El segundo sexo

El segundo sexo Resumen y Análisis Volumen I: Tercera Parte

Resumen

VOLUMEN I: LOS HECHOS Y LOS MITOS

Tercera parte: Mitos

Capítulo primero

En el primer capítulo de esta parte, Beauvoir reflexiona sobre los modos como los hombres han mitologizado a la mujer. Comienza repitiendo que el hombre determina a la mujer como Otro para subyugarla en términos económicos, reproductivos, psicológicos y sociales. Para la autora, esta posición de superioridad también alimenta las "pretensiones ontológicas y morales" (225) masculinas. El hombre en tanto que ser humano intenta constantemente imponerse ante el mundo para demostrar el sentido de su propia existencia. La vida es una lucha e implica esfuerzos permanentes y los hombres se ven afectados por impulsos contradictorios que los llevan a luchar (existir), pero también a descansar (simplemente ser). Ante esa dificultad, el hombre cosifica a la mujer y la utiliza: si la mujer no es igual pero tampoco es completamente distinta -es la Alteridad- entonces el hombre puede poseerla, dominarla, someterla para demostrar el sentido de su propia vida.

Las formas de concebir a la mujer en ese sentido varían en cada cultura. En sociedades adineradas, la mujer tiende a ser vista como un ídolo de adoración porque el hombre no tiene demasiados motivos para luchar contra la naturaleza. En los países socialistas, por otra parte, no existe el Otro como categoría, y las mujeres son consideradas como seres humanos. Sin embargo, es posible reconocer una constante ambivalencia en la comprensión masculina de la mujer: la ve conectada directamente con la naturaleza (la simboliza en el mar, las montañas, las flores), y eso significa que la mujer representa tanto la vida como la muerte. Además de admirar la capacidad reproductora de la mujer, el hombre le teme porque proyecta su propia mortalidad en el cuerpo femenino. Es por eso que los hombres sienten un profundo desagrado por la menstruación, que representa la fertilidad pero también el paso del tiempo, la finitud de la vida humana, el dolor, la sangre. En las representaciones populares, la Muerte es casi siempre una mujer.

En sintonía, los hombres se ven atrapados entre el miedo y el deseo hacia las mujeres. Esta ambivalencia se refleja en sus perspectivas sobre la virginidad. En algunas culturas es despreciada porque siginifica la separación de la mujer y el hombre, pero en otras es muy valorada porque indica que una mujer es propiedad de un solo hombre. Al poseer a la mujer, el hombre pretende subyugar metafóricamente a la naturaleza, dominarla. Si la mujer es dominada, el hombre inconscientemente se proyecta como conquistador de una naturaleza pasiva que no logra resistirse a su fuerza. Ahora bien, una parte de este deseo de posesión implica necesariamente la idea de fracaso: la mujer nunca deja de ser un Otro, nunca es consumida, poseída completamente por el hombre. A su vez, para los hombres, las relaciones sexuales son complejas porque representan tanto la trascendencia de la especie humana como la insignificancia de sí mismo como individuo. La filósofa observa que las religiones que celebran la muerte no suelen temer a la mujer, mientras que en otras religiones la sexualidad es pecaminosa y son justamente las mujeres quienes representan todas las tentaciones carnales y mortales. Para el hombre, la mujer siempre exhibe una frustración porque ella representa todo lo que él desea y todo lo que él teme.

Dentro de este marco, Beauvoir estudia representaciones artísticas y literarias de la mujer para demostrar cómo se han convertido en mito todas esas valoraciones ambivalentes de su figura. En la literatura se repiten ciertos arquetipos para representar lo femenino: la bruja, la sirena, la princesa, la prostituta. De manera recurrente son engañosas, seductoras. En las artes, la mujer suele ser celebrada como un Otro misterioso, seductor, atrapante. Las mujeres forman parte de ese mundo como musas, lo cual quiere decir que no pueden crear por sí mismas; son apenas modelos, inspiradoras. Luego, la religión, la literatura y las artes se encargan de crear mitos que domestican la figura femenina y la presentan dócil, dominada por el hombre.

Capítulo II

En el segundo capítulo encontramos una serie de análisis de novelas que contribuyen con la mitologización de la mujer y refuerzan su calidad de Alteridad. En la lista hay obras de Montherlant, D.H. Lawrence, Claudel, Breton y Stendhal. Este último autor se distingue, de acuerdo con Beauvoir, porque retrata a sus personajes femeninos como seres humanos. Por el contrario, los otros ejemplos sirven para demostrar que la narrativa escrita por hombres tiende a representar a la mujer como un Otro privilegiado, en el sentido de que las figuras femeninas suelen tener características positivas siempre y cuando se atengan a los roles de sumisión que se les asignan. En el imaginario de estos escritores, la mujer ideal es aquella que encarna el Otro para que el hombre pueda descubrir algo sobre sí mismo. Todos esperan que la mujer sea altruísta, se entregue al hombre, lo cual no se les exige a las figuras masculinas.

Capítulo III

En el tercer capítulo de esta sección, la autora considera los modos en que estos mitos afectan la vida cotidiana de la mujer. Comienza por definir la diferencia entre los mitos estáticos, que asumen una determinada idea como algo dado y natural sin aplicarla a diversas situaciones, y la realidad concreta, mucho más compleja, rica y dinámica. En la realidad, la mujer no puede ser englobada en una única idea o representación. Con frecuencia esto provoca frustración para los hombres, que quieren comprenderlas y tienen como referencia aquellos mitos estáticos reproducidos por el arte, la religión, la literatura. En particular, desde la perspectiva masculina, la conexión entre la mujer y la naturaleza sirve para explicar buena parte del sufrimiento femenino como algo natural, que no puede ser modificado. A su vez, gracias a los mitos sobre el "misterio femenino", los varones consideran que es imposible entender a las mujeres. La autora resalta que, en realidad, todo ser humano es un misterio y, en última instancia, es imposible comprender lo humano en sí.

