El segundo sexo

El segundo sexo Resumen y Análisis Volumen I: Segunda Parte

Resumen

VOLUMEN I: LOS HECHOS Y LOS MITOS

Segunda parte: Historia

I

En el primer capítulo de esta parte, Beauvoir parte de su conclusión previa y la expande: el hombre, en tanto que sujeto privilegiado por la sociedad, aprovecha sus privilegios y, consciente o inconscientemente, oprime a la mujer que es su Alteridad. A partir de allí, considera el modo en el que el hombre puede haber ganado esa ventaja históricamente necesaria para imponer su dominación sobre la mujer. En este punto, intenta observar comparativamente diferentes culturas, pero admite que la información etnológica es limitada y, por lo tanto, resulta muy difícil establecer conclusiones certeras. De todas maneras, asegura que el contraste entre la producción como tarea masculina y la reproducción como tarea femenina no necesariamente implica que el hombre domine a la mujer, dado que ambas funciones son valiosas para la sociedad. En cambio, esa dominación se explica porque los seres humanos no procuran apenas la reproducción de la especie sino su superación, su trascendencia. Este planteo está directamente relacionado con la perspectiva existencialista que Beauvoir adopta al observar las relaciones entre los sexos.

Según la filósofa, los humanos solo pueden encontrar sentido superando, trascendiendo la condición del animal. Es decir, los humanos necesitan definirse a sí mismos como distintos a los animales. Es la vida social y cultural de las personas lo que marca esa distinción. Sin embargo, la mujer limitada a producir y criar niños se ve reducida a la animalidad; es apenas una hembra, no participa activamente de la cultura. Si bien la reproducción puede considerarse como un aporte a la humanidad, de acuerdo con Beauvoir, es un acto de repetición, no es creativo. Por su parte, el hombre inventa cosas e ideas nuevas y modifica la naturaleza que lo rodea de maneras que superan al animal. Estas tareas van más allá de la repetición porque crean conceptos y objetos innovadores, superadores, y cambian tanto la naturaleza como los valores de la sociedad, lo cual permite el progreso histórico.

II

En el capítulo siguiente, son consideradas algunas sociedades primitivas y su caracterización de las mujeres para desmontar ciertos mitos. Se describe el surgimiento de las instituciones, proceso que comienza cuando los grupos nómades deciden establecerse en un territorio de manera sedentaria para practicar la agricultura, ya que a partir de ese momento los humanos primitivos necesitan establecer leyes para organizarse. Luego, la autora explica que algunas de esas sociedades han asociado a la mujer directamente con el parto como algo sagrado, por lo que ella es digna de adoración como productora de vida. De todos modos, a pesar de que esa adoración tiene una carga positiva, Beauvoir resalta que la mujer sigue siendo considerada aquí como un Otro, como algo diferente al humano: se la adora porque no es considerada como un par del hombre.

De acuerdo con la autora, esto demuestra que toda sociedad siempre ha puesto al hombre en su centro; no encuentra evidencia de sociedades donde ambos sexos coexistieran en igualdad. Y, a su vez, eso significa que la mujer siempre es definida por el hombre; si la ha creado como ídolo de adoración, también puede potencialmente destruirla. Por lo demás, la filósofa afirma que esta adoración de lo femenino proviene de un miedo masculino por lo desconocido; no se basa en el amor ni en el respeto. En esta lectura histórica, cuando la humanidad pasa de la agricultura al trabajo productivo y creativo, el hombre toma control de los cultivos y de los niños, y, como consecuencia, la mujer pierde todo el poder que había tenido como ídolo. Al final del capítulo, se postula que los hombres deben lidiar con la dificultad de ver a la mujer como sirvienta y como compañera al mismo tiempo. Los cambios de actitud, en ese sentido, moldean diferentes roles de las mujeres a lo largo de la historia.

III

En el tercer capítulo, Beauvoir conecta el papel de las mujeres con la propiedad privada y la herencia. Explica que el surgimiento de la propiedad privada le permite al hombre caracterizar a la mujer como uno más de los bienes que integran su propiedad. Esto lleva a una nueva valoración de la fidelidad sexual: la mujer debe ser virgen hasta el matrimonio y luego puede acostarse apenas con su marido para que él pueda garantizar que su propiedad privada será heredada apenas por su descendencia, por sus propios hijos. La autora sostiene que esta es una verdad histórica dentro del marco de varias religiones, particularmente el judaísmo, el islamismo y el cristianismo.

Si bien pueden identificarse diversas reglas y costumbres en diferentes sociedades, la filósofa encuentra un patrón general: las mujeres más integradas a su propia estrucutra social son las menos libres. La mujer solo ha podido escapar de su papel como propiedad al filtrarse por los márgenes de la sociedad, ejerciendo la prostitución, por ejemplo. Al hacerlo, han sacrificado el acceso a riquezas, respetabilidad y condiciones de dignidad básicas, como la salud. Para finalizar el capítulo, se analiza el ejemplo de las mujeres en la Antigua Roma, que gozan de independencia económica pero no tienen poder político y, por lo tanto, no son realmente independientes; los hombres determinan el mundo y sus leyes.

