En el camino

En el camino Imágenes

Las fiestas y los excesos

A lo largo de toda la novela, el narrador y sus amigos participan de fiestas y se entregan a los excesos de las drogas, el alcohol y el sexo. Así, Kerouac despliega una serie de imágenes sensoriales recurrentes que cubren estas situaciones. las imágenes de los cuerpos entrelazados, por ejemplo, aparece con cierta frecuencia. "Dean y yo jugamos con Marylou sobre un sofá; y ella no era manca. Dean andaba sin nada por arriba, sólo con los pantalones, descalzo, hasta el momento en que cogía el coche e iba a buscar más gente" (p. 167).

En los bares, las escenas de los cuerpos en movimiento también abundan. En un club de jazz, Sal remarca: "Dean estaba de pie frente a él, olvidado de toda otra cosa del mundo, con la cabeza inclinada, tocando palmas con fuerza, el cuerpo entero saltando sobre los talones y el sudor, siempre el sudor, corriendo por el atormentado cuello de su camisa y deslizándose hasta formar literalmente un charco a sus pies" (p. 262).

Los márgenes de las ciudades

Kerouac dedica muchos pasajes a las descripciones de las zonas más marginales de las ciudades que sus personajes visitan. Cuando Sal llega a Denver, por ejemplo, lo primero que describe Sal es la zona marginal de las afueras de la ciudad: "había chimeneas, humo, vías férreas, edificios de ladrillo rojo, y a lo lejos los edificios de piedra gris del centro de la ciudad, y aquí estaba yo en Denver. Me dejó en la calle Larimer. Caminé dando traspiés con la mueca más traviesa y alegre del mundo entre los vagos y los sucios vaqueros de la calle Larimer" (p. 54).

Más adelante, el narrador vuelve sobre la periferia de Denver: "Me paseé junto a las tristes casas de putas de la calle Curtis; jóvenes con pantalones vaqueros y camisa roja; cáscaras de cacahuetes, cines, billares. Después del resplandor de la calle estaba la oscuridad, y después de la oscuridad el Oeste" (p. 81)

En California, las imágenes periféricas de las ciudades vuelven a ocupar la atención del narrador: "Bajamos del autobús en Main Street que no es diferente de los sitios donde te bajas del autobús en Cansas City o Chicago o Boston: ladrillos rojos, suciedad, tipos que pasan, tranvías rechinando en el desamparado amanecer, el olor a puta de una gran ciudad" (p. 112).

Los amigos de Sal

A medida que Sal introduce nuevos personajes en la narración, o cuando los retoma en algún punto de su viaje, dedica algunas líneas a la descripción física de cada uno de ellos. Así, el lector va construyendo la imagen de los personajes poco a poco, todo a lo largo de la novela, con las imágenes visuales que el narrador agrega conforme el texto avanza. Por ejemplo, cuando vuelve a encontrarse con Chad King en Denver, Sal describe algo de su aspecto físico, y lo liga (como hace siempre al describir personajes) con sus rasgos psicológicos:

Chad es un chico rubio y flaco con una extraña cara de brujo que se corresponde con su interés por la antropología y prehistoria de los indios. Su nariz asoma suave y casi blanda bajo el fulgor rubio de su pelo; posee la gracia y belleza de un intelectual del Oeste que ha bailado en las fiestas de los pueblos y ha jugado algo al fútbol. Cuando habla, de su boca sale un trémolo nasal. (p. 55)

Al comienzo del capítulo siguiente, Sal describe a otro de sus amigos de Denver, Roland Major: "es un tipo colérico, de rostro colorado, rechoncho, que odia a todo y a todos, y que a veces sonríe cálida y agradablemente al mundo cuando la vida de verdad le hace frente con dulzura durante la noche" (p. 59).

Cuando Sal llega a San Francisco y se queda en casa de Remi, describe a su amigo y a su novia de la siguiente manera: "Remi andaba por la casa en pantalones cortos y con un disparatado gorro militar en la cabeza. Lee Ann llevaba la cabeza llena de rulos. Vestidos así, se pasaban toda la semana riñendo" (p. 85). Así, queda claro que toda la novela está cargada de imágenes sensoriales, especialmente visuales que contribuyen a la descripción física de los personajes y muestran a través de ella sus rasgos psicológicos más notables.

En la segunda parte, cuando Dean llega a la casa de la familia de Sal en Testament, se lo describe como "Un joven cansado, musculoso y sucio, en camiseta, sin afeitar, con los ojos irritados" (p. 145). Este tipo de descripciones que muestran también la evolución de los personajes son recurrentes todo a lo largo de la novela.

La naturaleza y la ciudad

A lo largo de la novela, el narrador incluye muchas descripciones cargadas de imágenes sensoriales que fusionan el paisaje de la naturaleza con el de la ciudad, el pueblo minero y las montañas, la bahía de San Francisco con el Golden Gate, la jungla y los pueblos mexicanos son algunos ejemplos de estos procedimientos.

Por ejemplo, Sal describe la región de San Francisco de la siguiente manera:

"...era un día maravilloso, el sol se puso rojo a las tres. Inicié la ascensión y llegué a la cima a las cuatro. Por todos lados había esos hermosos álamos y eucaliptos de California. Cerca de la cima dejaba de haber árboles; sólo rocas y hierba. Hacia la costa había ganado pastando. Allí estaba el Pacífico, a unas cuantas colinas de distancia, azul y enorme y con una gran pared blanca avanzando desde el legendario terreno de patatas donde nacen las nieblas de Frisco. Dentro de una hora la niebla llegaría al Golden Gate y envolvería de blanco la romántica ciudad, y un muchacho llevando a una chica de la mano subiría lentamente por una de sus largas y blancas aceras con una botella de Tokay en el bolsillo. Eso era Frisco (p. 97).

