El hablador

El hablador Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

Este capítulo comienza narrando el mito machiguenga del origen del mundo. Al comienzo los hombres vivían en armonía, había abundancia de comida y el sol estaba fijo (no había día ni noche). El espíritu de las personas que morían volvía y fortalecía a los mejores de la tribu, haciéndolos aun mejores. Solo los que mueren ahogados o a causa de un disparo no vuelven). Los machiguengas creen que la vida empezó y terminará en el Gran Pongo.

Posteriormente, Kashiri (la luna) y el sol se enfrentan, y entonces aparece el caos. Desde entonces los machiguengas comienzan a andar para ayudar al sol a “levantarse” cada día, siguiendo el consejo de un sabio de la tribu (un seripigari).

Una vez los mashcos, una tribu enemiga, atacan a los machiguengas, queman sus casas y capturan a muchas mujeres. Los machiguengas atribuyen este hecho a que se habían establecido demasiado tiempo en un mismo lugar, dejando de cumplir su obligación de andar. Por eso se movilizan nuevamente. Un tiempo después ocurre lo que llaman “la sangría de los árboles”: una de las peores crisis en la historia de los machiguengas, ya que los viracochas (hombres blancos) los atrapan y los obligan a trabajar en la extracción de caucho.

El hablador visita con su lorito a Tasurinchi, el que vive en el codo del arroyo. Él cree que su mujer es una diabla porque perdió muchos embarazos y lleva muchos adornos en el cuerpo. Por esta razón amenaza con matarla si vuelve a perder un hijo.

A continuación el hablador visita a Tasurinchi, el que vive en el río Yavero, quien le explica que una mujer no es diabla por esos motivos. Comenta que tanto los seripigaris como el machikanari (brujo malo que sirve al soplador de los demonios, Kientibakori) usan collares.

Tasurinchi cuenta que tuvo que mudarse de la zona del río Mitaya porque se habían instalado allí muchos viracochas. Algunos machiguengas del lugar adoptaron la lengua y la forma de vestirse de ellos y quieren convencer a Tasurinchi de que trabaje allí. Tasurinchi acepta reunirse con los viracochas, pero enseguida se da cuenta de que es una trampa, porque el hombre estornuda tres veces seguidas. Esto, para Tasurinchi, significa que es un diablillo, un kamagarini, por lo que decide escaparse del lugar junto con su familia.

Tasurinchi cuenta la historia de los primeros “Padres Blancos” que llegaron al Gran Pongo. El primero de ellos, luego de un viaje, se convirtió en kamagarini. Comenzó a estornudar y contagió a personas y animales que finalmente murieron.

Camino a la casa de Tasurinchi, el ciego, el hablador ve sus piernas manchadas. Se sienta a descansar y comienza a temblar. Luego se queda sin fuerzas y permanece acostado muchos días, hasta que se acercan unos Ashaninkas y le ponen comida en la boca. Luego mejora y reanuda el viaje. Tasurinchi, el ciego, le dice que se sintió así porque un “daño” entró en su cuerpo y el alma se dividió en muchas para confundirlo. El daño se llevó algunas de sus almas. Por eso el hablador se sintió débil, pero finalmente las recuperó y su cuerpo renació.

Tasurinchi perdió un hijo pequeño a causa de la picadura de una víbora. Un seripigari se contactó con él en una mareada y le pidió que volviera a visitar a su familia. Cuando regresó, Tasurinchi lo reconoció por el perfume que despedía. También murieron las dos hermanas menores de la mujer de Tasurinchi. Una de ellas se clavó una espina de chambira después de que los punarunas, una tribu enemiga, la secuestraran y abusaran sexualmente de ella. La otra hermana se cayó de un barranco.

Tasurinchi quiere que sus hijos escuchen las historias del hablador, para que conozcan las maldades de Kientibakori y sus kamagarinis. Tasurinchi cuenta que una vez los machiguengas estuvieron cerca de ser destruidos. Un kamagarini los engañó y los convenció de que ayudaran a Kashiri (la luna) en lugar de al sol. Ellos empezaron a hacer de día lo que antes hacían de noche, hasta que, finalmente, casi todos los hombres se convirtieron en animales. Tasurinchi, el seripigari que vivía por el río Timpía, les dijo a los sobrevivientes que, al cambiar la manera de vivir, perturbaron el orden del mundo, y por eso ocurrieron las desgracias.