Finalmente, Beauvoir explica que, a lo largo de los siglos, la mujer ha aprendido a ser misteriosa para protegerse. Dado que los hombres las oprimen, ellas han incorporado actitudes confusas, engañosas y contradictorias para ocultar sus verdaderos pensamientos y sentimientos. Se trata de una estrategia defensiva. De modo general, la filósofa sostiene que desarmar estos mitos y desarraigarlos del imaginario sobre la mujer no empobrecería las experiencias de los hombres sino que, por el contrario, las acercaría más a la realidad y a la verdad. Los hombres creen que las mujeres reales, las buenas mujeres, son aquellas que aceptan de manera sumisa su función como Alteridad. Sin embargo, para Beauvoir, esto es completamente equivocado. Por lo demás, sostiene que es posible -e incluso deseable- que se creen nuevos mitos que contribuyan con la liberación de la mujer.

Análisis

Esta parte de El segundo sexo se propone desentrañar, a través de un análisis de los mitos sobre la mujer, la representación cristalizada de lo femenino que han creado los hombres. De hecho, la autora afirma que "la mujer es en gran medida invento del hombre" (p. 288). Esto quiere decir que las descripciones y características comúnmente asignadas y reconocidas en las mujeres son construcciones socioculturales de los varones. La reiteración de esas figuraciones en la religión, el arte y la literatura las ha convertido en sentido común, y las propias mujeres han encarnado esas características por estar oprimidas.

Desde el inicio de esta tercera parte, la autora despliega un análisis más propiamente filosófico que en las secciones anteriores. Su perspectiva existencialista se potencia y aplica un vocabulario teórico más denso. Por ejemplo, utiliza el concepto de la "tragedia de la conciencia feliz" (225), reflejando la noción sartreana de que todo humano está condenado a la libertad y, al tomar consciencia de ello, vive en una permanente angustia: el ser humano conectado con la realidad sabe que está obligado a tomar decisiones que tienen consecuencias (o sea que es libre) y esto lo atormenta. Así, una consciencia feliz es trágica porque quiere decir que la persona no se ha dado cuenta de su propia libertad.

La filósofa se vale de estas herramientas conceptuales para profundizar su evaluación de las relaciones entre el hombre y la mujer dentro del marco de la dialéctica del amo y el esclavo, propuesta de Hegel en La fenomenología del espíritu. De acuerdo con el filósofo alemán, cuando dos individuos se encuentran y se reconocen mutuamente libran una lucha: uno dominará al otro para darle sentido a su propia vida. Este es el esquema que Simone de Beauvoir retoma para teorizar el modo en que la mujer se convierte en Alteridad del hombre.

A lo largo del primer capítulo se analizan varios pasajes literarios y elementos de la cultura para demostrar que la mujer es representada como el Otro en la mitología. La autora elabora lecturas críticas de materiales ficcionales y estéticos en sintonía con el trazado histórico propuesto en la Segunda Parte del Volumen I de la obra. Así demuestra que la mujer es sistemáticamente cosificada, inferiorizada, subalternizada. Se la representa como figura sumisa (la virgen, la sirvienta, la esposa obediente), como figura engañosa (la bruja, la maga, la prostituta) o como figura fantástica (la sirena, el hada, la princesa). Incluso cuando tiene caracteres positivos es configurada como objeto.

En el segundo capítulo, se resumen y evalúan con detenimiento las novelas de grandes escritores que han construido figuraciones de lo femenino y de la mujer. Para elaborar estas lecturas detenidas la autora cita pasajes significativos de las obras de Montherlant, Lawrence, Claudel, Breton y Stendhal donde, de un modo u otro, se reiteran y refuerzan los mitos sobre la mujer analizados en el capítulo anterior. En ese sentido, se destacan las representaciones de Stendhal, que parece mostrar a las mujeres como seres humanos. Es importante destacar que, una vez más, Beauvoir se muestra a sí misma como una lectora aguda e irreverente, ya que selecciona a grandes autores ampliamente celebrados y evidencia sus errores éticos, su machismo subyacente. En términos discursivos, esa irreverencia se plasma en el uso de frases más cortas, abruptas y contundentes que las desarrolladas en sus pasajes más filosóficos. Por ejemplo, afirma: "Montherlant quiere que la mujer sea despreciable" (p. 299). Su lectura crítica es tanto literaria como política.

Esa dimensión ideológica es fundamental, porque todo este apartado sobre la figuración mítica de la mujer no es un mero ejercicio intelectual. Por el contrario, la autora se propone demostrar cómo la cultura (la religión, la literatura, las artes) han sistemáticamente afectado la condición de la mujer y la han condenado a la inferioridad, reforzando su figuración como Alteridad. La fuerza de estos mitos es tal que sirve como combustible de la dinámica del amo y el esclavo: el hombre usa estas representaciones culturales para continuar sometiendo a la mujer. Es por ello que Beauvoir propone la creación de nuevos mitos; cree que el arte y la ficción pueden ser funcionales a la liberación si cambian su concepción de la mujer.