El hablador

El hablador Resumen y Análisis Capítulo 5

Resumen

El narrador visita a Tasurinchi, el del Mishahua, de quien se dice que ha robado una mujer yaminahua. Él afirma que la obtuvo a cambio de algunos alimentos. También sostiene que desde que lo picó un kamagarini tiene que cumplir las órdenes de ese diablillo, y que el canje de la mujer fue una de ellas.

El hablador cuenta que Kashiri (la luna) bajó a este mundo para casarse con una machiguenga. Según el mito, en el mundo hay comida y masato gracias a que él le enseñó a la mujer cómo sembrar la yuca y el plátano. Ella se fue a vivir con él después de tener “la primera sangre” (p.45), y parió al sol. En la casa de Kashiri había una mujer que era un diablillo y estaba celosa de los regalos que él daba a los parientes de la mujer machiguenga. Para que todos contemplen su rabia, se pintó la cara de rojo y esperó a Kashiri en un rincón del camino por donde debía pasar. Allí defecó, y cuando él apareció, se abalanzó y le refregó la cara con la materia fecal. Kashiri supo entonces que no se le borrarían las manchas y se quedó en el Inkite. Su luz se apagó por esas manchas, pero su hijo, el sol, sigue brillando. El narrador repite la frase “Eso es, al menos, lo que yo he sabido” (p.45).

El seripigari de Segakiato cuenta la historia de la luna de otra manera: Kashiri bajó a la tierra y vio a una muchacha en el río. Le tiró un puñado de tierra y ella quedó embarazada. Ella y el hijo murieron en el parto. Los machiguengas se enfurecieron y obligaron a Kashiri a comerse el cadáver. Él comenzó a comerse a la mujer por los pies y cuando llegó al vientre, los machiguengas lo dejaron marcharse. Desde entonces Kashiri está en el Inkite y sus manchas son los restos del cadáver que no se comió.

El sol, enojado por lo que los machiguengas le habían hecho a su padre, se quedó inmóvil, produciendo grandes desastres en el mundo. Un seripigari subió al Inkite y lo convenció de que volviera a moverse. Entonces el sol dijo: “andaremos juntos”. El hablador concluye diciendo que la vida es así desde entonces, y por eso los machiguengas continúan andando.

Luego, el hablador va camino a la casa de Tasurinchi, el amigo de las luciérnagas, y comienza a llover fuertemente. Hay una crecida del río y él se resbala y cae en él. El loro que lo acompaña se escapa y él se aferra a un tronco en el que se queda dormido. En el sueño nota que está aferrado a un lagarto. Un pájaro le dice que la única manera de salir de allí es volando. Entonces una garza que se posa sobre la cola del lagarto lo hace coletear, rabioso. El hablador se sujeta al pescuezo de la garza y vuela con ella. Luego empieza a hacer fuerza para que el ave descienda, y cuando está a la altura de las copas de los árboles, se deja caer. Cuando abre los ojos, Tasurinchi le dice que durmió durante muchos días y que su lorito lo está esperando. Él también le explica que lo salvó no tener rabia durante la aventura. El hablador comenta que la rabia es un desarreglo del mundo, y que la vida sería mejor sin ella.

El seripigari comenta que la rabia es la culpable de que haya cometas en el cielo, a los que llaman Kachiborérine. El hablador cuenta que este era un machiguenga que perdió a su mujer. Él cría a su hijo y toma una nueva esposa, hermana menor de la anterior. Un día, ve a su hijo teniendo relaciones sexuales con ella y decide conseguirle una esposa. Para eso, va a la región de los chonchoites, quienes lo atrapan y se comen sus intestinos. Él consigue escapar, pero se entera de que su esposa quiere envenenarlo. Sin dejarse llevar por la rabia, envía un mensajero para que le diga a su mujer que le prepare cocimiento, así puede reponer sus intestinos. Cuando Kachiborérine llega a su casa, la mujer le da chicha de maíz. Él bebe pero su cuerpo no retiene el líquido, porque está vacío. Entonces siente rabia. Quiere matar a la mujer, pero ella escapa. Kachiborénine se vuelve un diablillo y comienza a subir al cielo con una caña de bambú prendida fuego en el ano. Se convierte en cometa. Por eso, cada tanto, en el Inkite, se ve la llama de la caña de bambú.