Luego el hablador visita a Tasurinchi, el que vive por el río Camisea. Él le cuenta que, cuando vivía en Shivankoreni, un kasibarenini disfrazado de hormiga tomó su alma. Este diablillo impulsa a los enfermos a hacer maldades. Él sintió el impulso de quemar las casas de Shivankoreni, y luego tuvo que escapar de allí porque los demás querían matarlo.

Análisis

En este capítulo encontramos un nuevo narrador anónimo, que habla dirigiéndose a los miembros de la comunidad machiguenga. En la novela se intercalan capítulos narrados por el narrador-escritor (1, 2, 4, 6 y 8), con capítulos a cargo de otro narrador (3, 5 y 7), al que vamos llamar “narrador-hablador” para diferenciarlo del primero. A medida que avancemos en la novela, se irá revelando el sentido del entramado de estas dos narraciones.

Los capítulos narrados por el narrador-hablador tratan especialmente sobre los mitos machiguengas que explican el origen del mundo y de los astros, y algunos de los usos tradicionales de la tribu, como su costumbre de trasladarse regularmente de un sitio a otro e instalarse en chozas por periodos breves. En estos capítulos, el lector tiene la oportunidad de conocer un poco acerca del pensamiento y los mitos machiguengas. Pero también representan un desafío para el lector, porque la forma en que están narrados simula el lenguaje oral y además incorpora construcciones y expresiones ajenas al castellano.

Para comenzar, señalemos qué es un mito y cuál es su función en las comunidades arcaicas (con esto no nos referimos exclusivamente a las comunidades antiguas, sino a las que conservan una forma de pensamiento anterior al racionalismo). Mircea Eliade explica que “el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los «comienzos»” (1992: p.12). Puede tratarse del comienzo de la existencia del cosmos o de un fragmento de este, como una especie vegetal o un comportamiento humano. Pero siempre intervienen en ellos las hazañas de seres sobrenaturales.

El tema del nacimiento del universo (cosmogonía) se haya presente en todas las mitologías. Ese momento inaugural suele situarse en un pasado perfecto. Así sucede también en la mitología machiguenga. Este capítulo comienza narrando este momento originario:

No había daño, no había viento, no había lluvia. Las mujeres parían niños puros. Si Tasurinchi quería comer, hundía la mano en el río y sacaba, coleteando, un sábalo; o, disparando la flecha sin apuntar, daba unos pasos por el monte y pronto se tropezaba con una pavita, una perdiz o un trompetero flechados. Nunca faltaba qué comer. No había guerra. Los ríos desbordaban de peces y los bosques de animales. Los mashcos no existían. Los hombres de la tierra eran fuertes, sabios, serenos y unidos. Estaban quietos y sin rabia (p.16).

La función de los mitos en las comunidades arcaicas es muy importante, puesto que allí se cuentan acciones ejemplares, modelos que los hombres tienen que imitar a fin de cumplir con su responsabilidad en el mundo. En la mitología machiguenga, luego de la caída del sol, los hombres se ven obligados a andar. Eso mantiene al sol en su sitio. El andar es para ellos algo que los identifica. Por eso se llaman a sí mismos “los hombres que andan”.

La historia que el hablador aprendió por boca de un seripigari sirve también, a modo ejemplar, para mostrar que cuando la comunidad altera sus formas de vida, el orden del mundo se perturba. Los machiguengas cambiaron sus hábitos diurnos y comenzaron a trabajar y a viajar de noche, porque un “kamagarini disfrazado de gente” (p.25), es decir, un diablillo, los había engañado diciéndoles que no era tan necesario ayudar al sol a levantarse, sino a la luna. Entonces todos comenzaron a convertirse en kamagarinis y la tierra se fue quedando sin hombres. El seripigari les explica: “Al cambiar su manera de vivir, perturbaron el orden del mundo (…). Por eso ocurrían las desgracias, quizás” (p.26).

Respetar la forma de vida tradicional es una obligación para la comunidad, para mantenerse con vida. Por eso el hablador les recuerda la responsabilidad que tienen: “Avergonzados, volvieron a hacer lo que habían hecho antes, hasta que el mundo, la vida, fueron lo que eran y debían ser. Apenados, arrepentidos, echaron a andar. ¿No debe hacer cada cual lo que le corresponde? ¿No les tocaba a ellos andar, ayudando al sol a levantarse? Su obligación la han cumplido, tal vez. ¿Nosotros la estamos cumpliendo? ¿Andamos? ¿Vivimos?” (p.27).

