Fedro

Fedro Citas y Análisis

Veamos: si desconfiara, como los sabios, no estaría descaminado; en ese caso, dándomelas de sabio, diría que el soplo de Bóreas la empujó [a Oritía] contra las rocas cercanas cuando estaba jugando con Farmacia, y que por haber muerto de esa manera se dijo que ella había sido raptada por Bóreas. O de la colina de Ares. Pues también se cuenta una historia según la cual fue raptada de allí, y no de aquí. Pero yo mismo, Fedro, considero encantadoras tales interpretaciones, aunque, por otra parte, propias de un hombre no muy afortunado, si bien muy capaz y esforzado. [...] De ahí que, entonces, después de haber mandado a paseo todo eso, y persuadido por lo que habitualmente se cree sobre eso, como antes decía, indago no estas cosas, sino a mí mismo.

Sócrates, 229c-230a.

Fedro le pregunta a Sócrates si cree en el mito de Bóreas y Oritía. De algún modo, en realidad, le pregunta si cree en los mitos en general. Sócrates le responde que podría ponerse a refutar la mitología tradicional, a argumentar en contra de tal o cual secuencia de eventos. Podría. sí, pero el asunto es que eso sería, para él, una pérdida de tiempo: "Todavía no puedo conocerme a mí mismo, según la inscripción délfica. Por tanto, me parece ridículo, si todavía desconozco eso, indagar cosas que me son ajenas" (230a) dice. Como bien está inscripto en el templo de Delfos, la prioridad de Sócrates es conocerse a sí mismo. Todo lo demás no merece demasiado tiempo. Aun así, los mitos cumplirán en Fedro una función textual.

Perdóname, querido amigo. Soy, en efecto, amante de aprender. Lo que sucede es que los campos y los árboles nada quieren enseñarme, y sí, en cambio, los hombres de la ciudad. No obstante, me parece que tú has encontrado la droga para hacerme salir.

Sócrates, 230d.

Fedro tiene un discurso escrito, un phármakon que atrae a Sócrates y lo convierte en un "animal hambriento" (230d). Sin discurso escrito, Sócrates permanecería en el centro urbano, ya que nada tiene que enseñarle el campo o el bosque, según sus palabras, y sí los hombres. Esta observación conlleva cierta dualidad. Por un lado, implica que lo que se trate fuera de las murallas con Fedro no tendrá efectos de aprendizaje. Pero, por otro lado, Sócrates no se ocupa de nada que no sea el conocimiento de sí mismo. Por ende, lo que se lleve a cabo bajo el plátano con Fedro tendrá que ver sí o sí con esa búsqueda de conocimiento, ya que Sócrates no la abandona nunca.

La única que con justicia echa alas es la mente del filósofo: en efecto, por medio del recuerdo y en la medida de sus posibilidades está siempre próxima aquellas cosas por apegarse a las cuales es divina la divinidad.

Sócrates, 249c.

El filósofo consagrado a conocerse a sí mismo, y al compromiso con lo bueno y verdadero, tiene un lugar privilegiado a la hora de ver las Formas e Ideas en el lugar supraceleste de donde provenimos. Es gracias a su moderación que logra domar el caballo oscuro de su carro y, por ende, asciende más alto y tiene una mejor vista. En la tierra, tiene una capacidad mayor para ver y acercarse a aquello por lo cual "es divina la divinidad". Es por todo esto que el filósofo que hace su labor sin engaño ve crecer sus alas a los tres mil años, y no a los diez mil como el resto de los hombres, para ascender nuevamente al lugar supraceleste.

En efecto, al recibir por los ojos la emanación de la belleza por la cual se reanima la naturaleza del ala, se inflama, e inflamada, se funden los bordes que rodean el lugar de donde brotan las plumas que, obstruidos hasta entonces por el endurecimiento, les impedían germinar.

Sócrates, 251b.

Esta cita da la pauta de lo productiva que es la alegoría del atelaje alado, al punto que se explica con lujo de detalle el efecto que tiene la visión de la belleza en la tierra sobre los canutos de las plumas del ala del alma, situada en el carro.

