El libro de la selva

El libro de la selva Resumen y Análisis "Los enterradores", "El ankus del rey", "Quiquern"

Resumen

“Los enterradores”

Una voz repite incesantemente: “¡Respeten a los viejos!” (p.323). Es una noche tranquila en la orilla de un río en la India. Un barquero navega despacio. Una grulla alta, flaca y fea con aspecto de “pastor protestante, con su calva y su aire de bien” (p.325) aterriza. También se encuentra ahí un chacal flaco y sarnoso. El chacal se queja de las pulgas de los perros del pueblo y de lo dura que está la vida.

De pronto, se une a ellos un viejo cocodrilo “asesino, devorador de hombres y fetiche local” (p.327). El chacal lo saluda, zalamero, esperando recibir el beneficio de alguna sobra. Llama al cocodrilo "Protector de los Pobres". El cocodrilo se lamenta de que la gente ya no le tenga aprecio desde que terminaron la construcción de un puente para el ferrocarril. Hace tanto tiempo que está allí que ha presenciado la reconstrucción del pueblo cinco veces. Cuando era más joven, le encantaba que todo se inundara. Nadaba hasta el poblado, comía algo por los arrozales, lo que fuera que encontraba. Al principio las personas le temían, pero luego lo veían volver al río a medida que el agua bajaba e interpretaban que era él quien se llevaba las aguas de la inundación. Por eso lo honraban como si fuera el dios del pueblo. Le arrojaban flores y, una vez, incluso una cabra. Tuvo la suerte de que el Destino llevara al barquero que lo quería matar directo a sus fauces.

El cocodrilo continúa describiendo todo lo que ha aprendido en tantos años. Vio la llegada de los ingleses, la construcción del puente, la transformación del pueblo, las revueltas. El cocodrilo se centra en los hombres blancos. Recuerda una época en la que muchos cuerpos de los hombres blancos flotaban en el río, y así es como él se volvió gordo y largo. Una vez casi muerde la mano de un niño que sacó las manos por fuera del barco. La madre del chico le disparó, y hasta ahora esas son las únicas marcas de heridas que tiene el cocodrilo.

Sigue adelante con lo que pasó luego de que siguió nadando y ya no encontró más ingleses flotando. Lo que vio en su lugar fue una cantidad impresionante de cuerpo de nativos flotando en el río. Parecía que habían arrojado los cuerpos de pueblos enteros. En su conversación desordenada, el cocodrilo vuelve a pensar en el niño al que no pudo devorar. Luego se retira a descansar. La grulla y el chacal escuchan a unos hombres que se acercan al lugar. Se dan cuenta de que son hombres blancos. Desde el puente los dos hombres hablan sobre cómo apuntar para matar al cocodrilo. El chacal y la grulla piensan en si deberían o no alertarle. De repente escuchan un estruendo y el chacal cree que es el ferrocarril que se ha caído del puente. La grulla le dice que es el sonido de una escopeta. El cocodrilo no tuvo tiempo de reaccionar y yace muerto en la playa, partido en tres pedazos. Uno de los hombres le cuenta al otro que ese cocodrilo trató de morder su mano cuando era un niño, y su madre le disparó.

“El ankus del rey”

Kaa y Mowgli tienen una muy linda amistad. Más de doscientas veces Kaa ha cambiado de piel, y Mowgli ahora va de visita para felicitarla por su última muda. Kaa le pregunta a Mowgli si obtiene todo lo que desea de la selva, y Mowgli contesta que hay cosas que desearía, como, por ejemplo, matar otra vez a un tigre, pero esta vez sin la ayuda de los bueyes. Cuando caza una cabra, piensa que sería mejor que fuera un gamo. Supone que eso les pasa a todos. Pero Kaa insiste en si no hay algo más que le falte. Mowgli contesta: “¿Qué más puedo desear? ¡Tengo la jungla y la Amista de la Jungla!” (p.355).

La conversación parece tomar una nueva dirección cuando Kaa le cuenta a Mowgli que cada tanto vuelve a los Cubiles Fríos, la Ciudad Perdida, a cazar. Allí se encontró con una cobra que le dijo algunas cosas que escapan a su entendimiento. Le habló de algo que tenía la capacidad de enloquecer al ser humano. Si bien Mowgli dice que prefiere mantenerse casi siempre lo más alejado posible del Pueblo Venenoso, le gustaría conocer a la cobra y eso que puede enloquecer a los humanos, porque recuerda que alguna vez él fue uno de ellos.
Kaa no está del todo segura y piensa que hay que ser muy cautelosos, pero de todas maneras accede a ir con Mowgli a los Cubiles Fríos.

