El segundo sexo

El segundo sexo Citas y Análisis

Encontramos este círculo vicioso en múltiples circunstancias análogas: cuando se mantiene a un individuo o un grupo de individuos en situación de inferioridad, el hecho es que es inferior, pero tendríamos que ponernos de acuerdo sobre el alcance de la palabra ser; la mala fe consiste en darle un valor sustancial, cuando tiene un sentido dinámico hegeliano: ser es llegar a ser, es haber sido hecho tal y como le vemos manifestarse; sí, las mujeres en su conjunto son actualmente inferiores a los hombres, es decir, su situación les abre menos posibilidades: el problema es saber si este estado de cosas debe perpetuarse.

Simone de Beauvoir, p. 58.

En esta cita, Beauvoir establece su perspectiva sobre la situación de la mujer en la sociedad. A su vez, explica cómo y por qué la mujer ha llegado a ocupar esa posición. La autora cree que, en general, mantener a las mujeres en situaciones de inferioridad las convierte, de hecho, en inferiores porque sus oportunidades se ven limitadas y, por lo tanto, no pueden desarrollarse como seres humanos plenos.

Por ejemplo, la mujer no tiene acceso a la misma educación que el varón porque a ella se la considera incapaz, como si sus habilidades intelectuales fueran más bajas. Esto da inicio a un círculo vicioso, ya que, por no recibir una educación rica y completa, la mujer acaba siendo intelectualmente inferior al hombre. Así, Beauvoir aplica la idea de "sentido dinámico hegeliano", retomando un planteo teórico del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel: la mujer es inferior, pero esto no se debe a su naturaleza sino al hecho de que se ha asumido su inferioridad y se la ha sometido a condiciones de inferioridad. El planteo no solo sirve para describir la posición de la mujer, sino que también indica sus posibilidades de liberación: una serie de cambios en las circunstancias puede llevar a la igualdad entre hombres y mujeres. El mismo esquema puede aplicarse para analizar otros grupos oprimidos, como los afrodescendientes y los judíos.

Observamos aquí un hecho muy importante que volveremos a encontrar a lo largo de la historia: el derecho abstracto no es suficiente para definir la situación concreta de la mujer, que depende en gran medida de su papel en la economía; incluso es frecuente que libertad abstracta y poderes concretos sean inversamente proporcionales.

Simone de Beauvoir, p. 156.

En estas palabras, la autora destaca una paradoja central de su análisis: la mujer más y mejor integrada en la sociedad es la que goza de menos libertad. Al mismo tiempo, si una mujer está menos implicada en el entramado social, tiene menos posibilidades de generar cambios para liberarse de la opresión. Esto se debe a la existencia de múltiples limitaciones y obstáculos sociales para la mujer, que se ve forzada a formar parte de una serie de instituciones que la tratan como objeto (el matrimonio y la religión, entre otras).

En la cita leemos la centralidad que da la autora a los aspectos económicos: los avances legales para la mujer -el derecho al sufragio, al divorcio, a la propiedad privada- resultan insuficientes si ella no puede ser económicamente independiente. Las mujeres de clases sociales altas, que parecen tener más recursos para luchar contra esas limitaciones, tienden a ser las que menos cuestionan los parámetros sociales porque temen perder sus privilegios. Por su parte, la prostituta puede tener más "libertad abstracta" que una mujer rica porque gana su propio dinero y en muchas ocasiones no contrae matrimonio. Sin embargo, sus "poderes concretos", es decir, su riqueza y su capacidad de influir en la sociedad, son casi inexistentes porque es marginalizada. Este dilema es central y demuestra las dificultades que enfrenta la mujer moderna que procura libertad y poder para existir en igualdad con el hombre.

Es como decir que la mujer es necesaria en la medida en que siga siendo una Idea en la que el hombre proyecta su propia trascendencia, pero que es nefasta como realidad objetiva, existente para sí y limitada a sí [...]. Porque es falso Infinito, ideal sin verdad, se descubre como finitud y mediocridad y al mismo tiempo como mentira.

Simone de Beauvoir, pp. 277-278.

Esta cita pertenece al análisis de los modos en que los hombres representan a la mujer en el arte y en la mitología y cómo esas representaciones afectan la forma en que se concibe a las mujeres en general. En ese punto, señala que el hombre se vincula con la mujer de manera ambivalente: por un lado, quiere poseerla -y, por lo tanto, ella debe ser un objeto-, pero, por el otro, él quiere proyectar su humanidad sobre ella. Así, la mujer debe ser un espejo donde el hombre puede verse y realizarse, pero esa relación no es recíproca: ella jamás se realiza, ella no puede trascender, es un humano incompleto, trunco. La mujer no puede configurarse como ser humano, sino que debe ser una idea, una abstracción.

