En el camino

En el camino Citas y Análisis

"... y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!»".

Sal, el narrador (Parte 1, Capítulo 1, p. 17)

Esta cita representa gran parte de la personalidad y los deseos de Sal: rodearse de gente vital, enérgica, explosiva, que lo empuje a experimentar sobre la vida y a explorar todas las posibilidades de la existencia. Así se siente Sal cuando se encuentra con Dean, desbordado de aquella vitalidad que lo empujará a llevar una vida beat en los años siguientes.

"... me recordaba algo a un hermano perdido hace tiempo; la visión de su anguloso rostro sufriente con las largas patillas y el estirado cuello musculoso me recordaba mi niñez en los descampados y charcas y orillas del río de Paterson y el Passaic. La sucia ropa de trabajo le sentaba tan bien, que uno pensaba que algo así no se podía adquirir en el mejor sastre a medida, sino en el Sastre Natural de la Alegría Natural, como la que Dean tenía en pleno esfuerzo. Y en su animado modo de hablar yo volvía a oír las voces de viejos compañeros y hermanos debajo del puente, entre las motocicletas, junto a la ropa tendida del vecindario y los adormilados porches donde por la tarde los chicos tocaban la guitarra mientras sus hermanos mayores trabajaban en el aserradero. Todos mis demás amigos actuales eran «intelectuales» (...) Pero la inteligencia de Dean era tan auténtica y brillante y completa, y además carecía del tedioso intelectualismo de la de todos los demás. Y su «criminalidad» no era nada arisca ni despreciativa; era una afirmación salvaje de explosiva alegría americana".

Sal, el narrador (Parte 1 Capítulo 1, p. 19)

De esta manera presenta el narrador a Dean, uno de los protagonistas y la figura estrella de la novela. Dean encarna al prototipo de beat, un joven que rechaza las convenciones sociales y la rigidez moral de la época para abrazar una vida de pura experimentación que a menudo lo coloca al borde del colapso. Sal queda fascinado por su energía y su irreverencia, y lo sigue casi ciegamente a lo largo de buena parte de la novela.

En la cita también se concentra la idea de lo puro y lo natural: Dean aparece como una imagen llena de vitalidad y pureza: sus ropas sucias de trabajo le quedan mejor que cualquier prenda hecha a medida, comenta el narrador, y se le aparece como una imagen de la "Alegría Natural". El concepto de lo puro o lo natural será problematizado todo a lo largo de la novela y se asocia a la noción de lo espontáneo: lo puro es aquello que desborda espontaneidad y que no está atravesado por las convenciones sociales que ordenan las formas de vivir más intuitivas y pulsionales.

"Me preguntaba lo que estaría pensando el Espíritu de la Montaña, levanté la vista y vi pinos y la luna y fantasmas de viejos mineros, y pensé en todo esto. En toda la oscura vertiente Este de la divisoria, esta noche sólo había silencio y el susurro del viento, si se exceptúa la hondonada donde hacíamos ruido; y al otro lado de la divisoria estaba la gran vertiente occidental, y la gran meseta que iba a Steamboat Springs, y descendía, y te llevaba al desierto oriental de Colorado y al desierto de Utah; y ahora todo estaba en tinieblas mientras nosotros, unos americanos borrachos y locos en nuestra poderosa tierra, nos agitábamos y hacíamos ruido. Estábamos en el techo de América y lo único que hacíamos era gritar; supongo que no sabíamos hacer otra cosa…".

Sal, el narrador (Parte 1, Capítulo 9, p. 77)

Esta cita corresponde a un momento de reflexión que se le presenta al narrador casi como si se tratara de una visión profética, durante la fiesta que hace con sus amigos en un pueblo minero en las afueras de Denver. En la cita, la percepción pura e inmaculada de la naturaleza aparece como contaminada por los gritos frenéticos y alocados de los jóvenes que se divierten entre los bares del pueblo, y el narrador no puede menos que preguntarse qué están haciendo todos ellos ahí. Cuando sentencia que lo único que hacen es gritar, pues no saben hacer otra cosa, está poniendo de manifiesto un profundo descontento sobre la existencia y sus formas de habitar el mundo.