También da la pauta del anclaje fisiológico de las teorías sobre el alma, las Ideas y el eros de Platón: es importante intentar abstraerse de la idea de "representación", mucho más moderna, y pensar que en lo que Sócrates plantea en esta cita, efectivamente, la emanación de la belleza se recibía por los ojos, es decir, por el órgano de la visión.

Se cuenta que en otro tiempo las cigarras eran hombres que vivieron antes de que las Musas nacieran, pero cuando nacieron las musas y apareció el canto, algunos de los de ese entonces quedaron tan transportados por el placer que, por cantar y cantar, no se cuidaron de comer ni de beber, y sin advertirlo, murieron.

Sócrates, 259b-c.

A pesar de que Sócrates no es adepto a los mitos, su salida fuera de las murallas lo ha bien predispuesto a la mitología tradicional y ha despertado en él mucho respeto por esta. En este caso, le cuenta un mito a Fedro. Fedro desconoce esta historia de las Musas y las cigarras, lo que, inclusive, podría sugerir que Sócrates lo ha compuesto para la ocasión.

Este mito funciona también como una advertencia para Fedro con respecto a su enfoque en el canto (la retórica) y no en el alimento (la filosofía).

A quien se dispone a ser orador no le es necesario conocer lo que es realmente justo, sino aquello que le parece a la multitud, que es quien va a juzgar, ni lo que es realmente bueno o malo, si no lo que lo parece. Ya que es de esto de dónde procede la persuasión no de la verdad.

Fedro, 260a.

Fedro y Sócrates van llegando juntos a la idea de que a la retórica poco le importa la verdad, sino la verosimilitud. Como su objetivo es seducir a las almas, su arte es ante todo el de la persuasión, no el de la verdad. Será la multitud entonces quien decida si el discurso es bueno o malo, y como hay tantas almas como personas no podrá haber algo así como un criterio unificado.

De la locura hay dos especies: una, causada por enfermedades humanas, y la otra, por un impulso divino que nos arranca de las normas de conducta habituales.

Sócrates, 265a.

En esta cita Sócrates deja fuera un tipo de locura que no abordará, y es la causada por enfermedad. Es importante para él centrarse en la locura divina, que es la que modifica nuestras normas de conducta habituales, inspirada por Apolo, Dionisio, las Musas o Afrodita. Esta última es la locura de amor, en la que se enfoca gran parte de Fedro.

Si te toca ser elocuente por tus condiciones naturales, serás un orador renombrado, si a ellas les añades la ciencia y la práctica.

Sócrates, 269c.

Según Sócrates, hay condiciones naturales para la elocuencia, una especie de don. Pero es importante añadir "la ciencia". Para esto pone muchos ejemplos, desde la medicina a la tragedia, en la cual la disciplina sólo se conoce "de palabra" pero no profundamente ni en la práctica. A partir de aquí, Sócrates intentará explicar por qué cree que Lisias va por el mal camino en su práctica de la retórica.

Para nada necesitaría participar de la verdad, en lo que toca a asuntos justos y buenos, ni en lo que toca a los hombres que tienen tales cualidades sea por naturaleza sea por crianza, quien se propone ser un cabal retórico.

Sócrates, 272d.

Quien se vuelca a la retórica puede no participar de la verdad por desconocimiento, es decir, por ignorarla, o también por voluntad propia, llevando al auditorio deliberadamente al engaño. Fedro y Sócrates son más benevolentes en el primer caso, ya que dicen que siempre es preferible alguien que es ridículo pero amigo, que alguien que es "hábil y hostil" (260c).

¿Necesitamos hacer algún otro pedido, Fedro? Pues para mí está en su justa medida lo que he rogado.

Sócrates, 279c.

Sócrates cierra el diálogo con una plegaria al dios Pan, que se trabaja en la última parte del Resumen y Análisis de esta guía, en la cual menciona que cree haber rogado "en su justa medida". La "justa medida" es muy importante para el filósofo. La idea de moderación está inscrita también en el templo de Delfos: más allá de que la frase más célebre sea Conócete a ti mismo, Nada en exceso es la segunda inscripción allí. Por ende, las cosas "en su justa medida" son un postulado filosófico para Sócrates, no sólo un gesto de humildad en la plegaria.