No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino. Sólo la mediación ajena puede convertir un individuo en Alteridad.

Simone de Beauvoir, p. 371.

Esta cita incluye la formulación más célebre y más comentada de todo El segundo sexo: "No se nace mujer, se llega a serlo". Beauvoir resume en esa frase el planteo central de su obra: no hay una determinación natural de la mujer, sino que históricamente se reproduce una construcción social que la define en contraste con el hombre y así establece que ella es inferior.

Como ha propuesto desde el comienzo, la mujer es la hembra de la especie, pero los humanos, a diferencia de los animales, no están constituidos únicamente por elementos dados por la naturaleza, sino que también son seres culturales. Es por ello que las personas no se limitan a sus funciones reproductoras sino que producen ideas, arte, tecnología, etc. Sin embargo, esa realización del ser humano completo parece ser un privilegio masculino, ya que las mujeres son oprimidas y no tienen las mismas posibilidades de trascender y desarrollarse como personas plenas. Esta condición de inferioridad de la mujer, sostiene la autora, no está determinada por ninguna condición natural de su ser, sino por la situación limitada en la que debe crecer y vivir. Esta opresión de la mujer es ejercida por todas las esferas socioculturales: la política, la economía, la religión, las ciencias médicas, la biología y hasta el psicoanálisis parten de la base de que la mujer es en cierto sentido inferior y opuesta al hombre.

Sin embargo, el principio del matrimonio es obsceno porque transforma en derechos y deberes un intercambio que debe basarse en un impulso espontáneo; da a los cuerpos, al empujarlos a captarse en su generalidad, un carácter instrumental, es decir, degradante; el marido suele quedarse envarado ante la idea de que cumple con un deber, y la mujer tiene vergüenza de sentirse en manos de alguien que ejerce sobre ella un derecho.

Simone de Beauvoir, p. 570.

Tanto es su vida personal como en su ejercicio intelectual, Simone de Beauvoir rechaza el matrimonio como institución porque cree que establece vínculos de opresión entre las personas. El matrimonio, tal como lo analiza la autora, no se funda en el amor, el respeto y la igualdad. Se trata de un contrato que establece derechos y obligaciones con implicaciones legales, económicas y sociales, imponiendo una estructura jerárquica entre el hombre y la mujer, y pasa por alto las emociones. De esa manera, la relación entre los esposos no es libre ni genuina. La imposición del deber tiende a paralizar al esposo, que se ve obligado a encargarse (al menos económicamente) de la esposa y la familia. Por su parte, la esposa -que por lo general no ha elegido a su marido- es concebida como un ser inferior, que debe aceptar el control del hombre, funciona como su propiedad y le debe obediencia, quedando relegada al espacio doméstico y a la maternidad.

La dialéctica del amo y el esclavo encuentra aquí su aplicación más concreta: al oprimir pasa a ser oprimido. Los hombres están encadenados por su misma soberanía; porque son los únicos que ganan dinero, la esposa les exige cheques, porque son los únicos que ejercen una profesión, les impone el éxito, porque son los únicos que encarnan la trascendencia, ella se la quiere robar haciendo suyos sus proyectos, sus éxitos. Y a la inversa, la tiranía ejercida por la mujer no hace sino manifestar su dependencia: sabe que el éxito de la pareja, su futuro, su felicidad, su justificación, descansan en manos ajenas; si trata de someterlo duramente a su voluntad es porque está alienada en él. Convierte en arma su debilidad, pero el hecho es que es débil. La esclavitud conyugal es más cotidiana y más irritante para el marido, pero es más profunda para la mujer...

Simone de Beauvoir, p. 629.

Como se ha mencionado, Simone de Beauvoir se vale de diversas corrientes filosóficas y herramientas conceptuales para profundizar su evaluación de las relaciones entre el hombre y la mujer, entrecruzándolas para dar forma a su propio pensamiento. Entre ellas se destaca la dialéctica del amo y el esclavo, propuesta de Hegel en La fenomenología del espíritu.

