Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Citas y Análisis

“Debo rogar a ustedes indulgencia en no atribuirme falta de refinamiento si utilizo aquí un lenguaje sencillo al dar cuenta de su conversación y conducta, y reproduzco las palabras exactas que utilizaron”.

Chaucer, “Prólogo general”, p.105

En el “Prólogo general” a los Cuentos de Canterbury, Chaucer se justifica de este modo al explicar que él solo va a limitarse a reproducir los discursos de los demás peregrinos, pero no tiene más relación con sus palabras que eso. Esta toma de distancia respecto a lo narrado en los demás cuentos debe comprenderse en términos estratégicos: en un principio, le permite hacer uso del inglés vernáculo en su escritura, lengua de carácter oral que se utilizaba en la vida cotidiana y que se oponía a las formas cultas, como el francés, el italiano y el latín. Pero además, al distanciarse de este modo de los otros narradores, puede ofrecer distintas perspectivas u opiniones, muchas veces controversiales, acerca de la sociedad y las instituciones de su tiempo, sin comprometer su imagen en el intento.

“Ya dice bien el proverbio: «Quien a hierro mata, a hierro muere». Los timadores, al final, acaban siendo ellos mismos timados”.

El Administrador, “El cuento del Administrador”, p.162

El Administrador cita este proverbio –de gran popularidad hasta el día de hoy– en el final de su cuento, cuando un molinero estafador termina siendo engañado por dos estudiantes, Alano y Juan, que se acuestan con su mujer y su hija. Sin embargo, esta reflexión no se agota en el marco del relato, sino que responde en forma simultánea al cuento narrado por el peregrino anterior, el Molinero, quien lo había insultado deliberadamente con su historia. Este pasaje ilustra a la perfección el modo en que los cuentos de los personajes y la historia general de la peregrinación, el relato marco, se influencian recíprocamente.

“Debo tener un esposo que sea a la vez mi deudor y mi esclavo; y, en tanto que yo sea su esposa, él tendrá su «tribulación de la carne». Mientras esté viva, es a mí a quien se da «el poder de su propio cuerpo» y no a él”.

La Comadre de Bath, “Prólogo a la Comadre de Bath”, p.203

La Comadre de Bath es una mujer osada e irreverente, que ha aprendido a valorar y hacer uso de su atractivo sexual en un mundo medieval regido por valores patriarcales. Por más que, a nosotros, esta autoconciencia nos pueda parecer incómodamente cercana a la prostitución, no hay duda de que ella considera mejor sacarle provecho a su cuerpo que ‘entregárselo’ gratis a un esposo. Si la comparamos con otros personajes femeninos de los Cuentos, como la Constanza del Magistrado, la Comadre exhibe una autodeterminación que resiste todo intento de objetivación por parte de los personajes masculinos. En muchos aspectos, incluso, en sus palabras resuenan las consignas de los actuales movimientos feministas: “Es a mí a quien se da «el poder de su propio cuerpo»”.

“El fraile despertó. Sin embargo, incluso entonces tembló de terror, pues no podía olvidar cuál era el lugar natural de toda su tribu: las posaderas del demonio”.

El Alguacil, “Prólogo del Alguacil”, p.243

El Alguacil aprovecha su turno para criticar duramente al Fraile y a todos los de su tipo. Más allá de eso, este pasaje vuelve a ilustrar el modo en que Chaucer se permite realizar duras críticas a ciertos representantes arquetípicos de su realidad social, desvinculándose de sus palabras al ponerlas en boca de otros narradores de la comitiva. Este tipo de pasajes abunda en los Cuentos de Canterbury, propiciando una importante cantidad de especulaciones por parte de la crítica: ¿Cómo debemos tomar estos comentarios? ¿Es Chaucer quien habla a través de una máscara, o el Alguacil no es más que una simple construcción narrativa, sin referente en el mundo real?

“Os pregunto si estáis preparada a complacer todos mis deseos sin dilación; que yo tenga libertad de hacer lo que me parezca mejor, tanto si esto os proporciona placer o dolor; que nunca murmuréis o protestéis; que cuando yo diga «sí» vos no digáis «no», ni de palabra o frunciendo el ceño. Jurad esto y yo os juraré nuestra alianza, aquí y ahora”.

Walter, “El cuento del Universitario”, p.269

Walter, un marqués acaudalado, pronuncia estas palabras mientras le propone matrimonio a Griselda, una mujer hermosa y llena de virtud, aunque pobre y humilde. Como podemos observar, sus exigencias resultan por completo exageradas, reduciendo a la pobre de Griselda a una figura de absoluta pasividad y sumisión. Sin embargo, ella acepta sin cuestionamientos los desmedidos pedidos de su esposo, quien luego comenzará a probar su amor de los modos más ruines. En este punto, Griselda se comporta de un modo exactamente inverso al de la Comadre de Bath, una mujer empoderada que no suelta el control bajo ninguna circunstancia.