Este pasaje toca la dimensión existencial de En el camino, y pone de manifiesto la angustia y la confusión en la que vive la generación de jóvenes de fines de los años '40s.

"¿Qué es el río Mississippi? Es un pedazo de tierra lavada en la noche lluviosa, un suave chapoteo desde las chorreantes orillas del Missouri, una disolución, un movimiento de la marea por el eterno cauce abajo, un regalo a las espumas pardas, un viaje a través de innumerables cañadas y árboles y malecones, abajo, siempre hacia abajo, por Memphis, Greenville, Eudora, Vicksburg, Natchez, Port Allen y Port Orleans y Port de los Deltas… por Portash, Venice y el Gran Golfo de la Noche, y fuera".

Sal, el narrador (Parte 2, Capítulo 8, p. 204)

En este pasaje abundante en metáforas aparece la noción del río Mississippi como un cauce fluvial que atraviesa el territorio de Estados Unidos y se convierte en el umbral entre el Este y el Oeste que marca el viaje de Sal. La metáfora "el Gran Golfo de la Noche, y fuera", es una representación de la desembocadura del río en el mar y una referencia al ciclo del agua y al flujo de la vida que se asocia a uno de los grandes temas de la novela, el movimiento y el paso del tiempo.

"... durante un momento llegué al punto del éxtasis al que siempre había querido llegar; a ese paso completo a través del tiempo cronológico camino de las sombras sin nombre; al asombro en la desolación del reino de lo mortal con la sensación de la muerte pisándome los talones, y un fantasma siguiendo sus pasos y yo corriendo por una tabla desde la que todos los ángeles levantan el vuelo y se dirigen al vacío sagrado de la vacuidad increada, mientras poderosos e inconcebibles esplendores brillan en la esplendente Esencia Mental e innumerables regiones del loto caen abriendo la magia del cielo. Oía un indescriptible rumor hirviente que no estaba en mi oído sino en todas partes y no tenía nada que ver con el sonido. Comprendí que había muerto y renacido innumerables veces aunque no lo recordaba porque el paso de vida a muerte y de muerte a vida era fantasmalmente fácil; una acción mágica sin valor, lo mismo que dormir y despertar millones de veces, con una profunda ignorancia totalmente casual. Comprendí que estas ondulaciones de nacimiento y muerte solo tenían lugar debido a la estabilidad de la Mente intrínseca, igual que la acción del viento sobre la superficie pura, serena y como de un espejo del agua. Sentí una dulce beatitud oscilante, como un gran chute de heroína en plena vena; como un trago de vino al atardecer que hace estremecerse; mis pies vacilaron. Pensé que iba a morir de un momento a otro".

Sal, el narrador (Parte 2, Capítulo 10, pp. 225-226)

En este fragmento de carácter místico, Sal tiene una visión causada por el hambre que está sufriendo en San Francisco tras ser abandonado por Dean sin dinero. Los delirios se hacen cada día más fuertes, hasta que llegan al clímax de esta visión en la que se fusionan algunos conceptos propios del budismo, como la creencia en la reencarnación, con las experiencias de un drogadicto, como el "chute" de heroína por las venas. Sal siente la proximidad de la muerte e imagina que en verdad el ser humano experimenta muchísimas muertes y nuevos renacimientos, todo en un plano mental y no realmente sobre el mundo físico. Por supuesto que Sal no muere y se repone de aquel estado de debilidad extremo para seguir experimentando durante el resto de sus viajes.