IV

En el cuarto capítulo de esta parte, se evalúa el rol del cristianismo en la formación de la posición social de la mujer. Beauvoir sostiene que hay una demonización de la sexualidad en el núcleo del cristianismo que ha llevado a discriminar a la mujer, ya que ella representa lo corporal, la carne, la tentación, el pecado. También son consideradas otras matrices, como las tradiciones germánicas, donde la mujer es respetada y recibe buenos tratos siempre y cuando sea propiedad de un hombre y ceda todos sus derechos individuales.

Luego, la autora desarma el mito del "amor cortés" de la Europa medieval: estas visiones románticas del amor (entre personas de clases altas) y de la amada no mejoran la posición de la mujer, sino que la cosifican y, en muchas ocasiones, la retratan como perezosa, superficial, inútil y, en última instancia, pecadora. En este punto, la filósofa sugiere que en las familias más pobres es probable que los hombres establezcan relaciones más recíprocas con sus esposas por una cuestión de necesidad.

Con el correr del tiempo, la posición social de las mujeres más privilegiadas cambia en algunas sociedades. En el Renacimiento Italiano, por ejemplo, el individualismo se vuelve un valor a celebrar en ambos sexos. Entonces la mujer puede ejercitar el librepensamiento, ser mecenas de artistas, convertirse en actriz u organizar sus propios salones, pero estas actividades culturales no cambian de manera tangible el escenario político. Además, se trata de posibilidades accesibles apenas para una elite minoritaria. Beauvoir concluye que, a pesar de todo, los ideales democráticos e individualistas del siglo XVIII significaron un progreso en la posición social de la mujer.

V

El capítulo quinto comienza con un repaso de la Revolución Francesa y se afirma que no cambia el destino de la mujer. La revolución es liderada por hombres y se concentra en los valores burgueses, lo cual deja por fuera a la clase trabajadora y a la mujer. En la fase anárquica del proceso, las mujeres gozan de cierto grado de libertad que encuentra su fin cuando la sociedad se reorganiza; el código napoleónico reinstala antiguas concepciones de la mujer que la limitan al matrimonio y la maternidad.

En contraste, las reformas del siglo XIX sí procuraron justicia e igualdad. En este punto, la autora demuestra que el filósofo francés Pierre-Joseph Proudhon ha sido una excepción. Al analizar las condiciones laborales de las trabajadoras del capitalismo industrial, se nota que son las más explotadas del sistema, ya que los empleadores pueden pagarles salarios muy inferiores a los de los hombres trabajadores. Esto se debe a que se espera que ellas no mantengan a toda la familia, sino que apenas colaboren. En ocasiones, este desajuste provoca despidos de hombres para contratar mujeres que pueden hacer el mismo trabajo por menos dinero, y, a su vez, eso genera ira de los trabajadores hacia las trabajadoras.

Más adelante, Beauvoir reflexiona sobre los modos de balancear el trabajo productivo y las tareas reproductivas. En ese punto, además, propone ejemplos de los mecanismos de control que diferentes estados han ejercido para controlar la fertilidad y la natalidad en sus correspondientes sociedades a lo largo de la historia. En las sociedades cristianas, la moral indica que el aborto debe ser considerado un crimen, y eso significa que las mujeres están más volcadas a la reproducción que a la producción. Desde el siglo XIX se abren mayores posibilidades de trabajo y de control de la fertilidad, lo cual, paulatinamente, va cambiando las condiciones de la mujer. De todas formas, el movimiento feminista de la primera ola avanza con lentitud, porque sus protagonistas están divididas tajantemente en distintas clases sociales. Beauvoir considera, en ese sentido, que los grandes avances del feminismo se han plasmado en la Rusia soviética porque el socialismo anula la división de clases.

En suma, Beauvoir muestra que los hombres han escrito toda la historia de las mujeres. Ni siquiera el movimiento feminista es autónomo, sino que se ve afectado por políticas y contextos sociales determinados mayoritariamente por los varones. A lo largo de la historia, no puede actuar o decide no hacerlo para protegerse. Aprovechando esa afirmación, la filósofa ataca una serie de conclusiones antifeministas, como que las mujeres nunca han creado nada grandioso, o que, en realidad, las grandes mujeres pueden progresar en cualquier circunstancia. Por el contrario, aquí se demuestra que las circunstancias han sistemáticamente evitado que las mujeres puedan desarrollar su potencial, y se reitera que la mujer necesita tanto de derechos abstractos como de oportunidades concretas para gozar de una verdadera libertad. Aunque la mujer moderna ha ganado ciertas mejoras, las cargas del matrimonio siguen siendo pesadas, y es muy difícil combinar las tareas domésticas con el trabajo. Al mismo tiempo, el matrimonio sigue siendo la mejor forma de ganar o mantener una buena posición social, motivo por el cual las mujeres siguen priorizándolo más que una carrera profesional. Así, se perpetúa el círculo vicioso que produce mujeres trabajadoras menos calificadas. Elegir el camino de la independencia exige un "esfuerzo moral" (p. 220) mayor para la mujer que para el hombre.