De acuerdo con el filósofo alemán, cuando dos individuos se encuentran y se reconocen mutuamente libran una lucha: uno dominará al otro para darle sentido a su propia vida. Este es el esquema que Beauvoir retoma para teorizar el modo en que la mujer se convierte en Alteridad del hombre. En la cita, la autora demuestra que esta dinámica de desigualdad y dominación es negativa para la sociedad en su conjunto: tanto el amo (hombre) como el esclavo (mujer) viven inmersos en una lógica de opresión. Por ejemplo, dado que la mujer no puede gozar de independencia económica, el hombre está obligado a entregarle una parte de su dinero. La desigualdad entre los sexos produce una situación injusta para ambos. Sin dudas, la autora cree que la más afectada por la situación es la mujer, sobre todo porque, al ser cosificada y concebida como Alteridad, no tiene la posibilidad de decidir cómo se organiza el mundo que la rodea, mientras que el hombre es quien configura la realidad circundante. Sin embargo, al mostrar que todos los individuos se ven afectados negativamente por el hecho de que la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres tenga la forma de la dialéctica del amo y el esclavo, también enfatiza cuán conveniente será la liberación de la mujer para la sociedad en su conjunto.

Ahora podemos comprender por qué, en los alegatos que se alzan contra la mujer, desde los griegos hasta nuestros días, encontramos tantos rasgos comunes; su condición ha seguido siendo la misma a través de cambios superficiales, y es la que define lo que llamamos el «carácter de la mujer»: «se recrea en la inmanencia», tiene espíritu contradictorio, es prudente y mezquina, no tiene sentido de la verdad, ni de la exactitud, le falta moralidad, su bajeza es materialista, es mentirosa, fingidora, interesada... En todas estas afirmaciones hay algo de verdad. Sólo que las conductas que se denuncian no se las dictan a la mujer sus hormonas, ni están inscritas en las circunvalaciones de su cerebro: su propia situación las pone de relieve.

Simone de Beauvoir, p. 757.

Estas líneas pertenecen al comienzo del capítulo X del segundo volumen, titulado "Situación y carácter de la mujer", donde Simone de Beauvoir retoma los datos, reflexiones y propuestas teóricas que ha ido desarrollando a lo largo de toda la obra para explicar por qué, en efecto, la mujer es un ser inferior cargado de valores negativos. En la cita se resume una buena parte de los atributos peyorativos típicamente asignados a la mujer: es superficial, frívola, mentirosa, fantasiosa, incapaz, tonta, inmoral, envidiosa. La autora, como se ha mencionado, no se propone afirmar que esas definiciones son incorrectas, sino que pretende explicar por qué la mujer ha llegado a caracterizarse así. Es fundamental destacar, en este sentido, la perspectiva histórica que asume toda la obra: Beauvoir no analiza meramente su sociedad contemporánea, sino que rastrea las figuraciones de la mujer en el pasado, desde la Grecia Antigua. Gracias a su análisis determina, entonces, que no hay nada en la naturaleza de la mujer que indique su inferioridad ni sus caracterizaciones negativas, sino que, por el contrario, estas dependen enteramente de la situación de desventaja en la que ella siempre ha sido ubicada. La condición de inferioridad en la que se ubica sistemáticamente a la mujer la convierte en un ser inferior definido por una amplia serie de valores negativos.

Esta liberación sólo puede ser colectiva, y exige ante todo que se culmine la evolución económica de la condición femenina. No obstante, ha habido, y sigue habiendo, muchas mujeres que persiguen solitariamente su realización individual. Tratan de justificar su existencia en el seno de su inmanencia, es decir, de realizar la trascendencia en la inmanencia. Este esfuerzo definitivo -a veces ridículo, a menudo patético- de la mujer prisionera para transformar su cárcel en un cielo de gloria, su servidumbre en libertad soberana, lo encontramos en la narcisista, en la enamorada, en la mística.

Simone de Beauvoir, p. 787.

Simone de Beauvoir sostiene que cuando una mujer pretende superar su condición de inferioridad y busca dominar su destino como ser humano pleno termina frustrada y aislada de la realidad porque las limitaciones sociales que la oprimen son demasiado extendidas y eficaces. La liberación individual es inviable: aquellas mujeres que se esfuerzan por justificar su existencia adorándose a sí mismas (las narcisistas), entregándose por completo a sus amantes (las enamoradas) o practicando una devoción religiosa total (las místicas) no cambian la realidad social que las define como inferiores. Por eso sus esfuerzos son inútiles: para la autora, estos son modos de aceptar su inferioridad, su cosificación y su dependencia. De todas maneras, la liberación de la mujer es posible y, de hecho, El segundo sexo es una sólida defensa teórica y política de esa lucha contra la opresión. Ahora bien, para que esa liberación tenga lugar es preciso que cambie la situación que inferioriza a la mujer y, como expresa la cita, eso solo puede ocurrir si las mujeres se organizan de manera colectiva, superando la individualidad y cambiando los patrones socioculturales.

