El hablador

El hablador Resumen y Análisis Capítulo 8

Resumen

Al término del verano empiezan a cerrar los negocios en Firenze, entre ellos, la galería que exhibía las fotos de los machiguengas. El narrador ha ido muchas veces a verla y está seguro de que en una de ellas está retratado el hablador. Se pregunta cómo el fotógrafo ha conseguido presenciar ese momento. Piensa que tal vez ha dejado de existir el misterio que envolvía a los habladores, o estos han perdido su función y se han convertido en una pantomima organizada para turistas. Pero duda de que así sea, puesto que la zona de la Amazonía no ha crecido turísticamente. Actualmente, allí se explotan pozos petroleros y se ha instalado el tráfico de cocaína.

El narrador cree que el pueblo machiguenga, como lo hizo en la época de la invasión incaica, en la del caucho, del oro, o de las conquistas españolas, habrá continuado su marcha permanente. Se pregunta si su amigo Saúl estará con ellos y decide creer que el hablador de la fotografía es él. Cree haber notado una sombra más oscura en el lado derecho de la cara del hombre fotografiado y un bulto en su hombro, que podría ser un lorito.

Imagina que Mascarita, desde el primer contacto que tuvo con los machiguengas, experimentó una lenta conversión. Viendo los resultados adversos de los avances de la civilización en la selva, se identificó cada vez más con los machiguengas, quienes convivían armoniosamente con su entorno. Luego de que muriera su padre, ejecutó la decisión que ya había tomado unos años atrás. Cambió definitivamente su identidad. El narrador cree que el hecho de ser judío lo ayudó a identificarse con los machiguengas, porque ellos también son una comunidad “errante y marginal” (p.95). Otro factor decisivo fue la existencia de su gran lunar, el que lo convertía en “un marginal entre los marginales” (p.95).

El narrador cree comprender a Saúl, aunque su conversión implica retroceder en el tiempo, cambiar de lengua, de religión y de forma de pensamiento. Pero le resulta casi inverosímil que haya conseguido hablar como lo hace un hablador. Lo exalta la idea de que su amigo haya decidido quedarse en la selva, en contra de las nociones de modernidad y progreso, para prolongar el linaje de los contadores ambulantes de historias y para dar a los miembros dispersos de la tribu un sentido de comunidad.

Por último, piensa que puede salir del cuarto de la pensión, caluroso y atestado de mosquitos, en busca de distracciones en los alrededores, pero sabe que no va a conseguir apartar de su mente la voz del hablador.

Análisis

Este breve capítulo, junto con el capítulo 1, funcionan como marcos de la historia principal. El narrador-escritor se encuentra nuevamente en Florencia, reflexionando sobre la cultura florentina, mientras que recibe tantas picaduras de los “zanzare” (mosquitos) como en la selva peruana. Una vez más, la imagen de los mosquitos revoloteando alrededor del narrador se asocia a los pensamientos sobre el hablador que invaden su mente. Han pasado cuatro años desde su última visita a Amazonía, en el año 1981, y también reflexiona sobre los cambios que pudo haber experimentado la comunidad machiguenga. La idea de que su amigo sea el hablador no está confirmada, pero sigue obsesionándolo. Si antes, en el capítulo 6, se preguntaba cómo podía representar en la literatura lo más fielmente posible la manera de hablar de los hombres primitivos, de pensamiento mágico-religioso, ahora se pregunta cómo pudo su amigo llegar a hablar como ellos:

Porque convertirse en un hablador era añadir lo imposible a lo que era sólo inverosímil. Retroceder en el tiempo, del pantalón y la corbata hasta el taparrabos y el tatuaje, del castellano a la crepitación aglutinante del machiguenga, de la razón a la magia y de la religión monoteísta o el agnosticismo occidental al animismo pagano, es difícil de tragar pero aún posible, con cierto esfuerzo de imaginación. Lo otro, sin embargo, me opone una tiniebla que mientras más trato de perforar más se adensa. Porque hablar como habla un hablador es haber llegado a sentir y vivir lo más íntimo de esa cultura, haber calado en sus entresijos, llegado al tuétano de su historia y su mitología, somatizado sus tabúes, reflejos, apetitos y terrores ancestrales (p.95).

Standish, en su artículo “Vargas Llosa's Parrot”, sugiere que este pasaje puede leerse como una parodia del cuento de Borges “Pierre Menerd, autor del Quijote” (1991, pp.147-148). Así como el hablador, quien posee una mentalidad occidental y propia del siglo XX, llega a hablar como un hablador machiguenga, Pierre Menard, en el siglo XX, logra escribir el Quijote, una obra del siglo XVII. Pierre Menard, con su “técnica del anacronismo deliberado” (Borges, 2005, p.61) produce un libro que coincide palabra por palabra con el de Cervantes. De la misma manera, hablar como un hablador machiguenga supone sumergirse en una forma de pensamiento inalcanzable para los occidentales.

Al final del capítulo, el narrador se refiere a los diferentes espectáculos que se ofrecen en Florencia: “(…) se improvisan simultáneamente cuatro, cinco y a veces diez espectáculos: conjuntos de maraqueros y tumbadores caribeños, equilibristas turcos, tragafuegos marroquíes, una tuna española, mimos franceses, jazzmen norteamericanos, adivinadoras gitanas, guitarristas alemanes, flautistas húngaros” (p.96). La enumeración evoca expresiones artísticas de diversas partes del mundo. Estas formas de entretenimiento pueden compararse con las actividades que llevan a cabo el hablador y el escritor. Con la enumeración, el narrador sugiere además que ellas responden a una necesidad humana universal. Ahora, después de reflexionar sobre el hablador machiguenga, el lector también puede ver estas expresiones culturales bajo una nueva luz y pensar en el lugar fundamental que ocupan en las distintas sociedades.