Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Resumen y Análisis “Palabras del Mesonero al grupo”, “Prólogo del Magistrado”, “El cuento del Magistrado”, “Epílogo” 

Resumen

Palabras del Mesonero al grupo

El Mesonero le pide al Magistrado que continúe con el próximo cuento y bromea aludiendo a que debe cumplir con las leyes del torneo narrativo pactado por todos en el grupo; algo que debería imcumbirle al Magistrado, puesto que él mismo es un hombre de ley. Antes de contar su historia, el Magistrado advierte que no tiene “ningún cuento adecuado” (170), ya que todo ha sido escrito ya por Chaucer. Por ese motivo, el Magistrado decide contar una historia narrada: “Yo hablo en prosa, a él le dejo las rimas” (171).

Prólogo del Magistrado

El Magistrado señala lo terrible que es ser pobre, condición que ocasiona que las personas roben, mendiguen, pidan prestado, sean envidiosas y culpen a Cristo. Los mercaderes, en cambio, no sufren de esa condición.

La historia que el Magistrado va a narrar se la contó un mercader hace mucho tiempo.

El cuento del Magistrado

Primera parte

Una compañía de ricos mercaderes sirios visita Roma, donde se enteran de la belleza, virtud y bondad de Constanza, la hija del rey. De nuevo en su país de origen, le cuentan sobre esta joven a su sultán, quien decide “amarla hasta el fin de sus días” (175). A sabiendas de que ningún emperador cristiano entregaría su hija a un musulmán, el sultán decide convertir tanto a él mismo como a su corte al cristianismo, solo para poder estar con ella. Ante la propuesta del sultán, el emperador acepta entregar a su hija, quien se encuentra abrumada por el dolor, “pero, llorase o no, tenía que partir” (177).

Cuando la madre del sultán, que es “un pozo de maldad” (178), se entera, llama a sus consejeros y les transmite un plan para no tener que dejar de vivir bajo la ley del Islám. Primero los convence de aceptar falsamente la conversión. Luego llama a su hijo, a quien le dice que se arrepiente de “haber sido pagana durante tanto tiempo” (179), y que acepta el bautismo al tiempo que invita a los cristianos a un gran banquete.

Segunda parte

Los cristianos llegan a Siria en medio de grandes celebraciones. Sin embargo, como “La pena o la calamidad inesperadas aparecen a continuación de los momentos felices” (180), cuando llega el día del banquete, la madre del sultán ordena el asesinato de todos los comensales, incluido su hijo. Tras ello, abandona a Constanza en altamar dentro de un barco sin timón. En el barco le dejan suministros y una parte de los tesoros con los que llegó a Siria. El narrador se pregunta por qué no la asesinaron o cómo es que no murió en altamar. La única respuesta que encuentra es que “Por medio de ella, Dios eligió mostrar su poder milagroso” (181).

Un largo tiempo después, su barco encalla en las costas de Northumberland, gobernadas por el rey Alla. La encuentra en la playa el guarda de un castillo cercano, quien la acoge junto a su esposa, Hermenegilda. Aunque se encuentra en un país de paganos, es tal el amor que Hermenegilda le toma a Constanza, que pronto consigue transformarla al cristianismo. Luego sucede lo mismo con el guarda.

Tiempo después, Satanás hace “que un joven caballero que vivía en la ciudad se enamorase perdidamente de ella” (184). Como Constanza no responde a sus cortejos, el hombre promete vengarse. Un día, se escabulle en su habitación y le corta, por error, el cuello a Hermenegilda, quien dormía con su amiga. Luego deja el cuchillo ensangrentado al lado de Constanza. Cuando el guarda llega, lleva a Constanza, que no puede defenderse por la pena, ante el rey Alla.

Nadie puede creer que la buena de Constanza sea la culpable del crimen, pero el malvado caballero intenta convencer al rey de que sí lo es. Debido a eso, Alla manda a buscar un libro para que el caballero jure, sobre él, su testimonio. Pero Constanza reza con fervor y, en ese momento, un milagro se produce: “Una mano lo hirió en el cuello, desplomándose como una piedra, con sus ojos fuera de las órbitas” (185). Ante el milagro, muchos de los presentes se convierten al cristianismo y el rey decide tomarla como esposa.

Tiempo después, Alla se encuentra en Escocia a causa de una batalla, cuando Constanza tiene a su hijo Mauricio, por lo que ella envía a un mensajero para que le dé la buena noticia. Sin embargo, Doneguilda, “la tiránica madre del rey” (186), se encuentra enfurecida por la unión de su hijo con una extranjera, por lo que le cambia la correspondencia al mensajero por una nota en la que dice que su hijo “es una criatura diabólica”. Alla se entristece, pero responde una carta en la que acepta resignado “lo que Jesucristo envíe” (187). Enfurecida, Doneguilda vuelve a cambiar la correspondencia por la orden de desterrar a Constanza y su hijo, en el mismo barco en el que ella llegó.

Tercera parte

De nuevo en su tierra, Alla se entera de lo sucedido y asesina a su madre en venganza. Pero ya es demasiado tarde: Constanza se encuentra nuevamente en alta mar, donde yerra sin control junto a su hijo hasta que arriba a nuevas tierras paganas. Allí, el mayordomo del castillo del lugar sube a bordo e intenta violarla, pero la Virgen María acude en su ayuda y lo hace caer del barco, donde se ahoga. Nuevamente, Constanza vuelve al mar.