Los Cubiles Fríos están vacíos; los monos no están. Kaa y Mowgli entran por un pasadizo que conduce a una cripta. Las raíces de los árboles han perforado las paredes y los techos. Mowgli pronuncia las Palabras Maestras para que el Pueblo Venenoso no lo ataque.

En la cripta Mowgli conoce a la Cobra Blanca. Mide dos metros y medio, su piel está descolorida por permanecer tanto tiempo en la oscuridad y sus ojos brillan en rojo intenso. Mowgli la llama Capucha Blanca y la saluda. Ella inmediatamente le pregunta qué noticias trae de la gran ciudad amurallada que está encima de sus cabezas. Kaa le recuerda a la cobra que la última vez ya le dijo que tal ciudad no existía más; ahora es una ciudad abandonada. La Cobra Blanca no está convencida de que sea así, y se presenta como la Guardiana del Tesoro del Rey. Agrega que cinco veces levantaron la piedra de la cripta para agregar más tesoros, pero la última vez que lo hicieron fue hace mucho.

Mientras la Cobra Blanca habla, Kaa y Mowgli intercambian miradas y palabras porque les cuesta mucho comprender lo que la cobra quiere decir. Kaa estima que la vejez la ha vuelto loca. Orgullosa del tesoro que guarda, la cobra les muestra las riquezas: monedas de ojo y plata, ídolos con piedras preciosas, espadas y cuchillos incrustados, entre otras cosas. Estos objetos le son indiferentes a Mowgli. Los cuchillos le llaman la atención, pero luego piensa que el que tiene y usó para despellejar a Shere Khan sirve bastante bien. Después de revisar el tesoro, algo llama su atención: es un ankus, instrumento utilizado para domar y conducir elefantes. Está hecho de acero y tiene un mango de marfil con piedras preciosas incrustadas y dibujos hechos en jade. El mango termina con un rubí redondo y reluciente. Al ver su interés, la cobra le pregunta si no vale la pena morir por ver algo así. Mowgli no entiende a qué se refiere. Quiere saber si se lo puede llevar. La cobra le contesta maliciosamente que, para llevarse algo, no hace falta su permiso, sino salir de la cripta. Kaa se da cuenta de que la intención de la cobra es matar a Mowgli y se enoja, porque siente que ella ha sido engañada para llevar a Mowgli allí y que ha puesto a su amigo en peligro.

Mowgli se mueve rápidamente y logra tomar a la serpiente por detrás de la capucha y la clava contra el suelo. Kaa quiere que la mate, pero Mowgli dice que no quiere volver a matar a no ser por comida. En ese momento, se dan cuenta de que los colmillos de la cobra están secos; está tan vieja que ya no es venenosa. La Cobra Blanca se siente tan avergonzada que implora que la maten. Mowgli empieza a llamarla Thuu, que significa tronco seco.

Precisamente cuando Mowgli y Kaa se disponen a salir, la Cobra Blanca le advierte a Mowgli que el ankus que se lleva es la Muerte. Según ella, por el ankus todas las personas están dispuestas a matar. Mowgli no entiende del todo por qué alguien mataría por eso, y decide llevárselo a Bagheera.

Cuando Bagheera ve el ankus, no le cabe duda de que lo que dijo la cobra es cierto: los humanos matarían por ese objeto. La pantera sabe que es así porque ella vivió en la corte del rey Oodeypore y conoce al ser humano. Mowgli sigue sin entender del todo, pero Bagheera le insiste en que piense en lo que Mowgli mismo sabe sobre el ser humano. El chico lo piensa mejor y recuerda que, efectivamente, las personas matan por no tener nada mejor que hacer o por divertirse, no solo para la caza. Bagheera le cuenta además para qué se usa el ankus. La punta se clava en la cabeza de los elefantes jóvenes para “enseñarles la Ley del Hombre” (p.366). La sangre de un elefante como Hathi o sus hijos le hace pensar a Mowgli en la de Messua, la mujer que cuidó de él en el pueblo y que los pobladores lastimaron. Se arrepiente de haberse llevado el ankus del tesoro y no quiere saber nada con él. Lo tira en medio de la selva.

