Fedro

Fedro Resumen y Análisis Procedimientos de la retórica, Caracterización de la retórica filosófica (266d-274b)

Resumen

Procedimientos de la retórica

Fedro sigue algo descontento con la concepción de la retórica que propone Sócrates. Al fin y al cabo, Sócrates aún no ha abordado muchos asuntos presentados. "Bien espesas son las cosas que están en los libros escritos sobre el arte de los discursos" (266d) dice Fedro, señalando que hasta ahora nada nuevo se ha dicho en el diálogo.

A partir de este comentario, los dos comienzan a enumerar los vastos recursos de la palabra que han sido "descubiertos" por los retóricos más célebres: Gorgias, Tisias, Hipias. Fedro se da por satisfecho de haber revisado todos los principales recursos de la retórica y enfatiza que estos dispositivos tienen "una fuerza inmensa (...), al menos en las reuniones populares". Sócrates, sin embargo, sugiere que la "urdimbre es algo abierta" (268a) (ver sección "Metáforas y Símiles" para un mejor análisis de esta expresión). A partir de aquí, Sócrates propone diversos escenarios a modo de ejemplo para ilustrar lo que critica de la retórica.

En el primero, supone que un hombre tiene conocimiento de la materia contenida en los libros de medicina, pero ningún conocimiento práctico, por lo tanto no puede saber a quién y bajo qué condiciones aplicar cada medicina. Pretende ser médico, ya que puede enseñar a cualquiera el arte del médico, pero esto es evidentemente absurdo. El hombre no puede afirmar realmente que es médico "sin entender nada del arte [de la medicina]" (268c).

En el segundo ejemplo, supongamos que alguien se acerca a un poeta trágico, como Sófocles o Eurípides, y afirma que conoce el arte de componer todo tipo de pasajes. Puede creer que enseñar tal arte significa enseñar el arte de la tragedia, pero evidentemente esto no es necesariamente así: "tiene los conocimientos previos de la tragedia, pero no los concernientes a la tragedia misma" (268e). Ahora bien, en tercer lugar, supongamos que un gran orador como Pericles ha escuchado todos los artificios de la retórica que Fedro y Sócrates acaban de enumerar, artificios que la gente emplea como si fueran la retórica misma. Tal persona puede ser capaz de reconocer los dispositivos, pero seguiría siendo "ignorante de la retórica" (269b), tomando los elementos de la retórica como el complejo arte de hacer discursos. Según Sócrates, hay que saber reunir estos elementos (las partes) para componer adecuadamente (un discurso que sea como un ser vivo) y luego pronunciar un buen discurso sobre un tema concreto para un entorno determinado.

Caracterización de la retórica filosófica

Fedro se convence del argumento de Sócrates y ahora se pregunta cómo se puede adquirir este genuino "arte de quien realmente es retórico y persuasivo" (269d). Sócrates, por su parte, sugiere que, como muchas otras cosas, la habilidad natural desempeña un papel fundamental a la hora de convertirse en un gran retórico. Pero hay formas de mejorar la retórica de uno y no se encuentran en el camino tomado por Lisias y Trasímaco, sino en "la ciencia y la práctica" (269d). Sócrates propone una respuesta examinando por qué Pericles fue con toda probabilidad el más exitoso, "el más cabal de quienes se dieron a la retórica" (269e).

"Todas aquellas artes importantes", afirma Sócrates, "requieren tanto de charlatanería como de la especulación sobre la naturaleza" (270a). Además de tener una habilidad natural, Pericles aprendió de Anaxágoras, el primer filósofo de Atenas que fue su maestro y amigo. Sócrates sugiere que Pericles comprendía algo de la naturaleza del mundo en su conjunto. En consecuencia, era capaz de captar la naturaleza y el alma de la retórica, y distanciarse claramente de una "práctica empírica y sin arte" (270b). Pero Fedro no comprende del todo esta progresión: de la captación de la naturaleza del mundo (como lo hace la medicina) a la captación de la naturaleza del alma (como debe hacerlo la retórica). Sócrates propone entonces reexaminar este punto de vista más en profundidad.

