El obsceno pájaro de la noche

El obsceno pájaro de la noche Resumen y Análisis Capítulos 19-24

Resumen

Capítulo 19

El Mudito sigue a la Madre Benita por los pasillos de la Casa hasta la capilla, que va siendo desmontada. Las viejas siguen yendo para practicar cultos a su manera. La Madre Benita reza; recuerda que está en esa Casa hace veintitrés años. Ella y el Mudito se han encargado de que la Casa no se desmorone, pero está cansada, mientras que él siente aburrimiento y miedo de las viejas. Misiá Raquel le ha propuesto a la Madre Benita crear un asilo para las ancianas cuando demuelan la Casa. Podría usar el dinero que la Brígida dejó al morir.

Ven una figura vestida de negro en la capilla. Primero creen que es la Brígida, luego que es Menche Barroso y, finalmente, se dan cuenta de que es el Padre Azócar robándose la lámpara del Santísimo, el único objeto valioso que queda en el lugar. La lámpara está en un punto elevado y el cura se cae y dice "Mierda", lo que les provoca carcajadas a la Madre Benita y al Mudito. El sacerdote se avergüenza; no sabía que lo estaban viendo. Antes de irse de la Casa, le pide a la religiosa que no cuente que ha dicho una mala palabra. El Mudito cierra los ojos para rezar. Cuando los abre, siente que despierta de un nuevo sueño, o del mismo sueño anterior; no está seguro.

Capítulo 20

Los rematadores abren la capilla y se llevan todo, incluso sus cuatro vitrales de principios de siglo que representan a la Virgen, a santos y a santas. Los dejan apoyados en un corredor. Diferentes pájaros comienzan a hacer nidos dentro de la capilla desmantelada, que también se llena de arañas. Las viejas colocan en el medio del altar la única silla dorada que queda, y sobre ella sientan a Iris Mateluna. Ella tiene a un niño en brazos, pero sigue embarazada. Ya han pasado más de nueve meses, pero los embarazos milagrosos, de acuerdo con las viejas, no duran lo mismo que los normales. Ellas han recuperado santos del patio del Mudito para colocarlos en la capilla. Reciclan y recomponen las figuras con restos de diferentes estatuas. Construyen una imagen de la Beata Inés de Azcoitía con un tajo de chonchón en el cuello y orejas gigantes. También crean un San Fidel, una Santa Peta Ponce y un San Doctor Azula, entre otros.

En los brazos de Iris hay un sustituto del niño milagroso para que la chica se quede tranquila: es el Mudito. Tras las operaciones realizadas por Azula, ha perdido su rostro y solo tiene el veinte por ciento de su cuerpo. También ha quedado atontado, "parece que no estuviera ni vivo ni muerto" (p. 389). Por eso pueden hacer lo que quieran con él. Las viejas le cambian los pañales, le han afeitado los genitales para que parezca un bebé y lo alimentan, pero come muy poquito. Comienzan a envolverlo; lo fajan con pedazos de tela para inmovilizarlo. También le atan el pene. Y lo meten entero en bolsas que van cosiendo una sobre otra. Lo acuestan a dormir con Iris. Cuando la vieja que los vigila se queda dormida, el Mudito convence a la chica de que lo mueva para aliviar los dolores de su cuerpo fajado. Inventa historias y le promete que encontrará a Romualdo para que Iris le afloje las vendas. Ella lo echa a la calle todas las noches, pero luego él vuelve.

Capítulo 21

Llega a la Casa un mensaje de Inés desde Roma: se instalará allí para pasar los últimos días de su vida haciendo penitencia por sus pecados. Pretende alojarse en el patio donde vivió la niña-beata muchos años antes. La mujer ha fracasado en su intento de conseguir la beatificación oficial en el Vaticano. Eso resulta imposible porque los testimonios sobre la vida de la niña-beata y sus milagros solo descansan en leyendas. Lo único documentado es que a fines del siglo XVIII un hombre rico de ascendencia vasca construye la casa para encerrar a su hija de dieciséis años junto a monjas de clausura y conectar a su familia directamente con Dios. En aquel entonces, la primera Inés de Azcoitía hace un milagro espectacular: impide que un tremendo terremoto tire la Casa abajo, arrodillándose en el patio con los brazos abiertos en forma de cruz. Siempre tiene entre sus manos una cruz de palos regalada por la mujer que la cuidaba en la infancia, y sus manos parecen unirse con el objeto, como si se convirtieran en ramas. Para la época de la Independencia, las prioridades de la familia son políticas y nadie se encarga de tramitar su beatificación. Décadas después, el Arzobispo se entera del asunto y exhuman los restos de la chica, pero encuentran el ataúd vacío.