Mowgli se levanta a la noche pensando en ver el ankus nuevamente, pero, cuando lo busca, Bagheera le dice que un hombre se lo ha llevado. Deciden seguir al hombre para ver si efectivamente el ankus es la Muerte. Siguiendo las huellas del hombre, ven que otras se cruzan en el camino. Bagheera sigue las primeras huellas y Mowgli las segundas, y se comunican lo que ven a lo largo del camino. Encuentran a los dos hombres; están muertos. Luego, ven las huellas de otras cuatro personas y las siguen. A estos hombres también los encuentran muertos. Algunos de estos hombres murieron a causa de un fruto venenoso de la selva. Uno de los cuatro intentó envenenar a los otros para quedarse con el ankus, pero a él también lo traicionaron sus compañeros.

Mowgli ve el ankus al lado del fuego y decide que es necesario devolver ese objeto a la Cobra Blanca. Cuando llega a los Cubiles Fríos, arroja el ankus en la cripta y le indica a la Cobra Blanca conseguir a una cobra joven que la ayude a guardar el tesoro del rey, para que ningún ser humano pueda salir de allí vivo. La Cobra Blanca no entiende cómo pudo sobrevivir Mowgli al ankus de la muerte. Mowgli tampoco lo entiende del todo.

“Quiquern”

Kadlu, un hombre del pueblo de los inuit, bautiza a un nuevo cachorro con el nombre de su hijo de catorce años: Kotuko. Es chico sabe que eso significa que pronto lo van a dejar cazar con los hombres en lugar de dedicarse a las tareas que hacen las mujeres y los niños, como masticar piel de foca para ablandarla.

En esta aldea, los perros son esenciales para la supervivencia, porque ellos son los que permiten ir a los lugares en los que se cazan focas para alimentar a los pobladores. La vida en la aldea es extremadamente sacrificada, porque durante nueve meses al año lo único que hay allí es nieve y viento. Durante seis de esos nueve meses la oscuridad es total. Solo unas pocas semanas algunas plantas perennes aparecen debajo del hielo, y la nieve se derrite lo suficiente para ver unas rocas rodar.
Antes de poder convertirse en uno más de los adultos de la aldea, Kotuko tiene que entrenar a su perro, aprender a usar el látigo con precisión y deslizarse con su trineo por el hielo. El trabajo de los hombres es muy sacrificado, pero Kotuko desea participar cuanto antes.

La vida de los inuit depende de las provisiones. Si algo falla, las personas mueren inevitablemente. Un invierno particularmente crudo, el campamento de Kotuko recibe a unas mujeres que se quedaron solas porque los hombres de su comunidad han muerto: “ningún inuit se atrevería a negarle un bocado a un forastero” (p.386). Las mujeres se reparten entre las casas de la comunidad y la familia de Kotuko acoge a una muchacha de catorce años.

Las condiciones son muy duras y la tribu de Kadlu pierde a algunos de sus mejores cazadores. Se vuelve muy difícil encontrar focas que cazar, y no hay suficientes provisiones. Tampoco hay suficiente aceite de grasa animal para las lámparas. Los inuit le temen a la oscuridad porque hace que las personas se confundan. Todavía peor es la locura de los perros. El frío, la oscuridad y el hambre hacen que los perros empiecen a comportarse de manera extraña. Uno de ellos, el jefe de los que tiran el trineo, se escapa con el arnés todavía puesto. Kotuko, el perro que lleva el mismo nombre que su dueño, un día se escapa y desaparece.

El muchacho, Kotuko, también escucha voces en su cabeza y el hambre empieza a ser un peso difícil de sobrellevar. Empieza a sentir que la voz de un tornaq, el espíritu femenino propietario de las rocas y los peñascos, le habla. Kotuko le dice a su familia que esa voz le dijo dónde encontrar focas. Decide confiar en el tornaq y se prepara para salir a cazar en compañía de la muchacha que vive en su casa. Kotuko está seguro de que la voz le indicó que fuera al norte, así que se dirige hacia allá. El viaje es muy sacrificado y la oscuridad lo cubre todo. Cada tanto, las luces de la aurora boreal cruzan el cielo.

