El fantasma de Canterville

El fantasma de Canterville Resumen y Análisis Capítulo 7

Resumen

Cuatro días después, se realiza la ceremonia fúnebre de sir Simon de Canterville. Un carruaje arrastrado por ocho caballos negros es acompañado por una gran comitiva presidida por lord Canterville. El reverendo Augusto Dampier dice las últimas oraciones y Virginia coloca una gran cruz sobre el féretro. Cuando se eleva el canto de un ruiseñor, Virginia llora de emoción porque recuerda que sir Simon había mencionado la presencia de estas aves en el Jardín de la Muerte.

A la mañana siguiente, la familia Otis habla con lord Canterville sobre las joyas entregadas por el fantasma a Virginia. Hiram B. Otis indica que las joyas son una antigua propiedad de la familia Canterville, mientras que lord Canterville señala que forman parte del inventario adquirido junto con la mansión, y que Virginia las merece por su valentía. Finalmente, prevalece la postura de lord Canterville.

Unos años más tarde, Virginia y el duque de Cheshire se casan. En la ceremonia de recepción de la reina, ella usa las joyas obsequiadas por el fantasma. Después de la luna de miel, ambos pasean por el cementerio donde está enterrado sir Simon. Su tumba tiene sus iniciales y los versos de la profecía hallada en la biblioteca. El duque de Cheshire le pide a Virginia que le cuente los detalles de su encuentro con el fantasma. Ella responde que no puede hacerlo, pero que su encuentro con sir Simon le permitió aprender el significado de la vida, la muerte y el amor.

Análisis

Este último capítulo cierra los distintos conflictos desarrollados a lo largo de la narración. Por un lado, el funeral de los restos de sir Simon indica simbólicamente el final de una época. El personaje logra, finalmente, la añorada paz, pero su entierro también indica la aceptación de que una manera determinada de ver la vida y el mundo, encarnada en el fantasma de Canterville, terminó para todos. No obstante, el funeral como rito posee numerosas tradiciones antiguas que reflejan, de alguna manera, la continuidad de la herencia Canterville en las nuevas generaciones: “el féretro iba cubierto con un bello paño púrpura, sobre el cual estaban bordadas en oro las armas de los Canterville” (p. 63). En este sentido, la despedida a sir Simon resalta su existencia como un miembro más de la familia y se hace bajo los preceptos y valores defendidos por su tarea centenaria atormentando a los visitantes y residentes de la mansión.

En este rito, Virginia cumple un rol especial, ya que muestra su vínculo particular con el fantasma. Así, es la encargada de dejar una cruz en la tumba de sir Simon y llora al ver que su alma descansa finalmente en el Jardín de la Muerte. De alguna manera, es posible pensar que la redención y la paz llegan de la mano de la primera experiencia sincera entre el fantasma y un ser humano. Cuando solo le importaba aterrorizar a la gente, sir Simon no pensaba en el descanso eterno y veía su existencia como una condena permanente. En este sentido, su relación con Virginia lo libera. De alguna manera, para compensar el asesinato de su esposa, es otra mujer la que lo redime y lo deja en libertad.

En este capítulo reaparecen las joyas que sir Simon le lega a Virginia como agradecimiento por sus labores. Las alhajas representan la concepción de la belleza presente en la aristocracia británica: la vistosidad, la preocupación por la estética, el deseo de olvidar lo horrible del mundo. Así, el regalo simboliza la tradición, la herencia pero también el pasado caduco; solo pueden entregarse como un obsequio antiguo y obsoleto. Esto explica la incomodidad del señor Otis, en tanto entiende que las joyas reflejan las tradiciones aristocráticas, que rechaza enfáticamente. Al mismo tiempo, teme que el obsequio corrompa a su hija y a los pragmáticos y democráticos valores norteamericanos defendidos por la familia Otis. Esto explica su insistencia en devolverle las alhajas a lord Canterville. En este momento, se produce una inversión: es el noble inglés el que piensa y acciona de manera práctica y sensata, y afirma que honrará y respetará la decisión de su famoso ancestro. Así, Virginia acepta el regalo de sir Simon y se posiciona como un personaje híbrido; empática y piadosa pero también con la distinción que solo la aristocracia puede otorgar.

