Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Resumen y Análisis “Prólogo del Alguacil”, “El cuento del Alguacil”

Resumen

Prólogo del Alguacil

Ciego de furia, el Alguacil exclama que todo lo contado por el Fraile es mentira, y que si alardea sobre saberlo mucho del Infierno es porque “existe mucha afinidad entre frailes y diablos” (242). Luego recuerda la historia del fraile que, tras ser llevado al Infierno por un ángel, se sorprende al ver que no hay otros frailes allí. Cuando le pregunta por ello al ángel, este le dice que en realidad hay tantos que son enviados directamente con Satanás. En ese momento, el ángel le pide a Satanás que levante el trasero y, cuando lo hace, “se dispersó un tropel de veinte mil frailes del culo del demonio por todo el Infierno”. Así descubre el fraile cuál es el destino de los suyos, antes de que Dios se apiade de él y le devuelva “el alma al cuerpo” (243), haciéndolo despertar.

El cuento del Alguacil

Esta es la historia de un fraile que predica y mendiga “en una región pantanosa denominada Holderness” (244). En sus sermones, este hombre pide donaciones a los residentes locales para la construcción de conventos, que luego recibe en las distintas casas donde pasa predicando. Lo acompaña un criado que marca en una tableta a aquellos que han colaborado, para “garantizarles que rezarán por ellos” (245) luego. Pero no se trata más que de una mentira, puesto que después borran cualquier inscripción.

El Fraile interrumpe al Alguacil llamándolo "mentiroso", pero el Mesonero lo calla y permite que la historia continúe.

En su recorrido, el fraile llega a la casa de Tomás, un vecino muy caritativo y buen anfitrión que siempre lo consintió en sus visitas. Esta vez, Tomás está enfermo y malhumorado. Tras alardear de sus buenos sermones, el fraile consigue que la esposa de Tomás le cocine una abundante comida. Antes de ir a la cocina, la mujer le cuenta que su hijo murió hace dos semanas y el fraile le afirma que el niño fue al Paraíso, algo que supo a través de una revelación divina.

El tramposo hombre afirma luego que solo los suyos están “casados con la pobreza, la continencia, la caridad, la humildad y la abstinencia” (248), y por eso están más cerca de Dios que cualquier otro del clero. También le asegura a Tomás que sigue enfermo debido a que le ha dado poco a la Iglesia. Tomás se enfurece y afirma que se ha empobrecido por darle su dinero a toda clase de frailes. La afirmación molesta a su interlocutor, quien le pregunta: “¿Qué necesidad tenías de buscar «toda clase de frailes»?”. Además, señala que un “chavo” (250) no vale en nada si se lo divide en doce.

Como a Tomás lo domina la ira a causa de su enfermedad, el fraile le cuenta la historia de un rey que sentenció a muerte a un caballero, a manos de un verdugo, por creer que había asesinado a un hombre. Antes de que se cumpla la condena, el supuesto muerto aparece, por lo que vuelven junto al rey para que revoque la sentencia. Lejos de hacerlo, el iracundo rey termina ejecutando a los tres: al primero porque ya lo había sentenciado, al verdugo por no obedecer y al tercero por haber causado la muerte del primero al haber desaparecido.

También le cuenta la historia de Cambises, que además de iracundo era un borracho. Tras enojarse con un noble de su séquito por recomendarle ser “más sobrio al beber” (252), Cambises se emborrachó más aún, mandó a llamar al hijo del noble y lo asesinó de un flechazo, solo para demostrarle a su subordinado que el alcohol no le impedía el buen control de sus reflejos.

Finalmente, le cuenta le cuenta la anécdota de Ciro, el iracundo rey persa que hizo destruir el río Gindes porque uno de sus caballos se había ahogado en él.

