de la novela. Este escenario se compone desde un principio de elementos del gótico: en su viaje a la casa, la oscura noche no deja ver nada a la protagonista, y es como si la mansión se rodeara de tinieblas; hay risas macabras y ruidos extraños en la casa, que a su vez alteran el comportamiento de los sirvientes; en una de las primeras noches de la protagonista en la casa, una habitación se prende fuego misteriosamente.

El dueño de este escenario, el señor Rochester, no se compone de elementos muy distintos. El personaje cumple con el estereotipo del héroe byroniano, una variante del héroe romántico (llamado así en honor al poeta romántico inglés Lord Byron) ​que suele coincidir con la figura del protagónico masculino en la literatura gótica. Las características típicas del héroe byroniano pueden encontrarse perfectamente en el personaje de Rochester: posee un alto nivel de inteligencia y percepción; es sofisticado y educado; es misterioso, sombrío, enigmático; tiene (como se verá en los próximos capítulos) conflictos con la integridad y la ley; posee emociones conflictivas, cambios bruscos de humor. Por otra parte, Rochester, como representante del héroe byroniano, posee un pasado conflictivo, reservado, oculto; es introspectivo y melancólico; es bastante cínico y puede resultar arrogante; tiene un alto poder de seducción y atracción sexual, visible en la protagonista; y en su personalidad se presenta, por momentos, una tendencia autodestructiva.

Con el avanzar de los capítulos, el misterio en derredor de Rochester se profundiza, y esto constituye el principal impulso dramático de la novela, además de que configura al señor Rochester como un candidato ideal para una historia de amor propia de las novelas góticas, donde el componente romántico suele girar en torno a un amor apasionado y conflictivo, donde el misterio y lo secreto configuran tanto un obstáculo para la concreción amorosa como un aliciente para la atracción.

La relación entre Jane y Rochester tendrá que ver, en gran parte, por una lucha por la afirmación de la independencia y la igualdad por parte de la protagonista. El primer encuentro entre ambos personajes se cifra en una situación de vulnerabilidad por parte del dueño de casa frente a su institutriz, en tanto el hombre se lastima el tobillo y precisa la ayuda de Jane para retomar su camino. Esta no será la única situación en que Rochester se encuentre en una situación vulnerable y dependa de Jane para su bienestar: otra de estas situaciones se da, claramente, cuando la muchacha salva al dueño de casa de morir en un incendio. Sin embargo, generalmente, y en gran medida debido a las condiciones sociales de la época, Rochester procura instalarse en una situación de superioridad con respecto a Jane, facilitada, por supuesto, por las condiciones económicas y de género que hacen carne en ellos. Más allá de esta circunstancia, sin embargo, Rochester demuestra un interés evidente en la protagonista y parece apreciar su intelectualidad. En la medida en que la atracción de Jane hacia Rochester aumente, la muchacha se debatirá entre su impulso amoroso y su deseo de independencia y autosuficiencia.