Para pensar sistemáticamente en la naturaleza de cualquier cosa, hay que dar los siguientes pasos: primero, determinar si es simple o complejo el asunto; si es complejo, enumerar todas sus formas. En cualquiera de los dos casos, determinar su poder natural, es decir, sobre qué actúa, qué efectos recibe y por obra de qué actúa, sus causas. Sócrates afirma que un método que carece de esta estructura es como "el camino de un ciego" (270e). Ahora bien, un profesor de retórica debería ser capaz de aplicar este método al alma y demostrar la naturaleza esencial del alma (270e). Al fin y al cabo, la retórica se dirige al alma para producir convicción. Todo retórico serio clasificará, pues, los diferentes tipos de discursos y de almas, y explicará sus diferentes afectos y efectos. Esta es la única manera, afirma Sócrates, de producir un discurso artístico, ya sea escrito o hablado.

El problema es que, dado que la naturaleza del discurso es la de la "seducción de las almas" (271d), el orador se enfrenta a una tarea extremadamente difícil. No sólo debe aprender, sino también aplicar, la teoría de cómo llegar a las almas a través de las palabras. Para poseer plenamente el arte del retórico, debe conocer la naturaleza de todos y cada uno de los posibles destinatarios para poder determinar el tipo de discurso adecuado que debe utilizar, y debe hablar con los dispositivos correctos en los momentos adecuados. Fedro está de acuerdo con Sócrates en que ningún otro camino conduce al verdadero arte de hablar. Pero este camino es, evidentemente, una gran empresa, por lo que los dos se proponen tratar de encontrar algún "camino más fácil y más corto" (272b-c), un atajo, para llegar al verdadero arte de los discursos.

Sócrates recuerda a Fedro que se dijo al comienzo de la discusión que "para nada necesitaría participar de la verdad, en lo que toca a asuntos justos y buenos, ni en lo que toca a los hombres que tienen tales cualidades sea por naturaleza sea por crianza, quien se propone ser un cabal retórico" (272d). Al fin y al cabo, en los tribunales, la gente sólo se preocupa por lo que es convincente. Un retórico eficaz, siguiendo este camino, sólo necesita abordar lo que es verosímil y seguir su argumento a partir de ahí. Aquí, Sócrates invoca el libro de Tisias sobre retórica, en el que lo verosímil se asocia con la opinión de la multitud. Según el arte de la retórica de Tisias, bien podría darse la siguiente situación: si un hombre débil pero animoso fuera llevado a juicio por robar a un hombre fuerte pero cobarde, ninguno de los dos diría la verdad si el criterio principal fuera la eficacia en la persuasión. El hombre animoso protestaría: "¿Cómo iba yo, siendo tal como soy, a emprenderla contra ése?" (273c) y el hombre cobarde, no dispuesto a admitir su cobardía, se vería obligado a cubrirse inventando algún tipo de mentira.

Esta anécdota, a los ojos de Sócrates, muestra de modo suficiente que el camino más corto hacia el arte de la retórica es inaceptable. El criterio de eficacia y los argumentos de verosimilitud, con demasiada frecuencia, llevan a las almas a abrazar lo que es falso. El único camino para poseer verdaderamente el arte de hablar pasa por un largo rodeo. Este desvío necesario, recapitula Sócrates, implica adquirir "la capacidad de dividir las cosas que son de acuerdo con sus formas así como de abarcar cada cosa, una por una, en una idea única" (273e). Sólo con tales habilidades se puede hablar y actuar de una manera que complazca a los dioses tanto como sea posible. De hecho, los sabios dicen que un "hombre razonable" debe esforzarse por complacer no a sus iguales, esclavos de los dioses como él, sino a los dioses y a los "buenos que de buenos descienden" (274a). De este modo, Sócrates concluye el diálogo sobre el arte y la falta de arte en los discursos.


Análisis

Una vez que se ha deshecho de sus opiniones sofísticas sobre la retórica, Fedro sigue sin querer renunciar a todos los recursos retóricos que ha aprendido en los libros. Sin duda, puesto que han sido descubiertos y desarrollados por tantos grandes oradores, deberían servir a un retórico. Pero Sócrates le ofrece varias anécdotas como respuesta. Aquí hay diversos puntos esenciales. Por un lado, conocer los elementos de una disciplina (la tragedia, la medicina) es diferente de saber cómo combinar los elementos. Dicho de otro modo, la teoría no es suficiente para la práctica. Al igual que quien ha leído libros de medicina no puede afirmar de forma creíble que es un médico capaz, los estudiantes de retórica deben aprender algo más que los meros recursos retóricos de los libros. La verdadera retórica, repite Sócrates, se basa en la dialéctica, o más ampliamente, en la filosofía.