Al final de este sermón, el fraile le pide más dinero a Tomás y este, enojado por su hipocresía, le dice que busque el dinero que ha escondido en su trasero: “Allí, debajo de mis nalgas, encontraréis algo que he escondido en secreto”. Sin embargo, le avisa, solo puede quedárselo a condición de repartirlo en partes iguales entre el resto de los frailes de su orden. El fraile accede de buena gana, pero en el momento en que empieza a buscar en el trasero de Tomás, este se tira una sonora flatulencia. “Morado de ira”, el fraile es expulsado por los criados de Tomas y se dirige a la mansión “del señor de la población” (254) para acusarlo y obtener venganza.

Al llegar, el fraile les cuenta a los señores de la casa sobre el perjurio que ha sufrido y se pregunta cómo se supone que puede dividir una flatulencia en doce, la cantidad de frailes del convento. En ese momento, el escudero del señor ofrece una solución a cambio de que le obsequien un “vestido nuevo” (257). Cuando sus superiores acceden, sugiere que se utilice una rueda de carro de las que tienen doce radios: ubicándose un fraile al extremo de cada uno de los radios, el olor viajaría simultáneamente a lo largo de estos y cada uno tendría su porción exacta. El señor y la señora de la mansión establecen que es una respuesta válida, por lo que el escudero se gana su vestido.

En cuanto a Tomás, “todos estuvieron de acuerdo en que únicamente una gran astucia e inteligencia pudieron hacerle hablar de esa forma” (257), por lo que el fraile no obtiene compensación alguna por su ultraje.

Análisis

Con este relato, Chaucer nos presenta detalladamente al Alguacil dominado por la ira luego de escuchar a “El cuento del Fraile”. La rivalidad discursiva que muestran estos dos personajes en sus prólogos encuentra su correlato en los cuentos que les narran a los peregrinos; cuentos que, tal como vimos anteriormente con el caso del Molinero y el Administrador, tienen como principal objetivo ofrecer una imagen degradada de los miembros de una determinada profesión.

Si en el cuento del Fraile nos encontramos con un alguacil corrupto que termina en el Infierno luego de intentar estafar a una pobre viuda, las palabras del Alguacil no se hacen esperar y, ya desde su prólogo, le dice a todos los presentes cuál es el lugar destinado para los frailes: “Entonces tembló de terror, pues no podía olvidar cuál era el hogar natural de toda su tribu: las posaderas del demonio” (243).

Para comprender la causa entre la rivalidad de estas dos profesiones es necesario saber que, en la Edad Media, ambos actores sociales se encontraban a menudo en situaciones de conflicto de intereses: los frailes mendicantes eran parte de una orden religiosa católica dependiente del Papa. Debido a su voto de pobreza, se caracterizaban por vivir de la limosna de los demás; dinero y bienes que ponían a disposición de la comunidad religiosa a la que pertenecían. Tal como sugiere este relato, los casos en los que incumplían este voto no eran, lo que se dice, excepcionales. Los alguaciles, a diferencia de ellos, dependían directamente de los obispos, autoridades religiosas que, en Roma, tenían mal vistos a los frailes mendicantes, a quienes veían como pordioseros. Además, era común que se disputaran el dinero de sus contribuyentes en los distintos territorios, principal motivo de enemistad entre ambas órdenes religiosas.

La cuestión de la analidad es un elemento clave, tanto en el cuento como en el prólogo, y la crítica lo ha asociado a una posible interpretación del “Prólogo general” en la que se induce que el Bulero y el Alguacil, que llegan juntos a El Tobardo, el negocio del Mesonero, están involucrados en una relación homosexual.

La valoración negativa de la homosexualidad se refuerza en estos personajes a partir de su descripción tanto física como de su depravación moral: el Alguacil, tal como menciona Guardia Massó, “tiene una enfermedad incurable de piel que prefigura su malicia interior” (2020: 43), y el Bulero es un vendedor de indulgencias de una sexualidad ambigua y voz aflautada, sobre el que Chaucer se pregunta si será un “castrado o un invertido” (83).

Independientemente de si se acepta o no esta lectura, la cuestión de la analidad se transforma en el verdadero leitmotiv de esta sección, comenzando desde el prólogo del Alguacil, con el viaje al trasero del diablo, y repitiéndose luego con el desafío de la división de la flatulencia de Tomás.