"Ahora fíjate un poco en esos de ahí delante. Están inquietos, van contando los kilómetros que faltan, piensan en dónde van a dormir esta noche, cuánto dinero van a gastar en gasolina, el tiempo que hará, cuándo llegarán a su destino… como si en cualquier caso no fueran a llegar. Pero necesitan preocuparse y traicionan el tiempo con falsas urgencias o, también, mostrándose simplemente ansiosos y quejosos; sus almas de hecho no tendrán paz hasta que encuentren una preocupación bien arraigada, y cuando la hayan encontrado pondrán la cara adecuada, es decir, serán desgraciados y todo pasará a su lado y se darán cuenta y eso también les preocupará. ¡Escúchalos! ¡Escúchalos! —les imitó—: «Bueno, veamos, quizá no consigamos gasolina en esa estación de servicio. Hace poco he leído en el National Petroffiouss Petroleum News que ese tipo de gasolina tiene demasiados octanos y alguien me dijo en cierta ocasión que hasta tiene no sé qué semioficial de alta frecuencia, y de hecho no estoy seguro de si, bueno, que en cualquier caso me parece…» Tío, ¿los estás oyendo?".

Dean Moriarty (Parte 3, Capítulo 5, p. 271)

En este fragmento, Dean habla sobre la gente que ve pasar en la ruta y su comportamiento. Dean critica las formas de vida convencionales que se "inventan" problemas y preocupaciones donde no debería haberlas. El fragmento también es interesante para constatar cómo se fragmenta el pensamiento y la atención de Dean: la idea principal que comienza a desarrollar queda trunca cuando se pone a pensar en la gasolina y comienza a hablar de los octanos, y luego es incapaz de retomar su discurso. Esta fragmentación que crece junto a la locura de Dean pone de manifiesto otra dimensión de la imposibilidad de comunicarse efectivamente con Dean que Sal ha expresado con anterioridad en sus viajes.

"Laredo era un pueblo siniestro aquella mañana. Todo tipo de taxistas y ratas de la frontera andaban por allí en busca de negocio. No había mucho que hacer; era demasiado tarde. Estábamos en el culo de América donde se reúnen todos los rufianes, donde tienen que ir los desviados para estar cerca de otro sitio específico al que pueden deslizarse sin que nadie lo note. El contrabando circulaba bajo el pesado aire dulzón. Los policías, congestionados y sombríos y sudorosos, no fanfarroneaban. Las camareras estaban sucias y de mal humor. Un poco más allá se notaba la enorme presencia de todo México y casi se olía el billón de tortillas friéndose y soltando humo en la noche".

Sal, el narrador (Parte 4, Capítulo 4, p. 353)

En este pasaje se describe al pueblo fronterizo de Laredo como una oscura zona de paso que conecta México con Estados Unidos. Como toda zona liminar, es decir, que marca una frontera entre dos realidades diferentes, es territorio para las gentes y los negocios más variados. Allí se congrega todo tipo de marginal que se busca la vida y la policía permanece al margen de sus asuntos. Los tres amigos encuentran ya en Laredo una promesa de las aventuras que vivirán en México.

"Es demasiado bueno para ser verdad. ¡Mujeres, mujeres! Y especialmente ahora, en mi estado y condición. Sal, estoy viendo el interior de esas casas según pasamos… miras dentro y ves cunas de paja y niños muy morenos durmiendo que se agitan a punto de despertar con sus pensamientos saliendo de la mente vacía del sueño, recuperando su propio ser, y las madres preparando el desayuno en cazuelas de hierro… y fíjate en esas persianas que tienen en las ventanas y en los viejos, esos viejos tan serenos y sin ninguna preocupación. Aquí nadie desconfía, nadie recela. Todo el mundo está tranquilo, todos te miran directamente a los ojos y no dicen nada, sólo miran con sus ojos oscuros, y en esas miradas hay unas cualidades humanas suaves, tranquilas, pero que están siempre ahí. Fíjate en todas esas historias que hemos leído sobre México y el mexicano dormilón y toda esa mierda sobre que son grasientos y sucios y todo eso, cuando aquí la gente es honrada, es amable, no molesta".

