En el camino

En el camino Resumen y Análisis Parte 4, Capítulos 5-6; Parte 5

Resumen

Parte 4, Capítulos 5-6

Para Sal y Dean, México es una tierra mágica y de bajo costo; los dos están en éxtasis frente al mundo que han descubierto “al final del camino” y manejan a través del país, emocionados frente al prospecto de llegar a la ciudad de México y a las aventuras que encontrarán allí. En el camino, pasan por un montón de pueblos llenos de trabajadores pobres y de vidas precarias, y todo esto los emociona aún más. Sienten que han encontrado la verdadera tierra de lo beat: gente que no ha sido contaminada por los engaños del dinero, el trabajo y los blancos norteamericanos.

Los tres amigos se turnan al volante mientras conducen hacia el sur; están fascinados por las formas de vida que contemplan y no quieren perderse nada. En Gregoria, un pueblo pequeño, se detienen y conocen a Víctor, un joven que sabe dónde conseguir chicas y marihuana. La madre de Víctor cultiva las plantas en su patio, y su hijo prepara el cigarro de marihuana más grande que Sal ha visto en su vida. Todos fuman en la entrada de la casa de Víctor, y la droga los afecta rápidamente. Todos están tan “altos” que tienen problemas para hablar y entenderse entre ellos.

Víctor propone conducirlos luego hasta el salón donde se encuentran las prostitutas. Sal está tan drogado que comienza a tener alucinaciones en las que ve a Dean como si fuera Flanklin Delano Roosevelt y Dios. También tiene visiones de México en las que ve oro cayendo del cielo. Víctor les enseña a uno de sus hijos, un bebé de ojos brillantes que comienza a llorar ante el extraño grupo y solo se detiene cuando lo lleva devuelta con su madre. Luego, el grupo se pone en marcha hacia el prostíbulo.

En el burdel, los tres amigos son tratados como reyes. El propietario pone mambos a todo volumen y todos danzan con las chicas mientras el pueblo se acerca y contempla el espectáculo por la ventana. Los amigos toman y se divierten con las prostitutas, al punto de que terminan conociendo a cada una de ellas. Sal quiere tener sexo con una chica de 16 años, pero desiste cuando ve a la madre de la chica que se acerca a hablarle y pedirle el dinero que esté recaudando gracias a su trabajo. Sal, mientras tanto, se ha ido con una mexicana de 15 años. Sal finalmente se va con otra chica que le pide 30 pesos (alrededor de 3 dólares y medio). Sal le da el dinero y tiene sexo con ella en un cubículo sin techo. Una gran multitud se reúne mientras tanto fuera del burdel y observa a los americanos que bailan y se divierten con las prostitutas.

Una venezolana de 18 años, totalmente ebria, se pega a Sal y le pide que le compre más bebidas. Sal la desea, pero no se siente capaz de aprovecharse de ella en ese estado de ebriedad. Su deseo de desnudarla en un cubículo y quedarse charlando con ella choca con los instintos domésticos que Sal ha estado desarrollando en los últimos tiempos. Finalmente, se queda observando a la chica mulata que había deseado con anterioridad y se da cuenta de lo pobre que es y de cuánto necesita el dinero. Piensa que podría entonces darle algo de dinero, pero sabe que la mulata podría mirarlo con desprecio por ese gesto, por lo que decide no hacerlo. Sal piensa que quizás esté enamorado de la chica de 15 años. De pronto, Víctor les muestra que ya han gastado más del equivalente a 35 dólares en aquella jornada, y Sal convence a Dean de finalizar la fiesta y volver al camino. El grupo termina yéndose, arrastrando a Stan fuera del burdel a pesar de que el muchacho quiere quedarse y acostarte con otra chica del turno nocturno. Al final, logran abandonar Gregoria en medio de los saludos de las prostitutas y de toda la familia de Víctor y continúan su viaje.

Fuera del pueblo Dean descubre que las luces del auto han dejado de funcionar. Deciden continuar igual a través de la selva, aunque no ven prácticamente nada. Unos kilómetros después las luces comienzan a andar y revelan el nuevo paisaje selvático. En un pequeño pueblo en medio de la jungla se detienen para dormir. Sal se sube al techo del auto tratando de ubicarse en un sitio donde el calor no lo golpee tan violentamente y siente que se está transformando en parte de la jungla, en medio de aquella humedad llena de bichos. Un policía pasa haciendo su ronda nocturna, pero solo se asegura de que el grupo esté durmiendo y no los molesta. Antes del amanecer, Sal contempla a un caballo blanco que emerge de la selva, pasa al lado del auto y de Dean, que duerme en el piso, y continúa su camino. Cuando Dean despierta y Sal le cuenta su visión, considera que su amigo ha estado soñando, pero recuerda que él también vio un caballo blanco entre sueños.

