El adversario

El adversario Ironía

A pesar de lo poco creíble que es el relato que Romand sostiene por casi veinte años, nadie nunca sospecha de él.

A lo largo de toda la novela, los lectores -y también el mismo narrador- nos cuestionamos sobre las estrategias de Romand para sostener una vida de mentira durante tanto tiempo, especialmente porque el protagonista no pasaba desapercibido, ya que fingía ser investigador de la Organización Mundial de la Salud, amigo de celebridades y políticos. En este sentido, es irónico que a pesar de lo poco creíble que era todo su relato, nadie sospechara jamás de él. Otro elemento que subraya esta ironía es la falta de pruebas con las que contaba Romand para dar cuenta de su existencia prestigiosa; su palabra era suficiente para que la comunidad creyera, efectivamente, en él.

Aunque mata a toda su familia, Romand llora por primera vez en el juicio cuando mencionan a su perro.

A la hora de contar los hechos de su vida, Romand suele usar un tono de voz quejumbroso y monótono, aun cuando se refiere al asesinato de sus hijos y su esposa. Esta actitud lo describe como un hombre insensible, incapaz de exhibir sentimientos genuinos. Sin embargo, cuando recuerda a su perro de la infancia, sufre de una crisis nerviosa que lo lleva a golpearse y gritar en pleno juicio. Es una ironía que Romand no se conmueva por la muerte de sus seres queridos pero sí enloquezca al recordar a su mascota.

Romand obtiene el reconocimiento que tanto ansiaba cuando fingía ser un profesional admirable, pero lo consigue a raíz del asesinato de toda su familia.

Durante dieciocho años, Romand fingió tener una vida que se adecuara al reconocimiento que creía merecer; investigador médico, reconocido en el ambiente profesional, con contactos de las más altas esferas de la política francesa. En este sentido, es irónico que el protagonista logra finalmente esa fama pero a través de mecanismos terribles, como haber asesinado a toda su familia. De alguna manera, Romand no es un personaje común y corriente, sino alguien a quien le sucedió una tragedia espantosa.

A pesar de que se escandaliza por la devoción de los visitadores a Romand, Carrère no queda exento de esta influencia.

El autor cuestiona la naturaleza de la amistad entre el acusado, Marie-France y Bernard, ya que entiende que ser amigo de Romand implica necesariamente creer en la posibilidad de un vínculo real, desinteresado y afectuoso con una persona que asesinó a sus hijos, esposa y padres. Sin embargo, en un principio, Carrère siente una fascinación por el acusado, hasta el punto de reconstruir la rutina del protagonista para entender los motivos que condujeron a Romand a ese desenlace. Es irónico que el autor ponga en tela de juicio a Marie-France y Bernard cuando también él consagró años y esfuerzos a construir una relación con el asesino.