El adversario

El adversario Citas y Análisis

En las dos páginas del día consagradas al caso, Le Progrès publicaba una foto tomada en clase de sexto, en el colegio de Clairvaux, en la que se le veía en la primera fila, sonriente y dulce y el pie de foto rezaba: «¿Quién hubiese creído que el muchacho ejemplar llegaría a ser un monstruo?»

El narrador, p. 22.

En esta cita, se exhibe cuál es la concepción dominante en la prensa sobre el caso Romand. Así, los actos del protagonista son concebidos como obra de un ser monstruoso, carente de cualquier rastro de posible humanidad. Esta mirada sobre Romand es reduccionista, ya que se revela como incapaz de rastrear las motivaciones humanas que lo condujeron a tomar la terrible decisión de matar a toda su familia. Sin justificar estas acciones, esta posición condenatoria del protagonista impide entender que la maldad es un rasgo tan humano como cualquier otro.

Deberían haber visto a Dios y en su lugar habían visto, adoptando los rasgos de su hijo bienamado, a aquel a quien la Biblia llama Satán, es decir, el adversario.

El narrador, p. 22.

En este pasaje, el narrador menciona el título de la novela. Esta frase irrumpe en el momento en el que describe el asesinato de los padres de Romand. Frente a la ilusión y el amor que les generaba Jean-Claude como hijo, un ejemplo para toda la comunidad, se encontraron con la representación del mal. En este sentido, Romand es “el adversario” de Dios; encarna el triunfo de una vida consagrada a la farsa y a la mentira.

Me gustaría que comprendiese que no me dirijo a usted movido por una curiosidad malsana o por el gusto del sensacionalismo. Lo que usted ha hecho no es, a mi entender, la obra de un criminal ordinario, ni tampoco la de un loco, sino la de un hombre empujado hasta el fondo por fuerzas que le superan, y son esas fuerzas terribles las que yo desearía mostrar en acción.

El narrador, p. 29.

En esta cita, fragmento de la primera carta de Carrère a Romand, se exhiben los objetivos del autor a la hora de contactarlo y escribir su historia. La mirada del escritor sobre el caso es fundamental para que el acusado acepte contactarse con él; Carrère desea centrarse en las circunstancias que lo condujeron a tomar esa terrible decisión. En parte, esta mirada grandilocuente sobre los hechos alimenta la idea construida en su propia impostura por Romand; no puede aceptar ser una persona ordinaria, se ve obligado a ser diferente a su entorno.

Un mentiroso, por lo general, se esfuerza en ser verosímil: como lo que contaba no lo era, debía de ser cierto.

El narrador, p. 54.

Si bien esta cita puede leerse como una paradoja, es una de las respuestas más coherentes al interrogante ¿cómo nadie sospechó de Romand antes? La creación de una vida trascendente, de un trabajo destacado en una institución prestigiosa a nivel mundial parecía casi increíble; sin embargo, el esfuerzo que el protagonista ponía en sus relatos, sostenidos de manera coherente durante décadas, impedía que cualquiera pudiera ni siquiera sospechar de que eran mentira.

El lado social era falso, pero el lado afectivo era verdadero.

Jean-Claude Romand, p. 70.

En una vida en la que todo puede ser impostado, Romand argumenta que el vínculo afectivo con sus seres queridos era real, ya que amaba a sus padres, sus hijos, esposa y amigos. En este sentido, la decisión final se entiende de una manera más perversa aun; para impedir que ellos vivieran las consecuencias de la farsa y las estafas de Romand, decidió matarlos a todos porque no podía lidiar con el hecho de hacer sufrir a sus seres queridos.

Debe de estar encantado de que escribas un libro sobre él, ¿verdad? En el fondo ha hecho bien matando a su familia, todas sus plegarias han sido atendidas. Se habla de él, aparece en la tele, van a escribir su biografía y su historial de canonización va por buen camino. Es lo que yo llamo triunfar por todo lo alto. Un itinerario impecable. Yo digo: bravo.

Martine Servandoni, p. 154.

Este comentario mordaz de la periodista Martine Servandoni revela una perspectiva legítima de leer El adversario; para ella, la novela representa una forma de darle trascendencia e importancia a la figura de Romand. Este análisis ve en Romand a una persona centrada en sí misma, capaz de asesinar exitosamente a toda su familia antes de que aceptar ser un estafador vulgar. En este punto, una novela sobre él no hace más que alimentar la idea de que se merece una vida trascendente, por fuera de toda rutina ordinaria y cotidiana.

Mi problema no es la información, como pensé al principio. Es encontrar mi lugar ante su historia.

El narrador, p. 159.

En esta declaración, Carrère exhibe las dificultades encontradas a la hora de emprender la tarea de escribir el caso Romand. A pesar de los intercambios epistolares con el asesino, de haberse esforzado en conservar la objetividad, el autor tiene dificultades para acceder a la verdad. En parte, esta imposibilidad es consecuencia de la propia historia de Romand; es difícil conocer el “yo” en una persona acostumbrada a mentir, incapaz de diferenciar impostura de verdad.

No deseaba recorrer el camino que conducía a tragarme sin rechistar una invención tan palmaria como la historia de la enamorada que se había suicidado la víspera del examen, o a pensar como Bernard que, en el fondo, aquel destino trágico era providencial.

El narrador, p. 168.

Luego del encuentro con los visitadores de Romand, Carrère deja en claro el costo que tiene formar parte del circuito íntimo del asesino. Para sostener que Romand tiene posibilidad de redención y de perdón hay que creer en la palabra del hombre, por más delirante que suene, y pensar que sus acciones forman parte del designio divino. En este sentido, Carrère piensa que estas posturas son escandalosas, aunque sean las esperadas en gente que practica de manera consecuente el cristianismo. Esta cita es también una declaración de principios: el escritor se niega a formar parte de este clan, porque su tarea no puede ser incondicional, sino que debe cuestionar la palabra de Romand.

Inclinado sobre mi trabajo, llegaba a imaginar, por un lado, a Marie-France y a Bernard regocijándose aún más (...) y, por el otro, a Martine Servandoni repitiendo que lo peor que podría sucederle a Romand sería que cayese en las manos de esas gentes: se dejaría acunar por discursos angelicales sobre la infinita misericordia del Señor, las maravillas que Él operaba en su alma, y perdería toda oportunidad de recobrar algún día el contacto con la realidad.

El narrador, p. 169.

Carrère describe el lugar que ocupa el nuevo Romand en la prisión. Por un lado, su conducta piadosa conmueve a sus visitadores, ya que alimenta su idea de que Dios solo trae paz a los hombres. Por otro lado, estos discursos redentores representan un nuevo rol que Romand interpreta a la perfección: el anterior doctor Romand es ahora un pecador, víctima de una tragedia, en búsqueda del perdón que solo el Señor puede ofrecerle. En este sentido, Carrère retoma las palabras de Servandoni: este papel es una máscara diferente, que le impide conectarse realmente con su responsabilidad en los hechos y en la elección de su destino.

Pensé que escribir esta historia sólo podía ser un crimen o una plegaria.

El narrador, p. 172.

Esta frase que cierra la novela exhibe las únicas dos formas que tiene esta historia para Carrère. Leer El adversario como un crimen es centrarse de manera objetiva en los hechos que condujeron a Romand al aniquilamiento de su familia, sin centrarse en comprender las circunstancias ni motivaciones detrás de esta decisión. Por otra parte, entender la historia como una plegaria encierra la dimensión redentora del relato; en este sentido, Romand es un hombre patético y cobarde, incapaz de afrontar su realidad.