De nuevo en el camino, detienen el auto para cargar combustible. Sal pierde el control frente a la cantidad y variedad de bichos que se mueven entre sus pies y se encierra en el auto para que no se le acerquen. Los cuerpos de los tres amigos están cubiertos de una mezcla de fluidos de los insectos muertos y de su propia sangre, succionada por los mosquitos durante la noche.

Finalmente llegan a las montañas y, a medida que avanzan, se encuentran con nativos a los que llaman indios en toda la novela. En un momento detienen el coche y se ponen a hablar con una niña india mientras tratan de comprender las diferencias que existen entre ellos y ella. La niña está vendiendo cristales al lado de la ruta, y Dean y Sal se sienten confundidos y enamorados con esta cultura tan diferente y al margen del mundo de los norteamericanos blancos. Dean intercambia su reloj de bolsillo por un cristal y la niña se muestra maravillada con aquel objeto. Otras chicas se acercan y lo contemplan con el mismo asombro. Sal compara a su amigo con un profeta que ha salvado a aquellas indias y, cuando deben continuar su viaje, Dean declara que su corazón está roto al despedirse de ellas. El grupo continúa el viaje por las montañas y a través de una serie de pueblos pobres y primitivos.

Finalmente, llegan a Ciudad de México al atardecer y la recorren frenéticamente. Se trata de un lugar que parece no detenerse nunca, con el tráfico más complicado que los amigos hayan visto jamás. Para Sal, toda la ciudad parece ser un gran campamento gitano, y los tres se pasan la noche yendo y viniendo por ella, en lo que Sal describe como una “caminata santa”. Al amanecer, Sal se siente enfermo y se desvanece: ha contraído disentería.

Sal se pasa los siguientes días convaleciente, en cama, en un estado de inconciencia. Cuando despierta, Dean le dice que regresará a Nueva York, puesto que ya consiguió un divorcio barato de Camille. Stan se quedará en México y lo cuidará mientras Sal se encuentre enfermo. Cuando Sal se recupera, inmediatamente piensa lo miserable que Dean ha sido al dejarlo enfermo en México, pero luego comprende la profunda complejidad de la vida que Dean lleva y lo perdona.

Parte 5

La última parte de la novela retoma el viaje que realiza Dean desde México hasta Nueva York. El auto finalmente se rompe en Lake Charles, Louisiana, y su mujer, Inez, le envía dinero para que pueda llegar a Nueva York en avión. Luego de llevarse a su mujer a Nueva Jersey y casarse con ella, Dean toma repentinamente un autobús a San Francisco para vivir con Camille y sus dos hijas. Dean ahora “era un hombre que se había casado tres veces, se había divorciado dos, y vivía con su segunda mujer” (p. 391).

Sal regresa a Nueva York en otoño y conoce a una chica de la que se enamora. Los dos deciden mudarse a San Francisco y escribirle a Dean para contárselo. Dean le contesta con una carta de más de 60 páginas en la que le dice que desea ir a Nueva York para ayudarle a conseguir un camión con el que mudar todos sus muebles hasta San Francisco, y que trataría de hacer eso en dos meses. Sin embargo, al poco tiempo Dean aparece por Nueva York con el único propósito de ver a Sal. Como la pareja todavía no ha juntado el dinero suficiente, la mudanza no puede concretarse.

Dean ha estado leyendo a Proust y tiene muchas cosas de las que hablar, incluso de la forma en la que se despidieron en México. Dean quiere llevar a Inez a San Francisco, donde sigue viviendo con Camille, pero su ex mujer lo rechaza y lo echa de su casa. Luego, Dean recibe una carta de Camille en la que su mujer le pide que regrese. Sal se da cuenta de que Dean se ha establecido con Camille y que pasará su vida con ella, por lo cual le agradece a Dios.