“Os contaré brevemente mi intención: sólo predico por dinero. Por este motivo mi lema ha sido y es: «La avaricia es la raíz de todos los males». Así sé cómo predicar contra la avaricia, el vicio que mejor practico”.

El Bulero, “Prólogo del Bulero”, p.369

“El cuento del Bulero” tiene como objetivo prevenir contra las consecuencias de la avaricia. Sin embargo, él mismo es uno de los personajes más codiciosos de toda la comitiva, por lo que sus enseñanzas resultan profundamente irónicas. Un bulero es un funcionario de la iglesia que predica y entrega perdones papales a cambio de dinero, eximiendo así a los pecadores de la penitencia. Como podemos observar, poco le importa a este individuo el alma de los pecadores; algo que incluso subraya más adelante: “Mi único objetivo es el provecho económico. Me importa un bledo que, cuando mueran, se condenen” (370).

“A guisa de tragedia, lamentaré las desgracias de los que cayeron, desde su alta posición, a la irremediable adversidad, pues es bien cierto que, cuando la diosa Fortuna decide abandonarnos, nadie puede disuadirla. Que nadie confíe ciegamente en la prosperidad, sino que tome ejemplo de estos antiguos y verdaderos ejemplos”.

El Monje, “El cuento del Monje”, p.461

Este pasaje corresponde a las primeras líneas de “El cuento del Monje”. El Monje proporciona una de las primeras definiciones conocidas de la tragedia en la literatura inglesa. Esta concepción no surge de la tradición clásica, sino que tiene su origen en el poeta latino Boecio, quien vincula la noción de tragedia a la idea de la mutabilidad de la vida. Se vincula a la figura de la diosa Fortuna, deidad que ata los destinos de los hombres a una rueda, haciéndolos girar y llevándolos a la cima o a la miseria. “El cuento del Monje”, en este punto, consiste en la sucesión de historias trágicas de distintos personajes históricos o mitológicos que han caído en desgracia después de conocer la gloria.

“Que Dios maldiga a quien tenga tan poco control de sí mismo que charle cuando debería tener la boca cerrada”.

Maese Russef, “El cuento del Capellán de monjas”, p.493

Cuando le toca el turno de hablar al Capellán de monjas, este le narra a la comitiva una fábula con moraleja. La historia gira en torno a Chantecler, un gallo lascivo y muy apuesto, además de excelente cantor. Un día, mientras pasea con sus gallinas amantes por el campo, Mease Russef, un astuto zorro, consigue atraparlo y se lo lleva en sus fauces hacia el bosque para devorarlo. Muchos corren a socorrer a Chantecler, quien, sabiéndose acompañado, anima a Maese Russef a insultar a sus perseguidores. El zorro obedece y Chantecler aprovecha para huir. Vencido por su propia ingenuidad, el zorro dice estas palabras, en las que resuena a un refrán muy popular en el habla hispana: “En boca cerrada, no entran moscas”.

“A continuación debes enterarte de los requisitos y condiciones de una penitencia verdadera y perfecta. Esta se fundamenta en tres premisas: contrición de corazón, confesión oral, y reparación [o satisfacción]”.

El Párroco, “El cuento del Párroco”, p.552

Más que un relato, “El cuento del Párroco” consiste en un largo sermón religioso que versa sobre el pecado, la confesión y la penitencia. En este pasaje introduce lo que serán los tres momentos fundamentales de la penitencia: la contrición consiste en el arrepentimiento sincero de los pecados cometidos y es la base indispensable que debe movilizar al penitente. Luego sigue la confesión completa y detallada de los pecados al sacerdote. Tras ello, el sacerdote establece la penitencia a cumplir por el pecador. Esta puede tratarse de algún tipo de castigo físico o de una limosna a la Iglesia o a los necesitados. Solo tras ello se llega a la reparación, momento en el que el penitente vuelve a reconciliarse con Dios.

“Cuando llegó el momento de la gracia, Dios ordenó que algunas personas tuvieran más categoría y rango que otras y que cada una obrara según su rango y condición (...). El papa se denomina a sí mismo Siervo de los siervos de Dios; pero la Santa Madre Iglesia no podría subsistir, ni el bien común, ni la paz y la seguridad sobre la tierra, si Dios no hubiera impuesto una jerarquía”.

El Párroco, “El cuento del Párroco”, p.605

El Párroco pronuncia estas palabras mientras explica los alcances y características del pecado capital de la avaricia. En su discurso se explica que las personas del mundo vivían en plena igualdad hasta que el pecado original sumió la vida social en un estado de esclavitud: “El pecado fue la primera causa de servidumbre (...), entonces todos incurrieron en esclavitud y servidumbre” (604). Resulta significativo el modo en que el discurso eclesiástico de la Edad Media posee una intencionalidad dirigida al sostenimiento del statu quo, en un momento de la historia que no se caracterizaba por una gran movilidad de clase: las jerarquías sociales se presentan aquí como algo naturalizado por mandato divino, y cualquiera que osara desafiarlas estaría incurriendo en el pecado de la avaricia.