El Mudito piensa que las monjas no enterraron a la niña en tierra santa porque la creían bruja. También cree que los conocimientos de la Inés de su época están contaminados, porque es la Peta Ponce quien le ha transmitido la leyenda. Reitera que la Peta tiene el poder de transmutar el tiempo y generar confusiones. Llega a afirmar que "Todo es posible cuando interviene la Peta Ponce" (p. 418). Opina, además, que desde el punto de vista literario, la conseja no es muy buena; se mezcla con la historia de la niña-chonchón. También asegura que la niña-beata no es antepasdo de Inés sino de la Peta Ponce. Sin embargo, el Mudito afirma que ni las brujas, ni los chonchones, ni los imbunches existen. Cree que la primera Inés no es ni bruja ni santa, sino que queda embarazada y la esconden en el convento para evitar escándalos y que el cacique, el padre de Inés, abandona al nieto en la casa de unos peones de su fundo, en la misma región donde ha nacido la Peta.

Finalmente, el Mudito recupera muchas versiones de su nacimiento que cuentan las viejas. Unas dicen que las monjas encuentran a su madre en la calle y le dan refugio en la Casa, donde nace sietemesino, razón por la que no tiene audición ni voz. Otras dicen que lo encontró una mendiga cuando era bebé y lo usaba para causar piedad al pedir limosnas. Esa vieja muere, y el Mudito pasa de anciana en anciana hasta que llega a las manos de la Peta.

Capítulo 22

Inés se instala en la celda que misiá Raquel Ruiz ha preparado para ella. Le cuenta a la Madre Benita que ha estado internada en un sanatorio en Suiza para calmar sus nervios tras el rechazo de los cardenales a su propuesta de beatificación. Su aspecto físico ha cambiado mucho; está envejecida. Tiene el pelo largo y canoso. Lo peina igual que las viejas asiladas. Por su parte, ella siente que la Casa ha crecido en su ausencia. La Madre Benita asegura que todo es posible allí. Inés le cuenta que tiene pesadillas y le pregunta si escucharán sus gritos en medio de la noche. Por momentos no puede distinguir el sueño de la realidad. También le dice que se propone prender todo fuego, pero antes revisará cada cosa guardada en la Casa buscando evidencias sobre la vida de la niña-beata. Cree que las verdaderas dueñas de la Casa han sido una sucesión de mujeres Azcoitía, y no los maridos. Está convencida de que Jerónimo ha hecho desaparecer el documento que certificaba el milagro.

El Mudito pasa los días prácticamente inmóvil. Inés espera que se recupere para que la ayude a revisar cada detalle de la Casa. La mujer se reúne con la Rita y la Dora en la portería. Rita le cuenta que ha llamado don Jerónimo para preguntar cuándo volverá su esposa a casa, pero ella no piensa hacerlo. Luego, Dora les muestra un canódromo de juguete que le regaló el niño menor de la familia para la cual trabajaba. Tiene tres perros de plástico: uno rojo, uno azul y uno amarillo. Inés afirma de inmediato que el último es una perra hembra. Llaman a María Benítez para que les preste un dado. Entonces Inés les muestra que puede imitar las voces ajenas, hasta la de la Brígida, ya muerta. Les apuesta que puede llamar a Jerónimo por teléfono haciéndose pasar por la Rita sin que él se dé cuenta. Lo logra y se gana el canódromo y el dado. Comienzan a jugar carreras; Inés va obligando a las otras viejas a apostar lo poco que tienen. Ella siempre juega con la perra amarilla y siempre gana.