Remi Boncoeur aparece por Nueva York y lleva a Sal y a su novia, Laura, a un concierto en la Metropolitan Opera. Esa tarde, Dean se está preparando para partir hacia San Francisco y quiere dar un paseo en el Cadillac de Remi, pero este no se lo permite. Sal ve a Dean por última vez mientras este baja por la calle mientras el Cadillac se aleja y luego dobla una esquina. El libro termina con Sal pensando en la vida de su amigo, sentado contra el río en Nueva Jersey y observando soñador todo el paisaje norteamericano que ha atravesado a lo largo de sus viajes.

Análisis

Para Dean y Sal, México parece ser la Tierra Prometida que han estado buscando en todos sus viajes. Para Sal, representa la mejor forma de escape de la vida convencional de la clase media blanca norteamericana. La cerveza y los cigarrillos son baratos, se puede fumar muchísima marihuana y pueden visitar los burdeles cada vez que quieren, y todo esto por poco dinero y sin que la policía intervenga. Incluso los ciudadanos de esos pequeños pueblos se limitan a observar y parecen alentar el comportamiento excesivo de los viajeros, quizás porque se trata de norteamericanos.

Sal y Dean no parecen tener ningún conocimiento de la cultura mexicana; en su lugar, observan la tierra a su alrededor desde la perspectiva de su propia situación. La pobreza de la gente, en lugar de aparecer como un lastre negativo, es observada como libertad absoluta. Al igual que con la cultura afroamericana, los personajes de Kerouac invierten la representación tradicional de la represión racial, la marginalización y la pobreza y en su lugar presentan la vida de estos pueblos mexicanos como gloriosa, libre de las presiones de los trabajos y el yugo capitalista que han experimentado en Norteamérica. Para ellos, la naturaleza primitiva de México es su mejor cualidad. A diferencia de los viajes por Norteamérica, Sal y Dean ven su viaje a México como una travesía hacia la fuente de la vida. Dean exclama: “Estoy demasiado excitado en este mundo. Al fin hemos llegado al cielo. No puede ser más tranquilo, no puede ser mejor, no puede ser nada más” (p. 358). La cultura mexicana parece que no ha sido corrompida por la modernidad. En México no hay necesidad de escaparse de nada, ni ninguna vida convencional que ostentar. Y por eso los viajeros quieren sumergirse en su cultura, porque les parece una forma de vivir al margen del tiempo y de la historia. “Fíjate en esas persianas que tienen en las ventanas y en los viejos, esos viejos tan serenos y sin ninguna preocupación. Aquí nadie desconfía, nadie recela. Todo el mundo está tranquilo, todos te miran directamente a los ojos y no dicen nada” (p. 359). A los ojos de los jóvenes viajeros, la cultura más “primitiva” de los mexicanos, que los coloca lejos de la modernidad estadounidense, implica también una mirada más inocente y libre de juicio o censura.

La cultura que Dean, Sal y Stan experimentan en las montañas de México no se compara a nada que hayan visto antes. La ruta en la que se encuentran es nueva, tiene tan solo 10 años y atraviesa una serie de pueblos perdidos al margen de la historia. Dean sabe que más allá de la carretera hay formas de vida que no es siquiera capaz de imaginar, pero también sabe que el hecho de ser un blanco norteamericano le impide abandonar la ruta para encontrarse con aquellas otras culturas. La ruta aparece entonces, en sentido figurado, como una línea divisoria entre lo que los personajes quieren experimentar y lo que en realidad son capaces de experimentar. Sal se desespera al darse cuenta de lo que la ruta puede representar para unas culturas aparentemente tan “puras”, es decir, tan poco contaminadas por la modernidad y el progreso. Piensa también en la invención de la bomba atómica, un símbolo de la gran destrucción que el progreso puede acarrear, y se desespera con tan solo pensar que un día los caminos y los puentes culturales puedan ser destruidos junto a la posibilidad de una existencia pura y libre.