Da la casualidad que, por esa época, el emperador de Roma, padre de Constanza, había enviado un ejército a Siria tras enterarse de la matanza de los suyos. Es así que, después de vengarse del pueblo pagano, el senador a cargo del ejército se cruza en altamar con el barco de Constanza, a quien lleva de vuelta a Roma, pese a no haberla reconocido. Constanza nunca revela su identidad y vive en el anonimato, durante un largo tiempo, en su tierra de origen.

Mientras tanto, el rey Alla viaja a Roma “a someterse a la penitencia que el Papa quisiera imponerle” (192) por haber asesinado a su madre. Como el rumor de su llegada se expande por Roma, el senador realiza una celebración para honrarlo. Mauricio participa de la misma y Alla reconoce en sus facciones la cara de su amada esposa. Tras interpelar al senador al respecto, este manda a llamar a Constanza. El reencuentro entre los esposos es conmovedor, y sus sufrimientos son recompensados con “una felicidad jamás vista por criatura alguna desde que el mundo es mundo” (194). Luego, Constanza y Alla invitan al rey a un banquete, donde hija y padre vuelven a verse tras muchos años separados. La dicha de Constanza es inigualable.

Un año después, la muerte se lleva a Alla, y Constanza vuelve con su hijo a la casa paterna, en Roma. Con el tiempo, Mauricio “fue nombrado emperador por el Papa. Llevó una vida cristiana y aportó mucha gloria a la Iglesia” (195).

Epílogo

El Mesonero celebra la historia del Magistrado y luego le pide al Cura, “por los huesos de Cristo”, que prosiga con su historia. El Cura lo reprende por nombrar a Dios en vano y él se burla de su indignación. Luego los interrumpe el Marino, que no quiere que el Cura los canse “con sus explicaciones sobre el Evangelio” (196), y prefiere seguir él mismo con algo más alegre.

Análisis

El “Prólogo del Magistrado” presenta un nuevo ejemplo de la difuminación entre los límites de la ficción y la realidad que domina en muchos de Los cuentos de Canterbury: al Geoffrey Chaucer que existe como personaje en el grupo de peregrinos se le atribuye la bibliografía del Chaucer ‘real’ que el Magistrado dice haber leído. Se trata de obras que, sabemos, Chaucer realmente escribió. Una vez más, los Cuentos pretenden tener un estatus documental, como si su objetivo fuera transmitir las historias en tanto hechos reales: una transmisión, palabra por palabra, de lo vivido en la peregrinación.

Carolyn Dinshaw, la excelente crítica feminista que se ha especializado en los problemas de género y sexualidad en la cultura medieval, lee “El cuento del Magistrado” como una afirmación del status quo del mundo de Chaucer en el momento en que se escribió la historia. Las mujeres, explica Dinshaw, eran objeto de intercambio mercantil o político durante la Edad Media, debido a que el matrimonio tenía el poder de producir o reforzar fuertes lazos entre comerciantes y familias: los niños eran un activo financiero importante.

Constanza, de esta manera, es efectivamente vendida por su padre. Se comporta como un bien en circulación en una sociedad en la que el matrimonio es visto como un negocio. Si tenemos en cuenta los movimientos que realiza este personaje, su cosificación se vuelve aún más evidente: Constanza parte de Roma y atraviesa Siria, Northumberland, y desconocidas tierras paganas, todo para volver a su punto de origen. Todo lo realiza en barco, quizás el vehículo comercial más relevante del medioevo. Más aún, tanto el hecho de que sean unos comerciantes quienes le cuentan al rey de Siria sobre la belleza de Constanza, como el que tenga el mismo oficio quien le cuenta la historia al propio Magistrado, son elementos que refuerzan una lectura de este cuento en términos mercantiles.

En este punto, resulta ilustrador el análisis que el antropólogo Levi-Strauss realiza sobre el matrimonio a partir de la conceptualización de lo que denomina la ‘ley de exogamia’, es decir, de la unión entre personas de distintas comunidades y familias. Para él, el matrimonio se ha constituido como una institución fundamental para la reproducción del orden social en la medida en que presenta al cuerpo femenino como un bien transaccional de distintas utilidades en las sociedades patriarcales, como evitar guerras, crear alianzas entre pueblos y comunidades y fusionar riquezas. De hecho, el autor piensa la prohibición del incesto –es decir, de la edogamia– en relación con esta utilidad de intercambio que implica el matrimonio: la hija, el bien mercantil de la familia, ya no puede ser un ‘objeto’ en circulación si el propio padre se acuesta con ella.

Volviendo a la historia, resulta de interés el modo en que termina el relato: “Padre e hija vivieron virtuosamente (...) y no se separaron, ya más, hasta la muerte” (195). Este cierre, significativamente parecido a los finales felices de los típicos cuentos de hadas medievales en los que príncipes y princesas viven en gracia hasta el fin de sus días, ha sido analizado por diversos críticos en términos incestuosos. Algo posible, en la historia, solo luego de que la pobre Constanza ya ha sido ‘comercializada’ y su esposo Alla esté muerto.

En suma, la interesante interpretación de Dinshaw permite unir la información proporcionada en el prólogo con la historia del cuento –mediante la centralidad del tópico mercantil–, al tiempo en que elabora algunas nociones clave acerca de la identidad femenina, que veremos repetirse a lo largo de muchos relatos de la selección: la idea de la mujer cosificada, como un objeto comercializable; la configuración de una sociedad patriarcal, de dominio masculino, en la que la mujer ocupa un lugar fundamental, aunque pasivo, para la reproducción del orden social; y la polarización de la identidad femenina en dos posiciones fijas: buenas y puras como Constanza, o engañosas y malvadas, como las vengativas y peligrosas suegras de la protagonista.