Capítulo 23

Inés limpia y cocina en la Casa como si fuera una asilada más. También reza arrodillada en el piso como ellas. Es parte de la penitencia que ha asumido. El Mudito continúa inmovilizado por las vendas que le ponen las viejas. Pero por las noches sale y va hasta la casa amarilla frente al parque, donde vive Jerónimo. Allí, escucha una conversación entre el hombre y misiá Raquel Ruiz. También escucha diálogos de Inés adentro de la Casa. La mujer quiere parecerse a las ancianas, confundirse con ellas para que el marido deje de molestarla. Siente que ha sido su sirvienta y, como no le ha dado hijos, él no la deja en paz. Le cuenta a Raquel que en la clínica de Suiza el doctor Azula le ha hecho operaciones. Entre otras cosas, le han sacado el útero a los sesenta y tres años. Allí también estaba Emperatriz, vestida de enfermera. También le dice que a Jerónimo siempre le han fascinado los monstruos. El Mudito dice que quiere proteger a Inés; cree que Azula y Emperatriz les han robado los órganos a ambos para venderlos y enriquecerse.

Cris, es decir el doctor Azula, y Emperatriz se han casado. Él siempre ha soñado con montar una clínica en Europa para experimentar con personas deformes. Ahora toma demasiado whisky. Ella siente que se ha casado con un hombre inútil. Cuando Humberto desapareció de la Rinconada, ellos quedaron a cargo del mundo cerrado de Boy. Emperatriz pasa a tener la reunión anual con Jerónimo para informarle el estado de las cosas. Le miente, porque administran el lugar con reglas distintas a las impuestas por el patrón. Boy come manjares, luce trajes lujosos, arman banquetes y orgías con los otros monstruos. Ella mantiene todo bajo control mediante mentiras. Cree que el verdadero arquitecto de ese mundo para Boy ha sido Humberto, que Jerónimo es un buen hombre y hubiera enviado al hijo a un sanatorio normal.

Capítulo 24

Usando la voz de la Rita, Inés llama por teléfono a Jerónimo y le pide que envíe sus pertenencias a la Casa. Son muebles, ropas caras y alhajas que dejan a las viejas maravilladas. Inés las convence de jugar carreras en el canódromo de juguete. Las obliga a apostar los pocos harapos que tienen. Ella apuesta sus objetos de lujo, pero siempre gana porque siempre elige a la perra amarilla. Las va despojando de todo, dejándolas prácticamente desnudas. Sin embargo, ellas celebran las victorias de la señora.

Análisis

A partir de este momento, la novela se concentra nuevamente en la Casa de la Encarnación de la Chimba como su escenario principal. La conciencia del protagonista vuelve a ubicarse en el interior de ese lugar y la narración se enfoca en el ritmo acelerado que gana el proceso de desmantelamiento de la Casa, lo cual precipita los acontecimientos hasta el final de la novela. Al mismo tiempo, el Mudito parece replegarse cada vez más a su función como narrador y como testigo de lo que hacen otros personajes; él mismo está cada vez más inmovilizado, menos activo, solo interviene en las escenas de manera pasiva.

La narración, por lo demás, reitera el esquema inicial en el que la voz del Mudito se entrecruza, sobre todo, con un "nosotras" que proyecta la voz colectiva de las viejas. Así, en el capítulo 19, leemos idas y vueltas entre la primera persona del singular, la tercera y la primera del plural para contar la incipiente transformación del Mudito en muñeca o bebé de Iris. Primero, él mismo dice: "Me sacan los pañales" (p. 387). Seguidamente, ellas se proponen: "juguemos con el Mudito que se deja hacer cualquier cosa porque anda como atontado el pobre" (p. 389), y comentan: "le damos de comer pero muy poquito porque ahora casi no come" (p. 390). Luego vuelve la voz del protagonista: "Comienzan a envolverme, fajándome con vendas hechas con tiras de trapo" (p. 391). Al igual que en todo el libro, estos pasajes no están introducidos por ninguna señal o aviso, y las voces se confunden por completo.