Tasurinchi se refiere a su interlocutor como “hablador”. En la zona donde vive hay muchas luciérnagas, y estas hablan y escuchan. Él afirma que es importante saber escuchar. A pesar de que él perdió a su familia, pudo resistir el dolor gracias a su capacidad de escuchar. En una mareada supo que las luciérnagas estaban cerca de él para hacerle compañía. Entonces él comenzó a hablarles y consiguió escucharlas. Sabe que no están contentas, porque son todas machos. Las hembras son las estrellas del Inkite. Se las llevo Kashiri cuando fue expulsado del mundo. Cuando cae una estrella, las luciérnagas enloquecen, pensando que quizás sea una de sus mujeres que logró escapar.

El hablador aprende la historia de Tasurinchi y, cuando viaja solo, se dedica a escuchar lo que dice la tierra. Hablan los huesos, las espinas, las hojas y el resto de las cosas. Ahora sabe que, en el pasado, todos los animales fueron hombres. Los creó el primer hablador, Pachakamue. Él hablaba y de sus palabras surgían todas las cosas. Su hermana era Pareni, la primera mujer. Un día fue a visitarla y le preguntó dónde estaba su hija. Ella le dijo que estaba encerrada en un refugio. Pachakamue afirmó: “La tienes encerrada como una sachavaca” (p.52), y la hija se convirtió en este animal. Pareni y su esposo, Yagontoro, decidieron matar a Pachakamue por el desorden que generaba en el mundo. Yagontoro lo mató pero no le cortó la lengua. Ese error aún lo pagan los machiguengas, porque la lengua todavía habla y desarregla las cosas.

Por último, el hablador visita a Tasurinchi, el hierbero. Él vivía antes en una región del río Tikompinía, que se pobló de viracochas en busca de oro, por lo que tuvo que alejarse. El hablador se esconde, inquieto por la presencia de viracochas en el lugar, y luego huye y duerme en un refugio.

Al despertarse, el hijo de Tasurinchi, el hierbero, está al lado suyo. Lo lleva hasta el nuevo lugar en donde vive su familia, río arriba, en un monte muy tupido. Tasurinchi dice que por más difícil que sea el acceso y la supervivencia en los lugares alejados, los viracochas siempre consiguen llegar. Cree que esto es positivo, pues ayuda a los machiguengas a cumplir su destino, que es andar. Dice que las tragedias del pasado, como la de la época de la extracción de caucho, pueden volver a suceder. Pueden regresar, como las almas. Por eso hay que ser cuidadoso y tener la memoria activa para que no ocurran.

El hablador se queda varios días con el hierbero, quien le ofrece una mujer y ayuda para armar una chacra monte arriba. El hablador acepta pero la mujer que iba a ser su esposa se suicida bebiendo veneno, porque no quiere que “rabien” contra ella por haber dejado sin hablador a los machiguengas. El hablador lo toma como una señal de que debe seguir andando, cumpliendo su obligación y su destino: el de ser un hablador.

Análisis

Todos los relatos de este capítulo pueden pensarse a partir de un tema en común: los perjuicios del sentimiento de rabia. El narrador-hablador relata dos versiones mitológicas que explican por qué la luna tiene manchas: la suya y la del seripigari de Segakiato. Ambas narran el descenso de un ser mitológico, la luna (Kashini), al mundo de los machiguengas. Las historias son completamente distintas, pero comparten un elemento común: la rabia que mueve a alguno de los personajes provoca daños irreparables.

El narrador-hablador termina su versión diciendo: “Eso es, al menos, lo que yo he sabido” (p.45). Esta frase es un motivo recurrente en sus relatos: se repite veintiún veces en la novela. La frase sugiere que lo se cuenta no es una verdad irrefutable. El narrador-hablador muestra así que su conocimiento es sesgado, discutible. Asimismo, vemos que para los machiguengas es aceptable la coexistencia de dos versiones que explican el origen de las manchas lunares. Ambas versiones son válidas, de manera que no hay una verdad única en la cosmovisión de esta tribu. En el mismo sentido, vemos que el narrador-hablador concluye muchas frases matizándolas con expresiones como “tal vez”, “quizá”, “parece”, “creo”. El hablador presenta sus historias e ideas con estas estructuras atenuadoras, de manera que su discurso no suena taxativo ni concluyente. La repetición de estas frases pone énfasis en que otras versiones o ideas son admisibles.