Análisis

Beauvoir comienza esta segunda parte reiterando que el mundo pertenece a los varones: las sociedades han sido moldeadas a su medida, y esta situación privilegiada los lleva a controlar las narraciones y descripciones sobre las mujeres. Este planteo ya está presente en la primera parte de la obra, donde se han considerado explicaciones de la diferencia sexual, pero ese recorrido ha sido insuficiente. Ahora, la filósofa se dedica a trazar su propio recorrido por una historia de la situación de la mujer. Para ello se vale, tal como ella misma declara, de una perspectiva filosófica existencialista y de datos prehistóricos y etnográficos para comparar diferentes culturas a lo largo del tiempo. Hoy en día, el modo en que pone en práctica este método resulta poco preciso, sobre todo cuando describe sociedades no europeas, pero se trata de una metodología muy productiva, ya que la autora intenta rastrear qué motivos han llevado a diferentes grupos sociales a configurar a la mujer como Alteridad, como ser inferior, y a relegarla a las tareas domésticas y reproductivas.

En este segmento, se profundiza el tono asertivo en la voz de la autora, reflejando el hecho de que Beauvoir ahora escribe su propia historia de la condición de la mujer. Si bien retoma y comenta planteos teóricos ajenos, estos son comentarios marginales; el núcleo de este segmento es la producción propia de la filósofa. Así, abundan las declaraciones y las afirmaciones contundentes. Por ejemplo, el tercer capítulo comienza de esta manera: "Destronada con el advenimiento de la propiedad privada, la suerte de la mujer estará ligada a la propiedad privada a través de los siglos: gran parte de su historia se confunde con la historia de la herencia" (146). Este modo de relacionar la propiedad, la herencia y la condición de la mujer es original, y la autora lo propone de manera contundente y certera.

Dado que aquí se traza un recorrido histórico, abundan las referencias a eventos y procesos del pasado. Beauvoir despliega una gran erudición y una comprensión aguda de esas informaciones históricas dando cuenta de una detenida, cuidadosa e inteligente investigación de los tratamientos que han recibido las mujeres en diferentes culturas y períodos. Se proveen ejemplos detallados de la prehistoria, de la Antigüedad egipcia, griega y romana, de la Edad Media y de la Modernidad. La serie de ejemplos revela ciertos patrones que la autora aprovecha para dar sustento a sus hipótesis. Por ejemplo, la situación de las mujeres romanas explica que la independencia económica es insuficiente si no va de la mano con el poder político. De este modo, se van integrando las diferentes partes del libro: suma información y reflexiones, pero siempre de manera consistente con aquellos planteos lanzados desde el comienzo.

La selección de ejemplos históricos presentados también sirve para ilustrar las ambigüedades y los matices que revisten la posición social de la mujer a lo largo del tiempo. Al considerar todos los casos, observamos que las condiciones particulares de las mujeres varían a lo largo del tiempo y del espacio. Por ejemplo, en la Grecia Antigua existen mujeres que ofrecen servicios sexuales y gozan de un estatus elevado, mientras que las prostitutas en otras sociedades están condenadas a la pobreza. Sin embargo, a pesar de las múltiples diferencias culturales, la filósofa siempre encuentra un paradigma binario en el que el hombre es esencial, positivo, central, y la mujer, de un modo u otro, es concebida como su Alteridad.

Beauvoir da cierre al último capítulo de esta parte concentrándose en episodios de la Modernidad, período en el que se vislumbran los orígenes del movimiento feminista en occidente. En esta instancia final del recorrido cronológico que ha comenzado con la prehistoria, señala una serie de cambios que abren paso a cierta independización de las mujeres: el desarrollo como trabajadoras, los derechos a la propiedad, el divorcio y el sufragio, la ampliación de sus posibilidades de estudio. Sin embargo, tal como ha afirmado en el primer capítulo de esta segunda parte, la mujer no deja de desarrollarse y vivir en sociedades determinadas por hombres. Entonces afirma:

El privilegio económico que disfrutan los hombres, su valor social, el prestigio del matrimonio, la utilidad de un apoyo masculino, todo empuja a las mujeres a desear ardientemente gustar a los hombres. Siguen estando en su conjunto en posición de vasallaje. El resultado es que la mujer se conoce y se elige, no en la medida en que existe para sí, sino tal y como la define el hombre. Tenemos, pues, que describirla primero tal y como la sueñan los hombres, ya que su «ser para los hombres» es uno de los factores esenciales de su condición concreta (p. 221).

Así, concluye el apartado de la historia de la situación de la mujer y, en un mismo gesto, se proyecta hacia la siguiente sección de la obra, donde analizará las representaciones de la mujer creadas por el hombre.