El proceso de desmantelamiento de la Casa se hace inminente, y esto provoca una serie de cambios, pero también hace que las viejas radicalicen sus vicios, sus manías, sus miserias. Así, vuelve a resultar muy relevante el armado y la acumulación de paquetitos. Las ancianas saben que se acerca el momento en el que tendrán que abandonar la Casa y se preparan sosteniendo la idea de que el niño santo hará un milagro y las llevará al cielo: "el milagro puede comenzar cualquier día, por eso, para estar lista una, hay que hacer paquetitos con las cosas que nos vamos a llevar, la tetera, el despertador, las medias abrigadoras porque puede correr viento, un chal de cualquier color..." (p. 394). De ese modo, se refuerza el simbolismo de estos paquetitos, que representan la presencia de estas mujeres en la Casa y en el mundo: envuelven sus cosas para proteger, guardar y mantener una parte de sus identidades. Los paquetitos confirman sus existencias.

De la misma forma, se replica la dinámica ambivalente entre Iris y el Mudito. Ella parece dominarlo, como antes cuando lo paseaba por los pasillos de la casa como un perro: el Mudito se dirige a ella y le dice: "Tú misma les enseñaste a liarme para dejarme totalmente inmovilizado", y enseguida agrega: "lo tramaste todo tú, estoy en tu poder, lo sé" (p. 395). En un nuevo episodio paranoico, él cree que Iris les ordena a las viejas que lo aten para controlarlo. Sin embargo, cuando las viejas se duermen y ellos quedan solos, acostados en la misma cama, él le dice mentiras, le cuenta historias fabulosas y logra engañarla para que ella le suelte las vendas. Es él quien la domina con mentiras. Al igual que en los primeros capítulos, el Mudito engaña a Iris, se aprovecha de ella y, una vez más, el engaño tiene un componente de abuso sexual. Al comienzo, él logra disfrazarse del Gigante, tiene sexo con ella y la deja embarazada. Ahora, su cuerpo está muy reducido y afirma: "Podría violarte, Iris, aquí mismo, sin que esta vieja se dé cuenta, casi sin que tú misma te des cuenta, pero no, no lo voy a hacer porque no tengo sexo..." (p. 402).

Por otra parte, en este segmento de la obra ganan mucha centralidad las referencias al imaginario del cristianismo. De hecho, desde el inicio del capítulo 19, el centro de la Casa es la capilla. Allí, la Madre Benita y el Mudito ven cómo el Padre Azócar se encarga de retirar los últimos bienes valiosos, en particular la lámpara del Santísimo, objeto que señala la presencia divina en el lugar. Si bien no pueden hacer nada para evitar el robo, se burlan del Padre Azócar, dejándolo en evidencia como un personaje ridículo: primero lo confunden con los fantasmas de la Brígida y Menche; después se ríen a carcajadas porque él se cae, y, finalmente, lo humillan por haber dicho una mala palabra. Esta secuencia evidencia la decadencia general de todos los personajes: son impotentes o patéticos, ya no tienen fuerzas para actuar y, si actúan, lo hacen con torpeza.

Con el robo de la lámpara del Santísimo, la habitación deja de ser una capilla propiamente dicha y, al día siguiente, los rematadores vacían el espacio por completo. Casi todo lo que sacan son restos, desperdicios de objetos inservibles y desgastados. El espacio pasa a ser invadido por nidos de aves y por telarañas, enfatizando su decrepitud, su abandono. También desplazan un conjunto de vitrales antiguos que representa a santos y santas que han protegido la Casa. Este vitral es descrito con detenimiento para exponer su belleza, y en la sección siguiente será un elemento muy importante en la composición del retrato final de Iris Mateluna. No obstante, en esta instancia de la novela, lo más importante es su desplazamiento: los rematadores sacan de la capilla las imágenes que representaban la protección de la Casa, consumando así su desalojo y destrucción: tanto las asiladas como la edificación misma quedan desamparadas.