Los intentos del señor Otis de alejar a su familia de la frivolidad británica son en vano. Sus peores sospechas se confirman cuando Virginia se casa con su pretendiente, el duque de Cheshire. Cuando la muchacha se presenta ante la corte usando las joyas de Canterville, se entiende como un cierre del proceso de asimilación comenzado en ese encuentro con sir Simon y la comprensión de la situación del fantasma. Al final de la narración, Virginia ya forma parte de ese sistema anticuado y pasado de moda que, originalmente, parecía tan lejano a la forma de ver el mundo defendida por la familia Otis. Si bien su padre se opone al matrimonio entre ambos, ya que descree de los títulos hereditarios, el narrador ofrece una mirada irónica sobre la reacción de Hiram en la boda: “cuando avanzó por la nave lateral de la iglesia de San Jorge, en la plaza de Hannover, llevando a su hija del brazo, no había hombre más orgulloso en toda Inglaterra” (p. 67). Este pasaje puede entenderse de dos maneras: por un lado, es el triunfo de las emociones y sentimientos por sobre la lógica intelectual y racional. Al fin y al cabo, no hay hombre que no sea feliz al ver a sus hijos realizados y plenos. Pero, por otro lado, la felicidad de Hiram Otis también puede deberse a descubrir que, en este vínculo, Virginia accede a las riquezas y al esplendor que posee y controla la aristocracia británica, aún en decadencia.

Así, la muchacha encarna la frescura, la esperanza y el potencial del Nuevo Mundo, mientras que su prometido representa la tradición, la historia y el prestigio del Viejo Mundo. La perspectiva de su potencial descendencia significa el anhelo de nuevas generaciones que posean lo mejor de ambas culturas.

A pesar de estar ligados con viejas ideas, tanto sir Simon como el duque tienen algo seductor. Al fin y al cabo, Virginia se acerca a ambos, aunque con distintos objetivos. En este sentido, a pesar de ser representantes de esa elite agonizante, poseen un atractivo que no muere con el tiempo. Así, en El fantasma de Canterville las relaciones con las viejas tradiciones no se cortan tan fácilmente como podría parecer que sugiere el principio de la narración: los lazos persisten más allá de las diferencias y discusiones. Especialmente, es Virginia quien encarna esta continuidad de ambos mundos.

El final de la historia ofrece una escena ambigua en relación con la naturaleza del encuentro entre Virginia y sir Simon. Cuando el duque le pide a su esposa que le cuente los secretos de su interacción con el fantasma, la mujer protege y esconde lo vivido de su propio marido. Solo comenta que el encuentro fue un momento transformador, una escena de aprendizaje en la que conoció el poder del amor en todo su esplendor. A partir de estas enseñanzas, en la narración se implica que el tiempo compartido con sir Simon la ayudaron a madurar de una niña a una mujer. Al fin y al cabo, acepta casarse con su prometido después de haber ayudado al fantasma.

Esta conversación entre los dos amantes trae aparejado el significado de la vergüenza: cuando el duque le pide a su esposa que guarde la historia para sus niños, el narrador comenta que “Virginia se ruborizó” (p. 68). Esta reacción ofrece múltiples interpretaciones. Por una parte, la sugerencia de tener hijos como actividad sexual puede avergonzar a la virginal muchacha. Sin embargo, también puede ser que la misma naturaleza del secreto la sonroje inesperadamente. Más allá de las posibles lecturas, lo importante es que Virginia es dueña de un secreto. El rubor de la muchacha representa su espacio de libertad, en el que puede finalmente tener una historia propia, más allá de la voluntad de su marido de saber y controlar todo. Así, el silencio le da la posibilidad a la mujer de preservar la experiencia con sir Simon para sí misma, sin tener que compartirla con nadie más.

Si bien El fantasma de Canterville ofrece momentos cómicos, especialmente en el encuentro de dos sociedades tan distintas, al final la narración sostiene un tono solemne y serio. Así, la historia opera mayormente como un texto irónico, pero en él subyace un aprendizaje esencial: el valor de la empatía. Frente a la lógica como forma de explicación del mundo para los Otis, el desenlace posiciona a Virginia como la esperanza de las nuevas generaciones. Si el presente se consolida como un tiempo pragmático y materialista, borrado de toda presencia sobrenatural, la muchacha posee la imaginación necesaria no solo para creer en la existencia de fantasmas sino también para sentir sus penas y compadecerse de ellos. Al final, el universo del sentimiento prima sobre el mundo de la razón, y recupera la nostalgia de ese pasado perdido en un presente que puede ser superficial y mundano. Así, el fantasma se posiciona como un emblema, a medio camino entre la burla y la distinción, que recuerda la existencia de la fantasía en un mundo acelerado que se resiste a creer en ella.