Dean Moriarty (Parte 4, Capítulo 5, p. 359)

En este pasaje puede observarse la idealización que realiza Dean de la cultura mexicana. Los personajes de Kerouac presentan la vida de estos pueblos mexicanos como gloriosa, libre de las presiones de los trabajos y el yugo capitalista que han experimentado en Norteamérica. Para ellos, la naturaleza primitiva de México es su mejor cualidad, y los habitantes de aquellos pueblos aparecen todos como despreocupados y puros, incapaces de mirar mal al prójimo o de juzgarlo.

"Pocos minutos después la mitad de la población de Gregoria se asomaba por las ventanas para ver a los americanos bailar con las chicas. Estaban allí delante, al lado de los policías, en la sucia acera, con aspecto de indiferencia y despreocupación. «Más Mambo Jambo», «Chattanooga de Mambo», «Mambo número ocho»: todas estas tremendas canciones resonaban estrepitosamente en la dorada y misteriosa tarde como el sonido que uno espera que va a oír el día del juicio final. Las trompetas sonaban tan fuerte que podían oírse desde el desierto donde, en cualquier caso, tenían su origen. Los tambores parecían enloquecidos. El ritmo del mambo es el ritmo de la conga del Congo, el río de África y del mundo; sin duda era el ritmo del mundo. Um-ta, ta-pu-pum, um- ta, ta-pu-pum. Las notas del piano nos bañaban desde los altavoces. Los gritos del director eran como desesperadas boqueadas finales. Los sonidos de la trompeta que se unían a los momentos de clímax de las congas y los bongos que se oyen en el terrible disco «Chattanooga», dejaron helado a Dean durante unos momentos hasta que se estremeció y se puso a sudar; luego, cuando las trompetas desgarraban el soñoliento ambiente con sus trémulos ecos, como los de una caverna o una cueva, sus ojos se pusieron muy redondos y como si estuvieran viendo al demonio y los cerró enseguida. Yo mismo me veía sacudido como una marioneta. Sentía que las trompetas hacían oscilar la luz y temblaba de pies a cabeza".

Sal, el narrador (Parte 4, Capítulo 5, p. 369)

Este pasaje ilustra la visita a un prostíbulo en la ciudad de Gregoria, México, como un evento social del que participa toda la comunidad, incluso la policía, que lo permite y no interviene, aunque las prostitutas del burdel son menores de edad. El pasaje está cargado de imágenes frenéticas del baile y la música: el mambo retumba en el salón y los personajes se embriagan y, mientras bailan, eligen a las muchachas con las que piensan acostarse.

"Así, en esta América, cuando se pone el sol y me siento en el viejo y destrozado malecón contemplando los vastos, vastísimos cielos de Nueva Jersey y se mete en mi interior toda esa tierra descarnada que se recoge en una enorme ola precipitándose sobre la Costa Oeste, y todas esas carreteras que van hacia allí, y toda la gente que sueña en esa inmensidad, y sé que en Iowa ahora deben estar llorando los niños en la tierra donde se deja a los niños llorar, y esta noche saldrán las estrellas (¿no sabéis que Dios es el osito Pooh?), y la estrella de la tarde dedicará sus mejores destellos a la pradera justo antes de que sea totalmente de noche, esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres y envuelve la orilla del final, y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos, pienso en Dean Moriarty, y hasta pienso en el viejo Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos, sí, pienso en Dean Moriarty".

Sal, el narrador (Parte 5, p. 396)

Con estas imágenes de la Noche Norteamericana Kerouac pone fin a la novela. En el último momento, Sal se encuentra solo, contemplando un río, y piensa en todos los viajes que ha hecho y en su amigo Dean Moriarty, con el que parece cortar relaciones al final del libro. Frente a esa imagen del río que representa el movimiento y el paso del tiempo, Sal piensa en el ciclo de desesperación y abatimiento que es la vida, e imagina a la noche haciendo desaparecer al país y a todos sus habitantes. Este final cargado de simbología muestra a un Sal maduro, que ha aprendido mucho de sí mismo pero que, en última instancia, todavía no sabe qué esperar de la vida.