De todas maneras, las viejas recomponen la habitación como espcacio de culto. Gracias a la recomendación del Mudito, van a su patio y recuperan restos de estatuas del cementerio de santos para repoblar la capilla. En un gesto paralelo a la actividad del doctor Azócar, las asiladas reconstruyen las figuras de esos santos con piezas de diferentes estatuas, ya que, como sabemos desde el comienzo, están rotas. La narración resalta cuánto disfrutan de "esto de armar seres, organizar identidades arbitrarias al pegar trozos con más o menos acierto, era como un juego, y una qué sabe, puede resultar un santo de verdad" (p. 381). Las viejas crean santos monstruosos, deformes que carnavalizan todo lo sagrado del cristianismo. La capilla, entonces, aparece como un espacio invertido, un mundo al revés, donde las figuras sagradas son monstruosas.

Para completar la carnavalización de la capilla, las viejas ponen a Iris Mateluna en medio del altar con un bebé en brazos (que es el Mudito inmovilizado por las ventas) y reacondicionan el lugar para que vuelva a ser un espacio de culto. La chica hace las veces de la Virgen María, con la que ha sido comparada irónicamente desde el comienzo de la novela. Y su bebé, que ahora es el Mudito, es una parodia grotesca de Jesucristo. Esto coincide con la idea que las ancianas sostienen sin cesar: que se trata de un niño santo, milagroso.

Otro elemento fundamental de esta serie de capítulos es el regreso de Inés de Europa. La mujer pasa a tener un lugar crecientemente protagónico en los eventos narrados, asunto que se potencia en los capítulos finales. Y esto se relaciona directamente con su instalación en la Casa, que, como se ha mencionado, vuelve a ser el escenario principal de la narración. El proyecto de Inés de conseguir la beatificación oficial en Roma de la niña-beata fracasa y esto la afecta muchísimo: se obsesiona con el asunto y se propone vivir en la Casa para revisar cada rincón y encontrar evidencias que documenten los milagros de la primera Inés de Azcoitía. A su vez, como consecuencia del proyecto fracasado, ha decidido transformarse por completo en una anciana. Primero se ha sometido a operaciones ejecutadas por el doctor Azula y, entre otros órganos, le han quitado el útero. Al igual que el Mudito, pierde la genitalidad, despersonalizándose cada vez más. Y luego, en la Casa, empieza a imitar el aspecto y el comportamiento de las otras viejas. Quiere ser una más, confudir su identidad por completo.

Por último, esta sección ofrece nuevas interpretaciones de los orígenes de sus personajes principales, y así establece más conexiones entre ellos. En primer lugar, el Mudito cuenta su hipótesis sobre las consejas: para él, la niña protagonista no es ni santa ni bruja, sino que simplemente queda embarazada y el padre la encierra en el convento para evitar cualquier escándalo. Esta línea interpretativa permite volver a espejar las figuras de la primera Inés de Azcoitía, la segunda Inés e Iris Mateluna. Es preciso recordar que, de pequeña, la esposa de Jerónimo pasa un tiempo en la Casa, tiene mucho dolor de vientre y luego nace su hermanito. Siguiendo el modo de pensar del Mudito, esa anécdota podría ocultar otro embarazo de una joven fuera del matrimonio y, así, las tres figuras femeninas refuerzan su paralelo.

En sintonía, se cuentan varias versiones de los orígenes del Mudito. Antes, él mismo se ha presentado como Humberto Peñaloza, hijo de un profesor de primaria. En ese relato, su familia es pobre pero estable, y él vive en una casa junto al padre, la madre y una hermana. Sin embargo, ahora las viejas dicen que nació sietemesino en la Casa de la Encarnación de la Chimba, o que lo encontró una anciana mendiga en las calles. En estas versiones, termina por criarlo una vieja bruja que se asemeja mucho a la Peta Ponce. Cabe destacar que Inés, al igual que la niña-beata e Iris, si en efecto ha tenido hijos, no los ha criado. Todas han sido separadas de ellos. Entonces, la novela deja abierta la posibilidad de que el Mudito sea hijo de Inés, por lo que también podría ser hijo de Jerónimo. Resulta significativo, en ese sentido, el hecho de que nunca conozcamos la edad del protagonista. Cabe recordar, de todos modos, que es imposible reducir la interpretación de esta obra a un sentido único. Por el contrario, Donoso busca, a propósito, hacer coexistir muchas alternativas posibles al mismo tiempo.