Kotuko cada vez se siente más confundido, pero la chica confía en que están siguiendo al espíritu guardián del chico, por lo que sigue el camino que marca Kotuko con tranquilidad. De pronto ven algo que se esconde en un barranco. No pueden confiar en sus ojos del todo, porque están hambrientos y su mente puede no estar lúcida. La chica no tiene miedo de la "Cosa" que aparece ante ellos; cree que se trata de Quiquern, el fantasma de un perro gigantesco de ocho patas, sin pelo y sin dientes que aparece cuando algo está por suceder. Ni siquiera los brujos saben si lo que va a suceder cuando aparece en Quiquern es bueno o malo.

Kotuko construye un iglú lo suficientemente grande como para que los dos y el trineo puedan estar protegidos. Tienen provisiones para dos días más. La chica dice que en dos días viajarán a Sedna si no consiguen cazar alguna foca. Le sugiere a Kotuko que cante una canción para pedir la ayuda del tornaq que lo envió hasta aquí. Kotuko canta una canción. Con una astilla de hueso de ballena, construyen una especie de brújula con la esperanza de que el espíritu los dirija al lugar correcto. Al mismo tiempo, surge un sonido cuya intensidad crece. Se trata del sonido que producen las placas de hielo cuando se rompen. Kotuko se siente traicionado por el espíritu que lo llevó allí. Los inuit saben que después de un largo invierno el hielo se puede quebrar de cualquier manera, y la forma de las placas cambia tan rápido como las nubes en el cielo.

Nuevamente aparece la Cosa, el fantasma que habían visto antes, aullando terriblemente. La chica sugiere seguirla. Empieza a moverse hacia el oeste, es decir, hacia tierra firme. Los chicos siguen al Quiquern y a sus espaldas el hielo empieza a romperse a pedazos; grandes grietas aparecen en todas las direcciones. El Quiquern los guía a una pequeña isla de base granítica tan envuelta en hielo que ningún hombre podía distinguirla de los otros bloques de hielo. Pero el perro fantasma de ocho patas los condujo allí.

Kotuko vuelve a armar un iglú. Se instalan los dos alrededor de la lámpara y, de pronto, la muchacha empieza a reír. Detrás de ella aparecen dos cabezas que pertenecen a los dos perros: el que había sido jefe de los que tiran el trineo y Kotuko. Probablemente se habían encontrado y, entre juegos, se enlazaron con el arnés del jefe. Tienen buen aspecto, lo que quiere decir que han estado cazando y están bien alimentados. Los dos chicos no pueden evitar reírse al descubrir que el Quiquern, la Cosa que los condujo hasta allí, era en realidad la figura de los dos perros enlazados. Se van a dormir para poder cazar luego.

Matan veinticinco focas que dejan allí para que las vayan a buscar, y otras tantas se las llevan a casa. Están preocupados de que su gente haya perecido por el hambre mientras ellos buscaban comida. Cuando llegan al pueblo solo hay oscuridad y silencio. Kotuko grita para anunciar que tienen comida, y las voces de los pobladores contestan; todos están vivos.

Preparan una fiesta, Kotuko y la muchacha anuncian que van a construir su propio iglú para vivir juntos y comparten con los pobladores la historia de lo que les sucedió. Kotuko labró las escenas de su aventura en un pedazo de marfil. El marfil tallado pasó de mano en mano hasta que terminó en manos del narrador, que lo tradujo.

Análisis

El primer cuento de esta sección, “Los enterradores”, no es demasiado conocido, a pesar de que trata un evento de suma importancia en la historia colonial de Gran Bretaña: la Revuelta de los Cipayos. Este evento tomó proporciones míticas en la historia y la cultura, convirtiéndose en material fecundo para escritores, periodistas e historiadores. A nivel político tuvo una repercusión importante, dado que, tras sofocar la revuelta, la corona empezó a administrar la colonia de manera directa y se disolvió la Compañía británica de las Indias Orientales.

Los cipayos eran soldados nativos que cumplían funciones dentro del ejército británico y, para 1857, había más de doscientos enlistados. Las causas del levantamiento son de diversa índole, pero todas están relacionadas con las tensiones que inevitablemente surgen en el caso de ocupación extranjera de un territorio. Los cipayos estaban inconformes con la introducción e imposición de costumbres ajenas, una legislación que penalizaba algunas prácticas culturales milenarias y un sistema judicial que beneficiaba a los ingleses en detrimento de los indios, entre otros motivos.