El privilegio que tiene el hombre y que se advierte desde la infancia es que su vocación de ser humano no va contra su destino de varón. Mediante la asimilación del falo y de la trascendencia, sus éxitos sociales o espirituales le procuran un prestigio viril. No está dividido. Sin embargo, se pide a la mujer que, para realizar su feminidad, se convierta en objeto y en presa, es decir, que renuncie a sus reivindicaciones de sujeto soberano. Este conflicto es lo que caracteriza singularmente la situación de la mujer liberada. Se niega a atrincherarse en su papel de hembra porque no se quiere mutilar, pero sería también una mutilación repudiar su sexo. El hombre es un ser humano sexuado; la mujer sólo será un individuo completo, e igual al varón, si es también un ser humano sexuado. Renunciar a su feminidad es renunciar a una parte de su humanidad.

Simone de Beauvoir, p. 854.

Estas palabras dan cuenta de las diferencias entre el hombre y la mujer tal como las analiza Beauvoir en su sociedad. Todos los seres humanos son al mismo tiempo parte de una especie (elemento natural) y de una sociedad (elemento cultural). El hombre puede realizar una multiplicidad de tareas socioculturales productivas, intelectuales y creativas sin contrariar su destino natural, que es la reproducción de la especie. Tener hijos no limita sus capacidades ni sus objetivos. Por el contrario, la mujer está socialmente limitada a las exigencias de la especie, se la reduce a "hembra" y tiene bloqueado el acceso a su trascendencia como persona completa: "se pide a la mujer que, para realizar su feminidad, se convierta en objeto y en presa, es decir, que renuncie a sus reivindicaciones de sujeto soberano". Así, la acción de la mujer se restringe a ciertas esferas fundamentalmente vinculadas con la sexualidad, la maternidad y el ámbito doméstico. En estas circunstancias, todas las mujeres se ven, de un modo u otro, limitadas. Aquella que cumple de manera amplia con los mandatos sociales ve mutilado su elemento cultural y, por lo tanto, no puede convertirse en sujeto, en persona plena. Por su parte, aquella que se libera de ciertos mandatos y se niega a "atrincherarse en su papel de hembra", termina renunciando a su sexualidad y, así, a una parte de su humanidad. De este modo, los varones están socialmente habilitados para vivir como seres sexuales y sociales, pero las mujeres no.

Para ver el universo como suyo, para considerarse culpable de sus faltas y glorificarse de sus progresos, tiene que pertenecer a la casta de los privilegiados; a aquellos que poseen el mando les corresponde justificarlo modificándolo, pensándolo, desvelándolo; sólo ellos pueden reconocerse en él y tratar de imprimirle su marca. En el hombre, no en la mujer, ha podido encarnarse hasta ahora el Hombre.

Simone de Beauvoir, p. 883.

En esta cita Beauvoir explica por qué, hasta el momento en que ella escribe, solo los hombres han producido las grandes obras universales del arte y la literatura: ninguna mujer ha estado en condiciones de pintar Los girasoles de van Gogh o de escribir los relatos de Kafka, por ejemplo. Para la autora, esto se debe a que la genialidad es una combinación de talento y locura (en el sentido de desafío, de rebeldía) que solo se les permite a los varones. El hombre puede crear obras geniales porque goza de un sólido sentimiento de posesión sobre el mundo: el mundo le pertenece y, por lo tanto, tiene confianza en sus ideas y en sus capacidades; siente que forma parte tanto de los problemas del mundo como de sus posibles soluciones, se siente interpelado por la realidad que lo rodea y cree que puede modificarla. La mujer, no. A ella la han entrenado para ser pasiva. Si tiene talento en la técnica de la pintura, podrá hacer cuadros bonitos, pero no creará obras de arte que cambien el modo de pensar la estética o la sociedad: su pintura es decoración. Por supuesto, Beauvoir no describe esta situación como una realidad positiva sino todo lo contrario: demuestra que las mujeres no han tenido las mismas condiciones que los varones para explicar la problemática.