Más adelante, las descripciones sobre California siguen intercalando imágenes de la urbanización y de los campos:

Llegamos a Tracy enseguida. Tracy es un nudo ferroviario; los guardafrenos comen en restaurantes baratos cerca de las vías. Trenes pitan alejándose por el valle. El sol se pone lentamente muy rojo. Se despliegan todos los mágicos nombres del valle: Manteca, Madera y todos los demás. Llegó enseguida el crepúsculo, un crepúsculo púrpura sobre viñas, naranjos y campos de melones; el sol de color de uva pisada, cortado con rojo borgoña, los campos color amor y misterios españoles. (pp. 108-109)

En este pasaje, las imágenes visuales se complementan con las olfativas para dar una impresión completa de los campos californianos.

Las descripciones continúan. Cuando llegan a Tucson al final del segundo viaje, por ejemplo, Sal lo describe de la siguiente manera: "Tucson está situado en una zona fluvial cubierta de acacias y dominada por la nevada Sierra Catalina. La ciudad era de construcciones sólidas; la gente estaba de paso, era bronca, ambiciosa, atareada, alegre; lavaderos, remolques; calles muy animadas con banderolas; todo muy californiano" (p. 216).

La noche urbana

Entre bares, clubes de jazz y prostíbulos, Sal y sus amigos experimentan lo que la noche de las grandes ciudades tiene para ofrecer fuera de los sectores convencionales de la sociedad.

En los Ángeles, por ejemplo, Sal describe la noche de la ciudad de la siguiente manera:

Se podía oler a tila, hierba, es decir marihuana, que flotaba en el aire junto a los chiles y la cerveza. El salvaje y enorme sonido del bop salía de las cervecerías; mezclado en la noche norteamericana con popurrís de música vaquera y boogie-woogie. Todos se parecían a Hassel. Negros violentos siempre riendo con gorras, bop y barba de chivo; después estaban los hipsters de pelo largo, completamente hundidos, que parecía que acababan de llegar de Nueva York por la Ruta 66; después estaban las viejas ratas del desierto que llevaban paquetes y se dirigían a algún banco de la plaza; después estaban los ministros metodistas con mangas deshilachadas, y algún ocasional santo naturista muy joven con barba y sandalias. (p. 116)

Como puede observarse, las imágenes sensoriales de la noche están cargadas con apreciaciones auditivas y olfativas que complementan el paisaje urbano, especialmente el olor a marihuana mezclado con los aromas de las comidas y el sonido del jazz que proviene de los clubes nocturnos.

Los espectáculos de jazz

En los clubes que frecuentan, las imágenes de los músicos tocando jazz componen un pasaje recurrente de la novela. Sal suele describir físicamente a los músicos, y de allí se sumerge de lleno en la escena. El jazz aparece entonces como un ritmo absolutamente corporal y apasionado. En la segunda parte, Sal describe de la siguiente manera el espectáculo a cargo de George Shearing:

A las diez apareció Shearing, que es ciego, y lo llevaron de la mano hasta el piano. Era un inglés de aspecto distinguido con cuello duro, ligeramente grueso, rubio, con un delicado aire de noche-inglesa-de-verano que se hizo patente con los primeros suaves escarceos que tocó en el piano mientras el bajista se inclinaba con respeto hacia él y marcaba el ritmo. El baterista, Denzil Best, estaba sentado inmóvil exceptuadas sus muñecas, que movían las escobillas. Y Shearing empezó a balancearse; una sonrisa recorrió su rostro extasiado; comenzó a balancearse en el taburete del piano, hacia adelante y hacia atrás, al principio con lentitud, luego de acuerdo con el ritmo, cada vez más deprisa, mientras su pie izquierdo golpeaba el suelo marcando el compás, su cuello se balanceaba retorciéndose, bajaba el rostro hasta las teclas, se echaba el pelo hacia atrás; se despeinó y empezó a sudar. La música se hacía más potente. El bajista se encorvó y tocaba cada vez más fuerte, y cada vez más deprisa; eso era todo. Shearing empezó a tocar su solo; los acordes salían del piano como grandes chubascos, y se pensaba que el tipo no tendría tiempo de ordenarlos. Se agitaban como el mar. (p. 169)

A lo largo de la novela, a estas imágenes se suman otras de los espectáculos que Sal y Dean contemplan, como el de Slim Gaillard, por ejemplo:

En Frisco, grandes multitudes de jóvenes intelectualoides se sientan a sus pies y le escuchan tocar el piano, la guitarra y los bongos. Cuando se calienta, se quita la camisa y entra en acción de verdad. Hace y dice cualquier cosa que se le pasa por la cabeza. Comienza a cantar:

—Mezcladora de cemento, Pu-ti, Pu-ti —y de pronto ralentiza el ritmo y se inclina pensativo sobre los bongos tocándolos suavemente con la yema de los dedos mientras todo el mundo se echa hacia delante conteniendo la respiración para conseguir oír lo que dice y toca; crees que va a estar así un minuto, pero sigue y sigue igual durante una hora o más, haciendo un ruido casi imperceptible con la punta de los dedos, un sonido que cada vez es menor hasta que deja de oírse y el ruido del tráfico llega a través de la puerta. Entonces se levanta lentamente, coge el micrófono y dice lenta, muy lentamente:

—Gran-oruni… suave-ovauti… hola-oruni… bourbon-oruni… todo- oruni… qué están haciendo los de la primera fila con sus chicas-oruni… oruni… vauti… oruniruni… —sigue así unos quince minutos, su voz se hace más grave y más suave hasta que no se puede oír. Sus grandes ojos tristes observan al auditorio (pp. 229-230).