Los cuentos de Canterbury

Los cuentos de Canterbury Imágenes

El imaginario cristiano

Con tantos peregrinos ocupando roles afines a la Iglesia –y sin contar el carácter religioso de la propia peregrinación a Canterbury–, abundan las referencias bíblicas y las alusiones al imaginario cristiano. En algunos casos, como en los cuentos de la Priora, la Segunda monja y otros tantos, las referencias e imágenes son evidentes: las apariciones de la Virgen María, ángeles, santos y diablos abundan en estas historias. Sin embargo, son particularmente interesantes aquellos cuentos en los que se evidencia una interacción entre la imaginería cristiana y la pagana. Por ejemplo, el jardín de “El cuento del Mercader” puede interpretarse como el Jardín del Edén del Antiguo Testamento, con el árbol del fruto prohibido alzándose en su centro. Sin embargo, allí residen los dioses Plutón y Proserpina, divinidades que nada tienen que ver con la cosmovisión cristiana.

El cielo, los astros y los momentos del día

Las imágenes asociadas al cielo y los astros constituyen una constante a lo largo de todos los Cuentos de Canterbury. De hecho, la apertura del “Prólogo general” comienza con una evocación de la primavera, época del año vinculada a la renovación y la limpieza de espíritu, una asociación típica de los romances medievales.

La descripción de las estaciones adquiere a menudo un significado astrológico y muchos de los narradores están versados ​​​​en astrología, saber que ocupa un lugar destacado en varias de las historias, como “El cuento del Caballero”, “El cuento del Criado del Canónigo” y “El Cuento del Capellán de monjas”. Esto no es algo casual, sino que, tal como menciona Guardia Massó, sucede porque “La ciencia medieval era eminentemente astrológica. Como el universo. El hombre es su centro y está próximo a las estrellas” (47). La mención a las posiciones de los astros y las etapas del año, en este sentido, siempre se presentan en función de explicar algo: un comportamiento en específico, un estado de salud, una guerra o un amor fallido, entre otros.

La apariencia de los peregrinos

En los Cuentos de Canterbury –y, sobre todo, en el “Prólogo general”–, las descripciones físicas de los personajes están destinadas a ofrecer información clave respecto a sus personalidades y modos de vida. La fisonomía, desde la cosmovisión dominante de la Edad Media, era un espejo del alma de las personas y ofrecía huellas a través de las cuales el ojo atento podría armarse una idea general de ellas. De este modo, por ejemplo, el aspecto “enjuto y atemperado” (74) del Universitario refleja su personalidad aplicada, asceta y erudita; el “rostro encendido como el de un querubín” (81) del Alguacil, por otro lado, sugiere una personalidad lasciva y cachonda. Algo similar vuelve a suceder con los ropajes que visten a cada peregrino, de modo que cada uno de ellos porta un elemento distintivo que lo representa en su conjunto.

Enero

“El cuento del Mercader” cuenta la historia de un desagradable anciano llamado Enero, que contrae matrimonio con Mayo, una hermosa joven. El contraste entre la apariencia de los novios introduce una idea de patetismo asociada a la descripción de Enero, algo que el texto insiste en reforzar a través de distintas imágenes sensoriales. La descripción de este personaje en la noche de bodas es particularmente sugerente al respecto, algo que se potencia cuando advertimos que la apreciación sobre sí mismo que tiene es totalmente inversa a la de los lectores y la propia Mayo:

Él la estuvo «trabajando» hasta que empezó a clarear. (...) Retozaba como un potrillo, farfullaba como una urraca. Mientras cantaba y hacía voz de falsete, chirriando como un totoposte, la arrugada piel de su cuello se movía flácida arriba y abajo.

Dios sabe lo que pensaría Mayo, contemplándole allí sentado con su gorro de dormir y su cuello huesudo. Semejante exhibición no valía un rábano (302 y 303).