Un buen retórico debe ser capaz de persuadir a las almas y hacerlo con justicia, no sólo con eficacia. Como señala Sócrates en otro diálogo, el Gorgias, uno de los mayores males posibles es conocer la verdad, pero poner intencionadamente la falsedad en el alma de otro. ¿Cómo puede el noble retórico evitar este mal? No sólo debe ser capaz de aplicar el método dialéctico de componer y dividir cualquier tema sobre el que deba hablar, sino que también debe ser capaz de utilizar ese método para comprender las diferentes clases de almas con el fin de persuadir a cada una según su clase. Puesto que el retórico debe dirigir el alma de sus oyentes, debe tener una perfecta comprensión del alma y ser capaz de distinguir entre los diferentes públicos. ¿Qué puede hacer para un público mixto, un público en el que el mismo discurso puede persuadir a algunos pero desviar a otros?

Para comprender la naturaleza del alma, el retórico debe seguir la máxima Conócete a ti mismo. De este modo debe esforzarse por comprender, para empezar, su propia alma. Así pues, el verdadero arte de la retórica requiere de la filosofía hasta tal punto que no puede ser alcanzado por nadie más que por un filósofo. Lo que el dialéctico practica es el arte socrático completo de pensar y vivir, y sólo eso da un respaldo adecuado para la retórica.

El retórico, pues, se enfrenta a una tarea sobrehumana: ni siquiera el propio Sócrates puede afirmar que domina el arte de hablar, ya que aún lucha por conocerse a sí mismo. Tampoco comprende claramente cómo interviene su daímon para evitar que cometa ciertos errores. De hecho, Sócrates afirma repetidamente que sus dos discursos provienen de la inspiración divina y no de su propio conocimiento.

Dado el largo camino que lleva a dominar el arte de hablar, Sócrates se propone buscar un camino quizá más corto. Desde el punto de vista práctico, un atajo parece absolutamente necesario, ya que, ¿de qué otra manera podría alguien dignarse a persuadir a alguien sobre cualquier cosa? En el transcurso de la vida, la gente necesita tomar decisiones y no puede esperar a que la filosofía o los filósofos se tomen su tiempo para este análisis exhaustivo de las almas. Sócrates parece querer tomar este atajo que busca, pero este es sólo uno de los muchos lugares en los que Sócrates esconde un motivo ulterior; su intención es pronto rechazar esta posibilidad.

El atajo que examinan deriva de la técnica de, al componer el discurso, apelar a lo probable, como se encuentra en el libro de Tisias sobre retórica. El problema es que, como muestra el ejemplo del débil oportunista que vence al fuerte cobarde, la apelación del retórico a lo probable obstruye con demasiada frecuencia la justicia y la verdad, en lugar de promoverlas. Este atajo se asemeja a la sofistería en el sentido de que puede oscurecer fácilmente la justicia y la verdad en pos del verosimilitud y la opinión de la multitud. El camino que conduce al verdadero arte de hablar, repite Sócrates, debe pasar por un estudio profundo de la dialéctica y la filosofía. En este sentido, Fedro contiene el consejo de Sócrates a Fedro y quizá a todos los amantes de la palabra: no gastes tu tiempo en discursos en los que lo mejor que puedes hacer es hacer concesiones a los probables, y en los que el resultado puede ser realmente malo, sino que estudia y vive de la filosofía.

Pero nada quita que este camino se vea muy poco práctico. ¿No hay acaso un atajo mejor? ¿No tenemos que asentir a muchas cosas en base a la probabilidad, sólo para tomar decisiones básicas cada día? Platón nos presenta una visión de Sócrates como una persona que despliega un montón de argumentos provisionales sin decidir finalmente algo sustancial. Tal vez el atajo consista en ver la verdadera naturaleza de la retórica como algo provisional (un gesto que tendrá, más adelante, con respecto a la escritura); es decir, el arte de la persuasión es el arte de conmover las almas sin llegar a intentar meter en el alma de un auditorio afirmaciones verdaderas o falsas. Quien quiera ir tan lejos, más vale que sea un filósofo, no un retórico. De este modo, si se persuade a la gente para que tome decisiones que salen mal, el retórico puede ser excusado sobre la base de que admitió abiertamente que realmente no proporcionó nada más que un argumento de probabilidad.

Si este atajo es válido, entonces el buen retórico debería aprender a expresar humildad y a transmitir varios grados de certeza e incertidumbre, a diferencia de los retóricos célebres que pretenden ser capaces de hablar persuasivamente sobre cualquier tema.