El segundo sexo

El Uno y el Otro

«Toda mujer consiste en el útero».[7]​ Desde tiempos remotos la mujer ha sido limitada por su constitución biológica. Para él, ella es tan solo sexo. El hombre tan sólo ve en la mujer un cuerpo, que se reproduce. No ve más allá de eso.

La separación de los sexos, por tanto, es un acto biológico. Esto no proviene de ningún suceso de la Historia, no podemos definir un punto exacto. Sin duda alguna, esto marcó un antes y un después a la hora de determinar a la mujer. La pareja es una entidad, en la cual sus dos mitades están fusionadas la una con la otra, son necesarias: no es contingente ninguna división por sexos en nuestra sociedad. Este problema es lo que determina sin duda alguna a la mujer: «ella es lo Otro en el corazón de una totalidad cuyos dos términos son necesarios el uno para el otro».

Si suponemos a la mujer como lo Otro sería algo tan insólito como nuestro propio conocimiento. Siempre, ya en las sociedades arcaicas, ha convivido aquello que conocemos como dualismo (lo Otro y lo Mismo); esta desmembramiento no se puso bajo el símbolo de la división entre sexos, no corresponde a datos empíricos. Nunca una colectividad se fija como Una sin poner a continuación enfrente a la Otra: para el que haya nacido en un país, las otras personas que no pertenecen al suyo las califica como «extranjeros»; para los antisemitas los judíos son «otros», los indígenas lo son para los colonos, los pobres para los ricos.

Deducimos que el sujeto no se piensa más que oponiéndose: se afirma como algo fundamental y construye al otro en secundario, en objeto. Pero entre aldeas, clases, naciones, hay tratados, guerras, negocios, que quitan el concepto de lo Otro de su razón absoluta y descubren su correlación; de mal o buen grado, conjuntos e individuos se ven forzados a admitir la reciprocidad de sus relaciones. Ahora bien, ¿Por qué esta reciprocidad no se ha planteado entre los sexos? ¿Por qué las mujeres no ponen a discutir la emancipación masculina?

El Otro es planteado así por lo Uno, al desarrollarse este como Uno. Ahora bien, la pregunta que muchos se plantean: ¿De dónde procede esta sumisión a la mujer?

Mujeres y hombres participan del mismo modo en la categoría de seres humanos y de este modo crear percepciones dedicadas a la práctica de la trascendencia. El problema es que, en el caso de la mujer, no se le considera la inclusión y la participación en esa categoría: no es sujeto, no es un Mismo; por otro lado, la cultura y nuestra sociedad han hecho de ella una persona distinta del hombre. La mujer es la Otra: no existe ningún tipo de correspondencia a la hora de hablar de mujer como sujeto. Sin duda alguna, podríamos «culpabilizar» a nuestra cultura y sociedad por este nombramiento a la mujer, que hizo que la condicionaran a lo largo de su historia.

Cuando la mujer empieza a formar parte de la elaboración de nuestro planeta, en ese mismo momento, ese mundo pertenece y está en poderío de los hombres. Estas mujeres no tenían otra opción que aceptar la cooperación con el hombre, consentir ser lo Otro, para así mantener cualquiera de las ventajas que podría producir una unión con esa clase privilegiada, el hombre.

Cuando cualquier individuo anhela afirmarse como un sujeto, aparece en él cierto deseo de escapar de su independencia para formarse como cosa. Cualquier hombre, al concebir a la mujer como Otro, descubre en ella complicidades recónditas. La mujer no tiene unos medios adecuados para manifestarse como sujeto, por lo que no lo hace, ya que notan una fuerza que las hace adherirse al hombre, pero sin pensar en ninguna correlación, sobre todo porque la mayoría casi siempre se contenta haciendo el papel de Otro. Es aquí cuando surge otra pregunta: ¿De qué manera ha surgido toda esta realidad?


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