También vemos que se presenta otra explicación de por qué los machiguengas comenzaron a andar, distinta a la que se narró en el capítulo 3. En el relato del capítulo 3, la pelea entre el sol y la luna hizo que el sol empezara a apagarse: “¿Ya había tenido el sol su guerra con Kashiri, la luna? Tal vez. Se puso a parpadear, a moverse, su luz se apagó y apenas se lo veía. La gente empezó a frotarse el cuerpo, temblando. Eso era el frío” (p.16). En el relato de este capítulo, el sol, furioso con la luna, se vuelve sofocante. Inversamente al relato anterior, los hombres sufren porque el sol no se pone. De todas formas, la consecuencia es la misma: los machiguengas comienzan a andar para ayudarlo a moverse: “Entonces, el seripigari subió al Inkite. Habló con el sol. Lo convenció, parece. Se movería de nuevo, pues. «Andaremos juntos», dicen que le dijo. La vida fue desde entonces así, siendo como es. Ahí terminó antes y empezó después. Por eso seguimos andando” (p.46). La frase que leemos, “Ahí terminó antes y empezó después”, puede señalar el fin del tiempo mítico. Como vimos en el análisis del capítulo precedente, el adverbio “antes” probablemente señale un tiempo mítico, mientras que “después” indicaría un tiempo indeterminado entre el pasado y el presente, excluyendo el futuro.

El siguiente relato es una historia personal del hablador que se mezcla con elementos oníricos: un viaje en la cola de un lagarto y un vuelo prendido de una garza. Este episodio puede leerse como un relato ejemplar que sirve para mostrar los beneficios de mantener la serenidad y la paciencia. Cuando concluye, el hablador procura que la enseñanza sea clara: cuenta que un seripigari le dijo en aquella oportunidad: “Te salvó no tener rabia durante toda tu aventura” (p.48). Enseguida, el hablador agrega: “La rabia es un desarreglo del mundo, parece. Si los hombres no tuvieran rabia, la vida sería mejor de lo que es” (p.48).

La rabia da lugar a la confusión. A continuación, el hablador narra un mito que sirve de ejemplo para esto. Se trata el origen de los cometas: “ellos son una amenaza de confusión para los cuatro mundos del Universo” (p.48). Desde el comienzo se hace explícita la relación directa de su origen con la rabia: “Ella es culpable de que haya cometas ” (p.48). Y al final, se vuelve a poner el acento en esa relación: el cometa, dice, “andará siempre rabiando” (p.49).

El tema de la rabia y su opuesto, la serenidad, están muy presentes en los relatos machiguengas. Desde el comienzo de la novela, en una carta, Saúl instruye al narrador sobre este sentimiento. Según la mitología machiguenga, cuando alguien se deja llevar por la rabia tuerce las líneas que sostienen al mundo, y provoca un caos (p.7). Por el contrario, la paciencia da lugar a la reflexión y al entendimiento. Tasurinchi, el seripigari, aprende a escuchar a las luciérnagas gracias a la paciencia. “¿Qué podía hacer? ¿Rabiar? ¿Desesperarme? ¿Ir a la orilla del río y clavarme una espina de chambira? Me puse a reflexionar y me acordé de las luciérnagas” (p.50).

El tema de saber escuchar también está muy presente. El seripigari de las luciérnagas dice que pudo resistir las desgracias por saber escuchar (p.50). La paciencia le permitió oír a las luciérnagas. Al comienzo no podía, pero fue perseverante: “Están probando la paciencia de Tasurinchi” (p.50). Saber escuchar es también lo que le permite a los machiguengas andar: “Para oír, hay que saber escuchar. Yo he aprendido. Si no, habría dejado de andar hace tiempo” (p.50). El hablador también sabe escuchar, y eso es lo que le da sabiduría: “Mucho aprendo en cada viaje, escuchando” (p.51); “Escuchando, aprendí cómo hay que hacer” (p.51). Escuchar y aprender son términos que aparecen relacionados más de una vez en sus relatos. La sabiduría está relacionada con conocer historias: “Algunas cosas saben su historia y las historias de las demás; otras, sólo la suya. El que sabe todas las historias tendrá la sabiduría, sin duda. De algunos animales yo aprendí su historia” (p.52). Este es un punto en el que encontramos coincidencias con el capítulo próximo, como veremos a continuación.

Por otra parte, en este capítulo el hablador aprende que todos los seres de la naturaleza “hablan”: “Hasta el piojo del pelo que uno parte en dos con la uña, tiene una historia que contar” (p.52). El sonido de sus voces se hace ostensible para los que saben escuchar, como para el seripigari de las luciérnagas y más tarde para el hablador, que aprendió de él.

Por último, en este capítulo el narrador se refiere a sí mismo como “el hablador” por primera vez en la novela: “Ahí se iba Tasurinchi, el hablador, volando” (p.47). También el seripigari se dirige a él llamándolo “hablador” (p.50). Así sabemos que este narrador es el hablador. Además, aparece un nuevo dato sobre él: viaja acompañado por un lorito.