La razón por la que los machiguengas andan, además, está ligada al mito del origen del mundo, que explica por qué el sol sale y se pone. De manera que, según su creencia, ellos mantienen el orden del mundo respetando su obligación de andar: “No hemos perdido el rumbo todavía. La terquedad nos habrá mantenido puros, pues. El sol no se ha caído, no se termina de caer. Se va y vuelve, como las almas con suerte. Calienta el mundo. La gente de la tierra no se ha caído, tampoco. Aquí estamos. Yo en el medio, ustedes rodeándome. Yo hablando, ustedes escuchando. Vivimos, andamos. Eso es la felicidad, parece” (p.17).

La función del hablador en esta comunidad es sumamente importante: con sus historias, los machiguengas “reviven” sus mitos y pueden reflexionar sobre diferentes aspectos de la vida. Así lo podemos ver en las palabras de Tasurinchi, el ciego: “«Qué miserable debe ser la vida de los que no tienen, como nosotros, gentes que hablen», reflexionaba. «Gracias a lo que cuentas, es como si lo que ha pasado volviera a pasar muchas veces»” (p.25). Asimismo, Tasurinchi destaca la importancia de la sabiduría que transmite el hablador cuando despierta a su hija para que escuche sus historias: “«Escucha, no desperdicies estas historias, criatura, diciéndole. Conoce las maldades de Kientibakori. Aprende los daños que nos han hecho y nos pueden hacer todavía sus kamagarinis»” (p.25).

En este capítulo podemos ver también que la voz del narrador-hablador es distinta a la del narrador-escritor de los capítulos precedentes. La voz de él se presenta con rasgos de la oralidad, consecuentemente con la función del hablador. Una de las características de su discurso es que las historias se acumulan en un fluido continuo, con poca o ninguna conexión entre una y otra. Además, notamos que repite muchas ideas y a veces se vuelve redundante. Esto es propio de las formas de expresión de las culturas orales, tal como explica Walter Ong:

El pensamiento requiere cierta continuidad. La escritura establece en el texto una "línea" de continuidad fuera de la mente. Si una distracción confunde o borra de la mente el contexto del cual surge el material que estoy leyendo, es posible recuperarlo repasando selectivamente el texto anterior (…). En el discurso oral la situación es distinta. Fuera de la mente no hay nada a qué volver pues el enunciado oral desaparece en cuanto es articulado. Por lo tanto, la mente debe avanzar con mayor lentitud, conservando cerca del foco de atención mucho de lo que ya ha tratado. La redundancia, la repetición de lo apenas dicho, mantiene eficazmente tanto al hablante como al oyente en la misma sintonía (1992: p.46).

Los capítulos donde "habla" el narrador podemos leerlos como un discurso oral dirigido a los machiguengas. También notamos en ellos rasgos propios de la forma de habla machiguenga y algunas expresiones que imaginamos propias de su lengua, aunque están castellanizadas, como cuando el narrador dice que la carne del armadillo “trae daño” (p.20), en vez de decir “hace mal” o “es nociva”, o cuando explica que los machiguengas “les tenían enemistad” (p.17), en vez de afirmar que “eran enemigos”.

El capítulo comienza mostrando dos momentos diferenciados con los adverbios “antes” y “después”. El tiempo del antes remite a un tiempo primitivo, mítico: “Después, los hombres de la tierra echaron a andar, derecho hacia el sol que caía. Antes, permanecían quietos ellos también” (p.16). El narrador utiliza con insistencia los adverbios “antes” y después” porque es la forma machiguenga de concebir el tiempo. Además, usa palabras propias de los machiguengas, como “viracochas”, que es el término con el que las comunidades indígenas llaman al “hombre blanco”.

Por último, las historias del hablador muestran la posición desfavorable que ocupan las mujeres en las tribus nativas. Por un lado, sabemos que son víctimas de secuestros por parte de las tribus enfrentadas. Por ejemplo, una tribu enemiga secuestró a la cuñada de Tasurinchi, el ciego, y abusó sexualmente de ella. Por otra parte, podemos ver cómo Tasurinchi, el que vive en el codo del arroyo, maltrata a su mujer: la acusa por la pérdida de sus hijos y amenaza con matarla si su próximo hijo nace muerto. Estos ejemplos sirven para mostrar cómo los hombres de la tribu machiguenga perciben a las mujeres. También podemos ver que ellas ni siquiera tienen un nombre; siempre se las denomina “la mujer de Tasurinchi”, mientras que a los hombres, si bien siempre se los denomina “Tasurinchi”, tienen epítetos que los identifican, como “el ciego” o “el que vive en el codo del arroyo”.