En el cuento “Lo enterradores” es significativo que el cocodrilo insista en que se respete a los viejos. Es posible interpretar ese pedido como una forma de resistencia a los cambios que introducen los ingleses. El tono con el que el cocodrilo cuenta sus historias pasadas tiene mucho de nostalgia. El proyecto civilizador de los ingleses desplaza al cocodrilo, a quien las personas ya no reverencian como un dios. En un mundo con ferrocarriles y puentes, no hay ya lugar para supersticiones, y el cocodrilo es visto con otros ojos: es un devorador de hombres, algo sumamente reprochable.

Ahora bien, el proyecto civilizador no puede instalarse sin violencia. Eso no solo lo vemos en las alusiones que hace el cocodrilo a la revuelta de los cipayos, en la que tanto los cuerpos de los blancos como luego los de los nativos, cuando los ingleses responden a la revuelta, flotan en el río y engordan a los cocodrilos. Además, el “progreso”, que en este caso está representado en el puente del ferrocarril, implica un costo humano en la población local: “Se llevó a quince de mis mejores peones indios mientras construíamos el puente” (p.348). A pesar de que, en parte, el hombre quiere castigar al cocodrilo por la muerte de sus peones, las relaciones entre la población local y los ingleses es compleja, y en el cuento vemos ejemplos de violencia simbólica, como cuando uno de los hombres, al final del cuento, le advierte al otro que las personas del pueblo se enojarían con ellos si matan al cocodrilo, porque lo consideran sagrado, y el hombre blanco responde: “Me importa un bledo” (p.348).

Es importante que el hombre que mata al cocodrilo sea uno de los “Bebés del Motín” (p.349), porque la muerte del cocodrilo de alguna manera simboliza el ponerle fin a una cuenta pendiente surgida de esa revuelta. Además, que ese hombre también siga adelante con el proyecto civilizador al construir el puente que implica un progreso apunta al hecho de que la revuelta no desvió el proyecto de los ingleses.

“El ankus del rey” es un cuento con una enseñanza moral. En dos ocasiones anteriores, la colección toca el tema de la ambición como uno de los vicios del ser humano. El sacerdote del pueblo en el que vive Mowgli durante tres meses piensa en su propio beneficio cuando le dice a Messua que Mowgli es Nathoo, el hijo que el tigre cojo secuestró: “El sacerdote era hombre inteligente y sabía que Messua era la esposa del más rico de los habitantes del poblado” (p.123). Luego le dice a Messua: “no te olvides de honrar al sacerdote que tan lejos ve en la vida de los hombres” (p.123). Cuando deciden matar a Mowgli por ser hijo del diablo y quemar a sus padres por ayudarlo en sus brujerías, Buldeo y los demás pobladores piensan en que luego podrán repartirse los bueyes y las tierras del esposo de Messua.
En este cuento, el ankus es sinónimo de muerte porque por acceder a esa clase de riqueza las personas están dispuestas a matar. Mowgli, como personaje liminar, por un lado se ve atraído por ese objeto, pero su vida en la selva hace que su curiosidad no sea más que eso y no llegue a desear poseer riquezas. Cuando Kaa le pregunta si todo lo que desea lo encuentra en la selva, Mowgli siente que efectivamente tiene todo. Sin embargo, en el tesoro del rey algo sobre el ankus le atrae. De hecho, luego de arrojarlo a la selva e irse a dormir, ni bien se despierta siente el deseo de contemplar el ankus una vez más. Al final del cuento, cuando devuelve el tesoro a la Cobra Blanca, ni ella ni el chico saben por qué se ha salvado. Como tantas otras veces, su identidad dual entre el ser humano y los valores de la selva prueban ser una ventaja para Mowgli.

Finalmente, el último cuento de esta sección, “Quiquern”, nuevamente nos aleja de la selva e incluso de la India. El cuento sucede en el Ártico, en una comunidad inuit. Kipling describe con detalle la extrema hostilidad y la belleza de la naturaleza en esa parte del mundo. El cuento tiene extensos pasajes en los que el lector puede imaginar el paisaje que rodea a los personajes.

Al tratarse de un pueblo no occidental, Kipling retrata la superstición a la que este pueblo tiende. Sin embargo, los elementos sobrenaturales que aparecen asociados a las creencias religiosas tienen al final una explicación racional y humorística. El fantasma o espíritu protector que guía a Kotuko no es otra cosa que dos perros que se han sujetado por equivocación a un arnés.