La experiencia en el prostíbulo de Gregoria es uno de los momentos más inmorales de la novela. Durante ese día, los personajes consumen enormes cantidades de alcohol y de marihuana, y las restricciones de la sociedad convencional dejan de pesar en las decisiones que toman. Cuando los tres amigos fuman la marihuana que les da Víctor, Sal tiene una serie de visiones en las que Dean termina ocupando el lugar de Dios: “Tuve que hacer grandes esfuerzos para ver la imagen de Dean entre una mirada de radiaciones celestiales. Me pareció que era Dios” (p. 367). También, una lluvia de oro cae sobre el auto, y Sal está radiante de felicidad ante esa imagen de abundancia que le ofrece México. “Vi ríos de oro cayendo desde el cielo que atravesaban con toda facilidad mis ojos y se introducían en mi interior; había oro por todas partes” (p. 367). En estas visiones, el éxtasis embarga a los tres amigos y les hace experimentar una realidad sensorial desbordante y fabulosa. En aquel estado de enajenación, Víctor los lleva al prostíbulo. Allí, tienen sexo con adolescentes de diferentes culturas y se creen que eso es lo que una cultura pura puede ofrecerles: el momento de la pura experiencia. Solo en unos pocos momentos Sal baja a la realidad y comprende que está dejándose llevar por su deseo frente a chicas de 15 años. Cuando la mulata pobre está barriendo el piso, por ejemplo, también comienza a comprender las privaciones y las dificultades a las que se enfrentan aquellas chicas y, en general, todos los habitantes de esos pueblos. Sin embargo, hay una brecha cultural que Sal no puede ni podrá saltar y, en última instancia, ni siquiera interpretar por fuera de la situación de poder que implica ser un hombre blanco norteamericano con dólares en aquel lugar.

La llegada a la ciudad de México revive experiencias previas de los personajes. La capital del país parece ser una ciudad beat, y el lector puede imaginarse el mismo tipo de actividades y aventuras que han caracterizado al resto de la novela. Esta última aventura implica, en cierto modo, un cierre para la vida que Sal ha estado llevando en los últimos años. Sin embargo, Sal no puede experimentarla al máximo junto a Dean, porque el mismo día de su llegada es abatido por la disentería, una enfermedad causada principalmente por una infección bacteriana que produce altas fiebres y que si no es tratada puede ser fatal. El narrador no cuenta nada del periodo de convalecencia, que parece ser un gran blanco en su memoria, y la narración se retoma cuando Sal despierta tras haber estado inconsciente y Dean le anuncia que va a partir. El resto de la estadía de Sal en México no recibe ninguna mención, y el lector solo sabe que Sal regresa a Nueva York una vez que su salud está restablecida. Al comienzo de la parte 5, que contiene tan solo unas pocas páginas, todo el grupo se encuentra de nuevo en Nueva York; han experimentado la cultura de México, pero no han sido capaces de sostener esa vida.

El cierre de la novela presenta a Sal asentando su vida con un nuevo amor, Laura. Remi Boncoeur se ofrece para pasear a Sal y a Laura en su Cadillac, lo que sugiere la alternativa de una vida respetable y convencional. Sin embargo, cuando Dean aparece con la única intención de ver a Sal, este lucha con sus sentimientos y se siente en medio de dos mundos. Por un lado, la vida tranquila y acomodada que la clase media le ofrece y, por el otro, la vida beat, frenética y cargada de excesos que Dean representa. Al final, Dean es rechazado y no puede pasear con sus amigos en el Cadillac de Remi, ni puede ir con ellos al concierto de Duke Ellington, de la misma manera que Sal ya no puede seguir a su amigo en las aventuras de la carretera. Sal ha tomado su decisión. Mientras cada uno toma su camino y se pierde de la visión del otro, puede recordarse la imagen del Ángel de la Muerte que Sal había tenido de Dean y vincularla con la idea del Ángel de la historia, de Walter Benjamin, que postulaba la historia como un ciclo interminable de sufrimiento y desesperación. Dean desaparece y en Sal permanece una idea de abatimiento que lo empuja, al final de la narración, a reflexionar sobre la vida.

La novela finaliza con la contemplación que realiza Sal del paso del tiempo sobre el río en Nueva Jersey. Para Sal no hay una comprensión clara y contundente de “eso” que Dean había buscado, e ignora si acaso lo han encontrado y experimentado realmente, pero sí entiende que no es posible lograr una comprensión profunda de la vid. Lo único posible es saber que el tiempo avanza y que la gente envejece hasta desaparecer. Sal imagina a la noche que case sobre Norteamérica como un manto que cubre y hace desaparecer el paisaje y a los hombres, “se trata las cumbres y envuelve la orilla del final, y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos” (p. 396) De la misma manera, Sal sabe que de su amigo solo perdura lo que él pueda recordar.